-Despierta, dormilona... -susurró su voz en mi oído con dulzura y calidez.
Gemí y me tape la cara con la sábana. Se echó a reír y me abrazó.
-¿No quieres ir a Las Vegas? -preguntó con sus labios sobré mi oído, recorriendo la curva debajo de él, por mi mandíbula hasta llegar a mis labios. Acarició mi piel desnuda desde mi hombro hasta mis muslos. Un escalofrío eléctrico acompañó a su mano, al igual que las mariposas que siempre flotaban en mi vientre.
Suspiré y abracé su torso, pegándome a él lo más posible.
-Tengo ganas de quedarme un rato aquí... -murmuré con un bostezo.
-Hm... Tú siempre despiertas antes que yo cuando estamos en clases y ahora que son vacaciones me abandonas -se quejó.
-Tú quisiste desvelarte -respondí, girándome para abrazar una almohada, ocultando mi evidente rubor.
Se echó reír y me abrazó por detrás. Mi piel se erizó cuando me estrechó contra él.
-No puedo evitarlo todas las noches. Lo siento -dijo besando mi cuello.