domingo, 29 de mayo de 2011

Capítulo 12.- ¿Dónde está mi dignidad? Ah, sí... En Orlando, supongo.

Desperté con la poca luz que se colaba a través de las cortinas cerradas y vi que estaba totalmente sola. La cama de Rachel estaba hecha y había una nota sobre una de las almohadas, decía:
Alice, no quise despertarte. Salí a recorrer la ciudad con Austin. ¿Puedes creerlo? ¡Me invito y está buenísimo! En fin, nos vemos después. Hay comida en el cuarto, cortesía de servicio a la habitación. Los padres de Martin están en la playa y su número está al final de la hoja, por si necesitas algo. Te quiero y nos vemos. Deséame suerte con el chico… Besos. Atte. Rachel
Suspiré después de haber leído la nota. ¿Ahora qué?
Salté hasta el carrito de comida que estaba a un metro de mi cama y comí lo más rápido que podía. Después, sabiendo que no podría hacer nada con mi tobillo aún doliendo, tomé el teléfono que estaba en la mesita de noche y marqué a la habitación de Martin.
—¿Hola?—contestó la voz de Carlos.
—Hola, soy Alice.
—¡Ah! ¿Qué hay?—me preguntó con voz aguda. Puse cara rara por el nerviosismo en su voz, aunque sabía que no podía verme.
—¿Qué te pasa? Te escuchas raro—le pregunté.
—Nada… Es que acabo de despertar y… en las mañanas siempre tengo mucha energía—dijo con rapidez.
—Hm… Está bien. ¿Y de casualidad está Martin?—le pregunté, decidiendo que sus cosas no eran mi problema.
—No… es decir, sí. Es que salió—me contestó inseguro.
Fruncí el entrecejo y entrecerré los ojos con sospecha.
—Aja… ¿A dónde salió?
—Al baño.
—Tienen baño en su habitación, Carlos.
—Me refiero a que se está bañando, no salió, solo se está bañando.
—¿Entonces está bien si voy a visitarlos?—le pregunté, casi como si fuera un reto, aprovechándome de que él no sabía que no podía hacerlo debido a mi tobillo.
—¡No! Es que… estamos desnudos. Sí, eso es—dijo casi con alivio.
—Tú y Martin están desnudos en un cuarto—dije echándome a reír.
—¿Qué? ¡No! ¡¿Qué cosas dices?!—gritó alejándose del auricular.
—Tranquilízate, solo deja de inventar cosas y dime qué ocurre—le dije respirando profundo y dejando de reír.
—Lo siento, tengo que irme ahora—dijo de repente—. Te veo luego, Al.
—¿Qué? No, espera—intenté decir, pero ya había colgado.
¿Qué está pasando?
Intenté calmarme y pensar con tranquilidad.
Veamos la evidencia. Me organicé en mi cerebro.
Primero, Carlos definitivamente escondía algo referente a mi novio, lo cuál era extraño ya que Martin nunca me había ocultado cosas. Y segundo, no tenía oportunidad de hacer mucho como ir al cuarto de Martin para hablar con él, porque para empezar no sabía si realmente estaba ahí y mi tobillo dolía, aunque no tanto como la noche anterior; además de que estaba totalmente sola en mi cuarto.
¿Qué hago?
No puedes salir de la habitación, eso es seguro… me dijo la voz sensata en mi cabeza, como si no fuera obvio. A veces incluso yo misma era irritante.
Me fije en mi tobillo. No estaba inflamado ya, pero aun dolía un poco. Pensé que quizá con un baño de agua caliente se quitaría el dolor y relajaría mis músculos, así que saltando me dirigí a la tina del baño y la llené con agua caliente.
No tenía demasiada prisa, así que me relajé y dejé que el agua relajara cada parte de mi cuerpo mientras ideaba un plan.
Lo siguiente que haría después de salir del baño sería llamar a Sofía. En caso de que estuviera fuera, llamaría a Alex, pero eso le disgustaría a Martin, aunque desde que decidió ayudarle en el partido de voleibol el día anterior, de alguna manera habían desarrollado algo de camaradería, aunque de todas formas, seguramente el estaría fuera con Helen.
Me llevé las manos a la cara con desesperación. Estaba atrapada en el cuarto de hotel, con posibilidades de entretenimiento nulas, ya que soñaba si creía que alguno de mis amigos se quedaría en su habitación estando en el Caribe, realmente no habría nadie en sus cuartos.
Me hundí en el agua de la tina e hice burbujas sacando el aire por la nariz, cuando repentinamente escuché tres fuertes golpes en la puerta.
Rápidamente me las arreglé para salir de la ducha y envolverme con una de las toallas que estaban en las estanterías. Estuve a punto de resbalarme cinco veces mientras saltaba a la puerta, prácticamente haciendo malabares.
Ni siquiera pregunté quien era, ya que estaba segura de que era Martin. Abrí la puerta completamente y observé a mi visitante, que desafortunadamente no era mi novio. Suspiré y miré a Daniel con decepción, luego miré alrededor del pasillo, para ver si había alguien que pudiera ayudarme a encontrar a mi novio perdido.
—Hola—lo saludé distraídamente.
No me respondió, así que volví a mirarlo. Él tenía la vista totalmente perdida en la toalla que envolvía mi cuerpo; pequeño detalle del que me había olvidado en las prisas por abrir la puerta.
Entrecerré la puerta rápidamente y lo miré con un poco de disgusto, mientras él levantaba la vista y me miraba a los ojos con una sonrisa estúpida en su rostro de niño.
—Me gusta más la toalla que el bikini, es más fácil de quitar—dijo con picardía.
—¿Qué quieres?—le pregunté, tratando de ser amable a pesar de su comentario.
—Venía a ver si estaba bien tu tobillo, aunque no estaba seguro de encontrarte aquí. Nadie está en su cuarto. Irving salió a no sé donde con tu novio y…
—Espera… ¿Qué?—lo interrumpí cuando mencionó a Martin.
—¿Cómo está tu tobillo?—preguntó confundido.
—No. ¿Martin salió con Irving?—le pregunté frunciendo el entrecejo con confusión.
—Sí. ¿No te avisó?—me preguntó con voz sorprendida y claramente disfrutando el momento.
—No—dije torciendo los labios.
—Hm…—fue todo lo que dijo.
—¿Está Sofía en el hotel?—pregunté esperanzada.
—No, ella salió a recorrer los centros comerciales y Helen se apuntó con ella. Carlos se fue con ellas, pero Alex prefirió quedarse y es el único que sigue en el hotel, sin contarme a mí y a Bruce y Verónica, que están en la playa. Y me imagino que la guacamaya te habrá avisado que salía con Austin—dijo encogiendo sus hombros.
—Así que Alex sigue aquí…—dije con alegría para mi misma.
Al menos tenía un amigo en el hotel—uno que me respetara lo suficiente y que no traicionaría mi confianza intentando besarme—, aunque aún así no podía creer como Martin me había dejado sola, incluso recordaba que me había dicho que llamaría a un doctor que examinaría mi tobillo.
—Sí… En fin—dijo Daniel meciéndose  de atrás para adelante con tranquilidad—. Y… ¿Me vas a dejar aquí parado?
Lo miré un momento, frunciendo el ceño, luego miré mi atuendo y luego de nuevo lo miré a él.
—¿Te parece que estoy en condiciones de dejarte pasar?—le pregunté finalmente, al ver que no entendía mi juego de miradas.
—Sí, me parece—dijo con una gran sonrisa—. Después de todo, no estás desnuda ¿o sí?
Suspiré y negué con la cabeza.
—Espérame cinco minutos y en seguida salgo—dije y cerré la puerta.
Había terminado  de bañarme ya, así que no había necesidad de volver a la tina, por lo que solo saqué ropa de mi maleta.
Elegí una blusa holgada de cuadros rojos que me ajusté hasta los codos y los pantalones que había utilizado el día anterior. Me puse los tenis negros—ya que eran los zapatos más cómodos que tenía—y luego salté para abrir la puerta a Daniel.
—Listo—dije jadeando, debido a todas las maniobras que tuve que realizar saltando en un solo pié.
—Al parecer aún no está muy bien tu tobillo—me dijo mirando como lo mantenía alzado.
—No es nada. Es solo que aún no he intentado apoyarlo—dije poniéndolo en el suelo y viendo que tal estaba después del agua caliente.
Ya estaba lo suficientemente bien como para apoyarlo y cojear.
—¿Quieres que te lleve a la enfermería?—preguntó, agachándose para mirar más de cerca mi pié, levantando ligeramente mi pantalón.
—No, gracias. Estoy bien, en serio—dije adelantándome y cerrando la puerta detrás de mí—. Voy a ver a Alex.
Cojeé cinco pasos, hasta que me levantó entre sus brazos y me cargó sobre su hombro, como si fuer un costal.
—¡Alienígena—me quejé sin aliento por la sorpresa—, bájame!
Él solo rió y me cargó con facilidad mientras caminaba hasta el elevador.
—Al menos cárgame en una posición más cómoda—dije golpeando su espalda con mis puños.
Él me hizo caso y me acomodó entre sus brazos como en la noche anterior, poniendo uno de sus brazos debajo de mis rodillas y otro en mi espalda.
—Gracias—dije mirándolo con disgusto—, pero no te pedí que me cargaras.
—Lo siento, pero sinceramente te ves patética cojeando. No creo que quieras cojear de aquí hasta la playa, además de que en la arena ni siquiera lo lograrías…—me dijo con mirada divertida.
Lo miré molesta.
—Para empezar es tu culpa que yo esté en este estado—le reproché.
—No… No me culpes de tus problemas. ¿Fui yo el que salió corriendo con tacones?
—No, pero…
—¿A caso te empujé para que cayeras o algo así?
—Técnicamente no, pero…
—¿Te corrí del bar o metí mi pié en tu camino?
—No…
—Entonces no es mi culpa—dijo finalizando la conversación.
—Pero por tu culpa salí huyendo—dije entrecerrando los ojos.
—Pero fuiste tu quien decidió salir huyendo, en lugar de disfrutar un agradable rato en mi compañía.
Resoplé.
—Agradable…—refunfuñé entre dientes.
Se echó a reír.
—Si me hubieses dado la oportunidad, te aseguro que habría sido agradable, y no solo para ti—murmuró en mi oído.
Me estremecí ante su aliento desconocido, tan diferente al de Martin. Él rió por mi reacción.
Llegamos a la playa y divisé a Alex recostado en una de las sillas reclinables, tomando el sol y mirando fijamente al océano.
—¡Alex!—grité para llamar su atención. Él escuchó su nombre y giró en busca de donde provenía la voz que lo llamaba.
Sonrió y me saludó con la mano en cuanto me vio. Daniel me llevó cargando hasta donde estaba Alex y me sentó en la silla reclinable que estaba a su lado, después el se sentó en la arena.
—¿Qué hay, Al?—me preguntó Alex, acercándose para revolver mi cabello y luego mirar a Daniel con enojo. Ignoré el gesto y le contesté:
—Nada, solo que no sé donde está mi novio, y mi mejor amiga y mi cuñada me abandonaron y fueron a recorrer la ciudad, además de que, como podrás ver, me lastimé el tobillo, por lo cuál estoy confinada a mantenerme dentro del hotel, en lugar de salir a recorrer la ciudad como yo quisiera, pero al menos pronto estaré bien y Martin tiene que aparecer pronto… ¿Y tú que cuentas?
—Pues… mi novia me abandonó para unirse a tu cuñada en su expedición de compras—dijo encogiendo los hombros—. No tengo tanto que contar como tú. ¿Cómo fue que te lastimaste el tobillo?
—Fea historia—dije mirando con irritación a Daniel de forma automática.
—¿Y puedo saber qué haces en compañía de ese tipo?—preguntó señalando a Daniel mientras lo miraba con rudeza.
—Podría decirse que… llegamos a entendernos—dije, reacia a dar detalles.
Solo lo miró con cara de pocos amigos, mientras que Daniel lo miraba con expresión divertida, conteniendo una sonrisa.
—Pensé que eran grandes amigo—le dijo Alex a Daniel—, muchas veces los vi juntos en la secundaria.
—Seguimos siendo grandes amigos—le dije yo.
—No ha cambiado demasiado, créeme. Siempre me ha gustado, simplemente es que ahora soy capaz de decírselo—dijo Daniel encogiendo sus hombros y acariciando mi mejilla, en un gesto tan intimo que parecía ser mi novio.
Me alejé de él automáticamente y me sonrojé. No se sentía bien que no fuera Martin quien hiciera eso.
—Por favor—le dije con seriedad y mirando la arena.
—¿Cómo te atreves a tratarla así? Es tan sencillo para ti—dijo Alex, casi maravillado por el gesto.
Lo miré frunciendo el ceño, confundida.
—Déjame adivinar, también te gusta—dijo Daniel, levantando una ceja y mirándolo como si estuviera viendo un viejo programa de televisión repetido.
Alex se sonrojo y me miró, después suspiró y asintió.
—Ya lo sabe, de todas maneras—le dijo a Daniel, casi como si yo no estuviera ahí.
—Y con Helen intentas olvidarla—dijo Daniel asintiendo.
—No, no es eso en absoluto. Es algo… complicado—dijo Alex, mirando al océano.
—Sigo aquí—dije avergonzada por la forma  en que hablaban de mí. Vagamente me pregunté si así hablarían de mí antes incluso de que yo lo supiera.
Ellos me sonrieron con melancolía en sus rostros.
—Yo sí intenté olvidarla con una que otra chica—dijo Daniel encogiendo sus hombros y volviendo a su plática con Alex—, pero siento que sería imposible. Es como comparar moscas con mariposas.
Lo miré con incredulidad, pero él no me veía. Miraba el suelo con seriedad en el rostro y Alex lo observaba con comprensión.
—Yo jamás lo intenté, siempre he sido un cobarde y por eso la perdí—le contestó Alex, con un largo respiro.
Empecé a levantarme de mi asiento, porque me sentía incómoda con chicos hablando así de mí. No me correspondía estar ahí, pero me era más difícil apoyar el pié en la arena. Aún así lo intenté. Ellos me miraron con confusión cuando me levanté y empecé a alejarme con torpeza.
—¿A dónde vas?—preguntó Alex. Ambos se levantaron y me siguieron al instante, pero seguí caminando.
—Voy a dar una vuelta, creo que solo me hace falta movimiento para que mi tobillo se mejore—les mentí. Simplemente me iría a mi habitación y esperaría a que alguna de mis amigas regresara o mi novio regresara.
—Te acompaño—dijo Alex, agarrándome el codo para darme apoyo al caminar.
—En verdad, no es necesario—le dije con una sonrisa.
—Sí, lo es. Yo también voy—dijo Daniel, tomando mi otro brazo. Prácticamente me estaban cargando.
Suspiré cerré los ojos mientras “caminábamos” juntos por la playa.
—Hm… ¿No quisieran salir del hotel?—preguntó Daniel después de un rato.
Asentí mientras sonreía. De todas maneras me estaban cargando y no tenía que usar demasiado las piernas, además de que me moría de ganas de salir del hotel. ¿De qué sirve ir aun lugar nuevo si te quedas encerrado?
—Yo definitivamente quiero salir—dijo Alex sonriendo también—. Solo que no quería ir de compras con las chicas.
—Entonces, vámonos—dijo Daniel cargándome el sólo.
—Creo que ya la has cargado demasiado—dijo Alex, quitándome de sus brazos—, mejor descansa un poco.
—No es necesario, estoy bien—dijo Daniel, sosteniéndome con fuerza para no dejarme ir en brazos de Alex—. No pesa nada.
—De verdad, insisto—dijo con más rudeza Alex.
Daniel solo lo miró con irritación.
—Está bien, ya te tocó mucho tiempo ¿sí? Es mi turno—dijo Alex finalmente.
Daniel suspiró y asintió, dejando que Alex me cargara. Los miré molesta. Me trataban como si fuera una cosa.
—Les recuerdo que tengo un novio—murmuré con irritación y con los brazos cruzados sobre el pecho.
Me miraron y se echaron a reír.
—¿Qué es tan gracioso?—pregunté con seriedad, tratando de hacerlos asustarse con mis ojos aterradores.
Daniel aún se asustaba, pero Alex ya estaba más que acostumbrado, así que solo miró a Daniel con algo de incredulidad.
—¿Aún te asustan sus ojitos aterradores?—le preguntó con una sonrisa burlona.
Daniel encogió los hombros.
—Que no te espante, es solo un truco—dijo mirándome con ojos entrecerrados.
—Lo tomaré en cuenta—dijo Daniel, sacudiéndome el cabello como lo hacía toda la gente.
—¿Por qué a todos les gusta hacer eso?—le pregunté negando con la cabeza—Es decir, como si no estuviera lo suficientemente despeinada ya.
Se echó a reír.
—Es que está tan suave y esponjoso que te invita a despeinarte más—me respondió con una gran sonrisa.
—¡Taxi!—gritó Alex una vez que estuvimos fuera del hotel—¿A dónde vamos?
—Dile que nos lleve a algún centro comercial. ¿Quieren ver una película?—preguntó Daniel.
Alex me miró a modo de pregunta y yo negué con la cabeza.
—No es buena idea—dije frunciendo los labios. Tomando en cuenta lo incómoda que la situación se había tornado entre nosotros, lo mejor era no forzar las cosas en un lugar oscuro—. Mejor vamos a algún parque.
—Voto por eso—dijo Alex asintiendo—. A Helen le disgustaría si fuésemos al cine y Martin…—dejó la frase inconclusa.
Suspiré a la mención de su nombre. ¿Dónde podría haberse metido?
—De acuerdo—dijo Daniel, encogiendo los hombros.
Subimos al taxi y Alex le dio malas indicaciones al taxista en su pobre español—era malísimo en idiomas—así que quien terminó dando las indicaciones fui yo.
Como no conocía la ciudad, solo le pedí que nos llevara un parque cercano. Nos llevó a un parque precioso y lleno de flores, aunque no estaba tan cerca. Nos sentamos en una de las muchas bancas que había en los al rededores.
El invierno en Orlando no era tan frío, pero no se comparaba con esto. Parecía que estábamos en pleno verano…

Daniel era realmente un gran conversador si se daba la oportunidad de salir de su capullo de rudeza, y nos contó sobre todas aquellas veces en las que se había metido en problemas con los policías por el tipo de locuras que hacía con su cambiante grupo de amigos. Nos echábamos a reír con cada estúpido desenlace afortunado que tenían sus aventuras, cada vez que él lograba zafarse de las maneras más inesperadas.
—Así que salí por el elevador mientras el estúpido policía perdía su tiempo buscándome por las escaleras. Cuando ya estaba abajo, él estaba arriba, mirándome con la cara de furia y espanto más chistosa que hayan visto en su vida. Entonces solo le dije adiós con la mano y el empezó a correr escaleras abajo. Entonces yo también corrí y, por supuesto, no me alcanzó y en su prisa por bajar se tropezó con sus propios zapatos y cayó rodando por las escalera—dijo riéndose a estruendosas carcajadas y golpeándose la rodilla.
”Lo gracioso es que estaba gordo…—logró decir entre carcajadas.
Alex y yo nos reímos de su historia.
—En fin—dijo cuando dejamos de reír—, el punto es que siempre me salgo con la mía.
—Ya lo noté—dije mientras me secaba las lagrimas que me había sacado la risa—. Eres un maldito afortunado.
—No tanto—dijo encogiendo sus hombros.
—¿No quieren un helado?—preguntó Alex, señalando a una tienda que estaba cerca.
—El mío de chocolate—dije con una gran sonrisa.
Ya casi me había olvidado de lo divertido que era pasar mis días en compañía del alocado Daniel y el tranquilo Alex. Me había divertido bastante y había atardecido casi sin darnos cuenta.
Entre ambos me ayudaron a ponerme de pié, aunque lo cierto es que ya no me dolía tanto, casi nada.
—Estoy bien—les dije apoyando mi pié correctamente para mostrarles—. ¿Lo ven?
Daniel suspiró decepcionado.
—¿Qué ocurre?—le pregunté frunciendo el ceño—¿No te alegras por mí?
—En realidad, no—dijo con sinceridad—. Es solo que era mi turno de cargarte.
Alex se echó a reír, pero yo lo miré con irritación.
—Supérame—bromeé con él. Antes no lo habría hecho, pero durante el día se nos había hecho cada vez más fácil bromear con el asunto.
Caminamos hasta la heladería y pedí los helados por todos, ya que el español de ellos dos, sinceramente, era patético.
Caminamos por el parque, comiendo nuestro helado y embarrándonos entre nosotros cada pocos segundos.
Estaba a punto de echarle encima a Alex lo que quedaba de mi helado de chocolate, pero su celular sonó en el momento justo para salvarlo de tener una camisa manchada… bueno, más manchada.
—¿Diga?—contestó.
Lo miré atentamente, pero Daniel tenía otros planes y acercó su helado de vainilla a la punta de mi nariz, llenándome de dulce la cara.
—Ahora si me las vas a pagar—dije lanzándole la crema de chocolate directo al cabello.
—Eso no es justo—dijo atrapándome cuando intenté salir corriendo y pegando su cara a la mía, embarrándome de lo que acababa de lanzarle.
—No me hagas daño—rogué entre risas, tratando de zafarme de sus brazos.
—Chicos—dijo Alex caminando hacia nosotros—, llamó Helen. Al parecer ya todos están en el hotel, incluyendo a Martin, quien intentó llamarte como cincuenta mil veces y al final Rachel encontró tu celular en la habitación.
A la mención de su nombre todo juego se acabó y fue reemplazado por ansiedad de mi parte. Quizá ya estaba demente, pero lo extrañaba y ya no quería esperar más para verlo y preguntarle donde había estado todo el día.
—¿Por qué siempre olvido el celular?—dije separándome de Daniel y encaminándome hacia la calle para pedir un taxi y poder reunirme con mi novio.
—Se nos acabó Alice—le dijo Daniel a Alex mientras caminaban detrás de mí.
Pronto estuvimos en el hotel y Martin estaba esperando sentado en el lobby. En cuanto me vio una sonrisa iluminó su rostro, que parecía estar serio antes. Corrí hasta sus brazos y lo abracé, sintiendo alivio, como si hubiese estado conteniendo la respiración en el tiempo que no estuve con él.
Separó mi cara de su pecho solo para  levantar mi barbilla con delicadeza y besarme.
—¿En dónde te metiste todo el día?—me quejé entre sus labios.
—Hm…—dijo sin contestarme, apretando mi cintura, levantándome del suelo casi sin darse cuenta.
—Estamos en el lobby y estoy hecha un asco—le dije en cuanto mordió mi oreja y me hizo estremecer.
Abrí los ojos y me encontré con un pequeño público que nos miraba indirectamente. Me sonrojé y me alejé de él.
—Te extrañé demasiado—dijo, besando mi frente—. Fue un suplicio.
—¿Dónde estabas?—le pregunté de nuevo.
Sonrió con júbilo.
—Te enterarás pronto. Veo que tu tobillo ya está mejor—me dijo acariciando mi cabello.
—Sip—le dije mientras lo jalaba conmigo para llevarlo a mi habitación, pero me detuvo.
—Espera, Rachel está en la habitación—me dijo.
—¿Y?—le pregunté frunciendo en ceño con confusión.
—Quiero hablar contigo a solas…
Me jaló hacia la playa.
—Pero estoy hecha un desastre—le dije señalando mi camisa de cuadros llena de helado de chocolate, vainilla y cookies ‘n cream.
—No importa, solo será un minuto—dijo llevándome hacia afuera.
Lo seguí sin decir más, mientras Alex y Daniel me observaban con decepción y se despedían de mí moviendo las manos.
Ya había oscurecido y en la alberca había mucha gente que estaba en los bares que había alrededor. Martin me llevó hasta un lugar en la playa donde casi no había personas y nos sentamos juntos en la arena. Miré el cielo estrellado un segundo, antes de preguntar:
—¿De que quieres hablar?
El me miró sonriente y acercó su rostro al mío, para besarme de nuevo. Pronto estuvo sobre mí, aplastando mi cuerpo contra la arena, besando mi cuello y desabotonando mi blusa para tocar mi piel.
—¿Recuerdas que ayer…—susurró entrecortadamente mientras besaba mis clavículas—te pedí que… te casaras… conmigo?
—Sí—contesté con voz temblorosa por la sensación que me provocaban sus suaves labios en mi cuello, enviando cosquilleos y mariposas a mi vientre.
—Pues, decidí hacerlo… más o menos oficial—dijo subiendo sus labios hasta los míos, acariciándolos mientras hablaba.
Casi no prestaba atención a lo que decía, solo me concentraba en las sensaciones que me hacía sentir.
—¿Oficial?—susurré distraídamente mientras giraba sobre él, para levantar su camisa y besar su abdomen, subiendo lentamente hasta su cuello. Se estremeció.
—Me cuesta trabajo concentrarme en lo que digo si haces eso—dijo jadeante, apretando mi cintura contra su cuerpo mientras besaba su cuello.
—A mí también. Si te soy sincera casi no estoy poniendo atención—dije con una risita y subiendo hasta su boca para besarlo de nuevo.
Me devolvió el beso apasionadamente y después intentó concentrarse nuevamente. Tomó mi cara entre sus manos y me miró a los ojos.
—Te decía que ayer dijiste que sí a mi… más o menos petición de casarte conmigo—dijo con una gran sonrisa—, y me hiciste inmensamente feliz, entonces, me sentí tan traumado que no pude evitar hacer algo para hacerlo… más o menos oficial.
—Aja…—dije sin saber aún cual era el objeto de la conversación.
Una de sus manos se retiró de mi rostro y sacó algo de uno de los bolsillos de su pantalón. Era una pequeña cajita negra.
Me la entregó, así que me dejé caer a su lado—porque estaba sobre él—y la tomé.
La abrí y me encontré con un hermoso y delgado anillo de oro, que tenía de alguna manera, grabado un “Te amo, Alice” adentro y una piedra preciosa en el centro. Me quedé sin respiración.
—Martin, yo…—dije con voz quebrada—¿Es para mí?—la pregunta más estúpida del planeta.
Él asintió y limpió las lágrimas que empezaron a correr por mis mejillas.
—¿Por qué?—le pregunté.
—Porque te amo—me dijo acariciando mis mejillas.
Lo besé de nuevo.
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Gritaban emocionadas las voces de mi cabeza.
—Yo también te amo, pero no tengo nada que darte. Martin, esto es demasiado—dije observando el costoso anillo.
—El “sí quiero” de anoche, vale infinitamente más que ese anillo—dijo tomando el anillo y después mi mano, para ponerlo en el dedo medio de mi mano izquierda.
”Luce bien—dijo moviendo mi mano para observar el anillo desde distinto ángulos.
—Insisto, es demasiado. ¿Por qué no esperas a dármelo cuando seamos un poquito más responsables?—le pregunté recargando mi cabeza en su hombro.
—Quiero que lo tengas ahora—dijo besando mi pelo.
Suspiré. No quería aquello, no porque no quisiera comprometerme, porque jamás deseé estar con alguien por el resto de mi vida más que con Martin en ese momento, si no porque sentía que era demasiado para mí. Sentía como si me estuviese aprovechando.
—Te amo, pero no puedo aceptarlo—dije quitándome el anillo y entregándoselo.
—¿Por qué?—preguntó con tristeza.
—Si quiero comprometerme, hacerlo oficial, pero me siento una aprovechada—dije encogiendo los hombros.
Se echó a reír.
—¿Tú? Por favor. Si me lo preguntas, eres la persona más inocente del mundo—dijo volviendo a poner el anillo en mi dedo.
—Martin…
—Por favor—me pidió besando el dorso de mi mano—. Úsalo por mí.
Lo miré aprensiva. Me ponía entre la espada y la pared, es decir, por supuesto que estaba emocionada, por dentro explotaba de felicidad, pero sentía que no era correcto aceptar un regalo tan costoso. Suspiré.
—Al menos dime que no es un diamante—dije cerrando los ojos—. Miénteme si es necesario.
—OK. No es un diamante—dijo apretando los labios, conteniendo una sonrisa.
—Por cierto, gracias. En verdad me encanta—dije sonriendo y besando debajo de su oreja.
—Gracias por aceptarlo—dijo abrazando mi cintura y volviendo a ponerme encima de él para besarme.
—¿Y bien?—preguntó la voz de Sofía, sobresaltándonos a los dos—¿Ya se lo diste?
—¿Por qué interrumpes?—se quejó Martin—A ti y a Rachel les encanta interrumpir mis momentos felices.
Sofi se echó a reír.
—¿Te lo dio ya?—me preguntó al no obtener respuesta de su hermano.
Asentí, avergonzada tanto por sorprendernos besándonos—aunque ya no era una novedad—, tanto porque tenía la camisa desabrochada—aunque tampoco era novedad—, así que rápidamente me retiré del regazo de Martin y me abroché los botones.
Al ver la forma en que me ponía nerviosa, Martin se echó a reír y se giró para abrazarme mientras me daba un beso en la mejilla.
—¿Y te gustó?—preguntó emocionadísima.
—Lo amo, pero es demasiado—dije agachando la mirada y jugando con el anillo en mi dedo.
Martin se echó a reír.
—Más bien tú eres demasiado para ese anillo—dijo Martin acariciando mi mejilla con su nariz—. Por cierto… ¿Cómo es que te llenaste toda de helado?
—Ah… Pues, verás—comencé a explicarle—. Hoy en la mañana desperté y me encontré con una nota que decía que mi mejor amiga había salido con cierto chico de nuestra clase, llamado Austin—dije esto alzando las cejas con picardía. Sofía se tapó la boca con sorpresa—, así que llamé a tu cuarto para ver si podía disfrutar de la compañía de mi novio mientras estaba “incapacitada” para salir por mi tobillo; que en este momento ya está mucho mejor. Entonces, un no muy convincente actor, contestó el teléfono y no me pudo comunicar contigo por alguna razón que no entendí, pero que supe en seguida era una mentira.
”Decidí tomar un baño y después llamar a Sofía, pero Daniel me visitó antes de que llamara a Sofi y me dijo que todos estaban fuera, menos Alex, así que fui a verlo, porque no quería estar sola y aburrida en mi habitación, pero tampoco estar sola con Daniel, porque… ya sabes—dije encogiendo los hombros—. Así que… no queríamos quedarnos encerrados en el hotel y pues… ellos se ofrecieron a cargarme para que pudiéramos salir y fuimos al parque. Ahí tomamos unos helado y hubo unas pequeñas peleas con las que terminé así—dije señalando mi blusa llena de helado ya seco y pegajoso—. Luego Helen llamó a Alex y regresamos y ahora aquí estoy.
—No puede ser. ¿Rachel y Austin? ¿No se acaban de conocer?—preguntó Sofía, aún impactada.
—Lo sé. Yo tampoco lo puedo creer  aún—dije asintiendo y con ojos muy abiertos—. Seguro cuando regrese al cuarto me espera un detallado relato de toda la cita.
Martin gimió y me apretó la cintura en cuanto dije eso.
—No te vayas aún—susurró escondiendo su rostro en mi cuello—. Quiero tenerte para mí un rato más.
—No puedo pertenecerte más de lo que ya te pertenezco, amor. Soy totalmente tuya—le dije acariciando su pelo y besando su frente.
Me abrazó aún con más fuerza y besó mi cuello.
—OK—dijo Sofía, ruborizándose por el momento tan íntimo—. Está vez creo que es realmente mejor dejarlos solos, pero tengan cuidado con mamá y papá…
Casi no presté atención a Sofía en cuanto se alejó y desapareció en el hotel, estaba totalmente sumida en los besos y caricias de Martin…
Ya no tenía duda alguna de lo que sentía, por supuesto que lo amaba, con todas mis fuerzas. Lo amaba hasta la última y diminuta fibra de mi cuerpo y mi mente. Éramos exactamente el uno para el otro y todo era sencillamente perfecto.
¿Alex? Bueno, lo quería, jamás dejaría de quererlo, pero de verdad amaba a mi novio, tanto como el me amaba a mí.
—Te amo—le repetí una y otra vez mientras sus labios recorrían mi cuerpo.
—Yo más—me respondió cada vez.
—Eres perfecto.
—Tú más—dijo soltando el aliento de un suspiro en mi cuello y después mordiéndome juguetonamente.
Acaricié su espalda desnuda, recorriendo delicadamente con mis dedos el contorno de su columna. Se estremeció ante mi roce.
—De verdad que será una larga espera—dijo dejándose caer junto a mí y abrazándome con fuerza para mantenerme bien pegada a él.
Suspiré y cerré los ojos mientras sonreía.
No era una chica creída, ni con un ego enorme o una autoestima muy grande, pero me hacía sentir bien el hacer que mi perfecto novio me deseara tanto.
—No creas que eres el único que lo desea—le dije pegando aún más la piel de mi abdomen a la suya, haciendo que electricidad y mariposas inundaran mi vientre.
—No nos hace bien estar separados por todo un día. Míranos, parece que no nos hemos visto en al menos una semana—dijo echándose a reír.
—Es mi culpa. Soy una pervertida—dije, tocando con mi lengua su cuello.
—Y definitivamente me considero afortunado porque así sea—dijo buscando mis labios una vez más.
—Me pregunto si algún día nos cansaremos de esto—le dije, acariciando su rostro—, porque llevamos unos cuantos meses saliendo juntos, haciendo esto casi diario y la verdad, quisiera nunca parar.
—En mi caso será siempre así—dijo acariciando mi mejilla.
Suspiré, disfrutando de la textura de sus suaves dedos sobre mi mejilla.
—Te puedo preguntar algo—le dije después de un minuto de silencio.
—Claro que sí, nena.
—Pues… hace algún tiempo que quiero conocer un poco de la historia de tu familia. Eso de que son de Irlanda, ya sabes…
—Hm… Es algo aburrido—dijo con la mirada perdida.
—Nada que tenga que ver contigo es aburrido—dije frunciendo al ceño, como si fuera la idea más estúpida del planeta. Desde mi punto de vista así era.
Sonrió.
—Pues… digamos que mi tátara-tátara-abuelo fue parte de algo así como… una sociedad secreta en Irlanda, durante tiempos de la reina Victoria—dijo pensativo, con la mirada perdida—. La verdad no recuerdo cuantos tátaras son…
—Cuéntame más—dije, intrigada.
Él frunció la boca y me miró contrariado.
—La verdad no recuerdo mucho de esa historia, todo esta guardado en el sótano y hace algún tiempo que no bajo por allá—dijo poniendo un mechón llenó de helado de mi largo flequillo detrás de mi oreja.
—¿Podrías contarme cuando regresemos?—le pedí.
—Claro, amor—se quedó en silencio un momento, abrazándome mientras veía las estrellas—. Pensé que no te gustaba la historia.
Lo miré sorprendida. Era cierto, odiaba la historia, pero no recordaba haberlo mencionado nunca, por lo general no hablaba de las cosas que odiaba cuando estaba en su compañía, era absolutamente todo lo contrario.
—¿Cómo lo sabes?—le pregunté sorprendida.
Una sonrisa tierna cruzó por su rostro.
—Es muy obvio. Lo veo en tu cara en las mañanas, cuando empezamos el día con esa materia tu siempre pones un pequeño atisbo de tus ojitos aterradores—dijo acariciando mi mejilla.
—Eres muy observador—lo admiré.
Se echó a reír.
—Para nada, es simplemente que jamás me canso de verte—me dijo besando la punta de mi nariz.
—Hm… Estoy celosa—dije bajando la vista y pegando mi frente a la suya.
—¿Tú? ¿Celosa?—se carcajeó. Lo miré sonriendo; me encantaba verlo reír de esa manera.
—¿Qué?—le pregunté cuando empezó a respirar de nuevo.
—Pues, que para mí es casi imposible creer que una persona como tu estuviera celosa de cualquiera, y mucho menos por mí. Alice, eres perfecta. ¿De quién podrías estar celosa?—preguntó con una gran sonrisa.
—De ti—dije tocando la punta de su nariz con mi dedo índice.
—¿De mí?—preguntó frunciendo el ceño.
—Sí. Me gustaría saber de ti todo lo que tú sabes de mí solo con observarte. Me gustaría ser como tú…
—O sea, una acosadora sin remedio que se la pasa observando todo el tiempo a su novio—bromeó.
—No. Una novia que le pone atención al hombre de su vida—dije besando su pecho.
Me pegó a él con sus brazos alrededor de mi cintura.
—Cada vez que me dices que me amas…—suspiró—¿Cómo puedes hacerme sentir mariposas con solo unas palabras, Al? Explícamelo.
—De la misma manera en que tú con un beso me haces tocar el cielo—le dije dándole un dulce beso en su mejilla.
La brisa nocturna me hizo estremecer y él me apretó con fuerza.
—¿Tienes frío?—preguntó acariciando mi espalda, sintiendo la piel erizada bajo sus dedos.
—Un poco—dije pegándome un poquito más a él.
Tomó mi camisa y la suya y me cubrió con ellas.
—¿Y tú?—le pregunté, tratando de cubrirlo con la ropa.
—Estoy bien—dijo encogiendo los hombros.
—Mejor entremos ya—dije poniéndome mi camisa y levantándome de la arena, luego dándole la mano para ayudarlo.
Me dio la mano, pero no se apoyó en mí para levantarse, nunca lo hacía.
Me rodeó la cintura con un brazo mientras caminábamos juntos hacia el hotel. Era tarde ya, así que Martin no entraría a mi habitación.
Me acompañó hasta mi puerta y me dio un último beso por esa noche, levantando mis pies del suelo por lo mucho que apretaba mi cintura.
—Te amo—dijo cuando abrí la puerta.
—Yo a ti, y de nuevo, gracias por el anillo—dije observando su regalo.
Me entregó una enorme sonrisa.
—De nada. Hasta mañana, amor—dijo sin soltar mi mano.
—Hasta mañana—dije también, pero seguíamos mirándonos a los ojos, tomados de la mano.
Se acercó para besarme una vez más.
—Hm… ¿Por qué siempre nos tenemos que despedir tan lento?—pregunté mientras besaba mi cuello y yo pasaba mis dedos por su cabello.
—Porque no te quiero dejar ir—me respondió mordiendo mi oreja.
Me tenía apretujada contra la pared, que nos sostenía al ser nosotros incapaces de hacerlo.
—¿Y si te quedas aquí de nuevo?—dije inhalando el aroma de su pelo.
—Tentadora oferta—susurró, acariciando con su lengua la base de mi cuello.
—Perdón, pero creo que eso no será posible—dijo la voz de Rachel, que se encontraba al lado nuestro.
Por lo general me detenía cuando cualquier persona nos veía besarnos, o en cualquier momento tipo “luchitas”, pero no me inmuté, en lugar de eso lo abracé con más fuerza, reacia a dejarlo ir aún.
—Por favor—la dije a Rachel como si fuera mi madre y después busqué los labios de Martin con los míos.
Era de esperarse que Martin siguiera besándome como si no notara la presencia de Rachel. A él jamás le importaba, siempre era yo la que interrumpía el beso cuando nos veían. La única reacción de su parte fue besarme con más urgencia al sentir que la despedida se acercaba.
—Al, tengo que contarte ciertas cosas—suplicó Rachel—. ¿Vas a cambiar una plática con tu mejor amiga por una sesión de besos interminables?
Martin y yo detuvimos el beso de manera abrupta, solo para girar nuestros rostros y ver a Rachel con sarcasmo.
—Está bien, pregunta estúpida, pero sea como sea yo no tengo con quien pasar la noche si no eres tú. Así que lamento ser egoísta pero ya la tuviste demasiado tiempo, Martin—dijo Rachel finalmente, entornando los ojos y tomando mi muñeca para meterme al cuarto a la fuerza.
—Pero hoy casi no estuve con ella—se quejó Martin con voz de niño para convencer a Rachel. Al parecer no sabía que esa voz solo funcionaba conmigo.
—Tú fuiste quien decidió utilizar el día de hoy para buscar un anillo—dijo sacándole la lengua y señalando mi dedo.
Suspiró y se rindió.
—Mañana te rapto—me dijo moviendo la mano con gesto de despedida.
—Te quiero—le dije y después le soplé un beso, que él atrapó con la mano y después hizo como que lo ponía sobre su mejilla. Sonreí.
Rachel entornó los ojos y refunfuñó.
—Típico…
Me eché a reír mientras ella cerraba la puerta y me veía. Ella negó con la cabeza y esbozó media sonrisa.
—¿Y bien?—le pregunté una vez que dejé de reír—Leí la nota y quiero saber los detalles.
Ella sonrió de oreja a oreja y se mordió el labio.
—Dios, no tienes idea—dijo echándose en la cama y abrazando la almohada.
—¿Se besaron?—pregunté con ojos muy abiertos, acercándome a ella para quitarle la almohada de la cara.
Se ruborizó y asintió.
Me tapé la boca con la mano mientras una estúpida sonrisa empezaba a extenderse por mi rostro.
—Dime detalles. Vamos, Rache—dije emocionada por mi amiga.
—Pues, en la mañana desperté aproximadamente a las ocho y estabas dormida, así que salí a caminar por la playa y lo encontré. Lo más romántico que puedas imaginar—dijo con la mirada perdida, recordando…
Me contó como fue que la invitó a salir y como fue su cita, con sus “detalles sucios”. Me desconcertó un poco, ya que jamás me imaginé que las cosas se dieran tan rápido, aunque Rachel siempre ha tenido la habilidad de sorprenderme.
—Así que tengo un nuevo cuñado—dije echándome a reír cuando terminó de contarme sobre su despedida inesperada, con un pequeño golpe en la nariz al momento del beso.
—Al menos yo sí me despido, no como otras personas, que ni siquiera eso logran a menos de que alguien interrumpa—dijo enseñándome la lengua.
Bajé la vista y jugué con mis dedos.
—Que mala ares, no lo dejaste quedarse—dije con voz de niña y mirándola de reojo—. Quizá aún pueda llamarle para que venga…
—¡Hey, detén tu tren ahora!—dijo Rachel, poniendo sus manos en frente de mi cara como si me estuviera deteniendo—Esta noche vamos a tener charla de amigas, además tienes que tomar un baño…
Miró mis ropas haciendo cara de asco.
—¿Qué se supone que es esto?—dijo, tomando un mechón de mi pelo que estaba todo pegajoso por el helado.
Me eché a reír.
—Entre Alex y tu lindo hermanito me llenaron de helado hoy—dije mientras me levantaba de la cama y acercaba a mi maleta, riendo por el recuerdo.
Ella me miró raro y se paró en frente de mí. Arqueó una ceja antes de preguntar:
—Por cierto, respecto a la salida de hoy con mi hermano y Alex… Pensé que se odiaban, o que no volverías a hablar con él y ahora ¿te ríes porque te llenó de helado?
—También fue Alex—le recordé, como si con eso fuera un poco más decente el haber perdonado a Daniel completamente y tan rápido.
—Sabes a que me refiero—dijo entrecerrando los ojos.
Suspiré.
—Lo sé es solo que…—le iba a decir algo, tenía algo planeado para decirle, pero no salió nada de mis labios más que la verdad—lo quiero. Entiéndeme, no puedo evitarlo si hace tanto tiempo que somos amigos.
Me miró con cara de decepción y negó con la cabeza.
—Que gran dignidad—refunfuñó entre dientes.
Iba a reclamarle, pero realmente tenía razón. Al menos lo hubiera hecho sufrir un poco…
—No soy fuerte a la hora de guardar rencores—dije bajito, agachando la visto y dando media vuelta hacia el baño—y mucho menos si me piden perdón.
La miré de reojo para ver si el hecho de que Daniel me hubiera pedido perdón cambiaba un poco su concepto sobre mi decencia, ella se dio cuenta y arqueó una ceja con sarcasmo.
—No, sigo pensando que tienes muy poca dignidad—dijo, casi como si hubiera leído mi mente.
Suspiré y me metí al baño, pero justo cuando cerré la puerta del baño, se escucharon tres golpecitos en la puerta de afuera.
Martin… fue lo primero que pensé.
Salí del baño y le gané a Rachel al momento de llegar a la puerta, ya que ella ya se había acomodado en la cama y estaba viendo la tele.
—Si es tu novio, te advierto que lo correré—me dijo antes de que abriera la puerta. La miré con cara de perrito, pero negó con la cabeza.
Suspiré y abrí la puerta.
Me encontré con Sofía, que tenía una almohada en un brazo y unas películas en la mano.
—Hola—dije sorprendida, haciéndola pasar.
—Sofi—dijo Rachel sonriendo—. ¿Qué haces aquí?
—Solo decidí pasar a ver a mis pequeñas hermanitas para tener un tiempo entre nosotras, tomando en cuenta que casi no hemos estado juntas. Perdón si las desperté, pero Helen apenas se  quedó dormida y hablaba demasiado—dijo frunciendo la boca—. Es una chica agradable, pero algo ególatra.
—¡Qué bien que has venido!—dije cerrando la puerta—Cierta persona se enojó conmigo.
Sofía miró a Rachel confundida.
—¿Te enojaste con la flaca?—preguntó Sofi con inocencia.
Rachel me miró entrecerrando los ojos.
—No, solo me molesté un poco—le respondió.
—¿Por qué?
—Porque perdonó muy fácilmente a mi hermano.
—¿Lo perdonaste ya?—me preguntó Sofía, sorprendida.
Me encogí de hombros.
—Me pidió disculpas y dijo que ya no molestaría a Rachel—dije con grandes e inocentes ojos.
Sofía se echó a reír al ver mi cara.
—Está bien. Si te pidió perdón…—dijo, encogiendo los hombros y acercándose a mi cama para acomodarse.
—¿Así de fácil?—dijo Rachel indignada—¿No te parece que debería, al menos, haberle dado un poco de tiempo para que se sintiera arrepentido?
—Alice tiene corazón de pollo—dijo Sofía encendiendo la tele—. No le pidas más de cinco minutos de rencor.
Rachel intentó mantenerse seria, pero no lo logró y se echó a reír. Sofía y yo la miramos confundida.
—¿De qué te ríes?—le pregunté, sonriendo al ver que su mal genio había pasado.
—De que Sofía tiene razón—dijo, secándose las lagrimas que le había sacado la risa—. Recuerda la vez en que te tocó hacer un trabajo en equipo con Justin McGregory en séptimo grado y el chico te vomitó encima por lo nervioso que estaba—se echó a reír de nuevo—y… y… y justamente en la alfombra nueva de tu madre.
Sofía y yo nos echamos a reír también.
—Y tú lo perdonaste en seguida después de que, además de vomitarte, llenó yogur tus libros de la escuela por lo molesto que era el chico contigo.
—Estúpido Justin—dije después de calmarme—. Tenía algo en contra mía. ¿Por qué siempre me molestaba?
—Todos los chicos tenían algo en contra tuya—dijo Rachel riendo—. Jalaban tu cabello, tiraban tus libros, te metían el pié mientras caminabas, te lanzaban balones a la cabeza en deportes.
—O sea que siempre fuiste bonita—dijo Sofía negando con la cabeza.
La miré frunciendo el entrecejo.
—Eh… me molestaban, no me hacían piropos ni caricias—dije con sarcasmo.
Rachel y Sofía se echaron a reír.
—Al, cuando los chicos te molestaban era porque les gustabas—dijo Rachel—. Como cuando Harry Stewart te lanzaba bolitas de papel en clase de química.
—¿Por qué nunca me dijiste?—le dije a Rachel boquiabierta.
—Recientemente me enteré—dijo con una sonrisa de disculpa y encogiendo los hombros.
—¿Recientemente?—pregunté arqueando una ceja.
—Harry consiguió mi correo electrónico y me lo dijo, además de decirme los sucios secretitos de todos los chicos de la escuela—me respondió con aire misterioso—. Ahora sé a ciencia cierta que a todos les gustabas. Me ha preguntado por ti y le dije que ya tienes novio.
—¿Por qué no me dijiste?—le pregunté atónita.
—No preguntaste—dijo encogiendo los hombros con aire inocente—, además pensé que ni siquiera te importaría ahora que tienes novio.
Suspiré.
—Tantos años de molestias y todo porque le gustaba  a los chicos—dije negando con la cabeza.
Sofía se echó a reír.
—Que inocentes son chicas—dijo Sofi.
—Lo sé—dije, agachando la vista medio en broma—. Nunca me enteré de nada porque las porristas nunca me incluyeron en su “exclusivo club de chismes” a pesar de que yo también era una porrista.
—¿Fuiste porrista?—preguntó Sofía, sorprendida.
—Me encantan los deportes. ¿Qué puedo decir?—dije encogiendo mis hombros.
—Pero por alguna razón nadie se atrevía a hablarle—dijo Rachel—, ni siquiera los chicos del equipo de futbol. Nunca se nos ocurrió que era por que realmente era muy linda esta chica.
Me ruboricé.
—En fin, voy a tomar un baño y enseguida regreso—dije caminando hacia el baño otra vez.
—OK—dijo Sofi y después se dirigió a Rachel—. Cuéntame más. No sabía que había sido porrista. ¿No debería haber sido popular entonces?

Tomé un baño rápido y salí a reunirme con las chicas, que conversaban alegremente sobre mi pasado en la secundaria.
—¿Entonces el único chico que se atrevió a invitarla al baile fue…?—preguntó Sofía abriendo mucho los ojos una vez que salí del baño.
Rachel asintió, cerrando los ojos como con reverencia.
—El capitán del equipo de fútbol, el guapísimo Terry Bernard. Figura escultural, ojos azules, cabello rubio, sonrisa Colgate y hoyuelos. Uno de los chicos más guapos que puedas imaginar.
—¿Y dijo que no?—preguntó Sofi, impactada.
—Para eso entonces ya estaba traumada con Alex, así que dijo que no y yo casi la mato, aunque también pensamos que podía ser una broma por todas las molestias que la hacían pasar los chicos—dijo Rachel.
—¿Y con quién fue al baile entonces?—preguntó Sofía, intrigada.
—Con mi hermano, quien se “ofreció” a llevarla para que no pasara vergüenza, después de que ella se diera cuenta de que Alex ni siquiera tenía intenciones de ir al baile—dijo Rachel entornando los ojos por el recuerdo.
—Yo se lo agradecí, ya que si no las porristas me habrían comido viva—dije, sorprendiéndolas a ambas, ya que no se habían dado cuenta de cuando salí del baño.
Rachel asintió, dándome la razón.
—A pesar de no ser parte de su “exclusivo club”, las porristas tenían un código de comportamiento que Alice debía seguir y una de sus reglas era siempre ir al baile con un chico que no fuera un rechazado social. Si no seguía sus reglas podía terminar con una mochila llena del pastel de carne especial de la cafetería, como le pasó a Molly Allen. Una ex-porrista a la que destrozaron socialmente por ir al baile con Craig Hunter, el nerd de la clase de ciencias—explicó Rache.
—Vida dura—admitió Sofía.
—No tanto, de todas maneras tenía bastantes amigos—dije acercándome a la cama para dejarme caer junto a ellas.
—Mejor dicho, vida emocionante—corrigió Rachel.
—Estoy de acuerdo, es mejor verlo del lado positivo—dijo Sofía, después bostezó.
—¿Qué les parece si dormimos ya? Porque déjenme decirles que son las tres de la mañana—les dije, señalando el reloj de la habitación.
—Está bien, solo pondré una de las películas que renté—dijo Sofi, levantándose y poniendo uno de los discos en el reproductor.
—¿Cuál es?—pregunté una vez que apagó las luces de la habitación y se acostó junto a mí.
Resident Evil—me contestó con una gran sonrisa—. Te vi cara de fan de las películas de acción.
—Acertaste—le contestó Rachel.
Sonreí.
—¿Ya le preguntaste a Rachel que tal estuvo su cita con Austin?—pregunté un momento después, recordando que Sofía se había sorprendido con la noticia.
—Ya—dijo echándose a reír—, de hecho vine por eso.
Me reí con ella antes de quedarnos calladas y poner atención a la película. Me quedé dormida a la mitad…

Desperté a las once de la mañana con unos ligeros golpecitos en la puerta. La música del menú de la película aún sonaba y Rachel y Sofía me abrazaban, una a cada lado mío. Me reí suavemente y desenredé sus abrazos.
Quité la película y apagué la televisión antes de abrir la puerta.
—Hola—me dijo mi novio, que tenía puesto un traje de baño naranja de tipo short.
—Hola—le respondí tallándome los ojos.
Se rió.
—No lo puedo creer. ¿Acabas de despertar?—me preguntó, acercándose a mi para besarme.
—Sí—le contesté, desviando mi rostro y besando su mejilla—y posiblemente tengo mal aliento así que no te besaré aún.
—No importa—dijo tratando de besar mis labios nuevamente.
—Sí, importa—dije ruborizada, tensando mis labios cuando su boca intentó entreabrir la mía.
Sonrió y besó mi cuello.
—Entonces date prisa, que hoy te raptaré todo el día y no quiero perder un solo minuto—susurró en mi oído—. ¿Vamos a la piscina?
—De acuerdo, no tardo—dije.
Antes de que cerrara la puerta Martin me entregó un traje de baño.
—Está vez me di el lujo de elegir el traje de baño por ti—me dijo con una gran sonrisa.
Me ruboricé.
—OK—dije viendo el conjunto azul que había elegido para mí.
La parte superior del bikini se amarraba por detrás del cuello y la parte inferior era sencillamente diminuta.
—¿Podrías haber elegido algo más pequeño?—pregunté con sarcasmo.
—Sí, pero no quería hacer sufrir tanto a los chicos de la piscina. De por si es duro verte totalmente vestida—dijo mordiendo ligeramente mi oreja. Su roce hizo correr electricidad por mi piel.
—Exagerado—dije poniendo mi mano en su cabello para acercarlo más a mi cuello.
—¿Puedo besarte?—preguntó tentadoramente cuando su boca recorrió mi mandíbula, acercándose peligrosamente a mis labios.
—No, hasta que me cepille los dientes—dije, recordando porque no lo había besado.
Me separé de él y cerré la puerta. Fui al baño, cepillé mis dientes y me puse el traje de baño. Intenté no ver mi reflejo para no arrepentirme de salir. Escribí una nota para las chicas, que seguían dormidas.
—Lista—dije cuando salí del cuarto con una toalla en mano.
—Irresistible—dijo Martin, echando una larga mirada a mi traje de baño, después acercó su rostro al mío y besó mis labios.
—¿Tan temprano intercambiando saliva?—preguntó la voz de Daniel, quien se encontraba justo detrás de nosotros, vestido también con un traje de baño.
—Sí, tan temprano—respondió Martin retadoramente—. Solo observa…
Entonces volvió a besarme con intensidad, abrazando mi cintura para pegarme a él. Sabía que a Daniel le dolería si no detenía eso, pero no pude evitar el abrazar su cuello con una mano y acariciar su abdomen con la otra.
—Detente—susurré entre sus labios, que se movían insistentes contra los míos.
—Fenómeno, estoy a punto de golpear a tu novio—dijo Daniel con voz contenida, recordándome que el estaba presente.
Dejé de besarlo, ruborizada por haber olvidado la presencia de mi amigo recientemente perdonado.
—Lo siento—me disculpe.
—No tienes porque disculparte, Alice—me dijo Martin, que aún me abrazaba.
—Exacto, en todo caso quien tiene que disculparse soy yo por lo que estoy a punto de hacer—dijo Daniel, echando su puño para atrás, preparándose para golpear a Martin.
—¡No!—grité con voz ahogada y ojos muy abiertos.
Martin me empujó ligeramente para alejarme de él.
—¡Deténganse!—ordené, pero era demasiado tarde, Daniel había ya lanzado el primer golpe directo a la cara de Martin.
Cerré los ojos y me tapé la cara con miedo porque le pudiese hacer daño, pero no escuché nada.
Abrí los ojos y me encontré con el puño de Daniel a centímetros de la cara de Martin, siendo sostenido con una de las manos de mi novio. Daniel intento darle otro golpe en el estómago, pero Martin lo esquivó.
—No quiero lastimarte—le advirtió Martin a Daniel con severidad—, pero me estás obligando a hacerlo.
—¿Tú? ¿Lastimarme a mí?—lo retó Daniel con tono calmado y socarrón.
—¡Alto!—dije parándome en medio de los dos.
—Tu novio empezó—dijo Daniel, mirándome a los ojos, enojado, y después de arriba abajo, babeando por mi bikini.
—¿Cómo puedes mirarla así?—dijo Martin dando un amenazante paso hacia él.
—Martin, está bien—dije poniendo una mano en su pecho para detenerlo.
Resopló y miró a Daniel, enojadísimo. Jamás lo había visto así.
—Ni se te ocurra acercarte a ella—le advirtió.
—¿Y si ella se acerca?—lo retó Daniel.
Martin me miró a los ojos.
—No me trata mal, solo es rudo contigo—le expliqué para tratar de calmarlo—, aunque por lo que acaba de hacer no pienso acercarme más por el resto de las vacaciones—lo último lo dije girándome levemente para encarar a Daniel y mirarlo con mis ojos aterradores.
Él me miró un segundo y después miró sobre mi cabeza. Me giré para ver a mi novio, que le enseñaba el dedo medio. Cerré los ojos y negué con la cabeza.
Son tan infantiles…
—Vámonos antes de que esto termine mal—dije empujando a Martin en dirección al elevador. Daniel, de forma inesperada, nos siguió.
Arqueé una ceja para preguntarle con la cara “¿Por qué nos sigues?”.
—Yo también voy a la piscina—contestó con voz levemente dulcificada, como la que hacía Martin cuando quería convencerme de algo.
—Tu vocecita no funcionará—dije, apretando los labios para no reír.
Él sonrió.
Martin se recargó en la pared del elevador más alejada de Daniel y abrazó mi cintura para apretarme contra él. Besó mi frente y mis mejillas. Daniel tomó un largo respiro.
—¿Podrían al menos no hacer eso en frente de mí?—dijo Daniel rechinando los dientes.
—No—contestó Martin con voz ácida—. Si no quieres ver cierra los ojos.
—Pedazo de…—dijo Daniel dando un paso hacia nosotros.
—Está bien—dije rápido, alejándome de Martin para evitar otra pelea.
Las puertas del elevador se abrieron y salimos del tenso ambiente, al fin. Martin volvió a abrazar mi cintura y pegarme a su costado mientras caminábamos.
—Martin—dije cuando estuvimos acostados sobre unas mantas en la arena, tomando el sol—, sé que Daniel y tú no se llevan nada bien ¿pero al menos podrías tú intentar ser menos conflictivo?
Me miró levantando una ceja como diciendo “¿Hablas en serio?”.
—Él empezó—dijo acercándose a mí para abrazar mi cintura.
—Lo sé, él es más conflictivo que tú—dije con voz suave, besando su frente—, por lo mismo te pido a ti que mantengas más la compostura.
—No lo sé—dijo empezando a besar mi cuello.
Me alejé de él y lo miré con irritación.
—Por favor. ¿Piensas involucrarte en una pelea?—le pregunté, siendo firme en mi petición—No quiero que sean amigos, solo no quiero que estén al borde de una pelea cada vez que están a menos de quince metros de distancia.
—¿Y si mejor mandamos a volar el tema y me dejas besarte?—preguntó con voz de niño y mirándome con seducción mientras volvía a tocar mi cintura.
—No—dije tomando su mano, sin permitirle que me tocara—, prométeme que no te vas a pelear con Daniel.
—Por favor, Al. ¿Si es él quien empieza cómo puedo evitarlo?—se quejó.
—Huye, pero no pelees—dije acariciando su rostro con aprensión—. No sé que haría si te lastimara.
Se echó a reír.
—Por favor. No lograría ni tocarme—dijo bufando.
—No me importa, no quiero que te arriesgues y tampoco que lo lastimes. Solo… no peleen ¿sí?—volví a pedir.
—¿Si digo que sí me dejarás ponerte el bloqueador?—preguntó, sacando una pequeña botella de su mochila.
Me eché a reír.
—Hablo en serio.
—Yo también—me contestó, caminando con sus dedos por la manta, bajando hasta la altura de mis piernas y luego acercándose para tocar mi pantorrilla, subiendo lentamente hasta mi cintura.
—De acuerdo. Si lo prometes y lo cumples, te dejaré colocarme el bronceador—dije asintiendo.
—Está bien. Yo, Martin Hogan, prometo solemnemente amarte y respetarte… Ah, espera, no era eso—dijo echándose a reír y después inclinándose hacia mí para besarme. Lo detuve poniendo una mano en su pecho.
—No lo has prometido—le dije. No pensaba caer en su trampa.
—Al, me estás volviendo loco. Déjame besarte de una vez—pidió desesperado, acariciando mi espalda baja.
—Promételo—dije, tratando de ser seductora y acariciando su abdomen para recordarle lo que se estaba perdiendo. Se estremeció.
—Está bien, lo prometo—dijo perdiendo el control y besándome con intensidad.
Le devolví el beso, satisfecha con mi “poder de convicción”.
—No olvides que seguimos en un lugar público—le recordé jadeando cuando una de sus manos se escabulló hacia mi muslo y enredó mi pierna en su cintura.
—Hm…—fue su única contestación, concentrándose al cien por ciento en besar mi cuello.
—¿Vas a ponerme bloqueador o tendré que pedirle a Daniel que lo haga?—le pregunté bromeando. Se detuvo y me miró a los ojos.
—Eres un monstruo, ahora ni siquiera hubo necesidad de que Rachel o Sofía interrumpieran mi momento feliz, fuiste tú—se quejó sonriendo y mirándome con ojos entrecerrados, pero aún así tomando la botella del producto y vertiendo una gran cantidad en una de sus manos.
Me acosté boca abajo, aún sonriendo.
—Si no te detenía ibas a terminar quitándome el bikini—bromeé de nuevo.
Entonces sentí sus manos recorriendo mi espalda, aplicando el bloqueador.
—Por favor, Alice. Tú y yo sabemos que no tengo intenciones de desvestirte totalmente hasta que tengas la mayoría de edad—susurró en mi oído, acariciando con suavidad el borde de la tela que cubría mi piel.
—Lo sé, pero te gustaría—dije riendo.
—No te puedo mentir. Tú sabes que sí—dijo besando mi cuello mientras una de sus manos seguía masajeando mi espalda—, pero prefiero no hacerlo. Sin desvestirte completamente ya se me hace difícil contenerme, así que no forzaré mi autocontrol.
Nuestro autocontrol—lo corregí—¿o tengo que recordarte que estás bastante bien?
—Hm… Sonaré engreído, pero me gustaría que me lo recuerdes—dijo mordiendo levemente mi oreja.
—Pues me gustas. Me gustan tus ojos, tus labios, tu sonrisa y también tus músculos que están del tamaño perfecto. No enclenque, pero tampoco un Hulk.
Se echó a reír.
—¿Y tengo que decirte lo bien que besas o con eso te bastó?—le pregunté en forma juguetona.
—Hm… Mejor dímelo—dijo sonriendo contra la piel de mi mejilla—, ya sabes, solo para estar seguro de que me quieres tanto como yo a ti…
—Pues besas exageradamente bien, deberías dar clases—bromeé.
—No creo que se compare a tu forma de besar—susurró.
—No puedo saber si dices la verdad, ya que eres mi primer novio y el único que ha alabado mi forma de besar—dije girándome hacía él para poder besarlo.
—Pero yo sí he besado a otras chicas y te puedo decir que eres la mejor besadora del mundo—dijo, después mordió mi labio.
Miré hacia abajo y me quedé callada.
—¿Qué ocurre?—preguntó, levantando mi barbilla con su mano para poder verme a los ojos.
—¿No soy tu primera novia?—pregunté insegura.
—Por supuesto que eres la primera, y la única que planeo tener—dijo abriendo los ojos, sorprendido ante mi pregunta.
—Pero acabas de decir que has besado a otras chicas—dije con voz de bebé y haciendo un pucherito con mi labio inferior.
—Ah… pues, digamos que… tuve muchas pretendientes en mi pasado—dijo acariciando mi mejilla con sus dedos—y algunas eran demasiado insistentes, pero en realidad ninguna chica me gustó antes de ti. Eres la primera y única chica que me gusta y también la única a la que amo—me dio un beso en la nariz.
Me quedé pensativa un minuto.
—Un momento—dije entrecerrando los ojos con sospecha—, hace mucho tiempo, cuando yo no te amaba tanto como te amo ahora y me gustaba Alex, estábamos en la parada del autobús y tú tratabas de convencerme de que me amabas, te dije que solo era gusto y tú dijiste que ya te habían gustado otras chicas, pero que esto era diferente, que esto era amor.
Se quedó callado, jugando con un mechón de mi pelo un momento, después suspiró y me miró a los ojos.
—¿Dudas que te amo?—preguntó con tristeza.
—No, pero me gustaría que me expliques eso—dije acariciando su mejilla al ver la tristeza en sus ojos.
—Pues, te mentí, no me había gustado ninguna otra chica antes, pero de alguna manera supe que te amaba. Lo sabía porque hubiera estado dispuesto a meterme entre una bala y tú, a empujarte de en frente de un auto para salvar tu vida, aún si con eso yo moría, pero tenía que convencerte porque tú parecías incapaz de creerme aunque te hablaba con el corazón en la mano—dijo viéndome a los ojos con sinceridad reluciendo en ellos.
Se me hizo un nudo en la garganta y una sonrisa nació en mi rostro. Lo besé con fuerza, sintiendo una nueva clase de mariposas en mi vientre, más intensas…
—Te amo demasiado—dije cuando empezó a besar mi cuello.
—Yo te amo más—dijo.
—No lo creo—le contesté, sintiendo como mi corazón se agitaba con cada roce de nuestra piel—, solo escucha eso…
Acerqué si oído a mi pecho para que escuchara mis latidos.
—Ah… con que ahí está el objeto de mi conquista—dijo con voz divertida y después giró su rostro para besar mi pecho.
Me reí.
—¿Lo escuchas? Está loco por ti—dije besando su pelo—, igual que yo.
—Me gusta lo que escucho, pero aún así no se compara. ¿Quieres escuchar el mío?—preguntó separándose de mí para ver mis ojos—No te preocupes por lo que escuches, solo se agita así cuando estoy contigo.
Sonreí y asentí, entonces acerqué mi oído a su pecho desnudo. Él me abrazó mientras yo escuchaba atentamente el dulce sonido de su corazón, latiendo rápidamente.
Me reí y su corazón dio un pequeño brinco.
—Me preguntó si…—dije con aire misterioso.
—¿Qué?—preguntó.
No le contesté, en lugar de eso hice un pequeño experimento. Deslicé mi mano con suavidad por su pecho, bajando hasta su abdomen. Escuché con claridad como su corazón iba más rápido mientras un estremecimiento recorría su espalda.
Me eché a reír y él conmigo.
—¿Hay prueba más grande de que te amo?—preguntó cuando al fin me alejé de su pecho.
—No lo sé, pero definitivamente tengo un nuevo juego—dije poniendo mi mano donde sentía su corazón con más claridad y besando sus labios para sentir como su pulso cambiaba constantemente con mis caricias.
Él hizo lo mismo que yo y puso una de sus manos en mi pecho para sentir mi pulso.
—¿Y cómo llamaremos a este juego?—le pregunté cuando sentí que su pulso casi explotaba.
—Hm… ¿Qué te parece “luchitas dos”?
Me eché a reír.
—Un nombre menos ridículo, por favor—dije entre mis carcajadas, limpiándome las lágrimas que la risa me había sacado.
Se rio conmigo y después pensó de nuevo.
—Todos los nombres que se me ocurren son demasiado cursis—dijo ruborizándose.
—No importa, mientras no sea “luchitas dos”—no pude evitar reírme de nuevo.
—Bueno… ¿qué te parece “juego de corazones”?—preguntó sin mirarme a los ojos, probablemente avergonzado por la cursilería de sus pensamientos.
—Me parece perfecto—dije levantando su barbilla para que me viera a los ojos.
Sonrió y acaricio mi pelo.
—¿Quieres jugar a algo más? ¿Algo que incluya más gente?—preguntó pensativo de repente.
—¿Qué planeas?—pregunté cuando se levantó.
—Ven conmigo.
Me levantó del suelo jalando mi mano con delicadeza. Me llevó a la alberca y empezó a buscar algo con la vista.
—¡Austin, Rachel!—gritó cuando encontró sus objetivos—¿Quieres darte un chapuzón?—me preguntó.
Miré el agua de la alberca y la toqué delicadamente con la punta de mi pie. La sentí fría porque había estado al sol por bastante tiempo.
—Creo que paso—dime con la piel erizada a causa del frío que me provocó.
Sonrió.
—¿No quieres meterte al agua conmigo?—preguntó seductoramente, abrazándome para pegar su piel a la mía y provocar en mí el efecto que sabía que tendría.
—Está helada—dije, tratando de mantener mi autocontrol.
—¿Me harás obligarte?—preguntó, inclinando su rostro sobre el mío, acariciando con sus labios la piel de mis parpados.
—No me meteré ahí—alejándome de él para sentarme en una de las sillas reclinables que se encontraban alrededor de la piscina.
—Eso significa que me harás obligarte—dijo sin soltar mi cintura y cargándome repentinamente.
Abrí los ojos como platos.
—¡No!—grité riendo, pero ya se había lanzado a la piscina conmigo en brazos.
Tirité de frío cuando mi piel chocó contra el agua de la alberca. Martin no me soltó en ningún momento y salió con migo a la superficie, aún abrazándome. Me aferré a él al notar que la profundidad de la alberca era mayor a la que esperaba.
—Me obligaste a hacerlo—dijo cargándome, mientras caminaba hacia donde estaban Rachel y Austin. Al parecer él era lo suficientemente alto como para caminar en esa profundidad.
—Hace frío—me quejé.
—Pronto entraremos en calor, ya verás—susurró en mi oído.
Alex y Helen también estaban en la piscina. Hacía algún tiempo estaban distantes entre ellos, aunque tampoco era como si su relación hubiera sido alguna vez como la que yo tenía con Martin, siempre se habían visto un poco distantes, solo que últimamente incluso más.
—¡Alex!—lo llamó Martin, lo que me sorprendió bastante, tomando en cuenta la enemistad que tenían hace solo cuatro días. Supuse que el dicho “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” se aplicaba en este caso.
Alex se acercó hasta donde estábamos en compañía de Helen.
—¿Qué ocurre?—preguntó con sorpresa. Yo no era la única desconcertada.
—¿Quieren jugar?—preguntó Martin con una gran sonrisa.
—¿Jugar a qué?—le pregunté yo, que aún me encontraba entre sus brazos a pesar de que la profundidad de la alberca había disminuido lo suficiente para pisar el fondo en el lugar que nos encontrábamos.
—A la guerra—dijo con una gran sonrisa.
—¿La guerra?—preguntó Rachel, externando mi duda antes que yo—¿Qué es eso?
—Escuchen, el juego consiste en que nosotros, los chicos, carguemos a una chica sentada sobre nuestros hombros, entonces una vez que inicia el juego, ellas intentan derribarse de los hombros de su compañero de juego—explicó.
—Suena divertido—dijo Alex, sonriendo.
—Lo es—dijo Austin que rodeaba los hombros de Rachel con un brazo—. ¿Tú qué dices?—le preguntó a mi amiga—¿Juagamos?
—No perderemos—contestó ella, viéndolo a los ojos.
—Ya no estamos solos—le susurré a Martin al oído, señalando discretamente a Rachel y Austin.
Él rio ligeramente.
—Yo también quiero jugar—dijo Sofía, que estaba en un extremo de la piscina—, pero lamentablemente no tengo compañero.
—¿Quieres que sea tu compañero?—preguntó Daniel desde afuera de la piscina.
Ella encogió los hombros.
—Solo por diversión—dijo mirando a Martin a modo de disculpa al ver la mirada envenenada que le lanzó a Daniel.
Martin asintió y respiró hondo antes de recuperar su habitual y hermosa sonrisa.
—De acuerdo, entonces prepárense—dijo.
Daniel saltó a la piscina y se acercó a Sofía mientras todos los demás se preparaban.
—¿Lista?—preguntó Martin, llamando mi atención con un apretón de mi cintura.
Asentí, entonces él se hundió en el agua y acomodó mis piernas sobre sus hombros.
—¿No estás incómoda?—preguntó cuando salió del agua conmigo en sus hombros.
Negué con la cabeza.
—¿Y tú? Peso un poco…
—Para nada, parece que estoy cargando una mochila—respondió con una sonrisa y girando su cabeza para besar mi pierna.
Resoplé.
—Exagerado—dije negando con la cabeza.
—¡Un momento!—gritó la voz de Carlos de repente—Nosotros también jugamos.
Martin se giró para que pudiéramos ver de donde provenía la voz de nuestro amigo, que estaba sentado sobre los brazos de Irving. Nos echamos a reír ante la imagen.
—No por no tener novias nos vamos a perder de la diversión—dijo Irving, mirando a Martin divertido.
—Está bien—dijo, mostrando las palmas de las manos como si estuviera enseñando que está desarmado a un policía.
—Comencemos de una vez, que esto se pone interesante—dijo Rachel.
—OK, todos en círculo—dijo Austin, que al parecer conocía el juego.
Nos colocamos en un amplio círculo. Martin y yo estábamos en medio de Carlos y Rachel, que estaban siendo cargados por Irving y Austin respectivamente.
Al lado de Rachel y Austin estaban Sofía y Daniel, y al lado de ellos Alex y Helen.
—Comiencen—dijo Martin, entonces empezó todo el alboroto.
Primero arremetimos contra Rachel y Austin, pero no nos dimos cuenta de que Carlos e Irving estaban justo detrás de nosotros, así que Carlos casi me tira, pero escapamos. Rachel se fue contra Carlos en cuanto lo vio desprevenido y lo tiró. Martin y yo los observábamos riendo desde una distancia más o menos segura. Sofía ya se había encargado de tirar a Helen, que cayó en menos de treinta segundos. Arremetió contra Carlos, que estaba de espaldas a ella mientras se acercaba a Martin y a mí, que esperábamos por ellos a menos de dos metros de distancia. El ataque sorpresa de Sofi funcionó, lo que nos dejaba solos a Martin y a mí, y a ella y Daniel.
—¿Lista para la verdadera pelea?—preguntó con una gran sonrisa mientras se acercaba amenazadoramente a nuestro lugar.
—Avanza, cariño, no perderemos—le respondí arqueando una ceja de modo burlón.
—Ya lo veremos.
Estábamos a poca distancia, así que lancé mi primer ataque a sus hombros, tratando de tirarla, pero eran fuertes. Ella hizo lo mismo y empujó mis hombros con fuerza. Sentí que perdía el equilibrio, pero Martin retrocedió y me dio tiempo de recuperarme.
Sofi hizo un gesto con los dedos, invitándome a acercarme.
—¿Listo para correr?—le pregunté a Martin.
—Oh sí, nena—dijo.
Entonces tomé un largo respiro antes de decir:
—¡Ahora!
El se movió lo más rápido que pudo en la alberca, lo que me proporcionó fuerza para tirar a Sofía, quien se fue de espaldas con Daniel en cuanto mi empuje pudo más que su equilibro.
—¡Sí!—festejé, chocando palmas con Martin, quien se sumergió en la alberca para bajarme de sus hombros.
—Me debes diez dólares—le dijo Rachel a Carlos.
—Te dije que apostaras por Alice—le dijo Irving, dándole un golpe en la nuca.
Me eché a reír.
—Esto hay que celebrarlo—dijo Martin besando mi mejilla—. ¿Quieres cenar en la ciudad hoy conmigo?
—¿Es una cita?—pregunté, girándome para rodear su cuello con mis brazos.
—De hecho sí, lo del festejo porque ganamos solo es una excusa—dijo echándose a reír mientras su rostro se acercaba lentamente al mío.

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