—No lo puedo creer. Cómo es que tú te vas a casar y yo aún estoy soltera —no paraba de reclamar Irma mientras entre mi madre y la tía Mary me acomodaban el vestido blanco y esponjoso, que al fin podía llenar en los lugares correctos.
—Eso es porque no hay quien te soporte, querida —le dijo la tía Mary entornando los ojos.
Mi madre y yo nos echamos a reír mientras Irma se daba la vuelta ofendida.
—La limusina está afuera, lista para recibir a la novia —dijo Rachel, que se veía preciosa enfundada en su vestido rosa. Ella iba a ser la madrina más espectacular de la historia—. Te ves hermosa, Al.
Se le humedecieron los ojos al igual que a mi madre y a mí.