martes, 31 de mayo de 2011

Capítulo 13.- Esto es como ir en retroceso...

Regresamos de México el jueves veinticuatro de diciembre.
Las vacaciones siguieron su curso con pequeñas discusiones, pero al menos Martin cumplió su promesa de no pelear con Daniel, aunque tampoco era como si yo hubiera dejado las cosas al azar. Me adueñé de su tiempo, lo cual, siendo sincera, no era algo difícil de hacer tomando en cuenta que ambos disfrutábamos de nuestra compañía.
—¿Lista para la cena?—me preguntó mi madre a través de la puerta de mi cuarto—No queremos hacer esperar a la familia Hogan.
Era finalmente treinta y uno de diciembre y la familia de Martin había invitado a la mía a festejar el año nuevo. Mis tíos y tías, primos y primas, además de mis abuelos, estaban invitados. Todos se habían quedado en casa desde el veinticinco de diciembre. Nos habríamos quedado todos en la casa de mi tío Ben, que era mucho más grande y tenía cuartos suficientes para que al menos fuesen cuatro—o máximo cinco—personas por cuarto, pero mi madre abrió su gran boca sobre mi relación con Martin, así que la abuela Claire se empeñó en conocer a mi “futuro esposo”, por lo que hubo cambio de planes y todos se trasladaron a Orlando, en lugar de California, donde mi tío Ben vivía con su esposa, la tía Angeline y mis primos, Chad—de diez años—y Wendy—de once.
—Date prisa, Alice, no queremos hacer esperar a tu novio—dijo Chad en tono burlón, con quien estaba compartiendo cuarto, además de Wendy, Sacha, Irma, Andy y Jake, mis otros primos por parte de otros tíos.
Irma y Sacha eran hijas de la tía Mary. Andy—el más joven de todos los primos con solo ocho años—era hijo del tío Bernie y la tía Trudy—ella fue quien me regaló los tenis—, Jake era hijo del tío Donald y la tía Claudia.
Mis tíos durmieron apretados en la habitación de mi madre, mientras que los abuelos—Noa y Claire—se quedaron muy cómodos en la habitación de huéspedes. Acordamos que sería así porque eran los más viejos, aunque nunca hicimos esa separación en la casa del tío Ben, lo que se me hizo injusto ya que fue idea de la abuela y ahora por su culpa estaba compartiendo habitación con Chad y Andy, quienes manoseaban, desordenaban y sacaban mi ropa interior de su lugar.
—Ya voy, Chad—le dije en medio del bullicio de la habitación mientras trataba de subir el cierre de mi pequeño vestido azul de cóctel—. ¿Por qué no te adelantas abajo y juegas con Andy?
—Deja que te ayude—me dijo Sacha. Ella era la mayor de todos nosotros. Tenía dieciocho años.
—Gracias—dije cuando terminó de subir el cierre del vestido, que se encontraba en mi espalda.
—Mira esto—dijo jalando ligeramente la parte sobrante del vestido, que me quedaba un poco flojo—, el vestido más pequeño de la tienda y aún así no lo llenas.
Me encogí de hombros.
—¿Cómo me veo?—preguntó Wendy, observándose en el espejo con su vestido azul, idéntico al mío, que le llegaba un poco por debajo de las rodillas.
—Preciosa—le dije con una sonrisa. Ella era mi prima favorita, ya que siempre me alababa con sus preciosos ojos azules destellando como si yo fuese su ídolo.
—Gracias—dijo dejando de observar el espejo y volteando para mirarme—. Oh, Alice, pero si te ves mil veces mejor que yo.
—No es verdad—dije alborotando su cabello rubio, que estaba exactamente igual de despeinado que el mío.
—Ninguna se ve bien—dijo Irma, que tenía mi edad y estaba totalmente obsesionada con la moda—. Déjenme arreglarles el cabello, por Dios.
Se acercó a su enorme maleta y sacó una plancha para el cabello y un montón de productos.
—Sacha, ayúdame, por favor—le dijo a su hermana mayor, que al momento se paró junto a ella y nos sentó a Wendy y a mí en la cama.
—Yo les pondré maquillaje—dijo Sacha, sacando de la misma maleta otro tipo de productos. Ella, a pesar de ser la mayor era algo aniñada y le encantaba maquillarnos a Wendy y a mí.
—Bien. Entonces ¿qué peinado quieres?—me preguntó mientras cepillaba mi cabello.
—Ninguno, no tenemos tiempo—le dije intentando levantarme de la cama.
—No, no, no, no, no—dijo sosteniendo mis hombros para no dejarme parar—. Tú buenísimo novio hoy tendrá una novia decente. No sé como puedo hacerte caso un tipo tan guapo, quizá te lo robe.
Rechiné los dientes con irritación, mientras ella pasaba la plancha por el alborotado cabello.
—Porque es muy bonita—dijo Wendy, defendiéndome mientras Sacha le pintada el rostro.
—Igual que tú—le dije a mi prima tomándole la mano.
—¿Por qué tardan tanto?—preguntó Jake, entrando en el cuarto. Él tenía mi edad y se parecía bastante a mí en su modo de actuar y de pensar—. Hay, por Dios—dijo en cuanto vio lo que Irma y Sacha nos estaban haciendo a Wendy y a mí—. ¿No pudieron haber hecho eso con tiempo? Ya es hora.
—No me importa, de aquí ellas no salen sin un peinado decente—dijo Irma. Ella y Jake se llevaban terriblemente, aunque yo estaba del lado de Jake, ya que Irma era insoportable de verdad.
Jake entornó los ojos y salió de la habitación.
Irma se apresuró y terminó de rizar mi cabello en tiempo record, pero justo cuando me libré de ella Sacha empezó a ponerme maquillaje.
—¿Qué peinado quieres tú?—le preguntó Irma a Wendy con sarcasmo—Ah, déjame adivinar, el mismo que Alice.
—Sí, por favor—contestó Wendy, en tono cortés.
Irma rechinó los dientes y yo sonreí. Siempre le desesperaba el que Wendy fuera tan paciente y amable.
—No te muevas—dijo Sacha, que me estaba colocando el labial.
—Lo siento—dije y me quedé quieta como roca.
Terminaron de arreglarnos en cuarenta minutos y cuando bajamos las escaleras el único que nos esperaba era Jake.
—Se adelantaron para no ser descorteces—dijo encogiendo los hombros—. Vámonos, ya.
Salimos de la casa caminando lo más rápido que nos lo permitían los tacones y los vestidos. El vestido que yo traía puesto no lo había elegido yo, si no mi tía Angeline, ya que sabía que Wendy elegiría exactamente el mismo modelo.
Era de tela opaca, se amarraba por detrás del cuello y tenía un moño que se ajustaba justo por las costillas, debajo del pecho. Wendy y yo éramos de la misma talla, pero ella era más bajita que yo, así que le quedaba un poco más largo; a mí no me pasaba las rodillas.
Cuando llegamos a la mansión, para mi gran sorpresa, Martin nos esperaba en la parte de afuera con traje negro que le quedaba muy bien. Sonreímos al vernos.
—Te ves preciosa—dijo tomando mi mano en cuanto estuvimos cerca.
—Gracias. Tú te ves muy apuesto—le contesté dándole un beso en la mejilla—. Ups…—dije en cuanto noté que el labial rosado que Sacha me había puesto había dejado una marca en su mejilla.
Empecé a limpiar la marca con mi pulgar, pero el me detuvo.
—Déjalo ahí—susurró con una sonrisa, después saludó a mis primos—. Buenas noches.
—Hola otra vez—dijo Irma con tono coqueto.
Rechiné los dientes.
Mañana se larga, mañana se larga… pensé para intentar calmarme.
—Buenas noches—dijeron Jake y Sacha al mismo tiempo y le dieron un apretón de manos.
—Hola—dijo Wendy con alegría, dándole un beso en la mejilla.
Él la miró con atención y sonrió.
—Veo que vienes vestida igual que tu prima—le dijo Martin de una forma encantadora.
Ella le mostró una gran sonrisa.
—Es que es tan linda. Es mi modelo a seguir—dijo, después me abrazó.
Martin se echó a reír y después me abrazó la cintura.
—Adelante—le dijo al resto de mis primos, haciéndolos caminar por el sendero de adoquines.
Cuando entramos a la mansión ya estaban mis tíos, tías, abuelos, primitos y mi madre sentados la enorme mesa. Estaban ahí Bruce, Verónica y Sofía, pero además de ellos se encontraban quince personas más, todos parientes de Martin, los cuales no habían podido venir en la cena de navidad, ya que hubo una tormenta que había cancelado los vuelos de Irlanda a Estados Unidos.
—Tíos y tías, primos y primas, quiero presentarles a mi novia, Alice Claire Miller—dijo en frente de todos, llamando la atención de sus parientes.
Quince pares de ojos de color verde, azul y café claro me observaron con detenimiento y expectación. Entonces, de repente el señor que parecía tener más edad que el resto, se levantó con una copa de vino en la mano y la apuntó hacia mí.
—Bienvenida a la familia Hogan—dijo con una sonrisa.
—Muchas gracias—le respondí ruborizada por la atención que estaba recibiendo, pero mi voz se quebró por el nerviosismo. Todos se echaron a reír y continuaron con sus conversaciones.
La mesa, al parecer, se había dividido automáticamente. Los adultos se habían sentado en un extremo, mientras que los adolescentes se habían sentado en el otro, dejando así a los niños en el medio, haciendo un verdadero desastre.
Martin rodeó mi cintura con un brazo y me llevó hasta uno de los asientos vacios. El se sentó a mi lado.
—Así que tú eres la famosísima Alice—me dijo repentinamente uno de los chicos. Extendió la mano hacia mí—. Mucho gusto, mi nombre es David Hogan.
Tomé su mano y sonreí con amabilidad.
—Él es uno de mis primos—me dijo Martin al oído, después besó mi mejilla.
Asentí.
—Veo que Martin se consiguió una novia bastante hermosa—dijo arqueando las cejas con reverencia—. Si terminan, mi número es este—me miró con seducción y sacó una tarjeta del bolsillo de su saco.
Me ruboricé.
—Es mía, David—dijo Martin, quien lo miraba con irritación y me apretaba la cintura con fuerza, pegando mi espalda a su abdomen.
—Solo decía, por si le interesa—le dijo con una sonrisa y encogiendo los hombros con inocencia, después me guiñó un ojos y movió la boca como diciendo “llámame”.
Martin gruñó y yo me eché a reír.
—No te voy a dejar por tu primo, tranquilízate—le dije, dando la vuelta en sus brazos para poder encararlo.
—Si lo hicieras, lo mataría a él—dijo con una sonrisa, inclinando su rostro sobre el mío para besarme.
Le devolví el beso, pero solo un momento, ya que mi familia estaba presente, y también la suya, y no quería dar un espectáculo de besos para que luego mis primos me molestaran diciendo “pasa babas”, como le había sucedido a Sacha cuando nos presentó a su primer novio hacía tres años.
La cena se sirvió y la velada continuó como estaba prevista. Cuando fueron las doce de la noche todos gritamos “Año Nuevo” juntos y después pusimos música para bailar.
Martin y yo nos mezclamos entre las personas para salir de ahí discretamente.
En cuanto estuvimos en el pasillo, fuera de la vista de nuestras familias, sus labios se apoderaron de los míos con urgencia. Me apresó contra la pared mientras una de sus manos encontraba un lugar por donde meterse debajo de mi vestido, acariciando mis piernas y subiendo hasta mi cintura. Yo, a pesar de que intenté no estrujar demasiado sus ropas para no arrugarlas, terminé desabotonando su camisa y poniendo mi mano donde sabía que sentiría los desesperados latidos de su corazón.
Justo cuando sus labios descendieron por mi cuello, llenándolo de besos y caricias, escuché risitas.
Me separé de Martin solo para observar a mis dos pequeños primitos que nos veían con las bocas tapadas por sus manos, solo para un segundo después escucharlos gritar:
—¡Pasa babas! ¡Vengan a ver todos!
Martin y yo los miramos con ojos muy abiertos, después nos miramos y salimos corriendo antes de que nos vieran en tan comprometedora posición.
—Tómales una foto antes de que se escapen—escuché la voz de mi prima Irma a mis espaldas.
Martin y yo nos echamos a reír una vez que nos escondimos en el columpio para dos personas, que estaba en la parte de la cúpula de cristal con las luces apagadas.
—Eso hasta para mí fue vergonzoso—dijo jadeando y después echándose a reír otra vez.
Me eché a reír con él y después volví a besarlo con urgencia, ya que mis queridos primos no me dejaron disfrutar de mi beso.
Él abrazó mi cintura y me jaló sobre él mientras me besaba. Con una de sus manos recorrió en borde de mi ropa interior, dudando.
—¿Martin?—pregunté al notar que se detenía.
—Eso sería pasarse de la raya ¿no?—preguntó inseguro, aún con su mano acariciando la fina tela que lo separaba de mi piel.
—¿No crees poder contenerte si avanzas más?—le pregunté tentadoramente, sin saber tampoco que es lo que yo quería.
—No lo sé. Solo sé que te deseo—dijo con la respiración contenida. Pude sentir como sus latidos aumentaban cuando pronunció esas palabras.
—¿Y estaría mal si avanzamos?—pregunté en susurros, sin poder contenerme y recorriendo con mis labios su cuello, pasando por su pecho, hasta llegar a su abdomen.
—No lo sé—dijo, dejándose llevar por un momento y dejando su mano acariciar un poco más haya de borde de la tela.
—Yo tampoco—dije volviendo a subir para besar su cuello nuevamente—. ¿Qué es lo que quieres?
—Te quiero a ti—respondió en susurros, levantando un poco más mi vestido.
—Y yo a ti—susurré con voz temblorosa cuando un estremecimiento acompañó a su mano recorriendo mi espalda.
Gimió en cuanto la piel de su abdomen tocó la mía.
¿No sería más fácil atenerse a las decisiones que ya tomaron en lugar de exponerse de esta manera? Me preguntó la voz sensata, que hacía tiempo no daba señales de vida.
Lo sé. Es solo que es difícil concentrarte con emociones tan intentas… le respondí, mientras me dejaba envolver por el sentimiento que causaba la respiración de Martin en mi cuello, inhalando mi aroma.
Giramos y quedó encima de mí.
¿Pero no sería el esperar algo mejor? ¿No traería más satisfacción el llegar a ese momento sabiendo que aguantaste todo ese tiempo solo para eso? Puedes gozar de todas maneras, nadie dice que no hagan lo que hacen ya, pero hay cosas que involucran más que un rato de placer, hay cosas que involucran responsabilidad, Alice. ¿Eres capaz de responsabilizarte de tus actos si algo sale mal?
Suspiré, y tomé una decisión, una decisión que solo me correspondía tomar a mí y a nadie más.
—Martin—dije con voz suave.
—¿Hm…?—preguntó distraído, acariciando suavemente mi pierna con una mano y besando mi abdomen.
—Creo que es mejor  esperar—dije finalmente, cerrando los ojos con nostalgia por lo que pudo haber sido, pero aún así sabiendo que eso era lo mejor. No me iba a arrepentir de esa decisión, de eso estaba segura.
Él suspiró y subió para mirarme a los ojos.
—Está bien—dijo con serenidad—. Definitivamente me siento más tranquilo ahora.
Sonrió y besó mi frente.
—Volvamos a  la fiesta antes de que piensen mal—dije.
Él asintió. Lo abracé con fuerza antes de que se levantara.
—Te amo—dijo besando mi mejilla mientras caminábamos de regreso a la fiesta tomados de la mano.
—Yo también te amo—le respondí girando mi rostro para besar sus labios con suavidad.
—Ya volvieron los pasa babas—gritó Andy en cuanto nos vio cruzar las puertas dobles.
Todos los miembros de ambas familias nos miraron con diferentes expresiones en sus rostros. Mis primos se empezaron a reír.
—Hm… eh… pues, eh… ¿Ya terminó la fiesta?—preguntó Sofía tratando de dejar pasar el momento.
—Es tarde ya—dijo Bruce, distrayendo a todos—. Creo que sí, es el fin de la fiesta.
—Bien, fue un placer haber estado juntos este día—dijo mi madre, dándole un cariñoso abrazo a Verónica—. Gracias por todo.
Todos empezaron a despedirse. Martin y yo suspiramos de alivio al ver que el momento incómodo había pasado.
Me despedí de todos los miembros de la familia de Martin.
—Llámame—me dijo David cuando se despidió de mi con un beso en la mejilla.
—No, no te va a llamar—dijo Martin separándome de él con rapidez.
Me eché a reír.
—No entiendo cómo puedes tener tanto éxito—se quejó Irma—. Yo soy más bonita que tú.
Entorné los ojos y negué con la cabeza.
—No es verdad—me susurró Martin al oído, besando mi oreja.
Sonreí.
—Nos vemos, primo Martin—dijo Wendy cuando estuvimos en el portón.
—Nos vemos, prima Wendy—le contestó Martin amigablemente.
Wendy se adelantó con Jake y nos dejó solos a Martin y a mí.
—Por cierto, respecto al nuevo uniforma escolar, que la falda no sea muy larga, por favor—me pidió mientras me abrazaba para despedirse.
A mí ya se me había olvidado por completo el detalle de que ahora tendríamos uniformes escolares debido a que el directo Gray se había jubilado y e nuevo director exigía los uniformes.
Asentí y lo besé por última vez esa noche.
—Te amo—me dijo cuando yo ya estaba a cinco pasos de él.
—Yo a ti—le respondí, entonces corrí para alcanzar a mi familia.

El martes cinco de enero finalmente reanudamos clases.
Mi uniforme nuevo—a pesar de haber sido olvidado por mí—fue recordado por mi madre, quien había comprado la talla más chica guiándose por mi ligeramente escuálido cuerpo, lo que había hecho que la petición de Martin de “falda no muy larga” se hiciera realidad sin querer.
Al menos ya no tendré que preocuparme por escoger algo en las mañanas… Le vi el lado positivo.
El uniforme consistía en mayas negras y una falda de tablones con cuadros escoceses, una blusa blanca con mangas cortas y con el escudo de la escuela bordado sobre el bolsillo izquierdo de la blusa. Los zapatos debían ser negros y planos, debíamos usar un moño rojo en cuello y todas las chamarras que se llevaran a la escuela debían ser de color negro o rojo. El chaleco era opcional debido a que el calor de Orlando demandaba ropa ligera, aunque en invierno podía llevarse perfectamente.
Por suerte para mí, todas mis chamarras y suéteres eran precisamente de color rojo y negro, así que no tuve problema en elegir una chamarra ligera para ponerme en caso de que el aire acondicionado del salón me pusiera la carne de gallina.
Tomé un baño muy temprano en la mañana, me vestí con el uniforme nuevo, cuyo chaleco picaba, así que decidí dejarlo en casa. Tomé la única libreta que llevaba a la escuela para tomar apuntes y la metí en la mochila.
Salí de la casa silbando, algo impaciente por encontrarme con mis amigos, Alex, Austin, Carlos e Irving, que no había visto desde que volvimos de México. A Martin no lo extrañaba, porque habíamos estado juntos todo el tiempo.
Me sorprendí al ver que en la parada de autobús no estaba Martin ya esperándome, y mi sorpresa fue incluso mayor al notar que su auto negro se estacionaba en frente  de donde yo estaba sentada.
Bajó la ventanilla automática del auto y me miró, bajando sus lentes oscuros con una sonrisa que clasifiqué por sexy.
—¿Te llevo, nena?—me preguntó con voz profunda.
Me levanté del asiento con una gran sonrisa y subí al auto. Lo observé con el uniforme nuevo. Sus pantalones eran de color gris y estaba usando una corbata roja.
—Este cambio se debe a…—dejé la frase inconclusa, insinuando una pregunta.
—Este año pienso conquistar chicas—dijo guiñándome un ojo.
Arqueé una ceja.
—En serio—dije golpeando su hombro.
Se echó a reír.
—No lo sé. Desperté esta mañana con ganas de algo nuevo, y no solo los uniformes—dijo encogiendo los hombros y después mirando mi atuendo—. Por cierto, veo que me has hecho caso respecto a lo de las faldas y sinceramente te lo agradezco.
—Dale las gracias a mi madre. Yo no siquiera recordé el uniforme y ella, por experiencia, sabía que si compraba algo más grande terminaría cayéndose.
—Hm… Quizá eso sería mejor—dijo entrecerrando los ojos, con la mirada perdida.
Negué con la cabeza y entorné los ojos.
Estuvimos en la escuela más pronto de lo que llegábamos con el autobús, lo que nos dio tiempo para un diminuto juego de luchitas en el auto. Tal vez ese había sido el objetivo principal del pequeño cambio y, de hecho, me gustaba la idea de iniciar así mis mañanas.
La campana fue lo que hizo que detuviéramos nuestro “juego”. Salimos de prisa del auto y corrimos hasta el salón de geografía, que era la clase con la que siempre iniciábamos los martes.
La profesora Johnson era puntual, así que ya estaba en el salón cuando Martin y yo llegamos.
—Iniciando mal el año—dijo negando con reprobación la cabeza—. Pasen a sentarse y espero que esta sea la primera y última vez, jóvenes.
—Sí, profesora—dijimos al mismo tiempo mientras caminábamos hasta nuestros asientos.
Fruncí el ceño con sorpresa al ver que en nuestra mesa, además de Carlos e Irving, estaba siendo ocupada por una chica nueva, cuya mirada lasciva hacia mi novio no pasó desapercibida. Sentí calor en mi cuello y mis mejillas, producto del enojo desconocido.
Me desconcertó el sentirme molesta, porque no era como si el hecho de que una chica viera a Martin de esa manera fuera nuevo, toda la vida recibía ese tipo de miradas, por parte de ambos sexos en ocasiones raras y graciosas, pero por alguna razón, sentí inseguridad y enojo cuando me senté en mi lugar de siempre, junto a esa chica de ojos castaños y cabello rubio, que observaba a mi novio, o quizá sería mejor decir, se lo comía con los ojos.
Carlos e Irving llamaron mi atención con sus manos para dedicarme un silencioso pero emocionado saludo, que les devolví con una gran sonrisa.
—Bienvenidos a la escuela otra vez—dijo la profesora, observándonos con una mirada severa nada acorde con su dulce tono de voz de viejecita—. Como habrán notado tenemos a una nueva compañera. Por favor, pasa al frente y preséntate con tus compañeros.
La chica, con una confianza que sinceramente envidié un poco, se levantó de su asiento y caminó con seguridad hasta el frente del aula.
En cuanto se dio la vuelta para encarar a la clase sus ojos se posaron sobre mi novio, que a pesar de su mirada no la veía y miraba mi rostro con atención, totalmente girado en su asiento.
Él tomó mi mano y acarició mi entrecejo con el pulgar.
—¿Estás molesta por algo?—preguntó confundido—No recuerdo que la clase de geografía sea de tus menos preferidas.
Negué con la cabeza y cerré los ojos.
—Mi nombre es Megan Reesse—escuché a la chica decir con voz aburrida y monocorde—y… eso es todo, creo.
Abrí los ojos solo para encontrarme con los de Megan, mirándome con total desprecio, tal y como yo la miraba a ella.
¿Quién se creía ella para mirar a mi novio de esa forma?
—¿Algún comentario extra que te gustaría hacer sobre sus gustos personales?—preguntó la aburrida profesora, encogiendo sus hombros.
Negó con la cabeza.
—Bien, regresa tu asiento ya—dijo la profesora, dándose la vuelta hacia la pizarra para tomar un gis y empezar a escribir.
Se sentó en el lugar de la cabecera y no dejó de mirarme, pero por supuesto no iba a dejar que me intimidara, y mucho menos sabiendo el poder que tenía mi mirada.
A pesar de no ser una chica ruda ni fuerte, mi mirada siempre inspiraba respeto, y me hacía parecer alguien con quien debía andarse con cuidado. Le imprimí todo el terror que pude, ella palideció y desvió la vista casi automáticamente. Sonreí y escuché la melodiosa risita de Martin.
Lo miré. Él negaba con la cabeza y alborotaba mi melena.
Escribió en la esquina de la hoja de su libreta y la acercó a mí para que leyera.
¿Intimidando a la chica nueva? ¿Es ella quién te ha disgustado?
Tomé un lápiz y escribí debajo de sus preguntas.
¿Notaste como te observa?
Él negó con la cabeza, inclinando las comisuras de sus labios hacia abajo en una muestra clara de no tener idea de lo que estaba hablando. Suspiré y volví a escribir en la libreta.
Digamos que… demuestro que eres mi chico.
Sonrió y después escribió:
No sabía que eras celosa, y debo admitir que me gusta…
Lo miré y esbocé media sonrisa.
—Eh… ¿Disculpa, me prestas tu goma?—dijo Megan repentinamente, dirigiéndose a Martin.
Mis labios se tensaron en una fina línea mientras Martin sacaba una goma de su estuche y se la entregaba.
—Aquí tienes—le dijo.
—Gracias—dijo ella con voz de niña.
La usó y se la devolvió. Él negó con la cabeza.
—Consérvala—le dijo y después me miró a los ojos.
Sonrió y besó mi mano, justo donde se encontraba el anillo que me había regalado durante las vacaciones…

Las clases transcurrieron justo como el tic-tac de reloj, es decir lentamente. No pude evitar el suspirar en el momento en el que la campana anunció la hora del descanso. Austin, Carlos, Irving, Martin y yo conversamos alegremente sobre las cenas de navidad y año nuevo hasta que llegamos al lugar donde siempre nos sentábamos, para mi sorpresa, Carlos e Irving se sentaron con nosotros está vez.
—¿Qué tal el treinta y uno?—preguntó Alex en cuanto me vio.
—Genial—le respondí—, a excepción de mi prima Irma, insoportable como siempre.
Se echó a reír.
—¿Recibiste mi mensaje de felicitaciones por el año nuevo?—preguntó cuando dejó de reír.
Me mordí el labio y lo miré con culpa.
—No, lo siento, perdí el celular.
—¿De nuevo?—preguntó sorprendido.
—Es muy difícil no perder algo que casi no usas—dije jugando con mis dedos.
—¿Y qué tal tu treinta y uno?—le preguntó Martin a Alex.
—Hm… Familiar—dijo encogiendo los hombros—. Supongo que estuvo bien.
Martin también encogió los hombros y después tomó un mechón de mi pelo y jugó con el. Una sonrisa empezó a extenderse por su rostro antes de decir:
—Por cierto ¿sabías que hay una chica nueva en nuestra clase?
Alex lo miró arqueando las cejas con sorpresa, y yo con disgusto.
—Sip. Alice se puso celosa porque según ella me miraba demasiado—dijo levantando la punta del mechón con el que estaba jugando y sacudiéndolo en mi nariz.
—No dije que estuviera celosa—dije entrecerrando los ojos.
—Por favor, era muy obvio—dijo, sacudiendo la punta del mechón desde mi frente hasta la punta de mi nariz, para luego soltarlo y abrazarme la cintura, pegándome a él.
—Fanfarrón.
—Solo digo lo que vi—dijo con dulzura, después besó mi oreja y susurró—, además, yo tengo muchos más motivos para estar celoso de cualquier otro chico, tomando en cuenta el éxito que tienes entre los hombres y que existen muchos como yo.
—Te equivocas, eres único—dije, girando la cabeza para poner mi rostro en frente del suyo.
—Tú eres única—dijo antes de besar con suavidad mis labios, pero sin exagerar.
Ya nos salía un poco mejor el no exagerar nuestros besos en frente de las personas, aunque seguían siendo lo suficientemente apasionados como para ganarnos el apodo de “pasa babas” si lo hacíamos en frente de mis primos.
—Disculpa ¿puedo sentarme con ustedes?—le preguntó de repente la voz de Megan a Austin, que se encontraba distraído con una animada plática con Carlos, presumiendo sobre lo fantástica que era su nueva novia, Rachel.
—Eh… Adelante, supongo—dijo encogiendo los hombros y mirando a Alex con las cejas levantadas.
—Gracias—dijo ella con amabilidad—. Lo siento, es solo que soy nueva y… no conozco a nadie.
—No te preocupes—dijo Carlos con tono coqueto—. Así que te llamas Megan ¿no?
Contuve una sonrisa, recordando que justo el primer día me había hecho exactamente la misma pregunta con exactamente el mismo tono.
—Sí, y ustedes son Carlos, Irving, Austin, Martin y Alice—contestó ella, señalándonos a cada uno mientras decía nuestros nombres.
Carlos levantó las cejas con sorpresa.
—¿Cómo lo sabes?—le preguntó impactado.
—Hana me dijo los nombres de ustedes, es fácil recordarlos por medio de sus descripciones—dijo ella encogiendo los hombros.
—¿Descripciones?—preguntó Helen, levantando una ceja en modo sarcástico y siendo ligeramente grosera. Por primera vez en mucho tiempo, sentí algo de calidez hacia Helen—¿Qué descripciones?
—Carlos, el delgaducho. Irving, el del aire intelectual. Austin, el de los ojos azules hipnóticos. Martin y Alice, el chico y la chica perfectos—contestó Megan, sin poder evitar entornar los ojos cuando terminó de hablar, pero con una sonrisa amable en el rostro—. Como si no lo supieran…
—Eh… no lo sabíamos—dijo Austin frunciendo el entrecejo.
—Bueno, en el caso de Alice, sí—dijo Martin, retirando cabellos que la brisa había soplado a mi cara—. Desde que inició el curso todos los chicos se lo hicieron saber.
—Hm… sí, bueno—dijo ella con voz dulce—, todos podemos notar que es muy bella.
La miré, recelosa ante su comentario. ¿Primero me miraba con desprecio y ahora me halagaba? Al momento en que fijé mi vista en sus ojos supe que solo era hipocresía. Incluso Helen la miraba con desprecio.
Comimos en silencio un rato, antes de que llegara un grupo de chicos a coquetear. Al parecer nunca perdían las esperanzas o ya se había una costumbre escolar.
—Y, Megan… ¿por qué no nos dices cuál es el motivo porque te transfirieran a esta escuela?—preguntó Alex cuando los chicos se adueñaron de la atención de Helen—Por cierto, yo soy Alex.
—Claro—dijo Megan con una gran sonrisa. Noté como Helen le lanzaba una mirada cargada irritación. ¿Ahora coqueteaba con Alex?—. Pues, mi padre trabaja en una constructora y lo ascendieron, así que tuvimos que mudarnos a Orlando para que estuviera cerca de sus superiores.
Se me paralizó el corazón cuando Martin giró el rostro sorprendido al escuchar lo que Megan decía.
—Disculpa… ¿pero de casualidad la constructora donde trabaja tu padre se llama Hogan’s?—le preguntó Martin con curiosidad.
Ella se removió inquieta en su lugar por al fin haber recibido algo de atención de parte de Martin. Resoplé por la nariz silenciosamente.
Eres patética… ¿Cómo puedes estar celosa por ella? Me regañó la voz sensata de mi cabeza. Es decir, solo mírala, es una vil cucaracha, una zorra que ni siquiera está a la altura de Helen…
Es que ni siquiera Helen actúa tan… “coqueta”. Le contesté a la voz, tratando de no pensar palabras que sonaran tan mal.
Por eso mismo, no te preocupes. Una zorra más, una zorra menos… Tú tienes ya demasiado éxito sin siquiera desearlo, en cambio ella tiene que arrastrarse para que la noten…
Con Carlos pareció tener un buen inicio… le dije, mirando a mi amigo que observaba idiotizado a la chica nueva.
¿Y a quién demonios de importa Carlos? Esto es bueno, que al fin se consiga una novia…
Pero mira como conversa con Martin… Actúa más zorra que la propia Helen antes de que se diera por vencida.
¿A caso Martin alguna vez cambió su interés por Helen cuando ella lo intentó? No. Supéralo, Alice. Deja de tenerle miedo al mundo de una buena vez. ¿Cuántas chicas no le han coqueteado desde hace meses y en frente de ti?
Pero es distinto, eran temporales, ella está en nuestra escuela, en nuestro salón y tiene más acceso a él… No lo sé, por alguna razón me preocupa.
Te repito, supéralo… dijo la voz, antes de desvanecerse en mi mente.
Suspiré y volví a la realidad de la plática, que había avanzado mientras yo conversaba conmigo misma, casi soñando despierta.
—Alice—me decía Martin sacudiendo mi hombro suavemente, intentando despertarme de mi pequeño trance.
—¿Qué?—pregunté parpadeando repetidas veces, como si volviera en mí.
—“¿Qué?” ¿Qué pasa contigo? Te veías ida—dijo con preocupación tomando mi rostro entre sus manos y examinando mi cara y mis ojos—. ¿Estás bien?
—Sí—dije con suavidad para tranquilizarlo—, solo estaba soñando despierta.
Suspiró y sonrió.
—Menos mal—dijo y acercó su rostro al mío para besar mis labios con delicadeza.
Megan carraspeó cuando nuestro beso se demoró un poco más de cinco segundos. Por lo general me habría alejado de Martin, ruborizada por las muestras de afecto en público, pero el hecho de que fuese ella quien carraspeó me hizo enfadar y hacer exactamente lo opuesto.
Profundicé el beso solo para demostrarle que era mío, y de nadie más…
—Eh… Voy por un refresco a la cafetería—dijo repentinamente la voz contenida de Alex,  recordándome que Megan no era la única que presenciaba nuestro beso y haciéndome sentir, sin quererlo, infinitamente culpable por haber mostrado tanto afecto en frente de él, aún sabiendo lo que sentía por mí.
Martin estaba sumido en mis labios cuando detuve el beso de manera abrupta y miré alrededor. Los chicos estaban intentando mirar a otro lado, aunque de todas maneras había miradas furtivas. Me ruboricé, pero me sentí satisfecha cuando vi el rostro de Megan echando chispas. Helen tenía en sus labios una sonrisa de satisfacción casi tan gigantesca como la mía cuando Martin me abrazó después de haber interrumpido el beso.
El descanso siguió su curso y cuando al fin sonó la campana, una mano desconocida—olvidada en realidad—se adueñó de mi muñeca.
—Ven conmigo—susurró Helen en mi oído.
La miré asustada, igual que Martin.
—Solo quiero hablar contigo cinco minutos—dijo entornando los ojos.
La mano de Martin aún tomaba la mía, pero asentí en señal de que estaba bien, así que me dejó ir con gesto receloso.
—Te guardaré el lugar—dijo a mis espaldas, mientras Helen me arrastraba por entre la multitud del pasillo que regresaba a sus clases.
Me llevó hasta el baño de chicas y miró a las tres escasas chicas  de primero, que estaban en otra clase que no era la mía.
—Largo—dijo, y las chicas recogieron sus mochilas y se marcharon como por arte de magia.
Me miró con aire superior por un momento, en el cual no pude evitar sentirme intimidada tomando en cuenta que era más alta que yo y al parecer tenía un poco más de fuerza, o al menos la suficiente para llevarme casi a rastras hasta el baño de chicas.
¿Cómo pude pensar en descuartizarla a inicios de clases? Era más que obvio que me ganaría…
—¿Qué quieres?—dije intentando mostrar valentía e imprimiéndole un poco de terror a mis ojos.
—Al diablo con tus ojos aterradores, Miller, no te traje para pelear—dijo suspirando y relajando la postura que había adoptado con las manos sobre las caderas. Empezó a caminar con deliberada lentitud como si estuviera planeando algo.
—¿Entonces?—pregunté confundida, pero con algo de sorna en la voz.
Me miró con aire serio y después dijo:
—Escucha, lamento muchísimo lo que te hice ¿sí? No pretendía… lastimarte—dijo con cautela.
—¿Ah, no? ¿Qué pretendías entonces, Grandon?—dije con sarcasmo y cruzando los brazos sobre mi pecho—Porque siento que hubiera sido lindo de tu parte al menos avisarme que también te gustaba, o al menos no darme ánimos como lo hiciste…
—Lo sé, y lo lamento. Soy una perra ¿ya? Está en mi naturaleza ser malvada…—me interrumpió de súbito girándose para encararme, con culpa en los ojos.
—¿Y…?—le dije con ojos entrecerrados, sabiendo que faltaba algo en su disculpa y también sabiendo que ella sabía a que me refería.
—Y lamento haber intentado robarte a tu novio—dijo entornando los ojos, luego murmurando—. No pude evitarlo, está buenísimo…
Esbocé media sonrisa.
—Lo sé—dije.
Ella también sonrió.
—Lamento haber demorado tanto mi disculpa, y supongo que esto sonará algo convenenciero pero tenemos que unirnos. Creo que sabes de que hablo.
Respiré hondo y miré el suelo.
—Sí, sé de que hablas.
—Alice, sé que no volverás a tener confianza en mí nunca más—dijo acercándose y tomando una de mis manos—, pero quiero ser tu amiga de nuevo. No sabes lo sola que he estado, aunque en gran parte lo tengo merecido.
—Lo sé, yo también estuve sola en esta escuela al principio—dije subiendo la mirada para encontrarme con sus ojos llenos de sinceridad.
—No hay que permitirle a Megan coquetear con nuestros novios—dijo apretando mi mano—. Casi puedo olfatear su perfume a zorra.
—¿Pero qué se puede hacer? Por mi parte le he lanzado un par de miradas aterradoras…—dije con la mirada perdida, imaginado un plan de mayor efecto miedo en ella.
Me sentía mala, ruda y despreciable. En realidad la chica no había tenido aún ningún gesto grosero conmigo directamente, aunque por otro lado, el coquetear con mi novio era la guerra segura.
¿Estás bromeando? ¿Ningún gesto grosero contigo? Me dijo con fuerza la voz loca de mi cabeza, que de momento había remplazado a la sensata de mi conciencia.
No me ha mordido… pensé con inseguridad hacia la voz ruda de mi cabeza.
¿Y estás esperando a que te muerda? O peor aún ¿Qué muerda a Martin?
Mi mente se inundó de imágenes de Megan, acercándose a Martin, tomando su mano, robándole un beso…
—¡No!—grité repentinamente, llevándome las manos hasta mis oídos como si estuviera tratando de acallar algún sonido desagradable.
Helen me miró con cara rara.
—¿Estás bien?—preguntó.
Asentí. No podía permitir que el monstruo de los celos me atacara, estaba perdiendo la cabeza sin razón alguna.
—De acuerdo… ¿Entonces estás conmigo?—preguntó.
—¿Estar contigo?
—El plan que te acabo de decir—dijo con impaciencia.
—Lo siento, creo que necesito que lo repitas—dije avergonzada. Era malo concentrarme en mis conversaciones internas mientras conversaciones reales estaban sucediendo al rededor. Tenía que dejar de escuchar a mis pequeñas conciencias, o al menos no prestarles tanta atención.
Suspiró.
—Solo hay que hacerle la ley del hielo, tratar de dejarla fuera del grupo del desayuno, eso para empezar. Si no funciona tendremos que pensar en un plan “B”.
—Helen, no me parece una buena idea—dije con tono suave—. Realmente solo está coqueteando con ellos, nada del otro mundo, claro de repente me envía miradas envenenadas, pero no me voy a morir, ni tú tampoco. Solo hay que ignorar el asunto.
Lo dije tratando de convencerme más a mi misma que a ella.
Me miró decepcionada, respiró hondo y asintió.
—Pero hay que vigilarla. No quiero que se le acerque a mi Alex—dijo cruzando los brazos sobre su pecho y mirando el suelo en un gesto excesivamente tierno para una persona como ella.
—Alex es demasiado bueno para traicionarte, no te preocupes—dije dándole unas palmadas en la espalda.
Ella me miró y sonrió.
—No lo merezco ¿verdad? Una persona como yo no debería tener a alguien tan bueno como él. Lo más curioso es que al principio solo lo hice para fastidiarte, quería hacerte sufrir porque te tenía envidia.
—¿Envidia?—pregunté frunciendo el entrecejo.
—Sí, Miller, envidia. Eres tan bonita que ningún chico se atrevía a hablarte siquiera, tu sola belleza los intimidaba. Tú parecías tan inocente, tan linda. Quería hacerte pedazos porque te tenía envidia y lamento de verdad haberte lastimado—dijo ruborizándose, avergonzada.
—Te perdono—dije, sonriéndole con timidez ante su gesto de sinceridad.
—Eres una buena persona—dijo con media sonrisa.
—Y tú mala, pero así eres—bromeé.
Se echó a reír.
—Creo es hora de irnos—dije cuando dejamos de reír.
Ella asintió y empezó a caminar hacia la puerta del baño.
—¿No vienes?—preguntó al ver que yo no me moví.
Negué con la cabeza.
—Estaré aquí un momento—le dije.
Ella encogió los hombros y se fue, dejándome sola con mi reflejo.
Miré mi rostro en el espejo del baño y lo estudié con detalle. Tenía una piel bonita y ligeramente ruborizada por el sol. Cejas finas; mis ojos eran grandes y tenían un característico brillo por lo oscuros que eran. Mi nariz era ligeramente respingona y mis labios estaban rosados y llenos. Mi cabello, a pesar de estar desarreglado y algo esponjado, se veía suave y enmarcaba mi rostro de una manera incluso algo tierna.
Empezaba a ver belleza en mí, no tanta como una estrella de cine, pero al menos era algo guapa.
Sonreí, alcé las cejas y fruncí los labios. Hice todo tipo de muecas en frente del espejo del baño, hasta que me sentí estúpida y me eché a reír.
Me eché agua en la cara y salí del baño, pero en realidad no tenía mucho sentido asistir a la clase, habiéndome saltado ya más de la mitad de la hora.
Caminé sin rumbo fijo por el pasillo hasta que sonó la campana. Observé a los alumnos salir de los salones.
Martin fue el primero en salir disparado y sondeó el pasillo con urgencia en sus ojos, que se tranquilizaron inmediatamente al posarse sobre los míos. Se acercó con paso rápido hasta mí y tomó mi mano.
—¿Por qué no te presentaste a la clase?—me preguntó—Estaba preocupado, pensé que Helen te había hecho algo malo.
Negué con la cabeza y lo abracé.
—No pasa nada, solo quería conversar. Podría decirse que somos amigas de nuevo—dije mientras rodaba su cintura con un brazo y el me pasaba uno de sus brazos por los hombros mientras caminábamos a nuestra siguiente asignatura.
—¿De verdad?—preguntó sorprendido.
Asentí y le sonreí.
—Se disculpó. ¿Puedes creerlo? Después de hacerme sufrir por más de un año, hoy se disculpó al fin por haberme robado a Alex solo para hacerme sufrir—le dije con alegría.
—Vaya—dijo levantando las cejas—. ¿Y eso es bueno o malo?
Encogí los hombros.
—Supongo que bueno. Somos amigas otra vez.
El asintió.
—A todo esto… ¿se disculpó durante toda la hora?—preguntó, recordando que me había saltado la clase.
Sonreí y me ruboricé.
—No, es solo que estábamos en el baño y después de que ella se fuera me quedé como estúpida haciendo caras en frente del espejo y observándome, tratando de encontrar qué es lo que te vuelve loco por mí.
Se echó a reír.
—Para empezar, desde que nos volvimos novios lo que me vuelve loco por ti es tu personalidad y tu forma de ser, más que tu cuerpo—dijo acariciando mi nariz con su dedo índice.
—¿O sea que no te gusto?—pregunté, fingiendo que estaba ofendida y tapándome la boca de forma teatral.
Se echó a reír y entornó los ojos.
—Bueno, en un principio debo admitir que tu físico fue impactante.
—Hm… Dime lo hermosa que soy—bromeé.
Me miró de forma provocativa y acercó sus labios a mi oído.
—Me gustan tus grandes ojos negros—susurró, atrapando con los dientes el lóbulo de mi oreja.
Me estremecí.
—OK, continuemos esta conversación después, mejor en un lugar más privado—dije con voz temblorosa cuando llegamos a la puerta del aula de clases.
Se rió y asintió.

Al terminar las clases lo único en lo que pensaba era en salir de ahí. Quería deshacerme del enojo que me provocaba ver a Megan observando a Martin. Si todas las chicas del salón respetaban lo de nuestra relación—especifico las del salón, porque las del instituto en general no lo respetaban del todo, ya que iban todo el tiempo a acosarlo durante el descanso—ella no lo respetaba.
Tratando de deshacerme de la mirada furtiva de Megan, me fui a la parada del autobús, arrastrando a Martin conmigo. Él se quedó parado y me detuvo. Me miró conteniendo una sonrisa.
—¿A dónde vas?—me preguntó llevándome hasta el estacionamiento.
—A tomar el autobús—le dije confundida.
—¿Olvidas que traje el auto hoy?—preguntó.
Abrí los ojos con sorpresa y después me eché a reír.
—Lo olvidé por completo—dije en cuanto abrió la puerta para que yo entrara.
—Lo noté.
—Tú notas todo—le dije en cuanto subió al auto.
—Solo noto todo si tiene que ver contigo—dijo con una sonrisa pícara, mirando por el retrovisor para sacar el auto de donde estaba estacionado—, a lo demás no presto tanta atención.
Miré el papel que estaba sobresaliendo de su mochila y lo tomé.
—Lo seguro es que no notas las matemáticas—dije, frunciendo la boca al ver su calificación en el examen de matemáticas.
—¡Creo que no me fue muy bien en matemáticas!—dijo sorprendido al ver su calificación reprobatoria.
—¿No te fijaste en el examen cuando te lo entregó el profesor?—le pregunté atónita. ¿Cómo alguien no ve la calificación de un examen en cuanto lo entregan?
Entrecerró los ojos, queriendo recordar y después suspiró.
—Veía tu sonrisa al ver que habías sacado A. Creo que metí el papel a la mochila sin sentir—dijo con cara de dolor.
—No te preocupes. Seré tu tutora para que mejores esas calificaciones—dije para consolarlo, acariciando su mejilla.
Él me miró un momento con media sonrisa, pero después volvió a suspirar con tristeza y miró la calle.
—¿Qué pasa?—le pregunté preocupada al notar su depresión.
Él puso cara de sufrimiento y apretó mi mano con fuerza. El silencio me desquició.
—Ya dime por qué está tan mal una mala calificación—le dije en cuanto no soporté más.
Estacionó el auto en frente de mi casa y me miró a los ojos antes de responderme.
—Es posible que me castiguen y eso no sería bueno, nada, nada, nada bueno—dijo con aprensión.
Lo miré desconcertada. ¿Por qué tanta preocupación por un castigo?
—No es tan malo—dije tratando de tranquilizar un poco su ansiedad.
—Alice, quizá no sería tan malo para ti, pero ¿sabes que me podrían hacer?
Negué con la cabeza, frunciendo el ceño con confusión.
—Podrían…—tragó saliva, casi teatralmente—Podrían prohibirme las salidas y las visitas, incluso las llamadas telefónicas o el chat. Mi padre es estricto en cuanto a la escuela. No me dejarían salir con amigos ni recibirlos en casa.
Al principio me pareció un castigo totalmente normal, como cualquier adolescente, pero entonces caí en cuenta.
—¿Me… prohibirían a… mí?—pregunté.
El dolor en su rostro se incremento al escucharme decir lo que él no quería decir. Asintió.
—No lo harían por ti, sabes que te adoran, pero ellos tienen bien claro que lo único que me pueden quitar es tu compañía—dijo al notar que la preocupación también me alcanzaba.
—Pero sería injusto, también me castigarían a mí y tengo excelentes calificaciones—dije abrazándolo.
—Lo sé. Lamento no haberme esforzado. No sé qué me pasó, suelo tener calificaciones muy buenas, como tú—dijo volviendo a mirar la F roja de su examen.
—Yo creo saber qué pasa. No pones atención a tus clases si estás todo el tiempo distrayéndote conmigo. ¿Estudiaste siquiera para el examen?—le pregunté, ahora sintiéndome culpable.
—Claro que sí. Recuerda que fui a tu casa a estudiar justamente el sábado si no me equivoco—dijo justificándose.
—Y estudiamos bastante ¿no?—pregunté con sarcasmo, recordando perfectamente que las libretas y libros se habían quedado tirados al lado de la cama mientras nosotros hacíamos porquerías.
Cerró los ojos y suspiró.
—Lo sé…
—No me importa cuan distractores sean tus besos, la próxima vez no vamos a jugar luchitas en lugar de estudiar—dije frustrada, dejándome caer en el respaldo del asiento con fuerza, molesta por no haber pensado en las consecuencias—. Al menos es la única materia en la que no te fue bien.
Se quedó petrificado, como si le hubieran echado un balde de agua fría, entonces tomó su mochila y sacó el resto de los exámenes que habían entregado.
—Esto no está bien—dije, llevándome la mano a la cara y tallando mi rostro hacia abajo.
—Me van a matar.
Suspiré.
—¿Vendrás por mí esta tarde?—le pregunté.
—Espero que sí. De cualquier modo te llamaré para decirte el veredicto—dijo, volviendo a poner los exámenes en su desordenada mochila—. Te amo.
—Yo también te amo—le respondí.
Se acercó para besarme antes de que bajara del auto. Me besó con fuerza y urgencia, de la misma manera en que yo lo besé a él, sabiendo que podía ser la última tarde en nuestra compañía durante algunas semanas.
Bajé del auto.
—Suerte—le dije.
—Cruza los dedos—me respondió antes de que cerrara la puerta del auto.
En cuanto abrí la puerta de mi casa, me giré para despedirme con la mano. Me devolvió la despedida y entonces se marchó.
Caminé lentamente hasta el comedor y me encontré con una nota de mi madre, decía:
Al, dejé la comida en el refrigerador. El trabajo se incrementa cuando regresamos de vacaciones, ya sabes… Llegaré tarde a casa esta noche, no me esperes despierta. Te quiero.
La verdad, ni siquiera tenía ganas de comer, así que simplemente subí a mi cuarto y me dejé caer en la cama.
Por lo general, cuando estaba preocupada, me ponía a pensar en los asuntos durante horas y horas, pero más que preocupada estaba deprimida. ¿Qué haría ahora?
Siendo sincera, no podía volver a mi antigua rutina de conectarme para ver si me encontraba con Alex o descargar música, o simplemente leer algunos cuentos cortos de vez en cuando. Ni siquiera la tele era lo suficientemente interesante como mi novio.
Podía entrar al Messenger y conversar con Alex, esa habría sido una buena opción, pero últimamente había estado algo meloso y, por alguna razón, todas nuestras conversaciones terminaban siendo incómodas para mí.
Yo seguía queriendo a Alex, amándolo incluso, pero ahora solo como a un amigo.
Al menos había una buena noticia, él ya no odiaba tanto a Martin y, ciertamente, a Martin, Alex ya le simpatizaba un poco más, aunque no lo hiciera una noticia pública y mucho menos conmigo, notaba que le simpatizaba un poco más. Entre ellos no era más simple cortesía… o hipocresía, más bien.
Seguí pensando en asuntos al azar por largo rato, hasta que el sonido del teléfono me sobresaltó.
Contesté sintiéndome algo fuera de lugar al escuchar mi voz después de estar en silencio por largo tiempo.
—¿Diga?
—Alice—dijo la voz de mi novio.
—¿Cómo estuvo el asunto?—pregunté instantáneamente.
Él suspiró antes de contestarme.
—No podré salir contigo o cualquier amigo, ni siquiera usar el teléfono o el internet. Tampoco puedes venir a verme y posiblemente si lo intentas mi madre se apropiara de ti mientras yo me quedo en mi cuarto, incomunicado. Tampoco podré ir contigo a la escuela en las mañanas, me llevará mi padre—gruñó—. Odio esto, es una total exageración.
Suspiré con decepción.
—¿Por cuánto tiempo?—le pregunté tratando de no sonar tan deprimida, porque lo haría sentirse peor.
—Dos semanas…
Antes de que pudiera decir algo más escuché la voz enojada de su padre al otro lado de la línea.
—Creo que ya fue suficiente tiempo como para comunicarle a Alice tu castigo. ¡A tu cuarto, ahora y dame la laptop!
—Tengo que colgar, amor. Te veo en la escuela—dijo apurado y molesto.
—Te amo—le dije antes de que colgara.
—Yo a ti…
Se cortó la comunicación y volví a desplomarme en la cama.
¿Ahora qué? Me pregunté a mí misma.
El timbre sonó un segundo después de haber formulado la pregunta en mi cabeza.
Bajé las escaleras lentamente. No tenía ninguna prisa, pues sabía que la persona a quien más yo deseaba ver estaba en su propia casa sin comunicación con el exterior.
Abrí la puerta y me encontré con Daniel, quien traía una bolsa de plástico enorme en una mano. Al verme sonrió.
—¿Qué hay, fenómeno?—me saludó, acercándose para besar mi mejilla.
—Hola—lo saludé con voz apagada.
—No te ves muy bien hoy—dijo levantando una ceja al ver mi cara aburrida, después miró al suelo y sonrió—. Bueno, el decir que no te ves muy bien hoy es realmente una tontería, todos los días te ves bien, creo que lo que realmente quise decir es no te ves muy feliz hoy.
—No estoy muy feliz hoy—dije encogiendo los hombros. En otras circunstancias me habría ruborizado, pero realmente estaba algo deprimida.
—¿Qué ocurre?—me preguntó, perdiendo la confiada sonrisa en su rostro.
—Castigaron a Martin—dije con un suspiro—, así que estoy totalmente aburrida.
Se echó a reír y yo lo miré con ojos aterradores. Haber comenzado clases con la noticia de que hay una nueva estudiante que acosa a tu novio, estar sin un ápice de diversión, con tu novio castigado y sufriendo porque él sufre—sobre todo sintiéndote culpable por ser la causante indirecta de su castigo—era bastante malo, pero el que venga otra persona—que se supone que es tu amigo—y se burle de tu situación es realmente el colmo.
—¿Qué es lo que quieres?—le pregunté de forma ruda.
Él me miró con media sonrisa, pero algo intimidado por mi mirada.
—Lo siento—se disculpó al notar que me había disgustado—, es que no puedo evitar alegrarme porque ese niño este castigado—dijo con aire superior y bufando—. Se lo merece, es un estúpido…
—Daniel—lo interrumpí—, realmente estoy algo triste en este momento y el que estés aquí insultando a mi novio no ayuda a mejorarlo.
Suspiró y cerró los ojos, después volvió a abrirlos y me miró con serenidad.
—Lo lamento. Solo he venido a hacer una entrega. Tu madre habló con la mía durante año nuevo y Carina terminó diciéndole a Rebeca que la abuela Gladys había preparado pastel de chocolate. Sabes que es el favorito de Rebeca, así que le pidió un poco y vengo a dejar el pedido apenas hoy, ya que regresamos ayer de Kansas—dijo, mostrándome la bolsa de plástico que tenía en la mano.
—Gracias, es muy amable de su parte haberse tomado la molestia—dije estirando el brazo para recibir la entrega.
Me miró con incredulidad.
—¿Y si mejor paso a ponerlo en el refrigerador?—preguntó inseguro.
—Yo puedo hacerlo—dije frunciendo el ceño con confusión.
—Ali… está algo pesado y tu bracito parece un espagueti—dijo frunciendo los labios—, además trae alguna botellas de vino que mamá guardo para Rebeca…
—Por favor—dije con sarcasmo, entornando los ojos—es solo pastel y vino. No seas un exagerado.
Me acerqué a él y tomé la bolsa de su mano. Sorprendentemente tenía razón y la bolsa estaba bastante pesada, así que tuve que sostenerla con ambos brazos. Me la quitó inmediatamente.
—Déjame ayudarte, por favor—me dijo con amabilidad.
Asentí y me hice a un lado para que pasara.
Puso la enorme bolsa en la barra de la cocina y sacó el recipiente con el paste para depositarlo en el refrigerador, después sacó las siete botellas de vino cuidadosamente.
—¿Dónde las guardo?—preguntó con dos en las manos.
Abrí unas puertas de la alacena y le señalé el lugar. Él puso las botellas con cuidado, cerró las puertas y después hizo una bola con la bolsa de plástico y la puso en el bote de basura.
—Gracias—le dije en cuanto no hubo más que hacer—. Mi madre había guardado algo de la cena navideña para ustedes, pero se echó a perder.
—No hay problema—dijo encogiendo los hombros—, lo que importa es la intención.
Asentí y sonreí con amabilidad. Daniel me devolvió la sonrisa y me alborotó el cabello.
—Entonces… ¿Por cuánto tiempo estará castigado el chico?—preguntó.
—Dos semanas—dije frunciendo la boca—. Me refundiré en aburrimiento hasta el… martes diecinueve de enero, si mis cálculos son correctos.
Contuvo una sonrisa ante mi tono trágico, tan de adolescente, supuse yo.
—Con todo esto pasé por alto que tienen nuevos uniformes. Te ves bien, flaca—dijo guiñando un ojo.
—Gracias—dije ruborizándome esta vez.
—Bueno y a todo esto ¿tienes algún plan para no “refundirte en aburrimiento” mientras tu novio cumple su condena?—preguntó desenfadado.
Negué con la cabeza.
—Hasta ahora he considerado leer un par de libros, quizá escribir en mi abandonado diario—dije recargándome en la barra y cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Hm… no parecen buenas ideas—dijo alzando las ceja con incredulidad—. ¿No se te ocurre algo mejor?
Me encogí de hombros y saqué una lata de refresco del refrigerador, después le lancé una a él.
—Gracias—dijo, después de haberla abierto.
—Ver tele es otra de mis opciones, quizá rentar alguna películas de terror—dije.
—Hm… Siguen siendo ideas pobres. Dime ¿qué te parecería el dar una vuelta conmigo? Ya sabes, para pasar el rato mientras Martin está castigado.
Lo pensé un segundo. La idea no le gustaría mucho a Martin, pero no se molestaría tampoco. Era un novio comprensivo y seguramente me diría que me divirtiera aunque él no estuviera conmigo, pero en ese momento no quería hacer nada; me sentía culpable y lo único que quería hacer era sentirme mal por no haber insistido un poco más con el estudio.
—Hoy no, alienígena. Gracias por la oferta, pero paso—dije frunciendo los labios y suspirando.
—¿Y mañana?—preguntó esperanzado—Vamos, Al, diviértete un rato.
—Mañana quizá sí—dije terminando mi refresco y dándole vueltas entre mis manos a la lata vacía—, pero por hoy solo quiero deprimirme.
—De acuerdo. Paso por ti a las siete mañana, sin excusas. Te llevaré a dar una vuelta en moto—dijo, guiñándome un ojo y después lanzando la lata vacía de su refresco al bote de basura de la cocina.
Se acercó a mí para besar mi mejilla y después salió de la casa.
En cuanto estuve sola subí las escaleras y me quité el uniforme escolar, me puse mi pijama, cepillé mis dientes y me acosté, con un sueño aplastante que no me permitió permanecer despierta en la cama más de cinco segundos después de que apagué las luces.

La mañana siguiente me sentí extraña y fuera de lugar al llegar a la parada del bus y no encontrar a mi novio esperándome. Me senté sola a esperar, por primera vez en mucho tiempo.
Me di cuenta de que sin la calidez de sus brazos a mi alrededor el ligero frío de la mañana era un poco menos ligero. Miré el cielo despejado y suspiré.
—¿Qué estás haciendo aquí?—escuché preguntar repentinamente a una voz familiar.
Me giré y observé a Megan Reesse con las manos sobre las caderas y mirándome con una ceja levantada.
—Estoy esperando el autobús—contesté de manera automática.
Me empecé a sentir asustada. Era cobarde de mi parte el sentirme así, pero considerando mi altura y peso contra ella, posiblemente si nos enfrentábamos yo perdería. Me sacaba media cabeza de altura y a pesar de ser delgada parecía tener algo más de masa muscular que yo.
—Ayer no estuviste aquí. ¿Qué no vas y vienes con Martin de la escuela?—preguntó aún sin bajar la ceja y acercándose para sentarse los más lejos posible de mí—Ayer noté que se fueron juntos en un Aston Martin.
—Sí…—dije algo deprimida aún. Estuve a punto de darle una explicación a su demandante tono de voz, pero en seguida  recordé la manera en que miraba a mi novio y se me encendió el enojo—De cualquier forma, no tengo porque darte explicaciones.
Me miró con incredulidad y después se miró las sueñas, como si eso fuera lo más importante del mundo.
El autobús llegó al fin. Subimos al mismo tiempo, así que me empujó con el codo para pasar antes que yo y casi me tira. Eso era pasarse de la raya y no iba a permitir que me mangoneara, fuera o no más alta y fuerte que yo.
Había siete personas repartidas en los asientos del autobús. Ella se sentó hasta el frente, junto a una chica y empezó a socializar con facilidad. Yo suspiré y me fui hasta el último asiento, para sentarme sola y disfrutar de mi solitaria mañana.
¿A caso viviría cerca de ahí como para tomar el mismo autobús? Fuese como fuese, Orlando parecía ser un lugar cada vez más pequeño.
El trayecto de mi casa a la escuela pareció alargarse mientras más me empeñaba en forzar mi vista fuera de Megan.
No era una persona paranoica, pero por alguna razón, sentí que la entretenida conversación entre ellas trataba de mí, debido a las miradas sorprendidas, envenenadas, enojadas y a las risitas maliciosas que me lanzaban ella y la chica con quien se sentaba.
Me encogí en el asiento y cerré los ojos intentando olvidarme del lugar donde me encontraba hasta que llegara a la escuela, y desafortunadamente lo logré de más. Me eché una pequeña siesta. El pasarme la parada habría sido objeto de burla de no haber sido por un amable chico rubio que me despertó en cuanto vio que Megan bajaba del autobús.
—Gracias—le dije al chico en cuanto me levanté de mi asiento y me dispuse a bajar, algo impaciente por ver a Martin—. Te debo una.
—Si me das tu numero tu deuda estará saldada—me dijo guiñando un ojo.
Le sonreí con amabilidad antes de bajar.
—Lo siento, pero tengo novio.
—¡Espera!—dijo, pero yo ya había bajado y corría al salón para encontrarme con Martin.
No fue nada grata mi sorpresa al ver que Megan había llegado antes que yo, se había sentado en mi lugar y llamaba la atención de Martin, totalmente concentrada en su rostro. Me sentí mucho mejor al notar que él movía las piernas impaciente y no la miraba a los ojos.
Caminé hasta nuestra mesa y carraspeé.
El rostro de mi novio se iluminó y dejó helada a Megan, quien se interrumpió a media frase.
—¿Podrías sentarte en tu lugar ahora?—le pidió Martin amablemente.
Ella sonrió falsamente—no sin cierta dificultad—y se levantó de mi asiento para cedérmelo.
—Gracias—le dije con tono empalagoso y me senté.
Los brazos de Martin rodearon mi cintura inmediatamente y me dedicó un beso corto.
—Ayer fue uno de los días más largos de mi vida—me dijo al oído en cuanto dejó de besarme—. Espero que te la hayas pasado mejor que yo.
—Hm… ni de cerca la pasé mejor que tú—le contesté.
Él suspiró sin dejar de abrazarme.
—Lamento no haber estudiado, ahora también tú te aburres.
—Ya veré qué puedo hacer para mejorarlo—dije con una sonrisa y acariciando su rostro, en ese momento recordé la invitación de Daniel—. Bueno, ahora que recuerdo, Daniel me visitó ayer para dejar algo de pastel de la abuela de Rachel, porque es el favorito de mamá y le comenté tu situación, así que se ofreció a pasar por mí hoy para pasearme un rato al notar que mis ideas de entretenimiento eran bastante pobres.
—¿Daniel?—preguntó frunciendo el entrecejo con inseguridad.
Me encogí de hombros.
—Es solo mientras dura tu castigo, si no encuentro algo moriré de aburrimiento—dije poniendo una mano en mi frente y fingiendo un desmayo.
Se echó a reír.
—De acuerdo, pero si se atreve a besarte lo mato—gruñó—. Eres mía.
Volvió a besarme.
—Solo por curiosidad… ¿cuáles eran tus ideas anteriores a Daniel para pasar el rato sin mí?—preguntó un segundo después.
Suspiré y miré al techo.
—Leer, escribir en mi diario, rentar películas de terror, ver tv…
—Para—me interrumpió con voz dramática.
Lo miré extrañada.
—Harás que me sienta peor por haberte vuelto incapaz de pensar en algo mejor que hacer cuando estás sola—bromeó.
—Tonto—dije.
—¿Qué hacías antes de mí?—preguntó con media sonrisa.
—Lo normal—le contesté—. Descargar música, chatear con amigos, salir a correr de vez en cuando, caminar por ratos en el parque…
—¿Y no puedes hacer eso sin Daniel?—preguntó agachando la cabeza y mirándome a través de sus largas pestañas.
Me eché a reír.
—Eso ya no es suficiente para mantenerme entretenida y Daniel, por suerte, tiene actividades interesantes en su agenda todos los días—dije sonriendo.
—Hm… Supongo que no tengo opción más que dejarte desprotegida a la merced de mi rival.
—No tienes rivales, amor—dije acariciando su nariz con mi dedo.
Se acercó para besarme una vez más.
—Tendremos que conseguir un lugar para jugar luchitas en la escuela—susurró—, si no me volveré loco.
Me reí.
—Me parece que el gimnasio suele estar vacio durante los recesos—dije medio en broma.
—Es una cita—dijo—, durante el descanso serás solo mía.
Al fin llegó el profesor, disculpándose por haber llegado tarde y prosiguiendo con la clase.

Cuando al fin llegó el receso de alguna manera Martin y yo hicimos para escapar de Carlos e Irving. Nos escabullimos a través de los pasillos repletos de chicos que salían de sus salones para ir afuera.
Llegamos hasta el gimnasio, creo que estaba prohibido entrar fuera del horario de clases, pero no había tenido a Martin desde el día anterior por la tarde y no planeaba desperdiciar ni un momento de su preciada compañía en el tiempo que pudiésemos “jugar” juntos.
Cerró la puerta del gimnasio y yo me recargué en la pared y le hice señas con un dedo para que se acercara. Sonrió ante mi forma provocativa de llamarlo.
En cuanto estuvo justo en frente tomé su corbata y lo jalé hacia mí, mientras que él, por su parte, enroscaba una mano en mi pierna y la ponía alrededor de su cintura mientras me arrinconaba y apretaba contra la pared con la potencia de su beso.
—¿Cómo sobreviví ayer sin ti?—preguntó con voz contenida cuando delicadamente desabotoné tres botones de su camisa y acaricié su piel.
Se acercó más a mí, sin dejar un milímetro de espacio entre nuestros cuerpos. Besó mi cuello de una manera deliberadamente lenta, lo que hizo incluso mejor el momento.
Para nuestra mala suerte, no éramos los únicos que tenían la idea de ir al gimnasio. No fue nada grata nuestra sorpresa cuando fuimos interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose. Vimos entrar a una pareja de tercer grado que nos miraron avergonzados al encontrarnos en una posición tan comprometedora.
Por suerte, Martin no era de las personas que fácilmente se avergonzaban, así que supo manejar la situación de una manera que de cualquier otro modo habría sido mucho más embarazosa.
—No digan nada. Ustedes en aquel extremo y nosotros en este—dijo con voz ronca por nuestra reciente sesión de besos.
Los chicos se miraron entre sí, conteniendo una sonrisa y encogieron los hombros. Caminaron hasta el otro extremo del gimnasio y empezaron a hacer algo que se veía bastante familiar…
—¿En qué nos quedamos?—preguntó Martin, volviendo a pegar sus labios a mi cuello.
Para empeorar nuestra suerte los chicos no habían sido tan cuidadosos al momento de escabullirse al gimnasio como lo habíamos sido nosotros, así que habían traído compañía realmente indeseada.
—¡¿Pero qué está ocurriendo aquí?!—preguntó en voz demandante el prefecto Morgan, que era bastante paranoico y que nunca antes me había llamado la atención. Las únicas veces que había hablado con él era para que me entregara las felicitaciones del director Gray por mis buenos trabajos, de los que siempre presumían los profesores.
Martin y yo lo vimos asustadísimos, al igual que la otra pareja que se encontraba del otro lado del gimnasio.
Fue un golpe de suerte que el señor mirara primero hacia su lado del gimnasio, lo que nos dio tiempo para escondernos en los vestidores, que se encontraban a cinco pasos de nosotros.
—Empiezo a creer que sería mejor no jugar luchitas en la escuela—le dije en cuanto el prefecto se llevó a la pareja a la dirección.
Suspiró con decepción.
—Sabes lo adicto que soy a tus besos ¿verdad?—me preguntó con voz de niño y cara de perrito.
Sonreí.
—Sí, lo sé—dije entornando los ojos mientras volvía a acercarse.
—Y también sabes que los vestidores son un lugar perfectamente seguro ¿no?—preguntó a un centímetro de mis labios.
—Eso no lo sabía—dije levantando una ceja.
—Hm… Yo tampoco, pero lo acabo de descubrir. Solo hay que ser cautelosos. Sh…
Me reí por las ligeras cosquillas que provocó en mi cuello. Él rió conmigo y volvió a apoderarse de mis labios.
¿Cómo lo hacía? Ni yo misma sé, pero un segundo después estábamos exactamente en la misma comprometedora posición en que estábamos hacía unos segundos, cuando casi nos atraparon.
Lo único que nos hizo detenernos fue la campanada, que marcaba el fin del descanso.
Nos aclaramos la garganta y alisamos nuestras ropas.
—¿Parece que acabo de besuquearme con mi novio?—pregunté cuando terminé de alisar un poco mi desordenado cabello.
Me miró sonriente.
—No, te ves bastante inocente, señorita—dijo tomando mi mano, pasándola por encima de mi cabeza y dándome una vuelta como bailarina—. ¿Y yo? ¿Me veo tan inocente como mi novia?
Entrecerré los ojos y me puse una mano en la barbilla con ademán pensativo.
Acomodé algunos mechones desordenados de su pelo y arreglé su corbata.
—Ahora sí te ves más inocente. No sé si tanto como yo, pero lo suficiente como para no parecer el pervertido que eres—dije bromeando y echándome a reír.
Tomó mi mano mientras me jalaba hacia afuera del gimnasio sigilosamente. Me miró con ojos entrecerrados ante mi broma.
—Tú eres más pervertida que yo—se quejó—. ¿Quién le quita la playera al otro primero toda la vida?
Me encogí de hombros sonriendo.
—Yo no lo niego—dije abrazando su brazo y pegándome a él de forma tierna para poder susurrarle al oído—, pero tú eres más adicto a mis besos.
—Yo tampoco lo niego—dijo, girando ligeramente el rostro para rozar mis labios con los suyos.
Al salir del gimnasio el pasillo estaba lleno de estudiantes nuevamente, pero que regresaban a sus clases en lugar de salir de ellas.
—¿Dónde se metieron?—preguntó Carlos en un tono de voz insinuante en cuanto nos vio sentarnos en nuestros lugares de siempre.
Encogí los hombros.
—Decidimos pasar solos el descanso—dijo Martin, apretando mi mano y mirándome con complicidad.
Sonreí y saqué mi libreta de la mochila, evitando las miradas suspicaces de Carlos e Irving.
—OK. No preguntaré—dijo Irving—, de todas formas ya sé que mentirán sobre lo que hicieron.
—Hicieron lo que hacen los novios—dijo Megan, con voz empalagosa, dirigiéndose a Irving y echándose a reír de forma exagerada.
Algo en la mirada sarcástica de Irving al ver a Megan e ignorar su comentario exageradamente empalagoso, me hizo pensar que quizá a él tampoco le agradara.

Las clases llegaron a su fin y con ello la despedida de mi novio por el resto del día.
—Extráñame como yo te estaré extrañando—dije mientras caminábamos lentamente hasta la salida.
—Te extrañaré incluso más que eso—dijo besando la punta de mi nariz.
Sonreí.
—Martin ¿estás listo para irnos?—preguntó repentinamente la voz de Megan, sobresaltándonos a ambos.
Fruncí el entrecejo y la miré confundida.
—¿Ir a dónde?—preguntó él, tan confundido como yo—Estoy castigado.
Ella se echó a reír de manera dulce.
—Lo sé, pero tu padre no puede venir a recogerte y resulta que yo vivo a solo una cuadra de tu casa, así que le pidió el favor a mi padre, que es su empleado, de que si al momento de pasar por mí podría llevarte a ti también, ya que estás castigado y no permite que te vayas con ella.
Él suspiró y asintió.
—Ya voy—le dijo.
—No tardes. Estamos en el estacionamiento—dijo Megan guiñándole un ojo.
Martin se giró hacia mí.
—Te veo mañana, nena. Te amo—dijo mientras me besaba por última vez en el día.
—No me gusta que te vayas con ella—dije cruzando los brazos sobre el pecho en cuanto dejó de besarme.
—Si en mis manos estuviera sabes que preferiría infinitamente irme contigo. No volveré a sacar una mala nota en mi vida, te lo prometo—me dijo sacudiendo mi cabello para animarme.
Asentí y traté de sonreír. De cualquier forma yo estaría con Daniel esa tarde y él lo sabía, y posiblemente le molestaba tanto como a mí me molestaba el hecho de que se fuera con ella por razones de castigo.
—Esa es mi chica—dijo acariciando mi mejilla y después caminando hacia atrás, aún reacio a despedirse—. Nos vemos mañana, te amo. Sueña conmigo esta noche.
Me reí y moví la mano para despedirme. Él fingió poner un beso en su mano y lanzarlo hacia mí. Hice como que lo atrapaba y lo puse en mi corazón antes de que se diera la vuelta y caminara hacia el estacionamiento.
Seguí mi camino de mal humor. ¿Por qué si en la mañana Megan se fue en el bus, en la tarde tenía que irse en auto con mi Martin?
Hice un pequeño puchero sin querer al momento de subir al autobús.
Me senté hasta atrás, lejos de las demás personas, y subí las piernas al asiento para abrazarlas contra mi pecho. Jamás hubiera pensado que un castigo sería tan horrible, pero no dejaba de creer que no habría sido tan malo si Megan no se hubiese hecho parte de ese castigo.
Las cosas se empezaban a sentir raras. Jamás me había sentido con tanta inseguridad, ni siquiera cuando Helen se hizo novia de Alex. Empezaba aterrarme otra vez. Sentí ligeramente el eco de una barrera antigua, que se apoderaba de mí, una barrera que puse a inicios del siclo escolar y que Martin había retirado poco a poco.
No me gustaba mi barrera, ya que a pesar de hacerme sentir segura, también me hacía sentir muy sola. Recordé un momento mi inicio en la prepa, el sentimiento de soledad y de sentirme perdida a menos de que hablara con Rachel.
Los celos no eran buenos y mis inseguridades los hacían incluso peores. ¿Y si a Martin le gusta esa chica?
El pensar en Martin traicionándome me hizo sentir peor, pero una parte de mi cerbero estaba firme.
Eso es ridículo… me dijo la voz sensata, tratando de alivianar mi angustia. ¿Ves el anillo en tu mano?
Asentí, mirando el anillo que me había regalado después de que acepté ser su esposa, aunque claro, no era realmente de compromiso para una boda, era más bien una promesa entre nosotros, un anhelo.
¿Eso no significa entonces que no te va a dejar de la noche a la mañana por esa chica?
Suspiré y sonreí, sintiéndome tonta. Era un poco exagerado de mi parte el pensar eso, tomando en cuenta que apenas hablaba con ella.
¿Lo ves? Tranquilízate y no te pongas ruda o a alejar gente de nuevo. Todo está bien…
El camino siguió y la voz me tranquilizaba, o al menos intentaba hacerlo. Era mi propia conciencia diciéndome que no debía preocuparme, que era tonta por ser tan celosa, etcétera.
Llegué a casa y no esperé encontrarme con mi madre, porque por lo general el trabajo exagerado de después de vacaciones duraba más o menos una semana.
Me hice un par de huevos quemados—era pésima en cocina pero aún así me gustaba intentar—y un sándwich, después hice la tarea, en la cual solo tardé cuarenta minutos gracias a mi falta de cualquier distracción, como solía serlo Martin. Siempre terminábamos la tarea hasta las diez u once de la noche cuando la hacíamos juntos.
Me cambié el uniforme por un pantalón de mezclilla gastado y una camisa blanca sin mangas, después me acosté en la cama y miré el techo.
¿Ver tele? No… en ese momento no me apetecía.
¿Leer un libro? Tampoco tenía muchas ganas de hacer eso…
¿Escribir en mi diario? Hm… eso quizá no era tan mala idea, pero la verdad ni siquiera sabía en qué parte de mi cuarto se encontraba.
Eso me animó un poco. Quizá buscándolo lograría despejar mi mente de pensamientos indeseados.
Me levanté y comencé buscando en las gavetas de ropa interior.
No estaba, así que me dirigí al escritorio pequeño que estaba al lado de mi cama. Tampoco estaba ahí, ni en la mesita de noche, ni en el closet de la habitación de mi madre, ni en la recamara de huéspedes, así que el único lugar posible para hallarlo era el librero que estaba en la sala.
Estaba ahí, lleno de polvo. Fui por la pequeña llave del candado, que se encontraba en la gaveta de la mesita de noche que estaba al lado de mi cama y abrí mi diario.
Tenía las hojas amarillentas y olía a viejo.
Leí la primera página que había escrito:
Querido diario, mi nombre es Alice y tengo seis años. Mi abuela Claire me regaló este diario de cumpleaños, así que voy a escribir en él todos los días.
Me eché a reír. Se nota que escribí todos los días…
Hoy es miércoles 10 de septiembre del 2000, los miércoles son mi día favorito de la semana, así que lo elegí precisamente para empezar a escribir hoy. Encargaron algo de tarea, pero la hice durante clases porque acabé el trabajo pronto. En el recreo jugué con mi nueva amiga, Rachel. Acabó de conocerla hace un mes y siempre juego con ella cuando estamos en los descansos. Hoy llevó galletas para desayunar y me invitó de su comida. Yo llevé cereales, pero no quería comerlos porque había llevado eso desde el lunes y ya me daban nauseas de solo verlos.
Seguí leyendo un poco más, hasta que llegué a la fecha del veinticuatro de octubre del 2000. A partir de esa fecha se saltaba hasta el treinta de agosto del 2004, donde seguía diario durante un mes hasta septiembre y después volvía a saltarse como dos años más.
Me fui a la última página y me di cuenta de que la última vez que había escrito en el diario fue cuando me di cuenta de que gustaba de Alex.
Sonreí. Realmente eran viejos tiempos. Era como tener una ventana al pasado.
Era hora de actualizar ese viejo diario, grueso como un libro de trescientas páginas e infantil como su portada, que tenía el dibujo del príncipe Eric con Ariel, de la película La Sirenita.
No sabía bien como empezar a escribir después de dos años de haber escrito por última vez, pero lo intenté.
Querido diario, hola. Hace tiempo ya que no escribo y me doy cuenta de que la última vez que escribí algo aquí fue cuando me di cuenta de que Alex me gustaba. Tengo definitivamente que actualizar esto, ya que hace dos años que pasó eso.
Para empezar ya no me gusta Alex, es decir, lo quiero como a mi mejor amigo, pero nada más. Han sucedido algunas cosas en los últimos meses. Ya tengo dieciséis años y estoy en la preparatoria…
Seguí escribiendo por horas y llené las páginas de mi viejo diario con las aventuras que no había escrito, las cosas de las que me había dado cuenta y sobre todo de Martin, incluso le dediqué una página entera a un simple dibujo de su nombre rodeado con corazones, mariposas y nubes por todos lados.
Me eché a reír, sintiéndome como una niñita que hace dibujos todo el tiempo sobre su nombre con el del chico que le gusta. Estuve absorta llenando las páginas del diario y aproveché mi habilidad en dibujo—que había mejorado en los últimos años, como pude notar comparando mis pobres garabatos de primaria que hice cuando escribía de niña—para hacer un dibujo de una chica y un chico. Él con traje y ella con vestido de novia.
Definitivamente las caras no me quedarían bien, así que encendí mi computadora e imprimí una foto mía y de Martin, la recorté y pequé nuestras caras donde debían estar las de mi dibujo. Coloreé y después admiré mi trabajo.
Esto se llama no tener nada que hacer… me dije a mi misma en mi mente mientras me echaba a reír como por milésima vez al ver lo hermoso que había quedado mi diario con todos mis dibujos y páginas llenas de colores.
Quizá me hacía falta un novio en quien inspirarme para poder hacer algo bonito.
El timbre me sobresaltó cuando fueron las siete de la noche. Bajé las escaleras y le abrí la puerta a Daniel, quien tenía una sonrisa enorme y usaba lentes oscuros, su típica chaqueta de cuero, pantalones de mezclilla y botas negras.
—¿Estás lista?—preguntó con voz profunda.
Miré mi ropa y negué con la cabeza.
—Mira cómo estoy vestida, además no le pedí permiso a mamá—dije tallándome la frente. Me había distraído demasiado con el diario y el tiempo se había ido como agua.
—Te espero. Ve a cambiarte y avisa a tu madre—dijo sin prisa alguna y adelantándose para pasar a la sala.
Asentí y subí corriendo al cuarto. Me puse uno de los pares de pantalones entubados que tenía—creo que más de la mitad de mi guardarropa consistía en pantalones—y una larga playera azul sin mangas. Me puse los primeros zapatos que vi y telefoneé a mi madre al trabajo.
—Mamá—dije en cuanto contestó.
—¿Qué ocurre, Al?—preguntó preocupada. Era raro que le llamara al trabajo, así que supuse que por eso contestó aprensiva.
—Solo te aviso que saldré un rato con Daniel. ¿Está bien?
—Claro, diviértete. Solo no llegues muy tarde—dijo, después bostezó—. El trabajo me mata.
—Lo sé. Pronto terminará, ten paciencia.
—Claro, claro. Nos vemos—dijo.
—Hasta pronto—me despedí y después colgué.
Bajé las escaleras para encontrarme con Daniel, que esperaba sentado en el sofá doble.
—¿Ahora sí estás lista?—preguntó con una sonrisa.
Asentí.
—Pero te advierto una cosa, esta salida es estrictamente de amigos. Quiero dejar bien en claro que no es una cita ni nada por el estilo—dije con seriedad.
Él entornó los ojos y asintió.
—Solo relájate. Vamos.
Tomé mis llaves y mi cartera, que no tenía más que diez dólares, y salimos de la casa. En frente estaba estacionada su moto de color azul marino, brillante y espectacular.
Tomó uno de los dos cascos que estaban en el asiento y me lo puso con cuidado.
—¿Está bien ajustado?—preguntó, moviéndolo para ver si estaba flojo.
Asentí.
—Bien.
Tomó el otro casco y se lo puso, después de sentó en la moto.
—Sube—dijo con voz contenida—y abrázame fuerte.
Subí a la moto sin decir nada, estaba demasiado acobardada. Tenía años que no montaba una moto.
—Esta es mi parte favorita del asunto—dijo cuando apreté mis brazos alrededor de su torso.
Entorné los ojos.
—Cállate y conduce—le dije con voz ruda.
Se echó a reír y encendió la moto, que rugió con furia debajo de mí.
—¡¿A dónde vamos?!—pregunté gritando cuando me di cuenta de que no tenía ni la más mínima idea de a donde me llevaba.
—¡A casa de un amigo! ¡Estoy en una banda y hay práctica!
—¡¿De verdad?!—pregunté sorprendida.
—¡Sí, y somos geniales!—dijo con voz orgullosa.
—Presumido—murmuré para mi misma, después pregunté—. ¡¿Tocas la guitarra?! ¡Recuerdo que tomabas clases!
—¡Sí! ¡Toco la guitarra eléctrica!—me respondió.
—¡Genial!—lo animé, después abracé con más fuerza su torso al momento en que giró en una esquina.
Él se echó a reír y siguió conduciendo en silencio.
No me fijé en las calles que recorrimos, solo cerré los ojos y sentí el aire estrellando contra mi piel.
Después de aproximadamente diez minutos de pasear en moto, Daniel al fin se detuvo.
—Llegamos—me dijo quitándose el casco y dando unas palmaditas en mis brazos para que me relajara.
Dejé de abrazarlo y baje de la moto, entonces me quité el casco y observé a mi alrededor. Estaba en el garaje de una casa de dos pisos y blanca.
Daniel se acercó a la puerta y tocó el timbre dos veces. Esperamos diez segundos y en seguida nos abrió la puerta un chico de la altura de Daniel, de cabello castaño y ojos azules que tenía un paquete de galletas con chispas de chocolate en una mano y dos baquetas en la otra.
El chico fijó la vista en mí y se le abrieron los ojos de golpe, después silbó. Me ruboricé y Daniel le propinó un codazo en las costillas.
—Auch—se quejó el chico, tallándose el lugar del golpe.
—Es mi chica, respétala—dijo Daniel en tono demandante.
—¿Tu chica?—pregunté con sarcasmo, levantando una ceja y cruzando los brazos sobre el pecho.
—Sí ¿tu chica?—preguntó el chico—¿Desde cuando consigues novias… así de… lindas?
Sonrió y me guiñó un ojo. Fingí que no lo había visto y me concentré en Daniel, quien suspiró y entornó los ojos.
—De cualquier modo tiene novio. Alice, él es Peter. Peter, ella es Alice—nos presentó Daniel de mala gana.
—Encantado de conocerte—dijo Peter, tomando mi mano y acercándola a su rostro para besarla, mirándome a los ojos de manera seductora.
Sentí que mi cara iba a encenderse en llamas de lo mucho que me ruboricé por su gesto, pero a pesar de la vergüenza me mantuve seria.
—El gesto serio de tu cara no va para nada con el exagerado rubor que la acompaña—dijo con una sonrisa.
Lo miré aún con seriedad y después miré a Daniel. Estaba arqueando una ceja y miraba irritado a Peter.
—En serio, déjala sola, o si no…—cerró el puño amenazadoramente y entrecerró los ojos con furia mientras lo miraba.
Peter arqueó una ceja y sonrió, después se acercó a mí y de forma totalmente inesperada rodeó mi cintura con el brazo y me invitó a pasar con un gesto de la mano. Se me abrieron los ojos como platos y me adelanté rápido al interior para alejarme de su abrazo.
—¿La acabas de conocer y te atreves a tocarla?—dijo Daniel mientras corría detrás de Peter.
Peter salió corriendo hacia las escaleras con Daniel detrás de él.
—¡Chicos, Daniel trajo compañía!—gritó antes de desaparecer en el segundo piso junto con Daniel, dejándome sola, pero no por mucho tiempo.
Escuché pasos que se acercaban a donde yo estaba, entonces aparecieron dos chicos más, uno de cabello rojo y ojos azules muy claros. Al chico que acompañaba al de cabello pelirrojo inesperadamente lo reconocí.
—¡Bella durmiente del autobús!—dijo sorprendido al reconocerme también. Echó una mirada a mis ropas—Te ves incluso mejor sin uniforme.
—Gracias. ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!—dije, cambiando de tema rápidamente.
¿Por qué cuando estoy entre chicos siempre actúan tan empalagosos?
—¿A mí? Pero si vengo todos los días, más bien que sorpresa encontrarte a ti aquí—dijo, cruzando los brazos sobre el pecho como pidiendo una explicación y sonriendo con emoción.
—Pues… Daniel me trajo para escuchar a su banda y dar una vuelta—dije encogiendo mis hombros—, aunque parece que se ha distraído con Peter.
Se echó a reír.
—Vaya, es una suerte para mí que conozcas al guitarrista principal… ¿Y ahora sí me dirás tu nombre…—preguntó mirándome, como si tratara de hipnotizarme con sus bellos ojos entre azules y grises—o tu teléfono?
—Alice—dije con una sonrisa amable—. ¿Cuál es tu nombre?
—Josh—contestó, devolviéndome una sonrisa que hacía aparecer hoyuelos en sus mejillas.
—Y yo Jake—dijo el pelirrojo, haciéndose notar y adelantándose para estrechar mi mano.
—Así se llama un primo mío—dije sonriendo ante la coincidencia.
Él pareció perderse en algún lugar de mi rostro y no soltó mi mano a pesar de que dejé de estrechar la suya.
Carraspeé para hacerlo reaccionar.
—Hm… ¿Me devuelves mi mano?—pregunté lo más amablemente que pude.
Jake al fin reaccionó, se sonrojó y sonrió, apenado.
—Lo siento—dijo mirando el suelo, pero aún con una sonrisa.
—No te preocupes, suele pasar—bromeé.
Escuché ruidosos pasos acercarse de nuevo, entonces Daniel y Peter al fin aparecieron, el segundo tallándose la cabeza y quejándose en voz baja. No entendí bien lo que decía.
—Veo que ya conociste a Jake y a Josh. ¿Se comportaron bien, o necesitan un escarmiento?—preguntó, tronando sus puños de forma amenazadora.
Me tapé la cara con la mano y negué con la cabeza, apenada por la actitud celosa de mi amigo.
—¿No me digas que él es tu novio?—preguntó Josh, sorprendido y con cierto sarcasmo.
—Ah… no—contesté primero sonriendo y después poniéndome seria al momento de decir “no”.
Los chicos se echaron a reír y Daniel me miró entrecerrando los ojos.
—Aparte de linda, graciosa. ¿Qué más se puede pedir?—preguntó Peter, poniendo las palmas de sus manos hacia arriba como dando gracias al cielo.
—Que no tenga novio—dijo Josh, suspirando.
—¿O sea que no mintió?—preguntó Peter señalando a Daniel, sorprendido y algo decepcionado—¿En realidad tienes novio?
Asentí y contuve una sonrisa. No me gustaba ser el centro de atención de los chicos, pero hay que admitir que eran halagadores.
—Pero, yo creí… es que… ¿La conozco y ya me la quitas?—preguntó al cielo una vez más.
—¿Y cómo va tu relación con tu novio? ¿No ha habido peleas últimamente?—preguntó Josh, medio en broma pero con algo de esperanza real asomando en sus ojos.
Me eché a reír y negué con la cabeza.
—Nop. Estamos perfectamente, pero gracias por preguntar—dije, mordiendo mi labio para contener mi explosiva risa.
—¿Y por qué no está él aquí? Dejar a su novia en medio de chicos con malas intenciones no es la mejor forma de asegurarse de que no la roben, especialmente tratándose de una chica tan espectacular—dijo Jake, en tono de flirteo sutil y ligeramente penoso, a diferencia del resto de sus amigos.
—Lamentablemente está castigado, sino yo ni siquiera estaría aquí—dije suspirando y encogiendo los hombros.
—Vaya… golpe de suerte—dijo Peter, codeando las costillas de Daniel, quien lo miró sin poder esconder media sonrisa.
—¿Castigado? Un chico malo…—dijo Josh con tono de reprobación, cerrando los ojos y negando con la cabeza.
—No hizo nada malo—dije, sonriendo por el gesto gracioso del chico.
—¿Entonces…?—preguntó Jake, caminando hacia el pasillo por donde había venido y haciéndome un gesto con la mano para que lo siguiera.
Miré a Daniel como a modo de pregunta. Él asintió y empezó a caminar hacia donde iba Jake, así que lo seguí y en seguida llegamos a un pequeño comedor, donde había botanas por todos lados, refrescos y barajas de póker.
—Solo sacó malas calificaciones—me acordé de responder a su pregunta.
—Hm… Típico, en fin. ¿Juegas?—preguntó Peter, tomando asiento en un lado de la mesa para seis personas y haciéndome señas para que me sentara a su lado.
Sonreí algo avergonzada y me senté a su lado. Daniel en seguida se sentó en la cabecera más próxima a mí.
—A ella le encanta el póker—dijo con una gran sonrisa—. A veces llevaba las barajas de mi madre a la escuela y siempre jugábamos en los descansos de la escuela con mi hermana.
—Viejos tiempos—dije con media sonrisa—, pero algo que nunca va a cambiar es que siempre te voy a ganar.
—¡Ja! Quisiera que lo intentaras—dijo de forma retadora, juntando las barajas de la mesa y empezando a barajarlas.
—Por favor, eres malísimo—dijo Peter, súbitamente rodeando mis hombros con su brazo—. Por supuesto que le vas a ganar, primor—susurró bajito en mi oído. Daniel echaba chispas.
—Peter ¿es necesario que te recuerde que tengo novio?—dije, levantando una ceja y mirándolo con un pequeño indicio de mi mirada aterradora asomando en mis ojos.
—Pero somos amigos ¿no?—preguntó con una gran sonrisa.
—Sí, pero te acabo de conocer, así que agradecería algo de espacio—dije, tomando la mano que tenía en mi hombro y pasándola por detrás de mi cabeza, para ponerla sobré su pierna y darle dos palmaditas.
Los chicos se echaron a reír.
—Creo que ella me ahorró el trabajo de golpearte una vez más—dijo Daniel, aún carcajeándose.
—Supongo que nunca aprendo—dijo Peter, encogiendo los hombros y después sacando un cigarrillo del bolsillo de su camisa color vino—. ¿Quieres?—me ofreció después de haber encendido el cigarrillo en su boca y haber calado humo.
Lo miré con curiosidad.
—Nunca lo he probado—dije frunciendo la boca.
—Intenta—dijo, tomando el cigarrillo y poniéndolo en frente de mi cara.
Entrecerré los ojos y me acerqué para rodearlo con mis labios e inspirarlo. No me iba a volver adicta, solo quería probar por curiosidad, además no era una droga, por lo que no estaba tan mal solo probar.
La respiración de los chicos a mi alrededor se agitó. Me detuve y los miré con confusión.
—¿Qué ocurre?—pregunté, levantando una ceja.
—Es solo que…—dijo Peter tragando saliva.
—Eso se vio tan sexy—concluyó Josh.
Me ruboricé, pero no pude hacer otra cosa que echarme a reír.
Peter volvió a acercar el cigarrillo para que lo probara, pero negué con la cabeza.
—Mejor no, no quiero que les de un infarto—dije echándome a reír, pero habiendo pensado mejor lo de probar el cigarrillo. Quizá cuando tenga más edad…
—Bien, entonces juguemos—dijo Jake, tomando las cartas de la mano de Daniel y empezando a repartirlas—. Será viuda.
—Mi especialidad—presumí, entrelazando mis dedos y estirándolos hacia adelante para acentuar el gesto.
—Esperen, esperen, esperen—dijo Josh—. Apostemos algo, que no sea tan sencillo el asunto.
—Hoy no traigo más que quince dólares—dijo Jake con inseguridad.
—Estoy peor que tú, solo traje diez—le dije arqueando las cejas y frunciendo los labios.
—Tranquillos, no dije que sería dinero lo que apostaríamos—dijo Josh, mirándome con ojos brillantes.
—No pienso apostar besos—dije, mirándolo con severidad y confusión.
Se echó a reír y negó con la cabeza.
—No pensaba apostar besos. No te veo cara de una fácil en lo absoluto—dijo negando con la cabeza.
—Ya sé que es lo que estás pensando—dijo Daniel, mirando a Josh con ojos entrecerrados, pero con voz contenida.
Hubo un momento de silencio, en donde los cuatro chicos intercambiaron miradas de complicidad y sonrisas.
—¿Qué cosa es lo que piensa apostar?—le pregunté a Daniel, quien parecía estar teniendo una batalla interna entre si hacer el bien o el mal.
Exhaló el aire que estaba conteniendo y una sonrisa se apoderó de su rostro, mostrándome que definitivamente había ganado el mal.
—Prendas de vestir—dijo tapándose la cara con las manos por lo avergonzado que estaba y probablemente también evitando mi mirada.
Lo miré incrédula. Me quedaba totalmente claro que su lado malvado le había ganado al bueno—como a veces me pasaba a mí con la voz loca y la voz sensata—, pero estaba demente si pensaba que yo me prestaría a una cosa así sabiendo que tenía un novio al que amaba y que yo no era una cualquiera que jugaría ese tipo de cosas con el hermano de mi mejor amiga y tres tipos más que acababa de conocer.
—Ah, claro, prendas de vestir—dije asintiendo con sarcasmo, entonces me puse seria y los miré levantando una ceja y cruzando los brazos sobre mi pecho—. Ni loca.
—Oh, vamos—dijo Josh con una gigantesca sonrisa—. Hace solo un segundo estabas totalmente confiada… ¿o a caso era pura palabrería?—me retó.
Lo miré con ojos aterradores. Se le abrieron los ojos de golpe y me miró sorprendido.
—¡Qué mirada!—dijo casi con reverencia.
—No pienso desvestirme si pierdo—dije ignorando su comentario.
—Ga-lli-na—dijo Daniel, tosiendo entre sílabas para “disfrazar” la palabra.
Lo miré echando chispas.
—Canalla—dije rechinando los dientes.
—Vamos. Presumías de ser muy buena en este juego, entonces no hay porque temer—dijo encogiendo los hombros y alzando las cejas.
Me está retando… pensé con desprecio y ganas de hacerlo papilla.
No lo hagas… dijo la voz sensata.
Nos está retando, hay que hacerlo puré, que se arrepienta… dijo la voz loca, totalmente opuesta a la sensata.
Mi ira era demasiado grande como para no desear lo segundo, así que iba a aceptar y me arrepentí de no haberme puesto al menos calcetines.
—Está bien, lo haré solo para darte una lección, pero no solo te quitaras un prenda de ropa si pierdes, sino que también te dejarás maquillar por mí, dejarás que te tome una foto y la subiré a Facebook si pierdes tres partidos—dije, cerrando mis manos en puños por la adrenalina.
Acercó su rostro al mío, mirándome a los ojos con seducción.
—Trato… hecho—susurró.
—Solo una cosa más—dije, levantándome de la silla y corriendo a donde estaba la moto de Daniel para regresar en seguida con el casco en las manos.
”Esto cuenta como una prenda en mi caso, ya que ustedes tienen ventaja por los calcetines.
—Me parece justo—dijo Peter con media sonrisa—, de cualquier modo vas a perder, cariño.
—Ya veremos, querido—dije retadora.
—Entonces la única regla es que el que tenga la puntuación más baja de cada juego tendrá que quitarse una prenda—dijo Josh, generalizando, después dirigiéndose a Daniel y a mí—. En su caso, cada vez que ella tenga una puntuación más alta que tú, seas el más bajo o no, estarás un paso más cerca de ser maquillado, y en caso de que él tenga una puntuación más alta que tú, seas la más baja o no, te tendrás que quitar un prenda.
Lo miré arqueando una ceja y con incredulidad.
—Nunca acordamos lo segundo—dije, aunque sonó como una pregunta.
Se echó a reír.
—Está bien, me atrapaste. Pero aún así tienes que apostar algo para perder. Así es la cosa—dijo sonriendo y levantando las cejas.
—En tal caso tengo que elegir yo cuál será su castigo si pierde—dijo Daniel—, ya que ella eligió el mío.
Suspiré y entorné los ojos.
—De acuerdo ¿qué es lo que quieres?—pregunté.
—Cinco besos, de la duración que yo deseé cada uno—dijo con una enorme sonrisa que casi no cabía en su rostro.
Cerré los ojos, rechiné los dientes y respiré hondo antes de volver a abrir los ojos y decir:
—Bien.
—Bien—dijo él.
—Yo también quiero apostar eso contra Alice—dijo Peter, poniendo una mano en su barbilla mientras me comía con la mirada.
Entorné los ojos y negué con la cabeza.
—Creo que fui clara al decir que no apostaría besos—dije tratando de no sonar tan ruda y alivianar el enojo en mi voz, recordando que el pobre y coqueto Peter no tenía la culpa de que el alienígena me sacara de quicio.
Él suspiró y asintió.
—Empecemos ya. Tomando en cuenta que Alice debe traer… siete prendas contando la ropa interior, jugaremos siete partidas—dijo Josh, con ademán pensativo y una sonrisa soñadora.
Me ruboricé. Justamente traía siete prendas si incluíamos el casco y lo zapaos.
—Suena bien para mí, y cuando todo esto termine podremos ensayar algunas canciones, que es lo que vinimos a hacer—dijo Jake, al parecer notando que estaba enojada y tratando de ganarse unos puntos.
Sonreí por su intento, pero seguía enfadada.
—Terminemos con esto—dije tomando las cartas que me había repartido Josh.
Can’t read my, can’t read my, no he can’t read my poker face…—cantó Peter, entrecerrando los ojos con sospecha, tratando de mirar mis cartas.
Me eché a reír con ganas.
—No te mostraré mis cartas, Lady Gaga—dije, tapando mi juego lo más que pude.
—Vas tú primero Alice. ¿Quieres cambiar tus cartas?—me preguntó Daniel de manera retadora.
Lo miré con desprecio y después observé mis cartas, teniendo cuidado de que Peter no viera nada.
Tenía un as de diamantes y uno de picas, un dos, un tres y una reina de corazones.
—Paso—dije.
Los cuatro chicos me miraron con sospecha, entonces miraron a Daniel, quien seguía porque estaba a mi derecha.
—Paso—dijo.
—Paso—dijo Jake.
—Paso—también Josh.
—Las cambiaré—dijo Peter, poniendo sus cartas boca arriba en el centro de la mesa y tomando las cinco cartas que estaban boca abajo.
Dejó al descubierto un rey de corazones, un tres y una sota de picas, un cinco de diamantes, un dos de corazones y un siete de tréboles.
Miró sus nuevas cartas y sonrió.
—Creo que he hecho una buena elección—dijo mientras me miraba—. Tu turno.
—El as es comodín en este turno ¿cierto?—pregunté con aire pensativo.
Los cuatro asintieron, entonces saqué el tres de corazones de mi baraja y lo cambié por el rey de corazones que estaba en la viuda.
—Listo—dije.
Pasaron el resto de los chicos y yo cambié un soto de corazones que había cambiado Daniel por el cinco de diamantes.
Volvieron a pasar todos y cuando fue mi turno toqué.
Me miraron incrédulos y recelosos.
—Estoy perdido—dijo Josh con expresión preocupada.
Los chicos hicieron las últimas modificaciones a sus barajas. Los más confiados parecían ser Daniel y Peter, quienes pasaron de turno.
—Flor imperial—dije, con una sonrisa de oreja a oreja que casi no cabía en mi cara.
Daniel me miró entre cerrando los ojos y mostró su full de cincos con reyes. Sonreí con más ganas.
Después Jake mostró su póker de dieces, luego Josh con un doble par de cuatros y sietes y al final Peter, con un póker de nueves.
—Creo que gané—dije puliendo mis uñas contra mi playera, luego miré a Josh y levanté las cejas dos veces de forma pícara—. Josh… fuiste el más bajo.
Los chicos se echaron a reír y miraron a Josh.
Él sonrió apenado y después se quitó la playera lentamente, dejando al descubierto su bien formado abdomen. Me guiñó un ojo.
—Esto puede ser tuyo, linda—me dijo señalándose con los pulgares.
Me eché a reír.
—Tengo algo muy bueno ya, pero gracias por la oferta—dije, recordando que Martin tenía un abdomen igualmente marcado. Suspiré ante el recuerdo que evocó mi mente. Deseaba poder estar con él, pero en cambio estaba con un grupo de chicos que intentaban conquistarme o al menos ganarme en el póker para poder verme sin ropa.
—Continuemos—dijo Jake, barajando las cartas.
Seguimos nuestro juego. La siguiente no perdí pero Daniel me ganó, después quedamos en empate Daniel y yo, pero fuimos los más bajos así que perdí el casco y él una de sus botas. Después Daniel me ganó y también fui las más baja, así que perdí uno de mis zapatos. A la siguiente de esa no gané pero fui más alta que Daniel.
El siguiente juego era el decisivo para ver si Daniel se maquillaría o yo lo besaría… Estaba con los nervios de punta, pero no lo iba a demostrar, era muy buena escondiendo mis emociones si se las ocultaba a una persona que no fuera mi madre. Desafortunadamente mi juego no era nada bueno y cuando cambié por la viuda estuvo incluso mucho peor… Solo logré hacer un par de ases y Daniel me ganó.
Dejé caer mi cabeza sobre la mesa con brusquedad y me pegué repetidas veces, como una masoquista.
Maldita sea, maldita sea, maldita sea…
Te dije que no lo hicieras…
—¡Oh, sí! ¡Oh, sí!—canturreó—Tendrás que besarme—dijo poniendo un dedo debajo de mi barbilla y sonriendo como un delincuente que acababa de cumplir su cometido.
Si hubiera tenido bigote, se lo habría estado retorciendo.
—Maldito suertudo—dijeron Josh y Peter, que estaban a medio vestir.
—No creo que sea para nada suertudo—dije, retirando mi rostro rápidamente de su dedo—. Lo siento, pero esto ya me puso de mal humor. ¿Hay algo de tomar?
Jake se levantó.
—Vamos la cocina por una soda—dijo, caminando hacia una puerta que estaba detrás de mí—. Mientras yo le doy algo de tomar a Alice ustedes vayan a la cochera para afinar sus instrumentos chicos.
—Faltan dos juegos—dijo Peter con cara de niño, aún sin levantarse de la mesa.
—De cualquier forma no tiene caso—dijo Daniel con las manos detrás de la cabeza, desbordando autosuficiencia—. Aún si lográramos que fuera la más baja en alguno de los dos juegos faltantes solo perdería el otro zapato.
—Pero… ¿Y si le ganamos los dos?—preguntó Josh, dejando tentadoramente la pregunta en el aire.
Los chicos se miraron entre sí, asintiendo y con sonrisas pícaras.
—Paso de esto, de verdad—dije sintiéndome irritada, pero tratando de sonar amable aún—. Mejor toquen alguna canción y yo los califico.
Suspiraron al mismo tiempo y empezaron a ponerse las prendas que habían perdido. Yo, mientras, seguí a Jake a la cocina.
—Toma—me dijo, entregándome un refresco de lata.
Tomé la lata de su mano y la abrí.
¿Ahora qué? ¿Vas a besarlo? Me preguntó la voz loca, algo decepcionada porque había perdido.
¡Por supuesto que no! No me importa la apuesta que haya hecho, no pienso besarlo…
Me parece bien… Lo mejor de hacer tratos y reglas es romperlos ¿no crees?
No le contesté, solo suspiré y le di un sorbo a mi refresco.
—No te gustó para nada el haber perdido ¿cierto?—me preguntó Jake, quien me observaba fijamente y con mucha atención.
Negué con la cabeza.
—Para empezar, odio perder. Soy muy competitiva. Y lo peor es que hice una apuesta que no puedo cumplir y que no voy a cumplir—dije con voz irritada. Cada vez que hablaba enojada se me ponía la voz más aguda de lo normal.
Se echó a reír.
—Si no podías cumplir tu apuesta ¿por qué apostaste?—preguntó.
—Porque no soporto que se crea mejor que yo—dije, rechinando los dientes—, y me llamó gallina. Además, pensé que le iba a ganar.
—OK. Creo que aprendiste algo hoy ¿no?—dijo, poniendo la mano en su barbilla de manera pensativa, mirándome con ojos entrecerrados y con una sonrisa.
—¿A no apostar?—pregunté confundida.
Negó con la cabeza.
—A tomar mejores decisiones.
Lo pensé un momento y asentí. Él dejó de recargarse en la barra de la cocina y después de encaminó hacia otro lugar.
—Sígueme. Vas a rockear hoy—dijo Jake entusiasmado.
Sonreí. Era un chico muy maduro, o al menos más de lo que sus amigos eran.
Entramos a la típica cochera atestada de chatarra y con los instrumentos justo en medio. Los chicos estaban listos para tocar. Peter estaba en la batería, Josh y Daniel tenían guitarras, así que seguro Jake era el bajista.
Jake tomó el bajo, que estaba sobre un bote negro enorme con tapa.
—¿Listos?—preguntó Peter.
—¿Cuál?—dijo Jake.
Are you gonna be my girl—le contestó Daniel.
Jake asintió.
—Listo—dijo.
Entonces Jake comenzó a tocar el bajo, con una melodía conocida, después Peter  se le unió y entonces también los guitarristas, todo comenzó normal con lo instrumental, pero lo siguiente que pasó me sorprendió.
Go…! So one, two, three, take my hand and come with me, because you look so fine and I really wanna make you mine—cantó Daniel.
Se me abrieron los ojos como platos y una sonrisa asombrada se extendió a lo ancho de mi cara. Sabía que Daniel tocaba la guitarra, porque a veces cuando iba a su casa con Rachel lo veía tomar clases con el instructor privado que contrató su madre hace años y al cual posiblemente ya no necesitara, pero no sabía que cantaba…
Parecía que me estaba hablando a mí en cada palabra de la canción. Yo levanté una ceja y crucé los brazos sobre el pecho por lo bien que la canción se ajustaba a su situación, pero también, debo decir, que me costó trabajo contener una sonrisa. Me halagaba  y además cantaba muy bien.
—Gracias, América—dijo con una sonrisa cuando terminó la canción y yo aplaudí.
—Vaya. ¿Desde cuándo cantas así?—pregunté alzando las cejas con reverencia.
—Desde siempre—dijo, encogiendo los hombros y restándole importancia.
—Pues sí que lo haces bien—lo felicité.
—Lo sé—dijo bromeando de manera engreída.
—Y ustedes no tocan nada mal—les dije a los chicos.
—También lo sabemos—dijeron de la misma manera presumida.
Entorné los ojos.
—Con razón son amigos. Ustedes son idénticos—dije negando con la cabeza.
Se echaron a reír.
—¿Otra?—preguntó Daniel.
Asentí y me senté en el suelo.
—Cuantas ustedes quieran—dije con una sonrisa.

Tocaron cinco canciones más, de distintas bandas cada una, pero no todas las cantó Daniel. Al parecer Josh también era bueno cantando y además tocaba el teclado. Me invitaron a participar en la última canción y acepté en una de The Cranberries. Mi favorita era Zombie, sin mencionar que era la única que me sabía de memoria.
—Nada mal—me aplaudieron sorprendidos en cuanto terminó la canción.
Sonreí y me encogí de hombros, algo sonrojada.
—Gracias—dije, aclarándome la garganta y mirando el suelo.
—Creo que es hora de irnos—dijo Daniel mirando el reloj de su muñeca.
Asentí y les sonreí a los chicos.
—Me divertí mucho. Nos vemos—me despedí.
Peter se levantó de su asiento, detrás de la batería, y se acercó a mí para besar mi mejilla.
—Fue un placer conocerte, Alice—dijo de modo caballeroso, tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos.
Me ruboricé de nuevo.
—Gracias, igualmente—dije incómoda.
Daniel lo miró irritado y aburrido.
—Vámonos antes de que ellos también se despidan de ti eufóricamente—dijo, rodeando mi cintura con su brazo y empujándome fuera de la habitación.
Volteé hacia los chicos como pude una vez más y moví la mano para despedirme por última vez. Ellos me devolvieron la despedida antes de que los perdiera de vista por completo cuando crucé la puerta siendo prácticamente arrastrada hacía afuera.
—Tranquilo—dije, deteniendo a Daniel como pude—. Puedo caminar perfectamente bien sin necesidad de que me empujes.
—Lo sé, es solo que me gusta hacerlo—dijo, poniendo la mano del brazo que rodeaba mi cintura en uno de los bolsillos de su pantalón.
Sonrió abiertamente y yo lo entorné los ojos. Últimamente lo que más hacia en compañía de Daniel era precisamente entornar los ojos.
Subimos a la moto en silencio. Lo único que rompió el delicado silencio de la noche fue el ruidoso motor de la motocicleta, que avanzaba rápidamente por las calles.
—Llegamos—dijo, dando palmaditas a mis brazos, como era su pequeña costumbre.
Me separé de él, sintiendo una incómoda sensación de déjà vu que me recordaba a las veces en que Martin y yo estábamos solos después de una cita o cuando me traía de vuelta a casa después de haber pasado todo el día en su mansión, solamente que esta situación era incómoda para mí y no quería despedirme la mitad de lo eufóricamente que me despedía con Martin, o más bien, quería despedirme lo más pronto posible, cosa que no pasaba con mi novio. Algo siempre tenía que interrumpirnos la mayoría de las veces para que lográramos separar nuestros labios.
Lo peor de la escena, es que tampoco estaba mi madre y eso no me gustaba
Había pasado un rato agradable—y algo vergonzoso—en compañía de Daniel y los chicos, incluso quería volver a salir con ellos en otro momento, pero sentía que la despedida con Daniel no sería sencilla, sobre todo si recordaba…
—La apuesta—dijo con media sonrisa y mirada serena, directo a mis ojos.
Eso, justo si recordaba la apuesta.
Suspiré y negué con la cabeza, dándole la espalda y caminando hacia la puerta de mi casa para escapar de sus ojos verdes que parecían de un chico más maduro de lo que él era y que me hacían sentir como una niña.
—Lo siento, pero no podré cumplir con eso—dije, abriendo la puerta con las llaves.
—Me imaginé que dirías eso, así que simplemente no te pediré permiso—dijo.
Entonces escuché rápidos pasos a mi espada y cuando me giré para encararlo ya estaba justo en frente de mí.
No me dio tiempo siquiera de ponerme en guardia. Tomó mi cabeza entre sus manos y pegó sus labios a los míos. Me besó lentamente, a diferencia de lo que pensé que sería.
De cualquier forma yo no quería ese beso, así que rápidamente preparé mi rodilla y le solté un golpe en donde más le duele a los hombres, pero el lo vio venir, así que simplemente esquivó mi golpe y puso una de las manos que sostenía mi rostro detrás de mi cintura, pegándome a su cuerpo.
Esto es pasarse de la raya… dijeron enojadas las dos voces a la vez, convirtiéndose en ecos de mi ira.
—¡Suéltame!—le ordené gritando entre sus labios.
Al fin se detuvo y frunció la boca.
—Me hubiera gustado más entusiasmo de tu parte—se quejó.
Lo miré enojadísima.
—Te dije que no y cruzaste la raya—dije, con voz baja, contenida y amenazante. Preparé mi mano para propinarle una cachetada, pero lamentablemente tenía mejores reflejos que yo y detuvo mi mano.
—Esta vez no—dijo, sonriendo.
—¡Te odio y no quiero volver a verte!—le grité furibunda y humillada.
—Esto es injusto—dijo entrecerrando los ojos—. ¡Tú apostaste, nadie te obligó!
—Pues no te preocupes, porque no habrá necesidad de que vuelva a apostar nada que no quiera cumplir—dije enojada y rechinando los dientes—. No me volverás  a ver a menos de que sea a través de tu hermana.
—Alice, espera—dijo ahora preocupado, con la frente poblada de arrugas.
—¡Déjame sola, Daniel!—grité aún furibunda y girándome para entrar en la casa, lo que él no me permitió, porque tomó mi muñeca.
—Por favor—rogó—, perdón, pero te amo y resulta difícil contenerse.
—Vaya forma de amar. Eres patético, tienes que forzarme a besarte por no ser correspondido—le dije con voz fría.
Se quedó de piedra y al fin pude liberar mi mano, pero no entré en la casa. Miré su rostro herido por mis palabras crueles.
Mierda… ¿Por qué dije eso? Me lamenté en mi mente. Me quedé callada por un minuto, viendo su rostro descompuesto y cerrando mis manos en puños por la tensión que sentía.
—Daniel, yo…—empecé a disculparme, pero puso una mano en frente de mi para indicarme que parara.
Cerró los ojos y respiró profundo, entonces los abrió y me miró con serenidad antes de que una sonrisa volviera a extenderse por su rostro, aunque no sin cierto esfuerzo.
—Estás disculpada por lastimarme, si tu me disculpas por forzarte a besarme—dijo amablemente.
Suspiré y asentí.
—Genial. Entonces, no pasó nada. Te veo mañana—dijo y se giró hacia su moto—. A la misma hora, no lo olvides…
Se fue y yo entré a la casa, sintiéndome rara y culpable, además de cómo una total idiota, porque todo había sucedido por causa mía.
No debí haber aceptado jugar con tal apuesta y mucho menos debí haberle gritado de esa manera, sobre todo sabiendo lo que el chico aún no me supera, supuestamente desde primaria.
Me acababa de dar cuenta de que mi amistad con Daniel no podía seguir de esa manera, porque terminaría siendo lastimado cada vez que me enojara, lo que terminaría siendo seguido por su forma tan confiada de actuar.
Se comporta de la manera que sabe que me irrita. Como si no me conociera y no supiera lo que odiaba de las chicas que siempre me molestaban en secundaria… resoplé algo disgustada ahora.
Lo mejor sería distanciarme… pensé.
O solo pensar en lo que haces en lugar de actuar por impulso… dijo la voz sensata.
La voz loca refunfuñó en mi mente.
Odio cuando la aburrida tiene razón… dijo molesta.

A la mañana siguiente tenía un humor totalmente renovado, por supuesto habiendo hecho un esfuerzo para olvidar lo que había pasado la noche anterior. Algo que funcionaba de maravilla era pensar en Martin, así que estaba genial después de haber soñado con él.
Caminé hasta la esquina donde tomaría el autobús, tratando de prepararme mentalmente para iniciar mal la mañana viendo el rostro de Megan, pero afortunadamente no estaba ahí, y tampoco apareció después, así que pude tomar el bus tranquilamente.
Por suerte, también estaba preparada para encontrarla sentada al lado de mi novio, quien una vez más estaba impaciente y sin verla en absoluto.
Carlos ya no le prestaba atención a su charla—que al parecer solo iba dirigida a una persona—y en cambio conversaba con Irving animadamente, de la manera en que siempre había sido desde antes de que ella llegara.
Las cosas comenzaban a normalizarse, ahora lo único que hacía falta era que Martin dejara de estar castigado para al fin poder volver a nuestras rutinas de la tarde, las cuales empezaba a extrañar incluso más que antes.
En cuanto Martin me vio, solo hizo falta una mirada a Megan para que esta se moviera de regreso a su asiento. Me era inevitable sonreír.
—Esto está empezando a fastidiarme, nena—dijo en cuanto me tuvo entre sus brazos, después de haber llenado mi rostro de besos—. ¿No te parecen milenios ya desde que nos vimos por última vez? Me estoy muriendo de abstinencia, necesito mi droga.
Me eché a reír.
—Creo que comprendes mi situación entonces, aunque aún así creo que me divertí un poco más que tú ayer—le dije, acariciando su pelo y después acercándolo a mí de nuevo para besar sus cálidos labios.
Él estaba demasiado eufórico, olvidando totalmente que estábamos en público. No solo eso, sino que estábamos en una escuela. Pese a mis ganas de continuar, tuve que detenerlo y recordarle donde nos encontrábamos.
—Martin…—le dije mirando alrededor.
—Lo siento—se disculpó sin remordimiento alguno, estaba muy ansioso—, pero es difícil contenerse después de un día entero sin esto.
Suspiré, cerré los ojos y recargué mi cabeza en su hombro mientras el pasaba un brazo por mi espalda y me pegaba a él mientras inhalaba el aroma de mi pelo.
—¿No es posible que te escapes de tu casa aunque sea un ratito?—pregunté, tomando su mano y acercándola a mi rostro para acariciar con su dorso mi mejilla.
—Estoy en eso. Mi madre se ve débil ante mi técnica de convencimiento, terminará convenciendo a Bruce de que me deje ir antes—dijo esperanzado.
Arqueé una ceja y me alejé un poco para ver su cara.
—¿Tu cara de cachorrito?—pregunté adivinando su “técnica de convencimiento”.
Sonrió.
—La misma que uso contigo—dijo, acariciando mi nariz con su dedo índice.
También sonreí y me acerqué a él.
—Es irresistible para nosotras que te amamos—dije, moviendo mis labios contra su oreja.
Tragó saliva audiblemente.
—Hoy al gimnasio otra vez—dijo después de que el profesor cruzara la puerta del salón.
—Nos vamos a meter en problemas—dije sonriendo. A pesar de mis palabras, realmente no tenía la menor objeción.
—Tú ya estás en problemas… conmigo—dijo, alejándose de mí para poner atención a la clase pero sin dejar de rodear con uno de sus brazos mi cintura.
El profesor comenzó la clase y todos nos sumimos en el tedio habitual.

Al final de las primeras tres horas de clase Martin tomó mi mano antes de salir el salón, lo que sería a toda prisa si queríamos evitar ser descubiertos, aunque lamentablemente no nos fue posible hacer nuestra huida perfecta, ya que Megan nos detuvo.
—Hey… hm… Chicos, disculpen—insistió, a pesar de que fingí no escucharla y Martin, al parecer, hizo lo mismo que yo.
Megan puso su mano sobre mi hombro para detenerme. Me puse rígida ante su tacto y Martin se detuvo también, puesto que no tenía ningún sentido escapar sin mí en ese momento. Escuché como él respiraba hondo y cerraba los ojos, irritado. Casi nunca se enojaba… con las chicas, aunque era celoso, lo cual, a decir verdad, me gustaba un poco.
—¿Sí?—dije lo más cortés que pude, solo porque estaba en público.
—Perdón por interrumpir lo que sea que interrumpí—dijo parsimoniosamente—, pero necesito hablar contigo, Martin.
Al terminar de decir la frase me lanzó una mirada envenenada y una sonrisa malévola se extendió por su rostro. De alguna manera me hizo sentir insegura.
—De verdad que en este momento estoy muy ocupado—dijo Martin, siendo amable en su tono de voz y jalándome de nuevo, aún con esperanzas de lograr escabullirnos.
—Es muy importante—lo detuvo de nuevo, esta vez con más seriedad—, es sobre algo que te interesa demasiado.
Él la miró confundido, sin tener idea de a qué se refería.
—¿Que me interesa demasiado…?—preguntó, frunciendo el entrecejo y con la mirada perdida, tratando de averiguar a qué se refería.
—¿Recuerdas que ayer hablamos en el auto de papá?—preguntó ella.
Martin asintió y yo cada vez me ponía más ansiosa. ¿Qué estaba pasando? ¿Estaban hablando en claves? ¿Mi Martin estaba hablando en claves con esa… esa chica?
—Dijiste que lo más importante en tu vida era…—dejó la frase inconclusa y él pareció entender.
—¿Qué puedes saber tú que yo no sepa? Por algo es lo más importante en mi vida—dijo, con algo de ego asomando en sus palabras, un poco presumido.
Quería preguntar, pero no en frente de ella, no quería mostrar que no sabía algo de mi novio que ella sí sabía.
Ella entornó los ojos y suspiró.
—Confía en mí, aunque te advierto, no te gustará lo que te mostraré—dijo, mordiendo su labio, pareciendo estar preocupada.
Él volvió a estar confundido y me miró.
—¿No… me va a gustar…?—titubeó.
Suspiré y solté su mano.
—Habla con ella de una vez. Voy a la cafetería, te veo donde siempre nos sentamos—le dije.
Se quedó callado y miró a Megan receloso, antes de responderme.
—Está bien. Te amo, nena—me dijo, entonces se acercó para darme un beso en los labios.
—Yo a ti—le dije.
Me alejé de ellos, tratando de mantener mis piernas firmes, a pesar de que la inseguridad se apoderaba de mí y me hacía temblar ligeramente.
No pasa nada… me decía la voz sensata, aunque por el temblor de sus palabras en mi mente, supe que ni la parte más racional de mi cerebro lo creía esta vez.
Caminé hasta la cafetería y me compré solamente un refresco; había perdido el apetito por completo. Me senté en una de las mesas, que casi siempre estaban vacías porque los estudiantes preferían tomar el sol y la brisa de afuera.
Respiré repetidas veces para tranquilizar mis nervios y después me levanté para reunirme con mis amigos, ya que le había dicho a Martin que ahí estaría.
Me senté en silencio con ellos una vez que estuve cerca, tratando de no llamar mucho su atención, ya que no me sentía con ánimos de hablar en ese momento. Algo en mi rostro debió alertarlos y solo me miraron, confusos y preocupados, mientras las pláticas poco a poco se desvanecían, convirtiéndose en un incómodo silencio.
Helen fue la primera en hacer algo. Me tomó por el codo y me levantó para llevarme lejos de los demás.
—¿Qué te pasa, Al?—preguntó poniendo su mano en mi frente—¿Te sientes mal?
Negué con la cabeza y rechiné un poco los dientes ante el recuerdo, transformando mi inseguridad en ira.
—¿Es Megan? Está acosando a Martin de nuevo—adivinó.
Negué con la cabeza otra vez. Era vergonzoso admitirlo, además de que realmente no pasaba nada, solo era mi estúpida inseguridad otra vez.
—¿Entonces…?—preguntó confundida.
—No es nada. Me duele un poco la cabeza—mentí perfectamente.
Ella suspiró y relajó la postura.
—¿Quieres ir a la enfermería por una pastilla?
—No. Ya casi no duele—dije, alejándome de ella para volver al grupo, pero una mano me tomó del brazo, una mano que reconocí perfectamente porque provocó electricidad en mi piel.
Me giré para ver el rostro de Martin, entre destrozado, confundido y algo molesto.
—Tenemos que hablar…—me dijo con voz seria y profunda, contenida.
Mi corazón empezó a latir con fuerza, haciendo el pulso retumbar en mis oídos.
—¿Qué ocurre?—pregunté intimidada por su forma de hablarme.
—A solas…—miró a Helen, quien en seguida tomó rumbo y regresó con los demás.
—¿Qué sucede, amor?—mi voz se quebró.
—Alice… ¿Podrías por favor explicarme que es lo que veo en esta imagen?—me preguntó, con su voz quebrándose también, sacando del bolsillo de su pantalón su celular.
Me lo entregó de manera suave, después se alejó de mí y me dio la espalda. Se quedó parado junto a mí mientras yo veía una foto de Daniel y yo besándonos en frente de la puerta de mi casa.
Miré a Martin, con ojos abiertos como platos por la sorpresa que me causó ver esa fotografía, que había captado el momento justo en que Daniel me había robado un beso. Él se dio la vuelta y pude ver que una lágrima recorría su mejilla. Me acerqué a él y acuné su rostro con una de mis manos. Él no se alejó pero tampoco inclinó su rostro sobre mi mano, como era su costumbre. Simplemente se quedó tieso, estático, mirándome con gran tristeza.
—Martin—dije con voz ahogada—, yo… ¿Cómo conseguiste esta foto?
—Megan la tomó. Estaba corriendo, haciendo ejercicio y los vio por casualidad, entonces tomó esa foto para…—se interrumpió a media frase.
Megan… pensaron enojadas las dos voces en mi cabeza y yo al mismo tiempo.
—¿Para…?—pregunté enojada.
—Para mostrarme el tipo de alimaña que es lo más importante en mi vida—dijo con voz herida.
Me quedé en shock. De eso estaban hablando… caí en cuenta.
Una parte de mi cerebro se llenó de ternura al escucharlo decir que yo era lo más importante de su vida, mientras que la otra parte se sentía con ganas de suicidarse porque acababa de llamarme alimaña; la persona a la que yo más amaba acababa de llamarme alimaña.
Al ver que yo, al igual que él, me sumía en la tristeza hizo ademán de acariciar mi cara, pero se detuvo y dejó caer los brazos a sus costados.
—Martin, ayer salí con Daniel y él me robó un beso en la noche, pero yo me negué rotundamente. Además, Megan tiene que ser una mentirosa, porque eran las diez y media de la noche cuando Daniel me trajo de vuelta a casa. ¿Quién sale a correr a las diez y media de la noche?—pregunté con sarcasmo.
Él me miró receloso, entrecerrando los ojos con desconfianza.
—¿No me crees?—pregunté atónita pero con un toque de ironía en la voz. No podía creer que estuviera dudando de mí.
Se quedó en silencio un momento, mirándome a los ojos con inseguridad.
—No lo sé…
Eso era malo. ¿Confiaba más en Megan que en mí?
Repentinamente sentí como el escudo de soledad me arrastraba. Lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas al sentir el golpe. Me di la vuelta y corrí al baño.
—¡Alice—gritó, corriendo detrás de mí—, espera!
Entré al baño de mujeres, así que no traspasó la puerta. Tomé papel de uno de los cubículos y sequé mis lágrimas mientras intentaba contener mis sollozos. Mi pecho dolía mientras se refundía en la soledad de mi escudo, que recién se había apoderado de mí otra vez.
—¡Nena, lo lamento! ¡Por supuesto que te creo!—me dijo Martin a través de la puerta, pero era demasiado tarde, estaba herida profundamente, otra vez…
Esto pasa por confiar… Supongo que simplemente es una lección. No confíes en nadie, siempre te lastiman…
—¡Alice, sal de ahí, por favor!—gritó una vez más.
Respiré profundo, me tragué mis sollozos, sequé mis lágrimas y me preparé para hacer lo que nunca me imaginé que llegaría antes de ese día. Nunca lo imaginé porque nunca antes lo había hecho, además de que pensé que él nunca me lastimaría, que era perfecto porque siempre supo cómo tratarme, retirar mi escudo, solo para que al final, cuando estaba expuesta, rompiera mi corazón en una frase, que por cierto dejaba en claro que no sabía si creerme a mí o a Megan, a quien acababa de conocer. Ahora que se acercaba el momento tenía ganas de no haber entrado nunca a esa preparatoria, de haberme mudado a África y haber pasado mi vida ayudando a salvar a los elefantes en peligro de extinción hasta que al fin llegara el momento en que me olvidara por completo de todos los seres humanos, a excepción de mi madre y Rachel, que serían las única personas con las que hablaría porque eran incapaces de hacer algo como romper mi corazón en un millón de pedacitos.
Mis piernas temblaron cuando estuve en frente de él, quien me miraba con alivio porque al fin había salido del baño. Se acercó para abrazarme, pero puse una mano en su pecho para detenerlo y bajé la vista de nuevo.
—No quiero reprocharte nada—le dije con voz suave, casi un susurro.
—Perdóname. Sabes que confío en ti, pero los celos me ciegan a veces y digo estupideces. No estoy enojado contigo, estoy enojado con ese idiota. Perdón, Alice—me dijo rápidamente, casi se enredaba con las palabras.
Se acercó a pesar de mi mano, que detenía su pecho y me abrazo, pero ese abrazo no fue correspondido. Mi escudo estaba puesto una vez más y no me permití abrazar al chico por el cual aún tenía sentimientos y me moría por besar.
—Alice… Perdón—me dijo mientras me estrujaba más fuertemente contra su pecho, dejándome sin aliento.
Lo abracé fuerte y exhalé el aire que había estado conteniendo.
—No quiero saber nada más de nadie, esto acaba aquí.
—¿Estás rompiendo conmigo?—preguntó aún sin soltarme y sin relajar el abrazo. Personas empezaban a juntarse a nuestro alrededor—Es por Daniel ¿cierto? Alice… ¿lo quieres a él ahora?
Otro golpe, seguía desconfiando. ¿No se daba cuenta de lo que acababa de hacer Megan? Ya no quería seguir con aquello.
—Martin, lo siento, pero…—le dije, escondiendo mi rostro en su pecho sin querer mostrar mis lágrimas.
—No lo digas—suplicó en un susurro que se quebró—, por lo que más quieras no lo digas.
Dejé de abrazarlo y junté mis manos entre nuestros cuerpos, fundidos por el abrazo asfixiante al que me tenía sometida. Tomé el anillo y lo saqué de mi dedo, entonces me separé de él y se lo entregué.
—Lo siento—dije sin levantar la vista. Di media vuelta y corrí hasta donde sabía que estaba mi mochila.
Fui a la enfermería y dije que me sentía terrible, pregunté si podía irme a casa y así lo hice, tratando de dejar atrás mis sentimientos, sin éxito…

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