viernes, 27 de mayo de 2011

Capítulo 9.- Haciendo recuerdos felices

A la mañana siguiente me desperté a las seis para que me diera tiempo de todo. Decidí usar una playera ligera de manga corta, blanca y ligeramente entallada, y un pantalón entubado. Además me puse los tenis blancos, los que usé el primer día.
Me miré en el espejo por última vez, después de que cepille mi cabello y me lavé los dientes. Observé el reloj de mi habitación, eran las siete y Martin acostumbraba llegar siempre una hora antes de lo que había dicho. Miré el cielo a través de la ventana de mi cuarto mientras esperaba, estaba oscuro porque aún estaba el horario de verano.
El timbre sonó a las siete con cinco minutos.
Bajé corriendo. Estaba ansiosa.
Abrí la puerta con una sonrisa en el rostro.
—Hola, nena—me dijo Martin, con los brazos extendidos, listo para darme un abrazo.
—¡Martin!—dije entusiasmada mientras me lanzaba a sus brazos y lo besaba con ternura.
Me devolvió el beso, pero con más intensidad y alargándolo considerablemente.
—Soñé contigo—me dijo cuando dejamos de besarnos.
—¿Qué soñaste?—le pregunté, sonriendo con curiosidad.
—Que jugábamos luchitas—dijo mordiendo mi labio como yo lo había hecho la noche anterior.
—Hm… Eres un pervertido—susurré en su odio, besando su cuello.
—Entonces es perfecto que mi novia también sea una pervertida—me dijo tomando una de mis manos y poniéndola en su trasero.
Me eché a reír.
—Sí, sí, admito que soy un poco pervertida también…
—Así me gustas—me dijo mientras besaba mi frente.
Nos tomamos de la mano mientras caminábamos hacía su mansión.
—Y ¿cuál es el itinerario para hoy?—le pregunté sonriendo. Estaba de un humor excelente.
—Pues… estaba pensando que… aún es temprano, así que todos están durmiendo en mi casa y… tú sabes… cuando la gente duerme no se da cuenta de muchas cosas… como cuando ciertas personas juegan luchitas a un volumen suficientemente bajo—dijo entornando los ojos con inocencia.
—Y… tú sabes que a mí me encanta jugar luchitas contigo ¿verdad?—le dije entornando los ojos de la misma manera en la que él lo estaba haciendo.
—Ya sabes que yo siempre me acuerdo de lo que a ti te gusta hacer—dijo mientras se echaba a reír.
—Que bien, me alegro de que pienses en mí…
Llegamos a la puerta de su mansión y entramos a la sala.
—Muchos recuerdos por aquí—susurró mientras se acercaba para besarme.
Nos besamos con urgencia, probablemente porque no teníamos mucho tiempo. Me cargó y me llevó escaleras arriba. Era muy fuerte, me cargaba con muchísima facilidad.
Casi no vi el camino, pero sí vi cuando llegamos a la puerta de su cuarto.
Con la poca luz que entraba por el enorme ventanal de la habitación, pude ver como era todo. Las paredes eran de color marrón y el suelo era de alfombra roja. Tenía una mini sala con dos pufs, una mesita y una televisión enorme de plasma. Además en la esquina más alejada de la habitación había una mesa de billar y un mini bar.
Pero lo más impresionante era la enorme cama, que tenía el tamaño de mi habitación completa. Me llevó cargando hasta ella y, sin dejar de besarme, tomó el enorme edredón y nos  cubrió con él.
—¿Qué haces?—le pregunté entre risitas y jadeos.
—Jugando luchitas contigo—contestó en la oscuridad que nos proporcionaba el edredón.
Siguió besándome, pero jugando a la vez. Cuando estuvo sobre mi tomó mis brazos con sus manos, y los extendió a mis costados, entonces besó mis labios, mi barbilla, mi cuello, mi pecho, hasta llegar a mi abdomen, donde alzó mi blusa con la boca y acarició mi piel con sus labios, lanzando un cosquilleo a través de toda mi piel, haciendo que me estremeciera.
Liberó mis brazos para tocar mi cintura y entonces aproveche para ponerme de rodillas y lanzarme sobre él.
Le toqué el abdomen y jalé su playera para quitársela y luego me quité la mía. Me abrazó con más fuerza.
Estuvimos besándonos un inmensurable momento.
—¡Ah!—dijo cuando caímos al suelo con un ruido sordo, envueltos por el edredón.
Me eché a reír y él conmigo. Nos quedamos tirados ahí, yo encima de él, abrazándolo… y él abrazándome a mí.
Suspiré de pura dicha. Me sentía completa, como si esa satisfacción hubiera sido lo único que me había estado faltando toda mi vida para poder respirar profundo.
Traté de encontrar la salida de nuestro pequeño capullo acolchado, y cuando finalmente lo logré me encontré con una mujer joven, delgada y muy bella, de cabellos y ojos oscuros.
Solté un corto grito agudo por la sorpresa. Ella saltó hacía atrás al verme y abrió mucho los ojos. Al parecer yo no era la única sorprendida.
—¿Qué ocurre, nena?—preguntó Martin, saliendo del nudo en que habíamos convertido el edredón.
Lo miré avergonzada y le señalé a la mujer. Volteó el torso para verla, ya que estaba sentada sobre él, y cuando la miró se le abrieron los ojos de golpe, poniendo la misma expresión que ella tenía.
—¿Tú?—preguntó Martin, más sorprendido que avergonzado—¿Qué haces aquí?
—¿Yo? Más bien ¿qué hace ella aquí?—inquirió frunciendo el entrecejo y señalándome con el dedo índice. Me ruboricé.
—Ella es novia—dijo de manera posesiva.
—¿Desde cuándo tienes novia formal?—preguntó confundida.
—Ella es la primera, y la única. Me enamoré—dijo sonriéndole y después mirándome.
La chica se echó a reír.
—¿Tú? ¿Enamorado?—se burló—Sí, claro.
Martin la miró con irritación.
—Es a la única que he amado en toda mi vida—dijo con seriedad.
Ella lo miró un momento y repentinamente se puso seria.
—Oh por Dios, dices la verdad—dijo tapando su boca, sorprendida—. ¿Así que tú eres la que por fin le robó el corazón?
Me miraron ambos, ella sorprendida y él satisfecho.
—Hola, soy Alice Miller—le dije mientras extendía mi mano sin saber que hacer realmente—. Un placer conocerte.
—Yo soy Sofía Hogan—dijo ella estrechando mi mano—encantada de conocer, por fin, a mi cuñada real.
—¿Real?—pregunté confundida.
—Este chico es popular, pero jamás estuvo interesado en nadie. Sé que te ama porque reconozco cuando dice la verdad. Cosas de hermanos—explicó, aunque la verdad me confundió más. Decidí mejor no entrometerme.
—Ah… Hm… ¿Así que son hermanos?—le pregunté a Martin alzando las cejas—¿Ella es quien estudia en Oxford?
—La misma—me respondió él, asintiendo una vez.
—Ah…—fue todo lo que dije.
—Bueno… Hm… No es por incomodarlos ni nada de eso, pero… ¿qué hacían dando vueltas en la cama?—preguntó con cara divertida—No me malentiendan, es solo que llevo aquí un rato…
Me reí con nerviosismo y escondí mi rostro en el pecho de Martin. Martin también empezó a reírse de la misma manera en que yo lo estaba haciendo.
—Exactamente… ¿cuánto tiempo llevas aquí?—preguntó él.
—Aproximadamente… veinte minutos; lo suficiente para haber visto como se revolcaban en la cama hasta que se cayeron, aunque hasta que no salió Alice de ahí, pensé que solo eras tú con una almohada—dijo Sofía, conteniendo una sonrisa.
—No es lo que piensas…—me apresuré a decir—nosotros solo estábamos… eh… Je-je… pues verás, es muy chistoso porque nosotros solo estábamos…
—¿Besuqueándose y toqueteándose… haciendo cosas pervertidas?—preguntó ella viéndose las uñas como si no le importara.
Me quedé callada mordiéndome el labio con culpa, no podría zafarme mintiendo, ya que ni siquiera estaba totalmente vestida.
—Tranquila—dijo echándose a reír—. No voy a delatar sus cochinadas, si es lo que te preocupa…
—No es eso, es que… estoy tan avergonzada—le dije tapándome la cara con las manos.
—Tranquila. Con mi hermana no existe la vergüenza—me dijo Martin abrazándome.
—Exacto, aparte no empecemos con el pie izquierdo. Esto para mí es empezar muy bien, sin secretos entre nosotras—dijo alzando las cejas dos veces de modo pícaro.
Me eché a reír. Me recordaba un poco a Rachel por su manera tan peculiar de romper el hielo.
—Bueno y aproximadamente… ¿cuánto llevan haciendo sus porquerías?—preguntó Sofía de forma casual.
—Llegamos aquí a las siete con diez minutos, más o menos—le respondí.
—Pues entonces, si mis cálculos son correctos, llevan haciendo porquerías más de una hora y media. De milagro no tuvieron sexo—nos regañó en broma.
Martin se echó a reír.
Me escondí en el edredón y empecé a buscar mi blusa, así que Martin hizo lo mismo, pero con él las cosas se pusieron un poco más interesantes…
Al ver como nos movíamos, Sofía nos lanzó un punta pié.
—Sigo aquí, marranos.
Nos echamos a reír.
—¿Me permites?—le dijo Martin en tono educado mientras me besaba—Estoy haciendo algo importante.
—Te dejaría, pero son quince para las nueve y nuestros papás no tardan en despertar—le dijo Sofía con urgencia mientras nos quitaba en edredón de encima—, así que vístanse de una vez, par de urgidos.
Estábamos muertos de risa en el suelo, por la cara que había puesto Sofía ante nuestro abrazo.
—Perdónalos, Dios. Son jóvenes, no saben lo que hacen—dijo teatralmente, mientras imploraba perdón al cielo.
Una vez que fue visible todo, encontré rápidamente mi blusa y me vestí al fin.
Alisé mis ropas y observé la habitación con detalle. Era muy lujosa, de esas que solo salían en películas.
—Les recomiendo que se peinen un poco—nos dijo Sofía, frunciendo la boca y señalando el tocador que estaba en frente de la cama.
Me acerqué al espejo en compañía de Martin y cuando vi mi reflejo me eché a reír. Estaba más despeinada que nunca, y eso ya es decir mucho. Además Martin también tenía su hermoso cabello oscuro, totalmente desarreglado.
Empecé a cepillar mi cabello y Martin hizo lo propio con el suyo, pero sin dejar de verme un segundo.
—¿Qué?—le pregunté sonriendo.
—Es solo que te ves linda cuando cepillas tu cabello—dijo de forma divertida.
Puse los ojos en blanco.
—Creo que tu dirías que estoy linda hasta si estuviera matando a un perrito—le dije negando con la cabeza.
Se acercó a mí y me abrazó desde atrás, por la cintura. Quedamos de frente al espejo, viendo nuestra imagen juntos.
—Matando a un perrito serías más bien sexy—susurró en mi oído.
Me eché a reír.
—Bueno, ahora bajemos a la sala y tengamos una conversación “casual”—dijo Sofía, enmarcando la palabra casual con un gesto de los dedos.
Salimos de la habitación y observé por primera vez el piso superior, ya que cuando subimos las escaleras, Martin iba besándome.
El piso de afuera de la habitación era de madera clara y las paredes eran blancas. Estaba enorme. Lo que alcancé a ver del segundo piso estaba lleno de puertas y había tres pasillos, todo bastante amplio, además las escaleras continuaban hacía arriba, a un tercer piso.
Bajamos las escaleras y nos sentamos en los sillones de la sala. Martin y yo juntos en el sillón doble y Sofía se acostó en el de tres piezas.
—¿Tú familia es adinerada?—le pregunté a Martin, como si no fuera obvio.
—Algo. Mi papá es dueño de una constructora que gana mucho dinero al año—me contestó con indiferencia.
—No parece que te importe mucho—le dije sonriendo.
—Todo el dinero es de mis padres, no mío—dijo encogiéndose de hombros.
—Me gusta tu forma de pensar—dije, inclinando mi cabeza para apoyarla en su hombro—. No sabes cuánto me alegra que no seas materialista.
—Qué bueno que te agrade—dijo besando mi pelo y rodeando mi cintura con su brazo.
—Son tan cursis—dijo su hermana riendo—. ¿Cuánto lleva saliendo la feliz pareja?
—Pues, de hecho, solo desde ayer en la noche—le contestó Martin acariciando mi rostro.
—Es muy poco tiempo—dijo abriendo los ojos en señal de sorpresa—. ¿Y cuánto llevan de conocerse?
—Solo tres semanas—le respondí yo—, aunque siento como si fueran ya meses.
Me miró sorprendida y, la verdad, es que yo también lo estaba. A Alex lo había conocido por años para que me gustara y en cambio con Martin todo se había dado tan fácil…
A veces dicen que solo es el destino… me dijo la voz sensata y tranquila de mi cabeza.
¿Ya me perdonaste? Le pregunté.
Ya tomaste una decisión y, probablemente, sea lo mejor. No puedes estar esperando a Alex toda tu vida, ni siquiera aunque una parte de ti lo desee, tienes que avanzar…
Sí…
Solo necesitas saber que en estos asuntos no hay marcha atrás. Ni en esto y ni en nada, lo que sucede no puede cambiarse, así que acepta lo que venga y no esperes nada. Las decepciones nos ocurren por eso.
Todo era cierto. Las relaciones son como una ruleta rusa, ninguna es cien por ciento segura y ese era mi gran temor a relacionarme con el mundo que me rodea, un temor que, sin embargo, estaba superando y para el cuál Martin me estaba haciendo realmente bien. Era como mi medicina.
Solo viviré en el presente. Le dije a la voz con convicción.
Pero sin olvidarte de prever un poco en tu futuro, solo no seas extremista.
Sí, ya lo sé.
—O sea que, solo llevan tres semanas de conocerse y ya andan haciendo porquerías—dijo Sofía, divertida.
—Las tres semanas más entretenidas de mi vida—puntualizó Martin.
—A mí también me sorprende que llevemos tan poco de conocernos—dije mirando a mi novio—, aunque es verdad que todo ha sido muy interesante. La vida ha dejado de ser aburrida para mí.
—No creo que tu vida jamás haya sido aburrida, simplemente es que ahora es más interesante—dijo Martin besando mi mejilla.
Me ruboricé. Era tarde ya para procurar que no nos descubrieran, porque su hermana ya nos había atrapado, pero era un poco vergonzoso mostrar afecto en frente de otras personas.
—Pues hacen muy linda pareja juntos—dijo ella tocándose la cara como gesto de ternura—. Parecen una pareja de película, de esas en las que tanto el chico como la chica son perfectos.
—¿A qué te refieres?—le pregunté confundida.
—Es que mírense, tú estás hermosa y él, no es porque sea mi hermano, pero siempre ha sido muy guapo.
—Yo no soy hermosa—le dije roja como tomate. Siempre me incomodaba que me dijeran bonita.
—Claro que lo eres—me regañó Martin—. Podrías ser modelo.
—Me avergüenzan—dije mirando al suelo sonrojada.
—¡Que ternura!—dijo Sofía—Aparte de linda, tienes una personalidad encantadora.
Me quedé callada y me tapé la cara con el cojín del sillón.
Ellos se echaron a reír por mi reacción tan infantil.
—¿Y qué haces aquí tan pronto, Sofi?—le preguntó Martin a su hermana—Creí que no vendrías si no hasta navidad.
—Pues quería darles una sorpresa—dijo ella sonriendo—. Es que dieron una semana libre en la universidad solo para los estudiantes de psicología y vine a estar con ustedes solo cinco días. Me voy el miércoles y vuelvo a venir en navidad. Por cierto, no olvidé tu cumpleaños, y te traje un pequeño obsequio por adelantado.
Se levantó del sillón y subió corriendo las escaleras.
—Es verdad—dijo Martin cuando estuvimos solos—, ya casi es nuestro cumpleaños.
Fruncí la boca.
—No tengo que regalarte—le dije preocupada—y sinceramente mi fondo universitario está al cuidado permanente de mi madre.
Se echó a reír.
—No te preocupes por eso, nena. Tu sola presencia en mi vida es el más grande regalo—me dijo mientras tomaba mi barbilla para alzar mi rostro y besarme con suavidad.
Acaricié su rostro mientras me besaba. No era uno de esos besos en los que nos devorábamos, sino más bien uno tierno, dulce como miel, pero que aún siendo suave, era eléctrico y hacía revolotear mariposas en mi estomago.
—Me voy cinco segundos y ya se están besando—nos regañó Sofía mientras bajaba las escalera con una caja en las manos.
Martin se rió y dejo de besarme.
—Tenemos que recuperar las tres semanas en las que no hicimos nada—dijo él mirando a su hermana mientras se sentaba en la mesita de la sala, frente a nosotros.
—Me pregunto… ¿quién será el más pervertido de ustedes dos?—dijo tocándose la barbilla con aire misterioso—Creo que posiblemente sea mi hermano. Tú te ves tan inocente—dijo pellizcando mi mejilla como si fuera una abuelita.
Me reí.
—No lo soy tanto, créeme—le dije con una sonrisa pícara.
—Pero aún así creo que el mayor pervertido es mi hermano—dijo entrecerrando los ojos, mirándolo con sospecha.
—Pues… aunque no lo creas, es ella la que me empuja a hacer muchas cosas—dijo Martin con inocencia.
Me encogí de hombros. Era verdad. Yo era la primera en quitarle la playera cuando estábamos solos…
—Jamás lo hubiera pensado de un rostro tan inocente como el tuyo—me dijo Sofía tapándose la boca teatralmente—. Pero en fin, las apariencias engañan.
—Demasiado—coincidí. Recordé como había juzgado a Martin por ser engreído, cuando era realmente todo lo opuesto.
—Bueno, ya. Aquí está tu regalo—dijo Sofía extendiendo los brazos hacía Martin y entregándole una caja de cartón no muy grande.
Martin miró la caja entrecerrando los ojos, pensativo. La acercó a su oído y la agitó.
—Hm… ¿Qué es?—preguntó.
—Debes abrirlo para verlo—le respondió Sofía con una deslumbrante sonrisa.
Se parecía mucho a su hermano. Tenían los ojos y el cabello del mismo color, piel clara, y ambos tenían también los rasgos finos y delicados. Tal vez la belleza era de familia.
Martin rompió la envoltura acartonada de la caja y luego la abrió. Era un álbum de fotos.
—No tenías ni idea de que darme ¿o sí?—le dijo Martin alzando una ceja.
Ella sonrío de forma graciosa y se tocó el cabello con nerviosismo.
—Perdón, es que no se que darle a chicos de casi dieciséis años. Además lo tienes todo. Por cierto tomé una foto con mi celular—dijo sacando el celular del bolsillo de su pantalón y enseñándonos una foto de nosotros dos besándonos en el sillón.
”La tomé hace un minuto—dijo al ver nuestras expresiones perplejas.
—Esa foto es un buen regalo—dijo Martin sonriendo y sacando su celular del bolsillo—. Mándala.
Me reí de él.
—La primera foto del álbum—dije poniendo los ojos en blanco.
—Me leíste la mente—dijo mi novio una vez que tuvo la foto en su celular—. Por cierto, Alice cumple años también el cinco de septiembre—le dijo Martin a Sofía.
—Que coincidencia—dijo ella abriendo los ojos con sorpresa—. ¿Qué quieres de regalo?
—No es necesario, muchas gracias—le dije negando con la cabeza.
—¡Ya sé! ¿Tienes cámara digital?—me preguntó.
—No, pero…
—Perfecto—dijo y salió corriendo escaleras arriba.
Miré a Martin confundida y él se encogió de hombros. Bajó a los treinta segundos con otra caja en las manos.
—Aquí tienes—dijo jadeando por el ejercicio.
Tomé lo que me estaba entregando. Era una cámara digital completamente nueva, aún en su caja.
—Pensaba regalársela a Martin, pero él tiene miles—explicó ella—. Ahora podrán tomar fotos para el álbum.
—Muchas gracias—le dije a mi cuñada. Se sentía extraño que me regalaran algo así como así.
En ese momento escuchamos pasos procedentes de las escaleras. Ladeé la cabeza para ver quién era.
Eran un hombre y una mujer, él de cabello negro y ella rubia. Ambos delgados.
—Buenos días—dijeron una vez que estuvieron abajo. Pude entonces verles mejor la cara, la mujer tenía unos ojos verdes muy hermosos y él los tenía oscuros pero grandes.
—Papá, mamá—dijo Sofía levantándose de su lugar y acercándose a ellos para abrazarlos—. Estoy en casa.
—¡Que sorpresa!—dijo su madre con entusiasmo, abrazando y besando a su hija.
—No te esperábamos hasta navidad—dijo su padre, igualmente feliz.
—Me adelanté—les dijo guiñando un ojo.
Le sonrieron y después me miraron.
—Hola—dijo la señora con amabilidad.
—Buenos días—les dije. Me levanté del sillón y fui a darles la mano para presentarme. Martin se levantó conmigo.
—Recuerdan que les hable hace algún tiempo de una chica…—le dijo a sus padres, después de que les di la mano—llamada Alice.
—No me digas que…—dijo su madre llevándose la mano a la boca en señal de sorpresa.
—Ella es Alice Miller—dijo Martin con orgullo.
—Es un placer conocerlos—les dije sonriendo con cortesía.
—El placer es nuestro—dijo su padre, devolviéndome la sonrisa—. Mi nombre es Bruce, y ella es mi esposa Verónica.
—Por cierto, la mejor noticia del mundo apenas viene—dijo Martin mirando a sus padres con emoción.
—¿Cuál es esa noticia?—preguntó su madre con curiosidad.
—Ya es mi novia—dijo con una sonrisa tan grande que apenas cabía en su rostro.
Sus padres se quedaron atónitos y lo cierto es que yo también. ¿Cómo podía decirlo tan fácilmente? Me puse roja como tomate.
—Wow…—dijo su padre.
—Eh… je-je-je—dije con nerviosismo mirando a sus padres.
—Pues… felicidades—dijo su madre abrazándome súbitamente. Me sorprendí mucho, pero le devolví el abrazo—. Bienvenida a la familia, Alice. Espero que te sientas como en casa.
—Gracias—le dije avergonzada.
Me sonrió con calidez.
—Bueno, nosotros vamos a ver lo del desayuno. Por favor, ponte cómoda—dijo su padre mientras se retiraban.
—Gracias—dije de nuevo, antes de que desaparecieran por uno de los innumerables pasillos que había en la estancia, luego me dirigí a Martin—¿Cómo se los dices tan fácil?
—Ya están acostumbrados a mi espontaneidad—dijo él tranquilizándome.
—Parecieron bastante sorprendidos—le dije algo preocupada.
—Eso es porque tú estás aquí—aclaró Sofía—, están acostumbrados a que él sea así con ellos. No con otras personas presentes. Probablemente fue incluso mayor la sorpresa porque te acaban de conocer.
—Me siento algo extraña—dije nerviosa.
Era de esas ocasiones en las que no te sientes tú mismo, como cuando viajas por largo tiempo y de repente llegas a tu casa y te sientes fuera de lugar. Como ida…
Martin me abrazó.
—Es normal cuando conoces a los padres de tu novio—dijo Sofía divertida.
—Supongo que tienes razón—dije sentándome un momento.
—Bueno, me siento algo fuera de lugar en esta escena—dijo Sofía—, así que me retiro por un momento. Voy a ver a mis padres. No hagan nada demasiado pervertido.
Se fue por el pasillo donde habían desaparecido sus padres.
—¿Qué quieres hacer ahora?—me dijo Martin sentándose junto a mí en el sofá.
—Hm… Ya fueron demasiadas luchitas por una mañana, así que eso lo reservamos para después—dije recargándome en su hombro mientras me abrazaba.
—¿Qué te parece si… salimos a dar una vuelta alrededor de mi casa?—me preguntó entrelazando sus dedos con los míos.
—¿Afuera?
—No, alrededor de mi casa… Ven conmigo—me dijo levantándose y jalando mi mano ligeramente.
Me levanté del sillón y caminé con él a través de uno de los pasillos enormes que estaban a nuestro alrededor. Era el que estaba al extremo opuesto de por donde se fueron sus padres.
El ancho pasillo estaba iluminado por focos que estaban en el techo. El piso era de madera en toda la casa y las paredes eran blancas, a excepción de la habitación de Martin.
De repente se empezó a iluminar más el pasillo, y fue entonces cuando llegamos a una estancia que tenía techo en forma de cúpula y paredes redondas. El techo y una la pared que daba hacía afuera eran totalmente de vidrio. Tenía dos mecedoras de madera, dos hamacas y un columpio para dos personas.
La luz del sol pasaba a través del vidrio creando hermosos colores, pero al mismo tiempo no daba directamente, porque había arboles altos que rodeaban la estancia, los cuáles hacían que el ambiente fuera fresco.
En conjunto, todo era precioso.
—¿Qué es este lugar?—le pregunté a Martin maravillada.
—Creo que es… el lugar que utilizamos para pensar. Se está muy tranquilo aquí.
—Lo noto—le dije en voz baja, para no romper el silencio.
—¿Salimos?—me preguntó acercándose a las puertas de vidrio que estaban en el extremo de la estancia.
Me acerqué a él y tomé la mano que tenía extendida hacía mí, entonces salimos caminando.
Lo que había afuera era un lugar enorme, con árboles que creaban sombra y frescura, flores creciendo por doquier y lleno de pasto.
—¿Esto es parte de tu casa?—le pregunté con ojos muy abiertos.
—Sí, la mansión ocupa el espacio de toda la manzana, y la mitad de todo es esto—dijo extendiendo el brazo hacía el vasto espacio que se extendía ante nosotros.
—Wow—fue todo lo que dije.
Me llevó a través de los árboles, hasta llegar a un banco metálico y de color blanco, que se encontraba cerca de una de las paredes que delimitaban la mansión. Nos sentamos ahí.
La brisa que soplaba, era el antídoto perfecto contra el calor. Era otoño, por lo cual las hojas de los árboles ya empezaban a amarillear y a caer.
—¿Crees que esto dure mucho?—le pregunté recostada sobre sus piernas.
—Durará por siempre—me respondió en un suspiro, acariciando mi rostro.
—Nada es para siempre—le dije con melancolía.
—Esto sí lo será—me dijo acercándose para besarme con suavidad.
Me preocupaba pensar en el futuro. ¿Qué nos depararía el destino?
Me gustaban las cosas como estaban. Si en mis manos hubiera estado el tiempo, lo habría congelado todo en ese instante, en el preciso momento en el que el roce de sus labios contra los míos hacia revolotear mi estomago con emoción.
—Te quiero—le dije cuando dejamos de besarnos.
—Te amo—me respondió.
Suspiré. Amor… yo casi lo amaba, pero aún quería a Alex.
Me pregunté si no se trataría solo de un capricho mío… ¿cuál era la razón para que no pudiera aún olvidarlo?
Tenía que dejarlo ir pronto, y no sería fácil, pero lo iba a conseguir. Iba a luchar por lo que Martin y yo teníamos juntos. Era casi como magia… ni siquiera casi, lo era.
Lo que Martin y yo estábamos viviendo, era una historia digna de contar a mis hijos, y quizá a mis nietos. De devolverles la fe en el amor cuando se enamoraran perdidamente alguien y fueran no correspondidos, de decirles que siempre se puede salir adelante, como lo había hecho poco a poco yo…
Siempre habrá alguien que te ame y no solo tus padres.
—Tenemos que pensar un poco—le dije a Martin, recordando uno de los puntos importantes que teníamos que arreglar en muy poco tiempo.
—¿Pensar?—me preguntó confundido.
—¿Qué vamos a hacer con Alex?—le pregunté.
—Ah…
—Si se enoja demasiado podría hacerte daño—dije tocando su rostro preocupada—. Hay que decírselo con delicadeza.
Sonrió, complacido ante mi aprensión.
—Me encanta cuando te preocupas por mi—dijo acercándose, rozando su nariz con la mía en ademán juguetón y tomando la mano que tenía en su rostro.
Sonreí, pero me concentré. No quería ocasionar una pelea entre ellos.
¿De qué lado me pondría? Es decir, Martin era mi novio, pero Alex era mi mejor amigo… sin mencionar que lo amaba.
¿Qué iba a hacer?
—¿Y si guardamos el secreto?—le pregunté con la mirada perdida.
Era cobarde, pero al menos era una opción.
—No creo que esa sea una muy buena idea—me dijo frunciendo la boca—. Piénsalo, ya sabemos que le gustas porque es más que obvio, no va a terminar con Helen, pero seguro si no sabe lo que tenemos, posiblemente se va a poner nervioso al ver nuestra cercanía… y va a terminar haciendo tonterías.
Fruncí la boca. Tampoco quería que Alex se quedara sin alguien a quien amar, mucho menos ahora, sabiendo que si lo hacía, yo no podría corresponderle, ya no…
—Mira, la escuela queda descartada, recuerda el show de la vez pasada, así que no lo haremos ahí y nos expondremos a una pelea, que posiblemente tenga malas consecuencias—le dije con preocupación.
—Estoy de acuerdo—dijo Martin asintiendo—. ¿Y si hacemos que alguien se lo diga? Así como si fuera por casualidad…
—Eso le dolería—dije frunciendo la boca—, se sentiría traicionado.
—Deja que se lo diga yo, a la salida—me dijo pensativo—.Lo haré con mucho tacto.
—No, ni loca. ¿Crees que te dejaré solo para que tenga la oportunidad de herirte si se enoja? Si en algo conozco a Alex es que, cuando se enoja, se enoja de verdad—dije alzando las cejas. Y levantándome de sus piernas para sentarme correctamente.
—Esto es un lío—dijo entrecerrando los ojos pensativo.
—Lo haré yo—dije finalmente, suspirando—. Mañana iré a visitarlo a su casa. Será mejor si es antes del lunes, o quizá pueda arrepentirme.
Yo era una cobarde, y era mejor si no me daba tiempo a mi misma de arrepentirme.
—No quiero que vayas tú sola—me dijo Martin tomando mi mano, preocupado.
—Me encanta cuando te preocupas por mí—le dije sonriendo y besando sus labios.
—Es en serio—me dijo cuando dejamos de besarnos—. No quiero que te lastime.
—Precisamente porque sé que a mí jamás me haría daño alguno, iré yo. Conmigo es tan inofensivo como un gatito enojado—dije con media sonrisa.
—¿Me juras que no te pasará nada?—me preguntó después de un largo rato de haberlo pensado.
—Te lo prometo. Alex es incapaz de hacerle daño a una mujer—le dije un poco más segura.
Lo único que me preocupaba era si se enojaría mucho conmigo; solo podía ser muy hiriente con sus palabras. Lo sabía porque lo conocía realmente enojado, pero jamás conmigo. Trague saliva ante el miedo y el nerviosismo.
—Estaremos bien—dijo Martin con la mirada perdida.
Asentí. Me hubiera gustado haber podido saber que era lo que estaba pensando realmente.
Me senté en el pasto y, al ver que me bajaba del asiento, Martin lo hizo conmigo. Me acosté en sus piernas, como solía hacerlo en los recesos, y miré las nubes, pensando en que diría Alex mientras Martin pasaba los dedos entre mi cabello. No sería nada bueno. Sería uno de los peores días de mi vida, de eso si estaba cien por ciento segura.
—¿Cuál es tú color favorito?—me preguntó Martin repentinamente.
—El rojo—le respondí automáticamente—¿Por qué?
—Ese es el mío también—contestó.
Me eché a reír.
—Empiezo a creer que tú y yo somos bastante parecidos—le dije jugando con su mano.
—Me parece que sí, y bastante de verdad—nos interrumpió la voz de su hermana que se acercaba—. Párense, ya es hora de ir a desayunar.
—Ya voy—dije mientras me levantaba. Martin me empujo desde la cintura para ayudarme. Era bastante fuerte—.Gracias.
Le di la mano para ayudarlo a levantarse.
—Haces ejercicio ¿verdad?—le pregunté.
—Hay un gimnasio en el tercer piso—dijo encogiéndose de hombros.
—Lo supuse—dije asintiendo.
—¿Por qué?—preguntó con curiosidad.
—No estás tan escuálido que digamos—le dije con media sonrisa.
—Ah—dijo riendo y mostrando uno de sus bíceps.
La verdad es que era delgado, pero no estaba como palo. Se veía muy bien, para ser sincera.
—Presumido—dije entornando los ojos, después le di la espalda y seguí a su hermana.
—Así que… son exactamente de la misma edad… ¿eh?—me preguntó.
Asentí.
—Qué curioso—dijo ella con la mirada perdida.
—Sip—dije yo.
Caminamos a través del pasillo para regresar a la sala y una vez que estuvimos ahí seguimos caminando, tomando otro de los pasillos.
De verdad, esa casa era enorme…
El pasillo por el que pasamos tenía ventanas que daban hacía la parte frontal de la casa y que iluminaban con luz natural, y además había otros cuatro pasillos por los que se llegaba a través de ese, que parecía el principal.
Finalmente llegamos a un quinto pasillo, aunque el principal continuaba hacia adelante hasta una puerta doble enorme, que se podía ver desde donde estábamos.
—¿Qué es allá?—le pregunté a Martin, señalando la puerta doble en la que terminaba el enorme pasillo.
—Ahí hay unas escaleras especiales—me dijo entrecerrando los ojos pensativo—. Llevan al sótano.
—¿Al sótano?—pregunté confundida.
—Es algo extraño—dijo frunciendo la boca—. Es ahí donde guardamos algo así como la historia de la familia.
Lo miré mientras caminábamos por el quinto pasillo, que al parecer era más corto.
—Nuestros padres no son americanos—explicó Sofía.
—¿No lo son?—pregunté frunciendo el entrecejo.
Martin negó con la cabeza.
—Son de Irlanda—me explicó.
En ese momento llegamos al comedor.
Me quedé con la boca abierta, aunque era de esperarse que si la habitación de Martin y la sala eran enormes, el comedor lo fuera aún más ¿no?
Y en serio era gigantesco, había una mesa larguísima de madera oscura que tenía espacio para veinticinco personas a cada lado de la mesa. También había un candelabro de cristal muy hermoso. Además del espacio que ocupaba la mesa, el cuarto se extendía a lo ancho de esta.
—Esto… es… enorme—dije con ojos muy abiertos.
Martin y Sofía se rieron de mí.
—¿Vamos a comer aquí?—pregunté.
Él tomó mi mano y me guió a través del comedor enorme a otro cuarto un poco más pequeño.
—No, ese cuarto es solo para las fiestas o cenas especiales. En realidad comeremos aquí—me explicó cuando estuvimos en la cocina aún enorme, pero de proporciones mas pequeñas.
Había una mesa cuadrada de vidrio para ocho personas y una barra de madera oscura, como las que hay en los bares, cerca de conde se cocinaba todo. Se parecía al bufet de un restaurant muy elegante con una combinación de bar.
Martin me llevó hacía la mesa, donde sus padres ya se encontraban sentados, tomó la silla que se encontraba en la esquina que estaba a la derecha de su madre y la alejó para que yo me sentara.
—Gracias—le dije algo sonrojada, ya que no estaba acostumbrada a que me trataran de esa forma.
—De nada—dijo y después se sentó junto a mí.
Sofía se sentó en la silla que quedaba en frente de mí, con su padre.
—Así que tú eres la famosa Alice—dijo Bruce recargando su barbilla sobre su mano.
—Eso parece—dije avergonzada.
—Estamos muy complacidos de conocerte al fin—dijo Verónica sonriendo emocionada. Me desconcertaba un poco tanta excitación.
—Para mí también es un placer—dije, devolviendo la sonrisa.
—Aquí está el desayuno—dijo una muchacha de servicio poniendo los platos en la mesa.
—Gracias—dije cuando puso el mío en su lugar.
Asintió en respuesta.
—¿Cuánto llevan saliendo?—preguntó Verónica.
—Apenas desde ayer—dijo Martin.
—¿Sabías que eres su primera novia formal?—dijo su madre emocionadísima.
—Creo que lo escuché por ahí—dije viendo a Sofía, quién se rió con complicidad.
Verónica sonrió.
—Debes de ser una chica muy especial—dijo Bruce.
—No lo creo—dije desviando la mirada hacía mi comida y metiéndome un pedacito de hotcake a la boca.
—Sí que lo es…—reafirmó Martin.
La conversación continuó fluidamente, sobre todo gracias a que Verónica tenía un centenar de preguntas que hacerme durante todo el desayuno, por lo general referentes a mi relación con Martin. La mayoría fueron fáciles de contestar aunque hubo algunas que me hicieron ruborizarme.
Cuando terminamos de desayunar Verónica y Bruce se retiraron y nos dejaron solos a Martin, a Sofía y a mí…
—Por cierto, mamá dijo que te invitara a comer. Si quieres también puedes venir Sofía—dije extendiendo la invitación.
—Gracias. Por supuesto que me encantaría—dijo ella.
—A mi igual—dijo Martin mientras se levantaba de la silla y luego retiraba la mía para que me levantara, como todo un caballero.
Nos tomamos de la mano mientras caminábamos.
—¿A dónde vamos?—le pregunté a Martin.
Se encogió de hombros y miró a Sofía.
—Hm… ¿Quieren jugar Guitar Hero?—preguntó Sofía.
—¡Sí!—grité.
Martin y Sofía se me quedaron viendo con cara rara.
—Es que me encanta…—expliqué.
En serio me gustaba muchísimo ese juego, solo lo jugaba cuando iba a casa de Rachel o de Alex, pero me encantaba.
Martin se echó a reír.
—Bien, juguemos entonces…—dijo Sofía.
Subimos las escaleras hasta la habitación de ella, que estaba a lado de la de Martin. Eran exactamente del mismo tamaño, pero el color de las paredes era rosa pastel en lugar de marrón, y el suelo era de madera, al igual que en el resto de la casa.
—¿Están listos?—preguntó Sofía, que tomó un control sin esperar respuesta y al apretar uno de los botones las persianas se cerraron automáticamente.
Después apretó otro botón y la televisión se prendió.
—¿A caso todo el cuarto es automático?—pregunté con una sonrisa sorprendida.
—Casi todo—dijo sonriente, entonces apretó otro botón y el aire acondicionado cobró vida.
Agradecí que lo prendiera, ya que el clima en Orlando era caliente, y a pesar de estar en tiempo de lluvias, no había llovido en todo agosto.
Prendió el Xbox después y entonces empezamos a jugar. Yo fui la primera, por ser la invitada. Perdí en seguida.
—Pensé que te gustaba—dijo Sofía alzando una ceja, confundida.
—El que me encante no significa que sea buena—dije echándome a reír.
Martin también se rió y Sofía solo negó con la cabeza, sonriendo.
—Supongo que lo haremos en orden alfabético. Martin, sigues—dijo Sofía.
Tomo la guitarra y la música empezó. Tocó la canción de Trough the fire and flames en nivel Expert.
Me quedé con la boca abierta desde que empezó hasta que terminó.
—Wow…—fue todo lo que dije.
Él me miró, sonrió y dejo la guitarra sobre la cama. Se acercó a mí y me abrazó.
—¿Qué te pareció?—dijo en mi odio.
—Has jugado demasiado—le dije echándome a reír—. Seguro si yo jugara tanto sería tan experta como tú.
Se rió conmigo y beso mis labios tiernamente, acunando mi rostro con sus manos.
—Le toca a Sofía jugar—le dije un poco después, entonces la miré.
Ella nos observaba con ojos brillantes y una sonrisa tierna.
—Parecen de película—dijo tocándose las mejillas con las manos con gesto de ternura.
Me ruboricé y Martin se rió.
—Te toca—repetí agachando el rostro y tomando la guitarra para entregársela.
Ella tomó la guitarra riéndose a carcajadas y eligió una canción. Mientras ella jugaba tan bien como lo hacía Martin, yo me desplomé en uno de los pufs rosados que había cerca de la mesita que estaba en frente de la tele.
El cuarto era igual que el de Martin, solo que cambiaban las formas y colores.
Algo que me gustó de su cuarto, era que en lugar de ser solo una cama enorme, como en el cuarto de Martin, eran muchas camas individuales juntas, que formaban la enorme que estaba en el otro cuarto.
Cada una de las camas tenía sabanas de distintos colores y formas, pero todos eran colores brillantes y pastel. Se veía muy bien.
Estuvimos en el cuarto jugando hasta las tres de la tarde, entonces tuve que recordarles a ambos que teníamos que ir a mi casa, ya que posiblemente mi madre se preocuparía por mí.
Bajamos las escaleras hablando de cómo habíamos jugado, o más bien de cómo había jugado yo.
—Mejoraste mucho desde las diez de la mañana—me dijo Martin sorprendido porque al final había logrado hacer una canción en Expert, aunque no tan bien como él.
—Tengo habilidades—le dije, guiñando un ojo.
—Esa no es tu única habilidad—me dijo Martin con media sonrisa.
Lo miré alzando una ceja con suspicacia.
—¿Cuál será mi otra habilidad?—dije fingiendo una voz inocente.
Él se rió, sabiendo que yo sabía lo que diría.
—Tu habilidad para besar, por supuesto.
—Nunca me lo habría imaginado—dije entornando los ojos.
Me pasó un brazo por detrás de la cintura y me acercó a él mientras caminábamos. Empezamos a salir de la mansión cuando recordé a sus padres.
—¿No avisarán que salen?—le pregunté a Martin.
—Les mandaré un mensaje—dijo Sofía.
—OK.
Caminamos en silencio durante un minuto.
—Una pregunta—dijo Martin repentinamente.
—¿Sí?
—Solo me preguntaba si… ¿tu madre sabe lo nuestro?
—Ah…—fue todo lo que dije.
Se me había olvidado ese pequeñísimo detalle y él acababa de recordármelo. No era nada por lo que debía preocuparme… ¿o sí?
La verdad es que no tenía ni idea de qué hacer, porque yo jamás le contaba a mi madre mi vida personal. Yo era muy reservada respecto a esos temas y la única que sabía de mí era Rachel. Pero esto era muy distinto, esto era algo… oficial.
—¿Y…?—preguntó Martin de nuevo, al no obtener respuesta.
—Pues… no… je-je—dije tratando de evadir el tema.
—¿Y le vamos a decir hoy?
—Pues… si quieres… y si lo consideras necesario—dije rogando por que dijera que no.
—Alice…—dijo en tono de reproche.
—Bueno, bueno. Pero tú se lo dices—le dije frunciendo la boca, preocupada.
—¿Es tan mala?—dijo con la frente poblada de arruguitas, por la preocupación que acababa de contagiarle.
—No lo sé. Nunca había tenido novio, así que no había tenido que pasar por esto…
—¿Cómo crees que será?—preguntó con aprensión.
—No tengo la más mínima idea.
Sofía empezó a reírse. Primero la miré confundida, pero al ver como se carcajeaba me contagió la risa.
—¿De qué se están riendo?—preguntó Martin con una sonrisa.
—Yo de su situación—explicó Sofía entre risas—. No tengo idea de que se está riendo ella.
—Simplemente me contagiaste—dije algo avergonzada.
Martin me miró con ternura y me alborotó la melena.
—Les aseguro que no va a ser tan malo—dijo Sofía cuando dejó de reírse totalmente.
Llegamos a mi casa.
—¿Qué vamos a hacer?—dije con la manija de la puerta en la mano.
—Le diremos—dijo Martin decidido—. No puede ser tan malo.
Hice una mueca de dolor, me mordí el labio y respiré hondo antes de abrir la puerta con mucho silencio.
Revisé la sala con cautela antes de abrir totalmente la puerta.
—Adelante—susurré.
—¿Por qué hablas tan bajito?—preguntó Sofía, también susurrando.
—Tengo que prepararme mentalmente para decirle y necesito silencio.
Ella me miró y después trató de contener una sonrisa, pero no lo logró y se empezó a carcajear.
—¿Alice?—preguntó mi madre desde el comedor.
—Sí, mamá. Ya estamos aquí—dije en voz alta, a la vez que cerraba los ojos y me ponía la mano en la frente.
—Ah…—dijo ella mientras se acercaba—Hola, chicos.
—Buenas tardes, Rebeca—dijo Martin mientras se acercaba para tomar su mano.
—Martin, nos volvemos a ver al fin—dijo mi madre rechazando su mano y dándole un beso en la mejilla.
Él pareció sorprenderse un poco, pero de forma grata.
—Mamá, ella es la hermana de Martin, Sofía. Sofía, ella es mi mamá, Rebeca—dije haciendo gestos con las manos, mientras las presentaba.
—Encantada de conocerte—dijo mi madre mientras la saludaba.
—Igualmente, señora—dijo Sofi.
—Por favor, dime Rebeca.
—Rebeca—repitió ella.
—Bueno, adelante. La comida ya está lista—dijo mi madre, haciéndolos pasar.
—Gracias—dijeron Martin y Sofi al mismo tiempo.
Traté de alejarme lo más posible de Martin y de no demostrar contacto físico.
Llegamos al pequeño comedor, donde había una mesa de vidrio para seis personas, era el comedor que usábamos para las visitas o fiestas especiales, pero generalmente comíamos en la cocina, donde había una mesa de plástico para cuatro personas.
—Espero que les guste el espagueti. Es lo único que se cocinar bien—dijo mi madre algo avergonzada.
—No te preocupes—dijo Martin educadamente.
—Por favor tomen asiento, yo iré por la comida. Estas muy callada, Al.
—¿Yo? Para nada—dije nerviosamente cuando me acerqué a la mesa para sentarme, pero se me salió un gallo cuando dije “nada”.
Sofía se hecho a reír y yo le lancé una mirada matadora, pero eso solo hizo que se riera más, ya que, por los nervios, no me salió muy bien.
Tenía mis motivos para estar nerviosa, porque mi madre era enojona. No sabía como actuaría en este asunto, pero era estilo de mi madre el ser iracunda cuando algo no le gustaba y no tenía la menor idea de si eso le gustaría.
—Tranquilízate—susurró Martin en mi oído cuando se acercó a la mesa para sentarse junto a mí.
Respiré hondo y traté de hacerle caso, pero el corazón me latía tan fuerte que podía escuchar mis latidos detrás de mis orejas.
Mi madre salió de la cocina con el tazón del espagueti en las manos y una vez que lo depositó en la mesa, se sentó junto a Sofía.
—¿Estás nerviosa?—preguntó mi madre alzando una ceja, confundida.
—No, para nada. ¿Por qué dices eso? ¿Qué a caso parezco nerviosa? No lo estoy—dije rápidamente y tomé algo de jugo del vaso que estaba en mi lugar.
Se me quedó viendo con sospecha.
—Claro—dijo con sarcasmo, después se dirigió a Martin—. Entonces vas a la escuela con Alice ¿no?
—Sip—contestó él con naturalidad—. Estamos en el mismo grupo.
—Ya veo—dijo mi madre—. Se hicieron amigos muy rápido, por lo que veo, pero no me sorprende tanto sabiendo lo parlanchina que es ella, aunque últimamente ha cambiado. Se ha vuelto mucho más seria.
—Sí, es bastante seria, pero si se le da la oportunidad sabe divertirse—dijo Martin mirándome con complicidad.
—No soy tan seria—dije mientras engullía espagueti a toda velocidad.
—Por favor, sírvanse algo de espagueti antes de que ella se lo termine—dijo mi madre con ojos muy abiertos al ver como tragaba espagueti.
Martin y Sofía se echaron a reír y se sirvieron.
—He notado que últimamente han salido mucho juntos—dijo mi madre después de que todos ya habían comenzado a comer.
Estaba tomando jugo, y al escucharla decir eso me empecé a ahogar, así que Martin me dio palmaditas en la espalda.
—Estoy bien—logré decirle.
—Suficiente—dijo mi madre frunciendo el entrecejo ya con bastante sospecha—, ya dímelo.
Puse una cara de dolor y sorpresa involuntaria, sentí mis manos sudorosas y el corazón a punto de salirse de mi pecho. Respiré hondo varías veces seguidas antes de poder contestarle.
—De acuerdo—dije para mi misma, después proseguí con voz quebrada por el miedo a lo desconocido—. Mamá… Martin es…—tragué saliva—Martin es… mi novio.
Cerré los ojos esperando una explosión, pero no ocurrió nada, así que los abrí para ver su expresión.
Tenía una sonrisa de aquellas que dicen un “Ya lo sabía” o un “¿Eso era todo?”.
Suspiré aliviada.
—Te pusiste muy nerviosa—dijo mi madre cuando empezó a carcajearse por todo lo que había sufrido hasta que se lo dije—. En fin chicos, muchas felicidades, supongo.
—Gracias—dijo Martin con voz divertida.
—No puedo creerlo—dijo, maravillada—, es decir, ya lo sabía, me lo imaginé desde que Alice empezó a actuar así de nerviosa, pero jamás pensé que llegaría este día.
—¿Desde cuando lo sabías exactamente?—le pregunté a mi madre, sorprendida.
—Desde que cruzaste esa puerta, cariño—dijo divertida.
—Es que necesitaba preparación para poder actuar menos nerviosa—dije frunciendo la boca—. Pero entonces… ¿no estás enojada ni nada por el estilo?
—¿Por qué tendría que estarlo?—preguntó ella alzando una ceja y con media sonrisa.
—¿Eso quiere decir que sí puedo salir con Martin?—pregunté estupefacta.
—Tendremos que discutir ciertos puntos después, pero tienes mi permiso, si es lo que tanto te preocupaba—dijo mi madre encogiéndose de hombros.
Una sonrisa empezó a extenderse por mi rostro, entonces miré a Martin, quien a su vez me miraba a mí.
—Debo decir que hacen muy linda pareja—dijo mi madre sonriendo con ternura.
—¿Verdad que sí?—dijo Sofía repentinamente entusiasmada—Sobre todo porque ambos son tan lindos.
—Tú sí me comprendes—dijo mi madre mirando al cielo, como si estuviera dando gracias—. Mil veces le he dicho a está niña lo bella que es pero es muy tímida en ese aspecto.
—Lo sé, pero es tan tierna cuando está avergonzada—convino Sofi.
—Dejen de hablar de mí—me quejé.
Todos se echaron a reír, así que yo, avergonzada, me levanté de la mesa con mi plato vacio para llevarlo al fregadero.
—Con permiso—escuché decir a Martin entre las pláticas de mi madre y Sofía.
—Adelante—dijo mi madre.
En ese momento Martin cruzó la puerta de la cocina y yo me recargue en la barra.
—No fue tan malo—dijo, poniendo los trastes en el fregadero y después acercándose a mí para abrazar mi cintura.
—Pues no, no lo fue en absoluto—dije, abrazándole el cuello.
—Tú estabas tan preocupada—susurró mientras acercaba su rostro al mío con intención de besarme.
—Tenía mis motivos—dije cerrando los ojos y acortando la distancia que separaba nuestros labios.
Empezamos a besarnos suavemente, pero pronto su boca bajó hacia mi cuello y sus manos encontraron un camino en mi espalda baja, dentro de mi blusa.
—Mi madre está en el comedor—susurré en su oído, mientras mis brazos se apretaban alrededor de su cuello aún más.
—Hm… Creo que se enojaría si nos ve así ¿verdad?—dijo, soltando su aliento en mi cuello, acariciándolo con sus labios, lo cual hizo que se me pusiera la piel de gallina.
—Exactamente—dije, separándome de él para poder controlarme a mi misma.
Él soltó una risita y asintió.
Regresamos al comedor, donde mi madre y Sofía ya habían terminado su comida. Mi madre se levantó y tomó los trastos vacios que quedaban sobre la mesa.
—Gracias por la comida—dijo Sofi.
—No hay de que—contestó mi madre desde la cocina.
—Entonces, supongo que nos vamos—dijo Sofía—me gustó mucho conocerte, Alice.
—A mí también, Sofi—dije acercándome a ella para darle un abrazo de despedida.
—Hasta luego, Rebeca—dijo Martin en voz alta para que mi madre escuchara desde la cocina.
Sofía también se despidió de mi madre en voz alta.
—Adiós, chicos. Espero verlos de nuevo aquí muy pronto—contestó mi madre.
—A Martin seguro lo tendrás aquí casi diario—dijo Sofía, pero en voz baja y sonriéndome.
Le devolví la sonrisa y los acompañé a la puerta.
—Yo me adelanto a la casa. Despídanse como debe de ser—dijo Sofía guiñándole un ojo a Martin.
Me ruboricé, pero no dije nada.
—Te amo, nena—dijo Martin abrazando mi cintura—. Nos vemos mañana.
—Recuerda que mañana visitaré a Alex…
—Maldición. Entonces dame una buena dosis de besos para no extrañarte tanto hasta el lunes.
Me eché a reír, pero me fije si mi madre no nos veía y cerré la puerta detrás de mí. Cuando lo verifiqué, abracé su cuello y le planté un beso casi con rudeza.
Él correspondió a mi intensidad y me apretó más la cintura, levantando mis pies del suelo sin cargarme. Mordí su labio y él me beso con más fuerza.
—¡Alice! ¿Estás afuera?—preguntó mi madre desde el interior de la casa.
En seguida nos separamos y alisamos nuestras ropas.
—Nos vemos—le dije dándole un último beso rápido en la mejilla. Él estaba tan sonriente que no pude evitar soltar una pequeña carcajada.
—Sueña conmigo—dijo antes de que cerrara la puerta.
—Y tú conmigo—le contesté al tiempo que cerraba.
Tenía ganas de dejarme caer en el suelo como siempre hacía, pero en lugar de eso me dirigí hacía donde se encontraba mi mamá.
—Aquí estoy—le dije cuando la vi sentada en una de las sillas del comedor.
—Ah… Hm… Ven, siéntate conmigo—dijo con nerviosismo.
¡Está nerviosa! No por favor, que no sea lo que estoy pensando…
—¿Qué ocurre, mamá?—pregunté con fingida tranquilidad.
Suspiró antes de responderme.
—Seré directa. Tenemos que hablar de algunas cosas.
—¿De qué tipo de cosas…?—pregunté acobardada.
—De las que van relacionadas con tener novio, de ese tipo—dijo con voz más firme.
Sí, sí es lo que pienso…
—Ah… ¿Y qué es lo que me tienes que decir?
—Bueno, tú sabes que el tener una relación implica responsabilidades ¿no?
—Mamá… ve al grano ¿quieres?—dije, queriendo zafarme de eso más que nada en el mundo.
—Está bien, ya sabes a lo que voy ¿verdad?—preguntó mi madre tallándose la frente un poco más tranquila.
—Sí, lo sé—le dije bajando la mirada, avergonzada.
—Está bien, entonces al grano. Solo no tengas sexo y si lo tienes, por favor, por favor… protégete ¿sí?—dijo rápidamente.
—Sí.
—Promételo—insistió.
—Lo prometo. ¿Me puedo ir?—dije incómoda.
—OK. Cumplí con mi trabajo de madre, ya vete—dijo aliviada.
Me levanté de la silla a toda prisa y me fui a mi cuarto corriendo. Al cerrar la puerta, hice lo que tanta falta me hacía: desplomarme en el suelo después de un día increíble.
Me quedé un momento sentada, después me levante y fui por mi pijama. Era temprano para irse a dormir, pero me sentía tan cansada que no me importó.
Una vez que tuve mi pijama puesta y me hube lavado los dientes, me acosté en la cama, pero no podía relajarme algo me hacía falta.
Telefonea a Rachel… me dijo la voz de mi cabeza.
Claro, eso era lo que tanta falta me hacía, tenía que contarle ates de que pasara más tiempo.
Tomé el teléfono que se encontraba en la mesita de noche que estaba al lado de mi cama y empecé a marcar, pero sonó el teléfono. Era ella, casi como si la hubiera llamado con la mente. Sonreí ante la coincidencia y contesté.
—Hola, Rache—saludé antes de que ella pudiera hablar.
—Ali, hola—dijo mi amiga con entusiasmo.
—Estaba a punto de llamarte ¿sabes?
—Supongo que me extrañas tanto como te extraño yo—dijo con una risita.
—Así es, además han sucedido muchas cosas este fin de semana—le dije casi sin poder creer que todo había sucedido entre el viernes y el sábado.
—A ti siempre te sucede algo interesante a cada rato—dijo ella con un suspiro—. ¿Recuerdas la secundaria y todas esas locuras? Si no hubiera sido por ti, no habría tenido nada interesante que contar a mis hijos.
—¿Hijos?
—Cuando los tenga, obvio—dijo echándose a reír.
—Es que juntas somos dinamita—dije uniéndome a sus risas—. En fin… Tengo buenas noticias.
—¿Buenas noticias?
—Oh, sí. Muy, muy buenas noticias—susurré con voz misteriosa.
—¿Tiene que ver con Alex?—preguntó tratando de adivinar.
—Nop, tiene que ver con Martin…
—¡Ya dime, me vuelves loca!—dijo después de que prolongué el silencio para hacerla de emoción.
—Ya es mi novio—dije abrazando a la almohada y dando vueltas por toda la cama.
—¡NO!
—¡SÍ!
Nos pusimos a gritar como locas y luego nos echamos a reír.
—¿Eso quiere decir “Au revoir, Alex.” Y “Bonjour, Martin”?
—Exacto—dije casi sin poder contener mi felicidad.
—Oh, Dios. ¿Y Alex ya lo sabe?
—Ese es el detalle…
—Oh-oh… No lo va a tomar nada bien—dijo Rachel.
—Sí, lo sé.
—Solo hace falta recordar cómo lo tomó el lunes. Por lo que me contaste, no fue nada buena su reacción cuando Martin les dijo a todos lo que sentía por ti.
—Por lo mismo no voy a exponer a Martin ni a Alex a una pelea. Mañana voy a ir a su casa, ya sabes, para soltarle la bomba—dije lo más decididamente posible.
—Tienes miedo ¿verdad?—me dijo, escuchando a través de mi decisión, el miedo que emanaba mi voz.
—Me conoces muy bien.
Suspiré.
—No te preocupes, Al. No creo que sea capaz de enojarse contigo.
—Quizá tienes razón—dije tranquilizándome un poco.
—Relájate y cuéntame cómo es que sucedió que tú y Martin se volvieron novios—dijo más emocionada—. Con detalles sucios.
Me reí un poco avergonzada, pero proseguí.
—Pues, todo comenzó el martes. ¿Recuerdas que hablé con él y te comenté que en realidad era más maduro de lo que pensaba…?
Le conté absolutamente todo lo que había ocurrido desde el viernes, cuando fuimos al café, hasta el momento en que le llamé. Y fui bastante explicita en los “detalles sucios”, a los cuales ella respondía con risas escándalos y sonidos de sorpresa.
—¿O sea que se quitaron la playera?—dijo atónita a través del teléfono cuando termine de contarle todo. Ella era de esas personas a las que no les gustaba interrumpir un relato, por eso siempre esperaba al final para las preguntas.
—Si lo dices tú suena aún más pervertido—dije sonrojándome, aunque obviamente ella no podía verme.
—¡No puede ser! Es que, todo ha sido en tan poco tiempo…
—Y a mí me ha parecido tanto tiempo—dije con un suspiro.
—Las cosas salen muy naturales con Martin ¿eh?—dijo con tono socarrón
Me eché a reír.
—Me da mucho gusto por ti. Espero que todo vaya como hasta ahora, pero no se pasen de pervertidos, o si no Martin me va a conocer—dijo como si fuera mi mamá.
—Cálmate. Él me respeta—dije con ganas de echarme a reír por su tono tan maternal.
—De acuerdo, de acuerdo. Bueno, ahora si creo que es tarde—dijo Rachel repentinamente—. Llevamos tres horas hablando por teléfono.
Me fije en mi celular, que estaba sobre la mesita de noche. Eran las ocho con quince minutos.
—Sip, es bastante. Supongo que nos vemos pronto—dije con renuencia a despedirme.
—Ven a mi casa el próximo fin de semana—me dijo antes de colgar—. Si quieres invita Martin.
—Es una buena idea. Veré—dije sonriendo.
—OK. Nos vemos.
—Sip. Adiós.
Colgué el teléfono y me puse una almohada en la cara.
No puede ser tan malo… pensé desconsoladamente, intentando aplacar mis miedos sobre lo que me aguardaba al día siguiente…

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