jueves, 26 de mayo de 2011

Capítulo 8.- Y yo que pensé que era madura...

—Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor—le rogué a Martin durante la mañana del martes, después de una noche de poco sueño por mi aprensión a la plática de Martin y Alex el día anterior.
—No si no me cuentas cuál fue tu sueño—me dijo pellizcando mi mejilla como si fuera una niña pequeña.
—Martin… cualquier otra cosa, pero eso no—le dije con decisión.
Se quedó callado un segundo, mientras pensaba mejor las cosas.
—Hm… ¿Cualquier otra cosa?—me preguntó una vez más, alzando las cejas.
—Sin exagerar—le dije entornando los ojos.
—¿Qué te parecería…? No lo sé… quizá ¿un pequeño… pequeñísimo besito?
Alcé una ceja, escéptica.
—No.
—Anda, uno chiquito…
—No, no, no y mil veces no—le dije cortante.
—Por favor—era increíble, ahora era él quien rogaba.
—Nop—le dije ahora pellizcando yo su mejilla y sonriendo.
Todo esto era ridículo.
—¿Y si te lo robo?—me preguntó con media sonrisa y ojos pícaros.
—Entonces sufrirás una cachetada muy, muy fuerte—le mentí. Como si hubiera forma de resistirme a la sensación después de lo del viernes. Era físicamente imposible.
Le dio un escalofrío al recordar la cachetada de nuestro primer beso.
—Mejor no arriesgarse—dijo frotando su mejilla—. No quiero tener que dar explicaciones otra vez.
—¿Tuviste que dar explicaciones por el golpe?—le pregunté sorprendida.
—También tengo padres—me recordó con tono burlón.
—Cierto—dije con la mirada perdida, pensativa—. ¿Cuándo conoceré a tus padres?
Repentinamente se le iluminó el rostro.
—Podría presentarte como mi novia—me dijo con ojos muy abiertos y una gran sonrisa.
—¡Martin!—le dije echándome a reír.
—Les encantaría, de hecho ya saben más o menos quien eres…
—¿Cómo que ya saben más o menos quien soy?—le pregunté confundida.
—Pues, he hablado mucho de ti con ellos y además saben que me gustas—me dijo aún con su gran sonrisa.
—¡¿Qué?!
—¿Qué tiene de malo?—me preguntó frunciendo el ceño.
—Todo. Es tan vergonzoso—le dije tapándome el rostro con las manos.
—En todo caso, sería vergonzoso para mí, ya que yo no te gusto ¿no crees?—me dijo echándose a reír por mi reacción exagerada.
—Sí, pero ahora como los voy a poder ver a la cara. ¿Y saben que yo lo sé?—pregunté con algo de esperanza.
—Se me ha olvidado mencionarles ese detalle—me dijo repentinamente pensativo.
—No, por favor no les digas—le dije, haciendo un gesto con las manos como diciéndole que parara.
—¿Por qué?
—Martin… ¿qué acaso no sabes como guardar las cosas personales para ti mismo?—le pregunté con sarcasmo.
—No me gusta ocultar cosas.
—Pero no lo ocultas, solo no lo dices—le dije obviándolo con ironía.
Se quedó con la mirada perdida un minuto.
—Es que no tengo nada de que avergonzarme nunca—dijo encogiéndose de hombros—. Desde mi perspectiva, el que la gente oculte cosas es una mala costumbre.
—¿Por qué?—le pregunté, ahora intrigada por su forma de pensar.
—Alice ¿has visto la tele?—me preguntó con sarcasmo—Todos los problemas de las personas surgen por ocultar cosas.
Lo pensé un segundo.
—¿Pero cómo podría ocasionar un problema el que tú no divulgues que yo te gusto?
—Me provocaría inseguridad, pero en cambió, al decirlo desde que lo sentí, fue como una liberación. ¿Si me entiendes?
—Guau…
Era la primera vez que me daba cuenta de que Martin era un chico tal vez bastante más maduro de lo que lo llegué a pensar en un principio.
Tenía razón.
—Pero no todas las personas tienen la seguridad para decir todos esos secretos vergonzosos—le dije frunciendo la boca.
—Ese es otro de los puntos; no hay de que avergonzarse.
—Claro que lo hay—le dije abriendo los ojos con sorpresa.
—No, Alice. No lo hay. Todo lo que nos avergüenza no son más que estereotipos.
—No entiendo…
—Es un tema profundo ¿sabes?—me dijo riendo ligeramente.
—Jamás pensé que tú fueras tan profundo ¿sabes?—le dije riendo igual que él.
—No lo soy tanto, solo es cuestión de pensar un poquito más de lo normal y es a la primera conclusión a la que uno llega—me dijo alborotando mi cabello de manera juguetona.
—Te puedo asegurar que no todos se adentran lo suficiente pensando—le dije sonriendo.
Estaba asombrada. Por lo general nadie de nuestra edad suele pensar tanto, ni siquiera los adultos piensan lo suficiente, o al menos no son lo suficientemente valientes para llevar a cabo sus ideales. Pensaba que solo era un engreído con ego de más, pero de verdad ahora pensaba diferente de Martin.
—Ya hay que bajar del autobús—me dijo cuando por la ventana la escuela estuvo a la vista.
—Solo quisiera conversar un rato más contigo, ya sabes… con tranquilidad—le dije de verdad intrigada.
Yo era una de esas personas a las que les gustaba la gente diferente del resto. Alex me gustaba por su inteligencia y su parecido a mí en muchos sentidos, su gusto por la música clásica—Beatles, por ejemplo—y su forma de ver el mundo, que era algo distinta del resto. Pero jamás pensé que Martin fuera de esas persona. Definitivamente, lo había juzgado antes de conocerlo y era justo eso lo que no me gustaba que las personas hicieran conmigo.
—La escuela no es de esos lugares—me dijo cuando bajamos del autobús.
—Lo sé, pero el tiempo en el autobús es muy corto—dije con la mirada perdida, pensando en qué podía hacer al respecto.
—¿Qué te parece si vamos juntos a algún café el viernes?—me preguntó sonriendo—Pero está vez sin trampas con Rachel y sin decirle a Alex para que no se entrometa.
—¿Sería como una cita?—le pregunté frunciendo la boca.
—De mi parte, tenlo por seguro—dijo riéndose con jovialidad.
—No importa, aún así quiero conocer tu forma de ver el mundo—le dije decidida y respirando profundo.
Sería un desperdicio no hablar con él de esto solo por como viera él  nuestra pequeña salida, ya que de todas formas no podía cambiar la forma en la que yo lo veía.
—Entonces perfecto. El viernes a las seis, paso por ti…

La semana pasó rápido para mí. Decidí no hablar más con Martin del tema profundo hasta que llegara el viernes, para que valiera la pena salir juntos y fuera una conversación larga de intercambios de nuestra cosmovisión.
Me sentí ligeramente nerd, pero era interesante, ya que yo veía el mundo de una manera tan normal, que me resultaba interesante conocer a alguien distinto.
Finalmente llegó el viernes…
Ya le había avisado a mi madre desde el martes, así que estaba todo preparado.
Por primera vez, me emocionaba pasar un rato con Martin de una manera que fuera interesante o agradable desde el punto de vista mental, y no físico.
Eran las cinco de la tarde cuando yo ya estaba lista y, tal y como lo supuse, Martin tocó el timbre a las cinco en punto.
—Hola—lo saludé cuando abrí la puerta.
—Hola. ¿Estás lista?—me preguntó con ansiedad.
—Sip—le dije mientras cerraba la puerta. Mamá acababa de salir cuando el llegó.
Caminamos hacía su carro y él, como todo un caballero, me abrió la puerta al subir.
—Gracias.
—No hay de que—me dijo al cerrar la puerta.
—Así que… explícame eso de que no hay nada de que avergonzarse—le dije mientras conducía.
Se echó a reír.
—¿De qué te ríes?—le pregunté alzando una ceja.
—De que ya se me había olvidado que querías salir conmigo solo para hablar de mi forma de ver el mundo—me dijo cuando dejó de reír.
—¿Para qué más querría salir contigo?—le dije con divertido sarcasmo.
—Pues, no se… Quizá para besarme—dijo guiñándome un ojo.
Me ruboricé.
—Eso ya quedó atrás—le dije, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Para mí aún sigue muy presente—me dijo con voz seria.
—Como sea, yo vine solo para hablar de tu forma de pensar, así que si no vamos a hacer eso, mejor da media vuelta en el auto y regrésame a mi casa—le ordené.
—Está bien, está bien…—me dijo riéndose de mí.
—Bien. ¿Entonces…?
—¿Entonces… qué?—me preguntó alzando una ceja.
—¡¿Por qué no hay nada de que avergonzarse?!—le pregunté perdiendo la paciencia.
—Ah… si eso. Bueno. ¿Recuerdas que te había mencionado a los estereotipos?—me preguntó alzando las cejas con expectación.
Asentí.
—Pues todo lo que nos avergüenza está relacionado a ello.
—¿Por qué?
—Pues, porque lo vergonzoso de una situación se limita al “¿Qué dirán de mí si hago esto…?”. ¿Me entiendes?
—Más o menos. ¿Te refieres a que lo que nos avergüenza es la gente…?
—No exactamente, es más bien lo que dice la gente de nuestras acciones. Por ejemplo: si te gusta un chico ¿cuál es la razón para que no le digas que te gusta? Pues el miedo a que no le gustes tú también y a lo que dirá o pensará de ti. Incluso te avergonzará pensar en lo que diría la gente de ti.
—Tienes razón—le dije sonriendo, después de que lo pensé un minuto.
—¿Lo ves?
—Sí, pero aún no veo muy claro el motivo para que divulgues todo—le dije frunciendo el ceño, pensativa.
—Ya te lo dije… es como una especie de liberación. Si no lo hiciera sería como un mal habito.
—¿Y desde cuando descubriste todo esto?
—Esa es una larga historia…—me dijo con la mirada perdida.
—Quisiera escucharla, si no te parece demasiado entrometido—le dije con cautela al ver su expresión pensativa.
Me miró contrariado.
—Si no te lo dijera, violaría mis propias reglas—dijo con media sonrisa.
—¿O sea que sí hay algo que te avergüence?—le pregunté abriendo los ojos de golpe.
—No con cualquiera—admitió—. Es que tú eres especial.
—¿Especial?
—Eres una de las pocas personas que me importa lo que piense de mí—me dijo sonrojándose.
—Ah—fue todo lo que dije.
—Entonces… ¿aún quieres saber?—me preguntó, después de que estacionó el carro afuera del café al que íbamos.
—Pues… si tú no te sientes bien contándome mejor no—le dije con una sonrisa.
Se me quedó viendo con cara de sorpresa.
—No conocía este aspecto tuyo—dijo tocando mi rostro de repente y de paso, haciendo que el cosquilleo eléctrico corriera por la piel de mi mejilla.
—¿Qué aspecto mío no conocías?—le pregunte, cohibida.
—Es qué la mayoría de la gente suele siempre querer saber los secretos de otras personas y por eso mismo me sorprende que tú no quieras saber una de las pocas cosas en el planeta que tienen un potencial vergonzoso para mí—me dijo ahora alborotando mi cabello—. Aunque de todas maneras supe que eras especial desde que me rechazaste la primera vez que te vi. Por lo general todas las chicas seden ante una cara guapa.
Me eché a reír y él conmigo.
—No todas las chicas tienen solo chicos guapos en el cerebro—le dije cuando bajamos del carro—. Yo prefiero inteligencia y me intereso más por mi familia y por las calificaciones, en gran parte.
—Sí… pero la mayoría de las chicas si se dejan convencer en seguida. En cambio tú me costaste trabajo, de hecho, me estas costando trabajo.
—¿Soy un reto más?—le dije con una sonrisa comprensiva.
Se quedó callado mirando a la nada un minuto.
—De hecho, no—contestó finalmente como si se hubiera dado cuenta de algo.
—¿Entonces… qué soy para ti?—le pregunté ligeramente curiosa por su respuesta.
Tomó mi rostro entre sus manos repentinamente, con una mirada tan seria que no parecía ser él mismo.
—Aunque suene muy cursi… en este momento siento… que eres la persona con la que quisiera casarme—me dijo viéndome a los ojos, mientras estábamos a algunos pasos de la entrada del café.
Me eché a reír a pesar de la seriedad con la que lo dijo. Él esbozó media sonrisa.
—A todo vas demasiado rápido—le dije separándome de él y caminando hacía la entrada del café.
—Quizá—admitió—, pero al menos tengo oportunidad ¿no? A pesar de ir rápido.
—Debo admitir que… sí, la tienes, incluso más ahora que se que no eres solo una cara guapa y un cuerpo escultural—le dije de forma divertida.
Se adelantó y abrió la puerta del café para que yo pasara.
—Gracias—le dije.
—Así que… a ti te gustan los cerebros ¿eh?—dijo con la mirada perdida una vez que estuvimos sentados uno frente al otro en una de las mesas más alejadas de el resto de la gente.
—No tanto solo los cerebros—dije frunciendo la boca y después riendo—. También me gustan los chicos guapos, es decir, me gusta que el físico también sea aceptable.
—Estas buscando alguien perfecto—me dijo riendo conmigo.
—O algo bastante cercano a la perfección—dije asintiendo.
—Por eso no te gusté como al resto de las chicas ¿verdad?—me dijo con ojos divertidos—Te hacía falta saber si tenía cerebro.
—Hm… Más que nada fue el modo en que llegaste a mí. O sea, te acababa de conocer y ya me estabas preguntando si tenía novio. Ahora que conozco como piensas, te entiendo, pero en ese momento solo pensé que eras un engreído, un cabeza hueca… sin ofender.
Él se echó a reír.
—Puede que sí sea un poquito engreído—dijo sonriendo como a modo de disculpa—. Pero es que ninguna chica me había rechazado en toda mi vida. Obviamente no pensé que tú serías la excepción a la regla.
—Yo debería ser la regla y no la excepción—le dije poniendo mi mano en mi frente y negando con la cabeza como gesto de reprobación—. ¿Cómo pueden las chicas ser tan… manipulables por el físico de un chico?
—¿Tú no eres así para nada?—me preguntó alzando una ceja de forma provocativa y tocando mi mano, que descansaba sobre la mesa. Sentí el cosquilleo eléctrico que corría a través de nuestra piel tocándose.
—Lo mío no es por el físico—le dije sin retirar la mano.
—Y ¿por qué es entonces?—me preguntó frunciendo el ceño.
—Sinceramente, no tengo ni idea. Solo sé que siento un cosquilleo eléctrico cada vez que me tocas—admití ruborizándome y desviando la mirada—. ¿Tú no lo sientes?
—Sí lo siento, recuerda que hace tiempo ya lo había mencionado—susurró—; pero yo sí se por qué lo sentimos.
Lo miré de repente. Estaba con la vista clavada en nuestras manos.
—¿Por qué?
—Porque te gusto más de lo que tu misma crees—me dijo mirando mis ojos y sonriendo, pero con seriedad.
—Yo creo que tú, más bien, tienes un poder con el cuál haces que yo sienta lo que tú quieres que sienta—dije riéndome, pero retirando mi mano.
—Sí, claro—dijo con divertido sarcasmo—. Si así fuera ya habría hecho que te enamoraras de mí.
—¿Puedo tomar su orden?—preguntó el mesero de repente.
—Yo quiero un capuchino y un baguette—dijo Martin y después me miró.
—Yo un frappé y… pie de limón—le dije mientras revisaba la carta rápidamente.
—En seguida traigo su orden—dijo sonriéndome.
Asentí, devolviéndole la sonrisa amablemente.
—Bueno, cuéntame más sobre como ves las cosas—le dije a Martin, recordándole porque estábamos ahí.
—¿Por qué quieres saberlo?—me preguntó intrigado.
—Es que me gusta la gente diferente—dije encogiéndome de hombros.
—Y mi forma de pensar es… ¿diferente?—dijo frunciendo el entrecejo.
—Sip. Por eso es que ahora me caes un poquito mejor que antes—le dije guiñándole un ojo.
—A veces no te entiendo—me dijo con una sonrisa asombrada.
—¿No me entiendes?—le pregunté confundida—¿Cómo?
—Es solo que me confundes, Alice Miller—me dijo recargando su mentón sobre su mano.
—Ahora yo no entiendo…
—Es que, a veces pareces ser tan rígida y luego, repentinamente cambias y te vuelves tan dulce y tierna conmigo, y después vuelves a ser seria. Me hipnotizas—me dijo encogiendo sus hombros y cerrando los ojos como si fuera algo muy obvio—. Eres interesante.
—Eres el único que piensa eso—le dije suspirando.
—Claro, pero es porque soy el único que no se dejó intimidar por tus ojitos aterradores—dijo riéndose—. Ya en serio, aún así no creo ser él único que piense eso.
—Más bien tú eres él único lo suficientemente tonto como para creer eso—le dije con media sonrisa.
—Si así es, entonces me gusta ser tonto.
—Y sigues siendo tonto—le dije entornando los ojos.
Nos echamos a reír juntos y después llegó el mesero con nuestra comida. Seguimos cenando y conversando sobre algunas cosas serias, otras tonterías. Más tonterías que cosas serias…
Terminamos la cena y Martin pagó la cuenta, a pesar de que quise pagar mi parte.
—¿Estas lista para irnos?—me preguntó una vez que el mesero llegó con el cambio.
—Sip—le dije una vez que me levanté de la silla.
Caminamos juntos hacía el auto una vez que salimos del café. Abrió la puerta para que entrara al auto una vez más.
—Gracias—le dije, después le pregunté—. ¿Por qué siempre eres tan educado?
—Solo soy así con las chicas—dijo sonriendo.
—Pero no todos los chicos son así con las chicas—le dije frunciendo el ceño confundida—, al menos no conmigo—era mejor no generalizar a la palabra “chicas”, ya que solo era yo la chica a la que hasta hace poco los chicos empezaron a mirar.
—Tienes razón, no todos los chicos son así—dijo sacándome de mis pensamientos—, es solo que mi madre me lo ha enseñado. Siempre tengo que respetar a las mujeres y esas cosas.
—Tengo curiosidad sobre como es tu familia…
—Como todas las familias. ¿Sabias que tengo una hermana mayor?
Abrí los ojos de golpe por la sorpresa.
—No lo sabía.
—Casi nadie lo sabe. Ella está estudiando en Oxford. Es un cerebrito—dijo en tono burlón.
—Hay muchas cosas que no sabía de ti…
—Y ahora que las sabes… ¿estoy en mejor posición para conquistarte?—me preguntó con mirada inocente.
—No lo sé—le dije echándome a reír por su cara de perrito.
Él suspiró.
—¿Puedo hacerte una pregunta?—le dije después de un minuto de silencio.
—Lo que tú quieras—me dijo con amabilidad.
—Bueno, es que tengo algo de curiosidad, pero en realidad es una tontería…
—Ya dímelo—me interrumpió.
—Está bien, pero antes tengo que explicarte porque lo pregunto ¿sí?
Asintió mientras me miraba con curiosidad.
—Mira, es que me he dado cuenta de que últimamente he estado teniendo algo así como… mucho éxito con los chicos—me sonrojé un poco al decirlo—, pero no siempre ha sido así. Entonces lo que me he preguntado mucho es qué habrá sido lo que cambió tanto en mí, para pasar a ser de la amiga loca, pero no más que una amiga, a que actúen como perritos falderos. Ya que tú no me conocías antes no podrías responderlo con exactitud para decirme el cambio, así que solo me conformaría con saber que es lo que te gusta de mí—concluí en susurros, avergonzada. Habría sido mejor no preguntar, porque había sonado mucho peor de lo que sonó en mi mente.
—Me imaginé que no siempre habría sido así. Si así hubiera sido desde un principio, Alex jamás hubiera cometido el error de comenzar una relación con Helen—me dijo encogiéndose de hombros.
—¿O sea que sí ha habido cambio?—le pregunte, aunque sonó como afirmación.
—Probablemente…
—¿Y qué crees que haya sido lo que cambió?
—No lo sé, yo solo podría decirte porque me gustas tanto a mí. No estoy en la mente de los demás chicos, aunque lo más seguro es que se deba en gran medida a tu físico—dijo primero viéndome a la cara y después bajando la vista.
—¡Martin!—me quejé, tomando su rostro con mi mano izquierda y devolviéndole la mirada hacía la calle.
—Perdón, es que soy un hombre. También tengo debilidades, como todos los demás—dijo mientras reía.
—Eso me quedó en claro desde hace mucho, pero mínimo contrólate—le dije enfurruñada y con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Está bien, lo intentaré—dijo carraspeando.
—¿Entonces de eso se trata todo? ¿Del físico?—le pregunté con ironía, aunque confundida a la vez.
—Pues, la mayoría del tiempo.
—No entiendo.
—Si es lo más sencillo del mundo—dijo riendo de nuevo.
—No me refiero a eso—le expliqué—. Lo que no entiendo es que si se fijan en el físico… ¿por qué se fijarían en mí entonces?
—Alice… ¿a caso te crees fea?—me dijo con una nota tanto de sorpresa como divertida en la voz.
—Pues… no fea pero, tampoco soy nada espectacular—le dije ruborizándome y con la vista fija en el parabrisas.
—¿Nada espectacular? Por supuesto que lo eres.
—Es que eso es lo que no entiendo. ¿Qué me ven?
—A cualquier otra chica no le importaría ese detalle con tal de que la notaran, pero en cambio tú, hasta para esto pides explicaciones—dijo negando con la cabeza suavemente.
—Es que si fuera algo común para mí, quizá no pediría explicaciones, pero todos mis “fans”—hice un gesto con los dedos enmarcando la palabra fans—han aparecido de la nada. ¿Cómo esperas que no quiera alguna explicación razonable?
Se quedó pensativo un momento.
—Hay chicas, que durante la secundaría y la primaria no atrapan ni a una mosca, pero cuando llega su… ejem… desarrollo—dijo ruborizándose de manera incómoda—, cambian totalmente y pasan de ser patitos feos a cisnes. No lo sé, a lo mejor sea eso.
—Pareces doctor—le dije echándome a reír por la manera en que me había explicado todo.
—Es que con tus preguntas me haces llegar a la barrera de lo incómodo—me dijo rojo como tomate.
—Bueno, no importa, de todas maneras saberlo no me va a servir para nada—dije cuando dejé de reír.
Permanecimos callados el resto del camino hasta mi casa. Sentí como la electricidad crecía en el silencio. Se sentía como la anticipación a algo y yo recordaba esa sensación de nerviosismo.
Me acompañó hasta la puerta de la entrada una vez que llegamos.
—¿Aún no ha llegado tu madre?—me preguntó mirando el lugar donde estacionaba el carro, vacío.
—Al parecer no—dije mientras le daba la espalda para abrir la puerta, entonces sentí como me abrazaba, así que tiré las llaves por la sorpresa.
”¿Qué haces?—le dije susurrando.
Me dio la vuelta y presionó sus labios contra los míos y, como siempre, no pude evitar devolverle el beso.
Abracé su cuello para acercarlo y él me apretó más la cintura con un brazo mientras que con el otro tocaba mi rostro.
Alex…
¡Oh! Vamos, solo será un segundo… le dije a la voz, interrumpiéndola.
Me agaché por las llaves, apoyándome en la puerta, sin despegar mis labios de los suyos. Él se agachó conmigo y tomó las llaves para abrir la puerta con urgencia.
Una vez que estuvimos en el interior de la casa el me abrazó fuerte por la cintura y me cargó. No me opuse, como abría hecho en un momento más consiente, en lugar de eso le rodeé la cintura con las piernas mientras lo besaba.
Me llevó cargando hasta el sofá de tres piezas. Me pregunté por qué sería que siempre nos besábamos en el sofá, así que decidí cambiar las cosas un poco.
Me paré del sofá y lo tomé de la mano, para llevarlo a mi cuarto.
—¿A dónde vamos?—me preguntó.
No le respondí, no podía pensar mucho.
Llegamos a la puerta de mi cuarto, donde empecé a besarlo de nuevo.
Volvió a cargarme hasta llegar a la cama, donde se dejo caer sobre mí. Empezó a tocar mi pecho y yo pasé las manos por debajo de su playera para acariciar su piel desnuda.
Nos dimos la vuelta y quedé sobre él. Le quité la playera y besé su abdomen, él se estremeció y buscó mis labios con los suyos mientras sus manos desabotonaban mi blusa. Besó mi cuello y luego más abajo hasta llegar a mi abdomen.
¿Qué estas haciendo? Me dijo la voz.
No me molesté en responderle. Solo quería que Martin estuviera aún más cerca de lo que ya estaba.
Sus manos se deslizaron por mi espalda, me abrazó con más fuerza y me pegó a él.
Nos dimos la vuelta sobre la cama una vez más y el quedó sobre de mí, besando mi cuello mientras yo tocaba su abdomen y pasaba las manos por su pecho.
Besó cada superficie desnuda de mi cuerpo hasta llegar a mi cintura, donde me acaricio con sus manos…
Sus labios recorrieron mi ombligo, mi pecho, mi cuello, mis labios y al mismo tiempo yo probé su cuerpo. Sentía esa sensación eléctrica y placentera que me hacía temblar por todo el cuerpo, a todo mí alrededor. No quería llegar más lejos de lo que ya habíamos llegado así que nos quedamos ahí, solo abrazados, jadeando.
¿Qué acababa de pasar?
Él estaba ya tranquilo, acariciando mi espalda y estrechándome contra su pecho. La sensación, a pesar de estar relajada ya, era eléctrica. Ya era muy tarde como para arrepentirse, así que le devolví un gesto y besé su pecho desnudo con ternura. Él beso mi pelo en respuesta y después alzó mi rostro para verme a los ojos.
—¿Sabes qué acabamos de hacer?—me preguntó con voz ronca.
—Sí—le contesté preocupada—, y más te vale no llegar más lejos.
Se echó a reír.
—Tranquila, no llegaré hasta donde tú no quieras que llegue—me dijo acariciando mi cabello.
Me ruboricé.
—Te amo, Alice—me dijo al oído—, y siempre te amaré.
—Yo… te quiero—le dije tímidamente, acurrucada en su pecho.
Alzó mi rostro una vez más y me besó con ternura, mientras acariciaba mi pelo. En ese momento escuchamos el ruido de unos neumáticos estacionándose en frente de la casa. Abrimos los ojos de golpe.
—Mierda—dije parándome de la cama y vistiéndome a toda velocidad.
Él también se levantó e hizo lo mismo, con cara de espanto.
—¡Alice! ¡¿Estás en casa, amor?!—preguntó mi madre desde el piso de abajo, cuando apenas tenía abrochada media blusa.
—¿Qué hago?—le pregunté a Martin en susurros.
—No le respondas—dijo ayudándome a terminar de abrochar mi blusa, ya que él ya había terminado de vestirse.
Escuchamos sus pasos mientras subía las escaleras.
—¿Dónde nos escondemos?—me preguntó dando vueltas mientras buscaba un lugar.
—Debajo de la cama—le dije mientras me sambutía debajo y lo jalaba conmigo.
Una vez que estuvimos escondidos escuchamos con atención sus pasos, que se acercaban más y más, hasta que vimos como se habría la puerta de la habitación y la luz se encendía. Miré a Martin y él me miró a mí. Tenía la cara más asustada que le había visto poner en todo lo que llevaba de conocerlo.
Escuchamos como mi madre suspiraba y salía de la habitación. Sus pasos se alejaron y escuché claramente como cerraba la puerta de su cuarto y encendía la televisión.
Me desplomé en el suelo, completamente aliviada. Después volví a mirar a Martin y nos echamos a reír bajito. Se acercó para besarme en los labios, lenta pero apasionadamente.
—Acabamos de estarnos toqueteando a medio vestir—dije negando con la cabeza y tapándome la cara con las manos cuando dejó de besarme—¿Puedes creer la soberana tontería que acabamos de hacer? Casi tuvimos sexo y solo tenemos quince años.
—Yo creo que hubiera sido soberana tontería si hubiéramos tenido sexo, pero todo está bien así—me dijo recostando la cabeza sobre mi pecho.
—De acuerdo, solo una soberana tontería de mí parte porque, en su momento, yo no me preocupe por eso. Yo… yo… No se que habría sucedido.
—Tranquila, Alice. Lo hecho está hecho—me dijo con serenidad, besando mi cuello con ternura.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?—le pregunté exasperada.
—Es simplemente que…—respiró hondo de pura autosuficiencia—estoy tan feliz que casi siento que es un sueño.
—Eres un cursi—me burlé alzando su rostro y besándolo.
Acarició mi cintura y mi espalda baja y yo acaricié su rostro y su pelo mientras nos besábamos.
—Será mejor que bajemos antes de que mi madre se preocupe porque aún no estoy en casa—le dije suspirando. La verdad era que aún no quería que se fuera.
—Son como las nueve y pico. Podemos estar aquí un rato más—me dijo acariciando mi nariz con la suya—. Hasta las diez ¿sí?
—Hecho—le dije riéndome y besándolo otra vez.
Te voy a abandonar de por vida, me dijo la voz de mi cabeza. ¿De qué te sirvo yo? Llegaste a desvestirte con el chico, aún bajo mi supervisión.
Lo sé, pero fue todo tan… maravilloso. Suspiré en mi mente.
¿Y Alex?
Una oleada de tristeza recorrió mi cuerpo en respuesta a su nombre, pero no fue tan malo porque Martin me estrechaba entre sus brazos.
Me voy a olvidar de él… le contesté decidida a la voz.
¿Qué…? Preguntó, temblorosa por el dolor que emanaban esas palabras, a pesar de la decisión.
Es mejor así. De verdad quiero a Martin y el está loco por mí. Alex sigue con esa zorra, así que es estúpido dejar que Martin sufra si casi siento lo mismo por él…
“Casi” es la palabra clave aquí…
Pero “casi”, para mí es suficiente hasta que me olvide de Alex. Concluí.
Me concentré en Martin. En lo que sentía mientras él me abrazaba. No nos estábamos besando, simplemente me abrazaba. Estábamos acostados cómodamente en el suelo. Mi cabeza descansaba en uno de sus brazos, mientras que con el otro me abrazaba por la cintura y me pegaba a él. Yo tenía los brazos descansando sobre su pecho y dibujaba con los dedos figuritas en forma de corazón con las letras “m” y “a” en el centro.
Él miraba mi cara.
—¿En qué estás pensando?—me preguntó repentinamente.
—Estaba pensando en lo que siento al estar contigo…
—¿Y qué sientes?
—Que te quiero—le dije mirándolo a los ojos y dejando de hacer figuritas en su pecho.
—Yo te amo—me dijo dejando de abrazarme para tocar mi rostro.
—También pensaba en otra cosa…
—¿En qué?
—Ya tomé una decisión. Me voy a olvidar de Alex, ahora quiero estar contigo—le dije sonriendo con inseguridad.
Abrió mucho los ojos y una sonrisa hermosa se extendió por su rostro.
—¿De verdad?—me preguntó con voz temblorosa.
Asentí, divertida al ver su reacción.
Me abrazó fuertemente pegándome a su pecho. Casi me dejó sin aliento.
—No sabes lo feliz que me has hecho está noche. Te juro que hoy podría morir feliz…
—No quiero que te mueras. Quiero tenerte conmigo—le susurré, mientras besaba su pecho.
—Y me tendrás toda tu vida, amor mío—me dijo besando mi frente.
Me ruboricé por la forma en que me llamó. No estaba acostumbrada a que nadie me dijera nombrecitos empalagosos, a excepción de mi madre.
—Te quiero—me limité a decir.
Nos quedamos abrazados en silencio otro minuto. La verdad es que me sentía muy feliz, aunque no sin una ligera nota amarga por la decisión que acababa de tomar, pero más feliz que triste. Me sentía satisfecha.
—¿Cómo se lo vamos a decir a Alex?—le pregunté al cabo de un rato.
Se quedó callado un momento.
—No lo sé—me dijo con voz preocupada.
Me alejé para ver su cara.
—No creo que le guste la noticia ¿sabes?—le dije frunciendo la boca.
Se echó a reír.
—Dímelo a mí. Casi me rompe la cara cuándo le dije que me gustabas—me dijo tocando mis labios delicadamente con su pulgar.
—Yo te protegeré—le dije sonriendo y besando su dedo.
Se rió de mí.
—Y yo te protegeré de que me protejas. Crees que dejaría que una criaturita tan delicada y bella como tú se enfrentara a ese fortachón que está de mi tamaño—me dijo divertido.
—Tú no eres tan grande—le dije mordiendo su labio.
Me besó con fiereza.
—¿Cuánto apuestas a que en luchitas te gano?—me dijo besando mi cuello.
—Yo creo que sería empate—dije acariciando su abdomen. Me gustaba sentir el calor de su piel y sus músculos bajo mis manos.
—¿Quieres que luchemos ahora?—me preguntó cuando estuvo sobre de mí, acariciando con sus manos la piel desnuda de mi cintura y mis costillas.
—Me encantaría, pero creo que mi mamá nos escucharía ¿no crees?—le dije besándolo—Además, creo que ya pasan de las diez.
—Oh… hasta las once—me dijo echándose a reír.
Me reí con él mientras negaba con la cabeza.
—No, no, no. Nada de eso, demasiado por hoy—le dije quitándomelo de encima, pero besando su cuello a la vez…
—Solo una luchita diminuta—suplicó en broma.
—Luchita de labios ¿sí?—le dije sonriente.
—Sí—dijo besándome apasionadamente. Sentía mariposas cada vez que me besaba de esa manera… bueno, más bien cada vez que me besaba y punto.
—Ya—dije cuando empezamos a jadear.
—Bueno…—dijo rindiéndose.
Salimos de abajo de la cama silenciosamente.
—¿Dónde están las llaves?—le pregunté una vez que verifiqué que yo no las tenía.
—Las tengo yo—dijo metiendo la mano al bolsillo trasero de su pantalón.
Sonreí.
—Permíteme—le dije metiendo la mano en su bolsillo. Él sonrió y me abrazó mientras yo hacía mis cochinadas.
Al salir del cuarto cerré la puerta con sigilo. Bajamos las escaleras tomados de la mano y salimos de la casa. Suspiré de alivio.
—Ahora sí, hasta la vista—le dije, dándole un beso rápido en los labios.
—Espera, nena—me dijo abrazándome para no dejarme ir—. ¿Podemos vernos mañana? No creo poder aguantar hasta el lunes.
—Hm… Déjame pensarlo…—le dije con expresión seria y luego sonreí—. Claro que sí.
—Perfecto, entonces paso por ti mañana a las ocho de la mañana—dijo con entusiasmo—. ¿O es muy temprano?
—No, yo tampoco quiero perderme un segundo—dije recargando mi mejilla en su pecho. Sentí como besaba mi pelo.
—Te amo tanto—me dijo con un suspiro.
—Lo sé—le dije cerrando los ojos—. Ya, suficiente. Nos vemos mañana. Te quiero.
—OK. Yo también te quiero. Nos vemos—esperó a que cerrara la puerta para irse.
Me quedé escuchando sus pasos mientras se alejaba hacía su auto y después como se alejaba el silencioso rugido del motor. Me recargué en la puerta y me dejé caer hasta el suelo, como hacía cuando casi no me creía lo que me pasaba.
Suspiré y me descubrí sonriendo a mí misma.
Estaba feliz.
Me levanté y subí al cuarto de mi madre, pero luego recordé lo que había pasado la última vez que nos… ejem… habíamos besado… y que mi cuello había quedado rojo a más no poder, así que fui al baño antes y me eché una ojeada.
No me veía rara, solo exageradamente despeinada y ruborizada, así que me eché algo de agua en la cara y me cepillé un poco el cabello.
—Ya estoy en casa, mamá—le dije al abrir la puerta de su cuarto.
—Alice ¿Qué hora es esta de llegar?—me dijo un poco molesta.
—Lo siento—le dije sonriendo a modo de disculpa—. Es que perdimos el sentido del tiempo, ya sabes, platicando y todo eso.
—Pudiste haber llamado.
—Sí, pero ya me conoces, casi nunca me llevo el celular.
—Por eso mismo ni siquiera intenté llamarte—dijo negando con la cabeza y después suspiró—. En fin, ya estás aquí. Ya vete a dormir.
—Hm… espera, es que hay algo que quiero preguntarte antes—le dije.
—¿Aja?
—Solo es… ¿si te parece bien si mañana salgo con mi amigo…?
—¿De nuevo Martin?—preguntó frunciendo el ceño.
—Sip.
—¿A que hora?
—A las ocho de la mañana—dije tratando de casi no darle importancia al asunto.
—¿A las ocho?—preguntó abriendo mucho los ojos—¿Qué harán tan temprano?
Jugar luchitas…
—Me invitó a desayunar y en su casa lo hacen temprano.
—Ah… Que amable. Está bien. ¿Cuánto tiempo estarás haya?
—No lo sé… Probablemente mucho.
—Si quieres invítalo a comer.
—Está bien. Bueno, ahora sí me voy a dormir.
—Qué descanses, amor.
—Igual, mamá…

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