sábado, 28 de mayo de 2011

Capítulo 11.- No me esperaba esto ni en un millón de años...

Los días pasaron. Pasó mi cumpleaños y el de Martin, que celebramos con una pequeña reunión en la mansión de Martin en compañía de Rachel, Alex, Helen—no tuve opción—, Austin, Irving, Carlos, mamá, los padres de Martin y algunos chicos de nuestro salón.
Pasó septiembre, octubre y finalmente llegó diciembre con sus días festivos y vacacionales.
El tiempo había pasado lentamente, a diferencia de las primeras tres semanas de clases. Las situaciones cambiaban con facilidad de un día a otro; supongo que eso es parte de la adolescencia.
En cuanto al resto de las cosas todo seguía de manera normal y mis sentimientos no habían cambiado demasiado, pero supuse que era natural, ya que a quien alguna vez quisiste tanto—me refiero a Alex—no se olvida de la noche a la mañana. En lo que a Martin se refería, ya lo quería demasiado, tanto como alguna vez llegué a querer a Alex y eso me hacía feliz, porque cada día que pasaba lo quería más.
Respecto a esos dos chicos, ambos me querían y no se soportaban, y ambos me lo hacían ver cada vez que tenían la oportunidad de decírmelo. Yo, por supuesto, estaba neutral, y eso les molestaba, mas no se enojaban conmigo, porque eran incapaces, por alguna razón.
Pero totalmente apartado de la realidad, estaba el teatro que montaban los dos en frente del mundo. Parecían mejores amigos, en algunos momentos incluso llegó a parecerme chistoso, ya que en los descansos de la escuela se veían tan ridículos hablando de manera exageradamente amable el uno con el otro.
—¡Finalmente!—gritó Martin cargándome y dándome vueltas en el aire cuando sonó la campana del receso el viernes dieciocho de diciembre, lo abracé con fuerza para no salir volando de sus brazos—¡Mañana son vacaciones! ¿Puedes creerlo?
Me eché a reír. La emoción casi se degustaba en el aire, podía sentirse y escucharse en las entusiasmadas pláticas que sostenían todos los estudiantes de la escuela, y no era para menos porque, al fin y al cabo, ese día ya eran vacaciones decembrinas.
—Sí, lo puedo creer—dije besando sus labios tiernamente cuando al fin me puso en el suelo.
—¿Qué puedes creer?—preguntó Alex, cuando llegó en compañía de Helen.
—Que al fin ya serán vacaciones—dije dando saltitos de emoción.
Me sentía bastante feliz, siendo sincera, y por lo mismo parecía una niña pequeña. Solía pasarme que cuando me emocionaba, me ponía un poco loquita.
—Por cierto, te tengo una buena noticia—me dijo Martin apretando mi cintura a su costado para llamar mi atención.
—¿Qué?—dije con una gran sonrisa.
—Sofía llega mañana—dijo con emoción, sabiendo que la extrañaba por las muchas veces en que lo había hecho gastar en llamadas internacionales por estar hablando con ella durante horas desde Orlando hasta Oxford.
Abrí mucho los ojos y sonreí con todas mis ganas, entonces no aguante más con la energía acumulada—ya que no había tenido tiempo de ir a correr para descargarla, ya que cierta persona acaparaba todo mi tiempo libre—y salí corriendo por todo el campus, dando saltos y estirándome. Parecía una demente, pero fue liberador.
Martin, Alex, Austin, e incluso Helen, me observaban, contagiados por mi risa, mientras yo daba la vuelta entera a toda la pista atlética. Cuando terminé, me senté con ellos en el césped, jadeando y aún con la sonrisa en mi rostro.
—¿Ya más tranquila?—preguntó Alex mientras me sentaba con ellos y me tiraba de espaldas en el césped, recostando mi cabeza, como siempre, en las piernas de Martin.
Asentí.
—Te pusiste algo loca—dijo Helen bromeando con hipocresía.
—Lo sé—dije mirando a Martin con ojos entrecerrados—, es solo que cierta persona nunca me deja salir a correr ni un maldito día a la semana.
Martin rió, pero no parecía avergonzado, al contrario, parecía… orgulloso.
Seguimos comiendo y conversando sobre las ansiadas vacaciones.
—Chicos, aprovechando el momento, les tengo algo así como una proposición—dijo repentinamente mi novio.
—¿Proposición?—preguntó Austin levantando una ceja.
—Sí, pero es solo si ustedes aún no tienen planes previos para sus días de vacaciones—dijo Martin encogiéndose de hombros y con media sonrisa. Yo lo conocía lo suficientemente bien como para saber que esa sonrisa estaba siendo contenida, él estaba disfrutando de algo de lo que yo aún no estaba enterada.
—Dilo de una vez—dije con voz impaciente, intrigada.
Se rió de mí y acarició la punta de mi nariz con su dedo índice.
—De acuerdo, de acuerdo… Quiero que tú—dijo mirándome—me acompañes al Caribe Mexicano en unas vacaciones familiares. Vendrá Sofía y posiblemente también Rachel. Mis padres hablaron con tu madre y solo esperaba a darte la sorpresa.
Una sonrisa empezó a extenderse por mi rostro.
—¡No!—dije entusiasmada.
—¡Oh, sí!—dijo guiñándome un ojo.
—¡Voy a ir a México! Gracias, Martin. No sabes en serio cuan feliz estoy—dije lanzando mis brazos a su cuello y escondiendo mi rostro en su pecho.
—No tienes nada que agradecer, nena. En cualquier caso, sería yo el que está agradecido, disfrutaré de mis vacaciones en tu compañía—dijo soltando una ligera y airada carcajada, después suspiró—. En fin, chicos, mi propuesta hacia con ustedes es precisamente eso. ¿Quisieran acompañarnos al Caribe en vacaciones? Mis padres extendieron la invitación para pasarla en grande. Si acceden, estaría todo pagado. Carlos e Irving ya están más que listos para irse, por cierto—dijo lo último dirigiéndose principalmente a mí.
—No me dijeron nada. Son unos malvados—susurré en su cuello, en donde aún escondía mi rostro. Él se estremeció involuntariamente al sentir mi aliento, así que me reí bajito.
—Entonces… ¿qué dicen?—preguntó una vez más.
Miré a los chicos. Tenían cara de estupefacción y sonrisas empezaban a extenderse por sus sorprendidos rostros.
—¡Definitivamente, cuenta conmigo!—dijo Austin, levantándose del suelo y dando un salto en el aire, totalmente emocionado.
—¡Conmigo igual!—se apresuró a decir Helen con ojos abiertos como platos.
—¿Cómo decir que no?—dijo Alex con una enorme sonrisa y encogiéndose de hombros.
—Perfecto, entonces solo necesitan el consentimiento de sus padres y preparar las maletas. El domingo es el gran día.
—¡Yupi!—dije de forma divertida mientras me levantaba del suelo, jalando conmigo a Martin y dando vueltas tomada de sus manos.

         Esa misma tarde Martin fue a mi casa, ya que el día anterior habíamos ido a su mansión y solíamos turnarnos los días en que íbamos a la casa del otro.
—Nos vemos luego, chicos—se despidió mi madre de nosotros de forma severa, mientras salía de la casa para ir a su último día de trabajo del año—. No hagan travesuras.
—Adiós, mamá—le dije con una sonrisa mientras ella salía por la puerta.
—Nos vemos, Rebeca—se despidió Martin. Los dos estábamos en el sofá de la sala, pretendiendo ver la tele mientras mi mamá estaba en la casa.
Una vez que la puerta se cerró y nos aseguramos de que el carro había desaparecido de la parte delantera de la casa, Martin me abrazó y empezó a besarme. Yo lo abracé y nos recostamos en el sofá mientras jugábamos nuestro juego preferido, “luchitas”.
La gente suele decir que uno se aburre de hacer siempre lo mismo, pero definitivamente no era nuestro caso. Yo jamás me aburría de sus besos, de sus manos recorriendo mis costillas, mi cintura y mi espalada, a la vez que él tampoco daba signos de aburrimiento cada vez que yo, fiel a mi costumbre, le quitaba la camiseta y acariciaba su abdomen y su pecho.
Mientras él estaba acostado en el sofá y yo sobre él, sus labios recorrieron mi cuello y mis clavículas, a la vez que sus brazos me apretaban contra su cuerpo tanto que no quedaba espacio ni siquiera para el oxígeno entre nosotros.
—Te amo—susurró en mi oído, soltando su cálido aliento en mi cuello.
—Te quiero—le respondí y mordí ligeramente el lóbulo de su oreja, lo que provocó que se estremeciera.
Reí ligeramente y luego me separé un poco de él para ver su rostro. Acaricié su mejilla, él cerró los ojos y suspiró, al tiempo que ponía su mano sobre la mía, para mantenerla ahí.
—¿Cómo puedes tener manos tan suaves?—me preguntó ladeando su rostro para besar la palma de mi mano.
—¿Tengo manos suaves?—le pregunté levantando una ceja.
—No solo tus manos, toda tu piel es tan suave—dijo mientras acercaba su rostro al mío para acariciar mis labios y mi barbilla con la punta de su nariz.
—No lo sabía—dije encogiendo mis hombros y con una sonrisa airada—, pero gracias por el cumplido.
—Tú nunca sabes cuales son tus atributos. Eres demasiado modesta—dijo, mientras la mano que previamente sostuvo la mía en su mejilla, se colocaba detrás de mi cuello y su nariz bajaba de mi barbilla, acariciando mi piel hasta llegar a mi cuello, donde su lengua rozó con suavidad mi piel, solo un poco y muy ligeramente. Me recorrió la espalda un escalofrío.
”Y además de ser suave eres dulce—susurró contra mi cuello—. ¿Hay algo en lo que no seas perfecta?
—Mi cabello siempre está despeinado… ¿Eso cuenta?—le pregunté con voz temblorosa, aún sin recobrarme totalmente de mi escalofrío.
—Hm… No cuenta, es parte de tu atractivo.
—No lo creo, lo cortaré pronto. Ya casi llega a mi cintura.
—Si quieres cortarlo, adelante, pero no demasiado. Me gusta largo—dijo mientras acariciaba mi cabello desde el nacimiento hasta las puntas—, y es igual de suave que tu piel.
—Si me halagas tanto vas a provocar que me ruborice—dije, escondiendo mi rostro avergonzado en su pecho.
Se rió de mí.
—Es que es imposible no decirlo cuando tienes a una diosa en frente de ti—dijo levantando mi rostro y besando mi frente.
—Tampoco es que tú te quedes muy atrás—dije con una sonrisa pícara.
—Gracias, pero es imposible comparar a un humano común y corriente contigo—dijo soltando una carcajada.
—Tonto—dije, negando con la cabeza.
Suspiró.
—Por cierto ¿qué te ha parecido la idea del viaje?—dijo, repentinamente entusiasmado.
—Me encanta—dije con voz emocionada.
—A mí también. Empaca tu traje de baño, porque no pasaremos fríos en invierno, nena.
—Gracias por invitarnos, Martin. No solo a mí, sino también a Rachel—le dije de corazón.
—Tenía que llevarte conmigo si me iba a ir a México—dijo encogiendo sus hombros, como si fuera obvio, y probablemente desde su punto de vista era más que obvio, era un hecho.
Me reí.
—¿Sabes? Un tema interesante que podríamos tratar es el de tus trajes de baño—dijo entornando los ojos como quien no quiere la cosa.
—Pervertido—dije entrecerrando los ojos, pero sin dejar de sonreír.
—Es que me preguntaba que clase de traje de baño tenías planeado llevar…
Torcí la boca, pensativa.
—Pues… tengo dos y los dos son solo de una pieza—dije encogiendo los hombros.
—¡Eso tiene que ser imposible!
—¿Por qué?—pregunté frunciendo el ceño.
—Planeas esconder tu hermoso cuerpo en un traje de baño de una sola pieza—dijo con frustración.
Puse los ojos en blanco.
—Sí, planeo hacer eso—dije, levantándome de encima de él y encaminándome a la cocina para servirme algo de agua. Él me siguió en seguida, mientras recogía su camiseta del suelo y se la ponía.
—No puedes. No me hagas esto—suplicó.
Me carcajeé.
—Exagerado—dije, recargada contra la barra de la cocina, dándole un trago a mi vaso de agua, después estiré el brazo con el vaso hacia—. ¿Quieres?
—No me hagas esto, por favor—dijo, juntando las manos a modo de súplica y poniendo cara de dolor.
—No tengo ningún otro traje de baño—dije entornando los ojos y terminando mi agua, para después poner el vaso en el fregadero, que estaba detrás de mí.
—¿Es por eso que no piensas usar un bikini, porque no tienes uno?—preguntó con rostro esperanzado.
—Pues, supongo que esa es la razón.
—Entonces no hay ningún problema. Vamos a mi casa en este instante—dijo tomando mi mano y jalándome.
—¿Para qué?—pregunté confundida.
—Ya verás—dijo mientras salíamos de la casa. Apenas me dio tiempo de poner el seguro y tomar las llaves de la mesita que estaba en la sala.
Llegamos a su mansión prácticamente corriendo, parecía ansioso. Subimos las escaleras y entramos al cuarto de Sofía.
Sí, empezaba a adivinar su plan, pero no iba a ser tan fácil y ya vería por qué.
Al estar una vez dentro del cuarto me señaló la cama, o más bien, las camas, indicándome que me sentara. Me encogí de hombros y le hice caso, mientras que él entraba al closet de Sofía.
Suspiré, sabiendo que no iba a funcionar.
Él salió disparado del closet con montones de bolsas de compras en las manos.
—Aquí tienes—dijo con una enorme sonrisa.
Negué con la cabeza.
—¿Eres capaz de robarle a Sofía solo para verme en un bikini?
—De eso y más soy capaz—dijo asintiendo con fingida seriedad—, pero aquí no creo que haya problema, porque solo le he robado veinte y ella tiene más de cien conjuntos que ni siquiera ha usado.
Lo miré con escepticismo.
—Por favor, solo pruébate aunque sea uno—dijo con voz de niño, la que usaba cada vez que estaba desesperado.
Me reí.
—Verás que no servirá de nada—dije tomando el primer bikini que encontré en una de las bolsas. Era de color rosa pálido y la parte superior se amarraba por detrás del cuello.
—Gracias—dijo, mientras yo caminaba hacía las puertas dobles del closet de Sofía con el bikini en una mano. Antes de que entrara al closet me dio un abrazo y besó mi mejilla.
Una vez adentro, me fije en la talla del bikini—que aún tenía la etiqueta—antes de quitarme la ropa. ¿Treinta y cinco B? Me eché a reír. Imposible que aquello me quedara, pero en fin. Me puse la parte inferior por encima de mi ropa interior y la parte superior de la misma manera. Antes de salir me vi en el espejo del enorme closet que tenía el tamaño de mi habitación. Me veía ridícula, tanto que me reí.
Asomé mi cabeza para ver donde estaba Martin. Estaba sentado en una de las camas, mirando al closet y casi conteniendo la respiración.
—¿Ya?—dijo con un ligero brillo  en los ojos, expectante.
—Me veo ridícula—dije sonrojada.
—Déjame ver que tal—dijo, tratando de ser serio, pero estaba demasiado emocionado.
—De acuerdo…—dije con seriedad mientras abría las puertas de closet totalmente.
Su respiración se agitó y fue audible hasta donde yo estaba. Contuve una sonrisa.
—¡Te ves hermosa!—exclamó, abriendo mucho los ojos.
Una de mis manos se fue a mi frente automáticamente.
—Martin, concéntrate. ¿Cómo se ve el traje de baño?—dije señalando la parte superior con mi dedo índice.
—Ah—dijo cuando se dio cuenta de que me quedaba “algo” grande.
—Exacto, “ah”.
Se quedó callado un momento, viéndome, pensando, o al menos eso parecía.
—¿Ya puedo cambiarme?—dije cuando me desesperé.
—¿Por qué?—preguntó con cara triste.
Puse los ojos en blanco y me metí al closet para ponerme mi ropa. En cuanto salí, Martin me esperaba con las llaves de su auto en la mano. Lo miré confundida.
—¿Y ahora qué?—pregunté preocupada.
—Vamos a comprarte algunas cosas—dijo extendiendo su mano para que yo la tomara.
—¿Cuándo va a acabar esto?—dije implorando al cielo, pero tomando su mano a la vez.
Estuvimos rondando una veintena de tiendas y de ninguna salimos con las manos vacías. Terminó comprando cincuenta y tres trajes de baño.
—¿Y cómo se supone que transportaremos esto a México?—pregunté una vez que ya conducía de regreso a su mansión y ya había oscurecido—Mi maleta tiene sus límites.
Se echó a reír como si hubiera dicho un chiste.
—Los llevaré yo si es necesario, pero aún así creo que solo llevaremos veinte. No es necesario llevar los cincuenta y tres—dijo encogiendo los hombros.
—¿Cómo es que tus padres te dejan tener una tarjeta de crédito? Van a terminar en bancarrota.
Volvió a reírse.
—Solo gasto en lo necesario y esto, créeme, era muy necesario.
—Claro—dije con sarcasmo.
Está demente… ¿Cincuenta y tres bikinis? No paraba de reclamar la voz en mi cabeza.
Lo sé, está loco, pero es un hombre. Hasta cierto punto es comprensible. Le contesté.
Llegamos a su casa y pidió ayuda a las personas que trabajaban en la mansión para que le ayudaran a bajar las bolsas de compras de su pequeño y elegante auto. Tampoco es que hicieran demasiado espacio, puesto que los bikinis eran realmente pequeños, pero aún así ¿cincuenta y tres?
Me fijé en la hora de mi celular una vez que estuvimos solos en su cuarto de nuevo. Eran las ocho de la noche y probablemente mi madre llegaría pronto.
—Martin, creo que ya es hora de que me vaya—dije enseñándole la hora en el celular.
Puso cara de disgusto, como siempre. Al parecer para él un día entero en mi compañía nunca era suficiente. Me eché a reír; tampoco era como si fuera suficiente para mí.
—Te acompaño a tu casa—dijo mientras se acercaba y rodeaba mi cintura con su brazo.
Caminamos en silencio hasta mi casa. A veces el silencio es tan cómodo que simplemente sobran las palabras.
—Te amo, nena—dijo en cuanto llegamos.
—Te quiero—le contesté con media sonrisa. Se acercó para darme un beso tierno en los labios
 Suspiré y abracé su cuello en cuanto sus labios tocaron los míos. ¡Me era imposible contenerme! Aunque fuera un beso de despedida y tuviese que ser corto. Tenía que ser corto ¿no?
Escuchamos el motor de un carro acercarse justo cuando sus manos empezaban a tocar mi cintura por debajo de la blusa y automáticamente nos separamos. El carro pasó de largo, falsa alarma.
—Te veo mañana—le dije mientras entraba en la casa.
—Claro—dijo dándome un último beso en la mejilla.
Esperó a que entrara en la casa, con una sonrisa siempre presente en sus hermosos labios, para después irse, y, como siempre, me dejé caer hasta el suelo, mas ya no lo hacía por no poder creer lo que me pasaba. Era simplemente de pura satisfacción…
Lo que me sucedía era simplemente perfecto… bueno, casi. Aún estaba el asunto de que seguía queriendo un poco a Alex. ¿Por qué lo seguía queriendo si ya debía de estar más que olvidado? Ah… sí, porque el seguía queriéndome a mí.
A veces, sentía que sus sentimientos hacía mí, eran lo suficientemente fuertes como para desestabilizarme, lo cuál no era bueno y no sabía porque ocurría. Era más o menos parecido a lo que me pasaba al tocar a Martin, esa electricidad, solo que era mental. No necesitaba tocarme para transmitir sus sentimientos, pero al mismo tiempo no tenía la misma fuerza. Lo que ahora sentía por Martin sobrepasaba las expectativas de tiempo en que pensé que tendría sentimientos tan fuertes hacía él. El hecho de que no dejará aún de querer a Alex se debía simplemente a que él no ponía de su parte para conseguir olvidarme. ¿Si él no ponía de su parte cómo esperaba entonces olvidarse de mí?
Recordé por un segundo los ojos color avellana de Alex mirándome—en una de las muchas ocasiones en que Martin me abrazaba durante los recesos—con tanta tristeza y a la vez con tanto deseo.
Me tallé la cara—tratando de despejar de mi mente sus ojos—y me levanté del suelo, para ir directo a mi habitación y después al teléfono, como de costumbre, para telefonear a mi mejor amiga.
El tono de espera sonó solo tres veces antes de que Daniel—el hermano de Rachel—contestara el teléfono.
—¿Diga?—dijo Daniel, que era un chico de diecisiete años, bastante alto, con cabello negro y ojos verdes.
—Soy Alice, alienígena.
—Ah…—me dijo, entonces soltó un grito que ya no iba dirigido a mí—¡Fenómeno en el teléfono!
Me reí.
—¡Ya voy!—dijo la voz de mi amiga, que pude escuchar a lo lejos, después más cerca—¿No podrías ser menos detestable monstruo?
Escuché la voz de Daniel riéndose mientras se alejaba antes de que Rachel contestara.
—Soy yo—dijo mi amiga al fin.
—Tu hermano es demasiado infantil como para tener diecisiete años—le dije conteniendo una sonrisa, aunque sabía que no podía verme.
—Lo sé, pero la familia no se escoge—dijo con un suspiro.
Su hermano y ella no se llevaban nada bien, pero él y yo sí éramos amigos.
—En fin… Ah, ya me enteré, por cierto—dije recordando de que quería hablar justo en ese momento.
—¿Te enteraste?—preguntó confundida.
—¿No tenías planeado viajar estas vacaciones?—le pregunté como quien no quiere la cosa para refrescarle la memoria.
—Ah…
—Sí, ah…
Se echó a reír.
—Al fin te lo dijo. Lo siento, flaca. Me hizo prometer no decirte nada, además, sé que te gustan las sorpresas.
—Sí, pero podrías haberme dicho, hubiera podido emocionarme contigo y todo el asunto…—suspiré—Bueno, al menos dime que no has empacado—le dije esperanzada.
—Pues, justamente estaba a punto de hacerlo…
—¡No lo hagas aún! Quiero hacerlo contigo—dije con mi voz de niña, que usaba para convencerla.
Se echó a reír.
—Yo te iba a decir exactamente lo mismo para empacar tu ropa—dijo entre risas—. ¿Por qué no vienes a dormir acá? Así podemos empacar mi ropa, mañana yo voy a tu casa y empacamos tu ropa ¿sí?
—¡Sí!—dije entusiasmada.
—Perfecto. Te espero en… ¿media hora?
—Ahí estaré.
—De acuerdo. Nos vemos.
Después de colgar, empecé a marcar el número de mi madre, pero en ese momento escuché el motor de un auto estacionarse en frente de la casa.
Bajé las escaleras corriendo. Parecía una niña, pero me encantaba empacar con Rachel cuando nos íbamos de viaje. En muchas de las ocasiones en que la escuela nos llevaba de campamento a algún lugar por más de un día, siempre teníamos la costumbre de empacar nuestras ropas juntas, ya que así era mucho más divertido. Si así era en la escuela, entonces sería incluso mejor si íbamos a México…
—Mamá—dije jadeando en cuanto la vi cruzando la puerta.
—¿Qué pasa?—dijo, preocupada al verme tan agitada.
—¿Puedo dormir en casa de Rachel para ayudarle a empacar sus cosas ya que nos vamos de viaje en dos días?—pregunté emocionada.
Se echó a reír.
—Por supuesto.
—Gracias—dije, entonces salí corriendo de nuevo para empacar una pequeña mochila con mi pijama, cepillo de dientes y cosas de baño.
Mi madre me llevó a casa de Rachel en cuanto estuve lista. Era una noche sin demasiado movimiento en las calles, ya que invierno era la época menos atestada del año. La noche estaba demasiado tranquila y el silencio entre mi madre y yo—por alguna razón que en ese momento yo desconocía—empezaba a tornarse incómodo.
—Mamá ¿Pasa algo?—le pregunté cuando ya no soportaba la tensión.
Se quedó callada un momento, mirando fijo a la carretera. Me empecé a preocupar en serio.
—Sí, pasa algo.
—¿Qué pasa?—dije con voz temblorosa.
—No es nada malo, cielo. Tranquila—dijo, al notar el temblor de mi voz.
—Entonces dime qué es, porque lo que sea me está empezando a desquiciar—dije con la frente llena de arruguitas que se me había formado por la tensión que sentía.
—Está bien. Estoy preocupada.
—¿Por qué?
—Por ti, Al.
En ese momento toda tensión que sentía se evaporó y todo lo que quedó fue confusión.
—¿Por mí?
—Sí.
—¿Por qué?—volví a preguntar.
—Por el viaje—dijo desesperada al ver que yo no captaba.
—¿Qué pasa con el viaje?
En lugar de responderme se quedó callada y pude ver con la ligera luz que emitía el tablero, como su cara tomaba un tenue color más rosado que de costumbre, fue entonces que empecé a comprender.
—Ah—dije en voz muy baja, ruborizándome también—. ¿No habíamos tenido ya esta conversación?
—Sí, pero te vas de viaje y no voy a estar ahí para cuidarte—dijo con rostro preocupado.
—Mamá, no te preocupes por mí. Dormiremos en habitaciones separadas—dije avergonzada.
—Lo sé, pero…—suspiró.
—Confía en mí. No soy capaz de hacer lo que hacen las chicas que salen en los programas de la tele. Me has educado bastante bien—dije con la cara hecha un tomate.
Se echó a reír con nerviosismo.
—Confío en ti, Al. Solo cuídate ¿sí?—me dijo en cuanto estuvimos en frente de la casa de Rachel.
—Sí. Y, por favor, prométeme que es la última vez que tenemos esta conversación—dije mientras tomaba mis cosas del asiento trasero del auto.
—Lo prometo—dijo más tranquila.
Sonreí y le di un beso en la mejilla antes de bajar.
Toqué el timbre de la casa de Rachel y ella abrió casi instantáneamente.
—¿Esperabas a alguien?—le pregunté bromeando con sarcasmo.
—No, solo a mi mejor amiga—me dijo y me dio un abrazo, luego me tomó de la mano y me llevó corriendo escaleras arriba, a su cuarto.
Pasamos junto al cuarto de Daniel, quien tenía su música roquera a todo volumen.
—Bájale un poco, engendro—le gritó Rachel.
Él la miró con irritación y luego se fijó en mí y sonrió.
—¿Cómo te va, fenómeno?—me preguntó mientras le bajaba un poco el volumen a su música.
—Bien, alienígena. ¿Y a ti?—le pregunté jugando. No nos decíamos “fenómeno” o “alienígena” porque realmente nos molestáramos, era simplemente nuestra forma de ser amables el uno con el otro.
—Pues bien, aunque aún no llega la nave nodriza, pero confío en que pronto me rescatarán y te llevaré con nosotros para que te hagan experimentos. Un ser tan extraño como tú no lo hay ni en otro planeta.
—El burro hablando de orejas—dije echándome a reír y dándole la espalda para ir al cuarto de Rachel.
—¿Cómo puedes comunicarte con él?—me preguntó Rachel divertida, mientras cerraba la puerta detrás de ella.
—No tengo la menor idea, pero es divertido—dije encogiendo los hombros. Ella negó con la cabeza y abrió su armario.
—Debe ser una cosa de raros—dijo jugando.
Le saqué la lengua, entrecerrando los ojos.
—Sabes que te quiero—dijo con una enorme sonrisa y soplándome un beso.
Me eché a reír.
—Claro, claro—suspiré—. Por cierto ¿dónde está Carina?
—Salió con sus amigas para celebrar el comienzo de las vacaciones—dijo mientras sacaba toda la ropa de su closet y sus cajones—. Bien, ya está todo afuera y esas son las maletas—dijo, señalando con el dedo índice el lugar donde se encontraban tres gigantescas maletas.
La miré sorprendida.
—¿Y piensas cargar eso hasta México?—le pregunté.
—Una chica no puede ir a un lugar desconocido así como así. Tengo que llevar maquillaje, productos para el cabello y mucha ropa. Debe de haber muchos chicos guapos, tengo que estar preparada—dijo haciendo toda la ropa a un lado de la cama y poniendo una de las gigantescas maletas a un lado de la ropa.
Negué con la cabeza.
—Bien, bien, empecemos—dije viendo el enorme montón de ropa—. Para empezar ¿qué es lo que más quieres llevar?
Se quedó pensativa un segundo y después respondió con otra pregunta.
—¿Hará frío allá?
Me llevé la mano a la frente y me empecé a reír.
—No, Rachel, en el Caribe nunca hace frío.
—Aquí tampoco, pero me refiero a que si será así de frío. Estás usando un suéter ¿no?
Me quedé pensativa un segundo.
—Lleva un par de suéteres por si a caso—dije asintiendo.
—De acuerdo ¿cuáles llevo?—me preguntó sacando del montón cinco suéteres de distintos colores.
—Lleva el blanco y el rojo—dije señalando los que más me habían gustado.
Seguimos eligiendo ropa y en eso se nos fue toda la noche.

A la mañana siguiente desperté con la misma ropa que la noche anterior, acostada sobre la ropa que no habíamos empacado, o la “rechazada”, como la llamaba Rachel.
—De verdad que son patéticas—dijo la voz de Daniel detrás de mí.
Levanté una ceja y sonreí.
—Largo de aquí, alienígena—le dije bromeando.
—Vine con una misión—dijo extendiendo una mano hacía mí, para ayudar a levantarme sin despertar a Rachel.
Tomé su mano y él me levantó. Salimos de la habitación y cerró la puerta.
—¿Qué hora es?—le pregunté mirando hacia las ventana. Estaba luminoso.
—Las nueve de la mañana. Mamá aún está dormida, eres la primera en despertar, pero aunque no lo hubieras hecho sola, tenía que despertarte. Tienes una llamada.
—Ah, gracias—dije y cogí el teléfono inalámbrico de su mano.
—Claro—dijo y se quedó parado junto a mí.
—¿Hola?—dije en el teléfono.
—¿Alice?—dijo la voz de Martin
—¿Martin?—dije confundida—¿Por qué llamas a casa de Rachel?
—Porque no estabas en casa.
Me reí.
—Perdón. Olvidé avisarte que dormiría acá para ayudar a empacar a Rachel.
—Sí, Rebeca me lo explicó—me dijo avergonzado.
—Bueno, pues nos vemos pronto.
Se rió.
—Claro, nena. Estaré extrañándote. Llamaba para avisarte que saldré un rato con los chicos, que al parecer quieren comprar artículos de surf…
—Está bien. Nos vemos. Te quiero.
—Te amo—se despidió.
Esperé a que colgara, pero no lo hizo.
—¿Qué esperas para colgar?—le pregunté.
—Espero a que cuelgues.
—No, hazlo tú—dije obstinada.
—No, no, no. Tú primero—me condicionó.
Nos echamos a reír y Daniel me miró con escepticismo.
—La última vez yo colgué primero—le recordé.
—No es verdad—lo negó.
—¿Qué te parece si lo hacemos al mismo tiempo?—le pregunté divertida.
—Hm… Me parece bien, pero sin trampas—me dijo receloso.
—Sí, sí, sí. ¿Listo?
—A la de tres—dijo.
—Una, dos, tres—contamos al mismo tiempo, entonces colgué.
—No puedes ni colgar un maldito teléfono con normalidad—dijo Daniel conteniendo una sonrisa.
Me eché a reír.
—¡Él no colgó!—me quejé mientras me reía.
—Como sea—dijo y tomó el teléfono para ponerlo en su lugar—. Así que… al fin conseguiste novio ¿eh, fenómeno?
—Así parece—dije encogiendo mis hombros y sonriendo.
—Jamás pensé que un fenómeno como tú pudiera conseguir uno—dijo echándose a reír.
—Pues ya lo ves, alienígena. ¿Y qué me dices de ti? ¿Aún no tienes novia?—le pregunté con media sonrisa mientras bajábamos las escaleras.
En lugar de responderme se quedó callado y se ruborizó.
—¿Qué pasa?—le pregunté, levantando una ceja.
—Nada—dijo en tono evasivo.
—Dímelo. ¿Qué a caso no confías en el fenómeno?—le pregunté medio en broma.
—Es que… la chica que me gusta ya tiene novio—dijo encogiéndose de hombros y rojo como tomate.
Lo miré confundida.
—¿Te avergüenzas por eso?—bufé—Por favor… A mí me sucedió lo mismo hace unos cuantos meces y si no es para ti tarde o temprano encuentras alguien. Ya lo verás.
—Supongo que tienes razón, pero aún así pienso intentar un poco con esta chica. Quizá la invite a salir en vacaciones…
—Me parece bien. No pierdas las esperanzas—dije, dándole ánimos.
—Sí, creo que lo haré—dijo sonriendo.
—¿Hacer qué, engendro?—preguntó la voz ronca de Rachel, que estaba justo detrás de nosotros tallándose los ojos.
—Invitar a salir a la chica que le gusta—le respondí.
—Ah, te va a invitar a salir—dijo bromeando.
—Muy graciosa, guacamaya narizona—le dijo Daniel a Rachel, entrecerrando los ojos.
—¿A quién llamas guacamaya narizona, tú, boca de chimpancé?—le dijo Rachel rechinando los dientes.
—Tranquilos—dije levantándome de mi asiento y llevándome a Rachel al dormitorio—. Rachel, vámonos al cuarto. Nos vemos luego, Daniel.
—Hasta pronto, Al—dijo, sonriendo y moviendo la mano en gesto de despedida.
—¿Qué? ¿No pueden llevarse bien?—le pregunté a Rachel con reprobación una vez que estuvimos en su habitación.
—Es que ese chimpancé me desespera—dijo enfadada.
—¡Hey, escuché eso, guacamaya!—gritó Daniel desde su cuarto.
—¿Lo ves? Está siempre entrometiéndose.
—Está bien, está bien, ya—dije para calmarla—. ¿Qué te parece si vamos a mí casa y me ayudas a empacar a mí ahora?
Su cara pasó del enfado al júbilo.
—Me parece perfecto—dijo alegremente—. Nos divertiremos tanto como anoche.
—¿A eso le llamas diversión?—preguntó gritando Daniel, con sarcasmo.
Rachel gruñó y yo me eché a reír.
¡Qué bueno que no tengo un hermano!

Fuimos a mi casa después de tomar una ducha, desayuno, y también después de que Rachel se peleara una vez más con Daniel.
Una vez en mi casa Rachel y yo empacamos mis cosas.
—Listo—dije cerrando mi única, pero enorme maleta cuando fueron las ocho de la noche.
—¿Eso es todo?—preguntó Rachel, levantando una ceja.
—Sip.
—Al, no estás llevando ni un traje de baño—me recordó.
—Es que al parecer mi querido novio no quiere que use mis trajes de baño de una pieza—dije entornando los ojos ante el recuerdo—, así que ayer fuimos de compras y compró cincuenta y tres bikinis de su elección, por lo tanto el derecho de escoger mis trajes de baño se lo reserva para él solo.
—¡¿Cincuenta y tres?!—preguntó sorprendida y echándose a reír.
—No es divertido—le dije, entrecerrando los ojos.
—Sí lo es, y también es genial—dijo sonriendo.
—Tú no fuiste la que tuvo que probárselos—me quejé.
Lo pensó un segundo.
—Cierto, da algo de flojera—dijo dándome la razón, pero sin perder la sonrisa de su rostro.
En ese momento sonó el timbre.
—¿Quién podrá ser?—preguntó Rachel retóricamente.
Me eché a reír y bajé corriendo las escaleras en compañía de Rachel. Abrí la puerta y me encontré con Sofía y Martin.
—¡Sofi!—grité sorprendida y le di un fuerte abrazo.
—¡Al! ¿Me extrañaste?—preguntó riendo y devolviéndome el abrazo.
—Por supuesto—dije riendo con ella.
—Así que tú eres la famosa Sofía—le preguntó Rachel cuando dejé de abrazarla.
—Tú debes ser Rachel ¿no?—preguntó Sofi.
—Sip, gusto en conocerte—dijo sonriendo y dándole la mano.
—Igual. Ya quería conocer a la mejor amiga de mi hermanita—dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y yo no merezco un beso?—preguntó Martin, con media sonrisa—No te he visto en todo el día y te extrañé ¿sabes?
Me eché a reír y acaricié su rostro.
—Me ves todos los días—dije sonriendo.
—Aún así, te necesito—dijo abrazando mi cintura y pegándome a él con fuerza.
No sabía cómo, pero cuando estaba sin él por algún tiempo—como ese día—y después nos reencontrábamos de esa manera, mi cuerpo sentía un alivio. Me besó con pasión, delineando con su lengua el contorno de mis labios.
—Vi una lengua—dijo Rachel, echándose a reír.
Sofía se echó a reír con ella y yo me puse roja como tomate y dejé de besar a Martin.
—¿Por qué interrumpen?—se quejó mi novio, lo que solo sirvió para avergonzarme aún más y hacer que ellas se echaran a reír aún con más fuerza.
—Mejor entremos—dije haciéndolas pasar, tomada de la mano de Martin.
Nos sentamos en la sala, Sofía y Rachel en el sillón de tres piezas y yo con Martin en el de dos, y conversamos hasta que fueron alrededor de las diez de la noche. Rachel y Sofía se habían llevado de maravilla, tal y como lo esperaba. Yo me había quedado dormida en los brazos de Martin—porque me había despertado técnicamente temprano y me había dormido demasiado tarde—, entre alguna de las pláticas que se efectuaban entre mis dos amigas mientras se conocían, pero entre sueños sentía como los labios de Martin rozaban mis mejillas, mi frente, mi nariz y mis labios…

—Alice—me despertó con suavidad la voz de mi madre a la mañana siguiente.
—¿Hm?—pregunté adormilada.
—En una hora Martin pasa por ti para llevarte a su casa, y de ahí ir al aeropuerto, así que más vale que te des prisa—dijo entre risas.
Me levanté con los ojos bien abiertos.
—¿Es hoy? ¿Cómo llegué hasta aquí?—pregunté al ver que estaba en mi cama.
—Martin te trajo cargando antes de irse—dijo sonriendo.
—Ah—dije avergonzada.
—Al, date prisa—me apremió mi madre.
—Sí, sí—dije levantándome de la cama y corriendo al baño, pero sonó el timbre.
El siempre pasa una hora antes… me recordó la voz de mi cabeza mientras bajaba las escaleras con la duda de quién podría ser aflorando en mis pensamientos.
Cierto…
Abrí la puerta y me encontré con Martin, mirándome con una sonrisa enorme.
—Martin, aún no estoy lista—dije haciéndolo pasar.
—No te preocupes, aún faltan como tres horas—dijo encogiendo los hombros y dándome un beso en la mejilla—. Hola, Rebeca—saludó a mi madre, quien acababa de bajar las escaleras.
—Hola—respondió ella con una sonrisa.
—Demasiados saludos. Hay prisa—dije con desesperación.
Tomé la mano de Martin y lo llevé a mi cuarto.
—Nos vemos, Rebeca—dijo mientras subía las escaleras.
Mi madre solo se echó a reír.
—Espérame aquí mientras tomo un baño—le dije agitada—. Si quieres  puedes ver tele.
—De acuerdo—dijo besando mis labios rápidamente antes de que yo saliera disparada de la habitación, hacia el baño.
Me bañé a la velocidad de la luz y cuando terminé salí casi corriendo a mi cuarto, ya que no quería tener a Martin esperando mucho tiempo.
—Me voy a vestir—dije ruborizada cuando entré en mi cuarto.
—Ah, claro—dijo, y se levantó de la cama para luego salir del cuarto.
Me vestí rápidamente con la ropa que había dejado preparada desde el día anterior y después salí del cuarto con la gigantesca maleta en las manos. Al verme, Martin cargó la maleta para mí.
—Gracias—le dije con una sonrisa.
—No hay de que, nena.
—Bien—dijo mi madre cuando nos vio bajar—, supongo que estas lista.
—Sip—dije y le di un abrazo—. Te voy a extrañar, mamá.
—Yo a ti, querida.
Me dio un beso en la mejilla y después soltó su abrazo, solo poniendo su brazo alrededor de mis hombros para acompañarme hasta la puerta.
—Llámame al menos una vez a la semana—dijo mi madre mientras Martin subía mi maleta a la cajuela del auto.
—Te lo prometo. Nos vemos—dije, despidiéndome con la mano, después subí al auto y nos alejamos en dirección a casa de Martin.
”¿A qué hora es nuestro vuelo?—le pregunté cuando ya nos acercábamos a su mansión. Obviamente el auto no era necesario, pero mi maleta era demasiado pesada como para transportarla por dos cuadras caminando.
—A las diez con cuarenta y cinco minutos—me contestó mientras estacionaba el auto dentro del garaje, una vez que lo hizo se giró hacia mí y acarició mi rostro con suavidad.
”Estoy muy feliz de que vengas con nosotros—susurró mientras se acercaba.
—Aja—murmuré mientras sonreía.
Sus labios tocaron los míos, al fin, y comenzó nuestro beso. Empezó dulce, pero poco a poco sus labios cobraron fuerza y se volvieron insistentes, al igual que su lengua. Sus manos bajaron de mi cara hasta mi cintura y me jalaron. Me senté sobre él, rodeando su cintura con mis piernas. Subió lentamente mi blusa y acarició la piel de mi cintura, a la vez, yo desabotoné su camisa y acaricié su pecho.
Su boca bajó hacia mi cuello.
—¿Por qué será que me encanta saborear tu cuello?—preguntó en susurros cuando su lengua tocó la piel de mi cuello.
Un estremecimiento me recorrió la espalda y mis brazos rodearon su cuello para apretarlo más contra mí.
—No lo sé—le respondí con un jadeo.
Volví a besar sus labios por última vez antes de bajar del auto.
—Te amo—me dijo cuando abrí la puerta y bajé.
—Eso sí lo sé—dije sonriendo y acariciando su mejilla.
Bajó la maleta de la cajuela y la llevó hasta una camioneta que estaba estacionada cerca.
—¿Quiénes irán con nosotros?—pregunté una vez que tomó mi mano y nos encaminamos hacia el interior de su mansión.
—Ya me confirmaron todos, así que supongo que, si no están aquí ya, lo estarán en poco tiempo.
—Hm… Ahora que recuerdo… ¿Ayer me cargaste hasta mi cuarto?—le pregunté para confirmar lo que mi madre me había dicho.
—Sí, y te veías tan hermosa dormida—dijo con una gran sonrisa—. Parecías un ángel… de hecho pareces un ángel, solo faltan tus alas.
Acerqué mi cara hacia él y la escondí en su hombro.
—Tú me das alas a diario—dije tímidamente.
—Ya somos dos—dijo, y me alborotó los cabellos.
En el momento en que cruzamos las puertas de la mansión nos encontramos con Alex, Carlos, Irving, Helen, Sofía, Rachel y… ¿su hermano?
—¿Daniel?—pregunté sorprendida.
—¡Al!—chilló Rachel y se lanzó para abrazarme mientras lloraba.
—¿Qué está pasando?—le pregunté preocupada.
—El monstruo viene con nosotros—chilló.
—¿Qué?—pregunté aún más sorprendida.
—Mamá dijo que solo la dejaría ir si yo iba con ella—dijo Daniel encogiendo los hombros y con una airada sonrisa.
—¿Y no lo sabías?—le pregunté a Rachel, quien aún lloraba desconsoladamente en mi hombro.
—No—sollozó.
—Mamá dijo que no le dijera nada porque se opondría—dijo Daniel.
—¿Lo sabías?—le pregunté a Martin.
Él asintió.
—Pero pensé que ella también lo sabría—contestó señalando a Rachel.
—Tranquila—le dije a mi amiga, quien estaba realmente exagerando—. No nos vamos a morir porque venga con nosotros, además se va a distraer con otras cosas. Ya lo verás—dije dándole palmaditas en la espalda.
—Más le vale, si no lo voy a hacer picadillo—dijo separándose de mi hombro para mirarlo con furia.
Daniel se echó a reír.
—Ya quiero ver eso, guacamaya—le dijo burlón.
—¡Cállate, chimpancé!—le contestó ella.
No otra vez… pensé, y me llevé una mano a la frente, mientras negaba con la cabeza y ellos se gritaban como si fueran niños pequeños.
Martin rodeó mis hombros con un brazo y me apretó contra él. Pude sentir como se reía.
—¿Qué es tan gracioso?—le pregunté levantando una ceja.
—Como se pelean—dijo, señalando a mi amiga y a su hermano con el dedo índice.
Me uní a sus risas en cuanto los miré haciéndose caras.
—Sí, puede que sea un poquito cómico—estuve de acuerdo.
—Hola, chicos. ¿De qué me perdí?—dijo Austin en cuanto cruzó las puertas.
Al fin Rachel y Daniel se callaron.
—De una pelea—respondió Carlos.
—¿Pelea?—preguntó sorprendido.
—No importa—dijo Alex.
—¿Están listos?—preguntó de repente la voz de Bruce desde atrás de nosotros.
—Sí—dijo Sofía, respondiendo por todos.
—Entonces… A los autos, que el aeropuerto nos queda algo lejos—dijo Verónica.
En total, las personas que iríamos al viaje seríamos: Martin, Rachel, Alex, Sofía, Austin, Daniel, Helen, Carlos, Irving, Bruce, Verónica y yo. ¡Seríamos doce personas!
Definitivamente sus padres eran personas generosas; y esto prometía ser algo fuera de serie, sin duda, pero a la vez me temía que no fuera del todo bueno…
Salimos todos de la mansión con la emoción a flor de piel, y no era para menos, al menos no para mí. Era la primera vez que viajaba a otro país.
—Entonces, en la Lincoln nos vamos Martin, Alice, Rachel, Daniel, Carlos y yo—dijo Verónica, tratando de organizarse—. En el Jeep se van Sofía, Alex, Helen, Austin, Irving y Bruce ¿sí?
—¿Podría yo irme en el otro auto?—preguntó Rachel, mirando a Daniel con fastidio.
Verónica se rió.
—De acuerdo… ¿alguien quiere intercambiar con Rachel?—preguntó al grupo del otro auto.
—Yo lo hago—dijo Irving.
—¿Por qué se llevan tan mal?—me preguntó Martin al oído, cuando estábamos dentro del auto él y yo solos, esperando al resto.
—No tengo idea—dije encogiendo los hombros—. Debe de ser cosa de hermanos.
—Yo no me llevo tan mal con Sofi—susurró, empezando a ser seductor y besando mi oreja.
—Martin, tus padres están afuera—dije con nerviosismo.
—Y yo estoy aquí—dijo Daniel, que se encontraba justo detrás de mí, afuera del auto.
—Te lo dije—me quejé con Martin, mientras escondía mi cara en su hombro y me ruborizaba. Él sólo sonrió y me alborotó el cabello.
No podía dejar de darme vergüenza, aunque a esas alturas ya debería de haber estado más que acostumbrada a que nos descubrieran haciendo cochinadas.
Daniel bufó como si fuera un padre enfadado, lo cual me sorprendió. Él no actuaba así conmigo.
—¿Qué sucede?—le pregunté confundida.
—Nada. ¿Es que simplemente no podrían guardar sus porquerías para después?—preguntó con rudeza mientras entraba al auto y se acomodaba junto a mí.
—Lo siento—dije intimidada.
—Por favor, no le hables así—le pidió Martin a Daniel de forma educada, aunque sonó algo amenazante.
—¿Eres su padre o algo así?—preguntó Daniel levantando una ceja, retador.
—No, pero sí soy su novio—contestó enfadado.
—Martin, tranquilízate. No hay problema, así nos llevamos el alienígena y yo—dije tratando de hacer que se calmara.
Él me miró confundido.
—¿El alienígena?—preguntó.
—Listo, hora de irnos—dijo Verónica mientras entraba al auto en compañía de Irving y Carlos, sin darme tiempo para explicarle a Martin lo del “alienígena”.
—Así que no te llevas nada bien con tu hermana ¿eh?—le preguntó Irving a Daniel, quien repentinamente había perdido todo rastro de mal humor.
—Si te refieres a la guacamaya, ella no es mi hermana, es la mascota—contestó bromeando.
—Hey, no insultes a mi mejor amiga—dije bromista yo también, dándole un ligero golpe en la nuca.
Él me miró sonriente y me alborotó el cabello. Me había dado cuenta de que, por alguna razón que yo no comprendía, la gente disfrutaba despeinando a alguien ya de por sí despeinado…

Después del incidente entre Martin y Daniel en la camioneta, no volvió a pasar nada malo y el viaje fue divertido. En el avión nos sentamos todos juntos y conversábamos sobre las actividades que teníamos planeadas.
—Hay que cuidar que en la noche mi querido hermanito no se pase a hurtadillas a la habitación de Alice—dijo Sofía cuando estábamos en el aeropuerto lleno de gente de la ciudad de Cancún, al cual llegamos aproximadamente tres horas después de haber dejado la mansión en auto.
—Sofía—se quejó Martin en broma—, no divulgues mis planes.
Todos se echaron a reír, menos, por supuesto Alex, quien estaba más que preocupado con ese comentario, y Daniel, que por alguna razón no se llevaba nada bien con mi novio.
—Jovencito—lo regañó su madre—, más te vale que eso haya sido solo una broma.
Me tapé la cara con las manos y todos volvieron reírse. Se la pasaban en grande a costa de mi vergüenza.
Bruce pidió tres taxis por teléfono, ya que éramos demasiados para ir en uno solo, o incluso en dos. Nos hospedamos en el hotel Fiesta Americana Grand Coral Beach, que estaba a solo veinte minutos del aeropuerto.
Ya que las habitaciones del hotel eran enormes, los padres de Martin decidieron que compartiríamos habitaciones. Las chicas y los chicos dormirían en habitaciones separadas.
—No es justo—se quejó Martin una vez que se enteró de los planes—, son más chicos que chicas. Propongo algo.
Su madre lo miró con escepticismo, con seguridad sabiendo que algo se traía entre manos.
—¿Y qué propones?—le preguntó.
—Mira, sí compartimos habitaciones, pero lo hacemos en parejas—dijo mi novio con una sonrisa.
—¿Y cómo serían esas parejas?—preguntó Bruce, sabiendo por donde iba el asunto.
—Alex y Helen, en una habitación. Sofi y Rachel, en otra, ya que ella no se lleva bien con Daniel. Como Daniel e Irving hicieron buenas migas durante el viaje ¿qué mejor que ponerlos juntos? Después, Carlos y Austin en otra ¡y ya está!—dijo con una gran sonrisa.
—Te olvidaste de ti y de Alice—dijo Sofía, en tono inocente siguiéndole el jueguito.
—¡Cierto, lo olvidé por completo!—dijo poniendo una mano en su frente de forma teatral—Supongo que no queda más remedio que dormir con ella.
Me eché a reír. Era un tonto, pero era el tonto más dulce del mundo.
—Buen intento—dijo su padre, dándole unas palmaditas en la espalda.
Él se encogió de hombros y miró a su madre con expresión divertida.
—De acuerdo, de acuerdo, pero aún así no es justo, así que tengo una idea. Alice con Rachel, Sofi con Helen, Austin con Alex, Irving con Daniel, Carlos conmigo y ustedes dos juntos.
Bruce miró a Verónica, levantando las cejas con algo de incredulidad.
—¿Quién vota por ese plan?—le preguntó Bruce al grupo.
—A mí me parece una buena idea—dijo Sofi, respaldando el plan de su hermano.
—A mí también—dijo Helen.
—Mientras yo no este con el chimpancé, está perfecto—dijo Rachel con una gran sonrisa.
—Y si la guacamaya está lo suficientemente lejos como para no poder escuchar sus gritos, por mí también está bien—dijo Daniel, mirando a su hermana con irritación.
Los demás, incluyéndome, encogimos los hombros y asentimos. No me importaba mucho con quien me tocara compartir cuarto, siempre y cuando no fuese con Helen.
—Bueno, entonces se hará lo que sugirió Martin…
Se pidieron habitaciones que estuviesen cerca las unas de las otras a petición mía, ya que el hotel era enorme y sentía que me perdería. A Rachel y a mí, nos tocó la habitación 495, a Sofi y Helen la 496, a Martin y Carlos la 499, a Alex y Austin la 500, a Daniel e Irving la 504 y a Bruce y Verónica la 508.
Primero, Rachel y yo desempacamos nuestras ropas y las pusimos en los closets de hotel y al poco tiempo de haber terminado Martin tocó a nuestra puerta.
—Hola, nena—me saludó Martin en traje de baño cuando abrí  la puerta de la habitación.
—Hola—dije sin abrir la puerta totalmente, solamente mostrando mi cara sonriente—. ¿Qué te trae por aquí?
Él acercó su rostro al mío para besar mis labios con ternura.
—¿Quieres venir a la piscina?—me preguntó, rozando con su nariz la mía.
—Resulta que mis trajes de baño los tiene otra persona—me quejé.
Se echó a reír.
—Lo había olvidado por completo—dijo llevándose la mano a la frente.
Lo miré fingiendo enojo.
—Entonces… ¿quieres venir a mi habitación para elegirlo tú… o lo elijo yo?—me preguntó como quien no quiere la cosa.
Abrí los ojos de golpe, imaginando qué sería lo que él elegiría.
—No, no, no. Voy contigo—dije abriendo totalmente la puerta y saliendo para acompañarlo—. Nos vemos en la piscina, Rachel.
—Claro—contestó mientras me guiñaba un ojo.
Martin se rió silenciosamente y tomó mi mano. Abrió la puerta de su habitación, que estaba bastante cerca de la nuestra.
—Adelante—dijo haciendo espacio para que pasara yo primero.
—Gracias—dije con una sonrisa.
Me mostró donde estaba su equipaje.
—¿No has desempacado?—le pregunté levantando una ceja.
—Quería probar la alberca  antes que nada—dijo encogiendo los hombros.
—En fin… ¿Cuántos trajes de baño trajiste?—le pregunté mientras abría su maleta.
—Permíteme—dijo, y levantó la maleta, para ponerla sobre una de las camas matrimoniales. La abrió y puso trece trajes de baño desparramados sobre la cama.
”Ahora sí, elige—dijo con una gran sonrisa.
Miré los trajes de baño que estaba en frente de mí. Todos eran demasiado descubiertos, pero traté de hacer que no me importara y elegí el que más me gustó: uno de cuadros rojos con negros—tipo escocés—, que tenía un holán simulando una diminuta falda en la parte inferior.
—Este—dije, y tomé el traje de baño.
—Buena elección—dijo, entonces guardó todo el resto de manera desordenada dentro de su maleta.
”¿Te cambias aquí o en tu baño?
—Supongo que aquí—dije y fui al baño para ponerme el traje.
Era diminuto, pero me quedaba bien y hacía resaltar mi busto, a pesar de no ser muy prominente. Salí del baño con mi ropa en la mano.
Martin se me quedó viendo como la primera vez que me vio con minifalda, es decir con la boca abierta y con cara de retrasado mental.
—Reacciona, chico—le dije chasqueando los dedos para despertarlo.
—Lo siento, es que te ves preciosa—dijo levantándose de la cama y acercándose a mí para abrazarme por la cintura, pero este abrazo no fue como todos los demás para nada.
Su piel rozó con la mía con excesiva facilidad, ya que el traje de baño dejaba al descubierto toda la parte superior de su cuerpo y, por supuesto, todo mi torso.
Acarició mi espalda con suavidad, después tomó mi rostro entre sus manos y se agachó un poco para besarme. Yo me paré de puntitas y abracé su cuello. Él bajó sus manos de mi rostro y aferró mi cintura otra vez, para cargarme y así no tener que agacharse.
Todo lo que sentía era a Martin, porque él me rodeaba totalmente. Pronto se dejó caer en la cama de espaldas, llevándome consigo. Acarició los costados de mi cintura con sus manos mientras yo besaba su cuello.
—Alice—susurró mientras besaba mi pelo—, te amo.
—Lo sé—le respondí, y dejé de besar su cuello para besar sus labios nuevamente.
Enredó una mano en mi pelo para besarme incluso con más intensidad—si es que eso era posible—y la otra mano la dejó en mi espalda baja, pegándome contra su abdomen con fuerza.
Me separé de él un poco y llené su pecho de besos, antes de levantarme y tomar su mano para llevarlo conmigo.
—Vamos ya a la piscina—dije mientras lo jalaba para levantarlo de la cama.
—Ya no tengo tantas ganas de ir como las tengo de quedarme aquí contigo—dijo jalando mi mano para volverme a acostar sobre él.
Volvió a besarme con intensidad y giró sobre mí para ponerse sobre mi espalda. Besó mi espalda baja, y empezó a subir hasta llegar a mi nuca, donde me mordió con suavidad. Me estremecí, entonces me di la vuelta y volví a besar sus labios. Él bajó una mano hasta mi pantorrilla y empezó a subir, hasta llegar a mi muslo, donde enroscó el brazo para poner mi pierna alrededor de su cintura.
—Se empezarán a preguntar donde estamos—jadeé mientras besaba mi cuello.
—Hm… Les diremos que queríamos estar solos—dijo poniendo sus manos a cada lado de mi cintura y levantando su cuerpo para rozarme con suma delicadeza, dejando un cosquilleo en mi piel.
—¿Y si preguntan donde estuvimos?—susurré contra sus labios.
—Ya inventaré algo—dijo, acostándose de costado junto a mí, y abrazándome para girarme y encararlo.
Seguimos besándonos por unos quince minutos más, hasta que al fin nos dignamos a salir del cuarto.
—¿Por qué eres tan sexy?—preguntó mientras caminábamos hacia la alberca, después de que dejé mi ropa en mi habitación.
—No lo soy—dije ruborizada. ¿Por qué tenía que halagarme tanto?
—Si no lo eres ¿cómo explicas eso?—dijo, señalando con el dedo índice hacia un grupo de chicos que tenían entre diecisiete y veinte años que me observaron mientras caminaba.
—Son hombres, todos los hombres son así…
—Llegamos al elevador—dijo sonriendo—. Treinta segundos más de besos.
Puse los ojos en blanco, pero no reproché cuando sus labios volvieron a unirse con los míos, ya que yo también lo quería.
—Te quiero—susurró contra mi cuello antes de que las puertas del elevador se abrieran.
Salimos a la alberca y enseguida supimos donde estaban los chicos, ya que por enésima vez en el día, Rachel y Daniel estaban peleándose.
—¿Y ahora qué?—susurré fastidiada. Martin me escuchó, se rió y beso mi mejilla.
—¡Yo estaba aquí primero!—gritó Rachel.
—¿Y? Es un lugar público—dijo Daniel con tranquilidad, acostado cobre una de las sillas reclinables que estaban en frente de la alberca, justo donde daba la sombra, con sus lentes de sol haciéndolo lucir como un tipo rico.
—¿Por qué se pelean ahora?—pregunté—Acabamos de llegar hace menos de una hora—me quejé.
Al escuchar mi voz, Daniel se levantó para mirarme, se quitó los lentes y su rostro se quedó con esa expresión que tanto me fastidiaba.
—¿Tú también?—le reproché.
—¿De dónde saliste tú y que hiciste con el fenómeno?—preguntó con una enorme sonrisa.
Lo ignoré y miré a Rachel.
—¿Quieres ir a la playa?—le pregunté.
—Seguro—dijo tomándome del codo y caminando junto a mí.
—Esperen, yo también voy—dijo Daniel, levantándose de su lugar y corriendo detrás de nosotros.
Rachel suspiró, pero no dijo nada. Seguramente ya estaba harta de pelear, y gracias al cielo por eso.
Nos encontramos con Sofía tomando el sol sobre la arena.
—Hermanita—dijo en cuanto me vio—, al fin que apareces.
—Sí, es que tardé un poco eligiendo mi traje de baño—dije con una sonrisa de complicidad, mirando a mi novio.
—Pues, que bien que ya están aquí. ¿Jugamos voleibol?—preguntó tomando una pelota que estaba junto a ella.
—Genial—dije entusiasmada, mirando a Rachel.
Ella frunció la boca.
—Sabes que soy malísima en los deportes—dijo contrariada.
—¿A quién le importa? Solo es por diversión—le dije con una sonrisa, animándola.
—Está bien, ya que insistes—dijo haciéndose del rogar.
—De acuerdo, formemos los equipos. ¿Quiénes serán los capitanes?—dijo Sofi.
—Yo propongo a Daniel y a Sofía—gritó Austin, que venía corriendo hacia nosotros—, son los mayores. Por cierto, también juego.
—Sí, me parece bien—dijo Sofía sonriendo.
—No me opongo—dijo Daniel, y tomó el balón de las manos de Sofía.
—Te voy a ganar—le dijo Sofía, retadora—Entonces… ¿quién elige primero?
—Elige primero, Sofía—dijo Martin.
—OK—dijo encogiendo los hombros—. Veamos… Elijo a Alice.
—Típico—dijo Daniel, entornando los ojos—. Yo elijo a… Austin.
—Martin.
—¡Carlos!—gritó Martin repentinamente al chico, que estaba tomando el sol cerca del agua—¡Ven a jugar!
Se levantó y corrió hasta nosotros, levantó una ceja y preguntó:
—¿Qué jugamos?
—Voleibol—le contestó Martin.
—Bien—dijo encogiendo los hombros.
—Elijo a Carlos—dijo Daniel.
—Rachel—pidió Sofía.
—Yo también juego—dijo Irving, que apareció de repente detrás de Sofía.
—Eres mío—dijo Daniel, señalando con el pulgar detrás de él para que se formara con el equipo.
—Entonces juguemos—le dijo Sofía a Daniel.
Él levantó una ceja y le sonrió amenazadoramente.
—Les vamos a ganar—dijo.
Corrimos hasta una de las redes que estaban en la arena.
—Las damas primero—dijo Daniel, lanzándole el balón a Sofía para que sacara.
—De acuerdo—dijo sonriendo.
Puso el balón en su mano derecha y se preparó para saltar, pero antes de que pudiera hacerlo, Daniel la detuvo.
—Espera—dijo—. Hagamos esto más interesante.
—¿En qué estás pensando?—le preguntó recelosa.
—Mira, si ustedes ganan, dejo de molestar a la guacamaya por el resto de las vacaciones—dijo Daniel con una sonrisa burlona.
—Acepto—dijo Rachel instantáneamente.
—Espera—le dijo Sofía a Rachel, luego se dirigió a Daniel—. ¿Qué ganas tú?
—Si nosotros ganamos… quiero una cita con Alice—dijo con una sonrisa seductora, mirándome.
Yo me quedé atónita.
—¿Qué?—pregunté frunciendo el ceño, mirándolo con cara de “¿Perdiste la cabeza?”.
¿Cómo estaba ocurriendo aquello? Es decir, Daniel era mi amigo desde hacía muchos años y hoy se ponía en ese plan.
—No aceptamos—dijo Martin con seriedad.
—¿A caso temes perder?—le preguntó Daniel, burlón.
—Por favor, hay que intentarlo—rogó Rachel—. Si ganamos ese chimpancé dejará de molestarme y si perdemos simplemente tendrás una cita con él, aparte siempre se han llevado bien…
—Espera, no solo es la cita, es además un beso—dijo Daniel, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Desde cuándo te intereso?—le pregunté confundida a Daniel.
—Lo siento, fenómeno, pero te ves demasiado bien en bikini.
Lo miré enojadísima.
—Me niego—dije rotundamente.
—Al, por favor. Dejará de molestarme si ganamos—rogó Rachel.
—Pero si perdemos tendré que besarlo—dijo mirándola con preocupación.
—Yo también me niego—dijo Martin, acercándose a mí y rodeando mi cintura con su brazo.
—Por favor, por favor, por favor, por favor—nos rogó Rachel con cara de perrito.
—Vamos, Al—me animó Sofía—. No perderemos, pero si ganamos no solo dejarás de molestar a Rachel—dijo dirigiéndose a Daniel—, también vas a tener que lavar los calcetines que use Martin durante toda nuestra estancia aquí…
—Acepto—dijo Daniel.
—¿Qué dicen?—nos preguntó Rachel—¿Por favor?
Suspiré y miré a Martin.
—¿Por Rachel?—le pregunté con cara de sufrimiento.
Él suspiró, miró a Daniel con furia y luego me miró a mí con ternura.
—De acuerdo—dijo y luego besó mis labios con pasión, demostrándole a Daniel que era su chica—. No perderemos.
—A sus posiciones—dijo Sofía—. Esto dejó de ser un juego.
—No puedo creerlo—dijo Carlos emocionado—. Esto va ser muy interesante.
Yo seguía confundida y con ese sentimiento de que estaba fuera de lugar, pero a pesar de todo me concentré en el juego que estaba a punto de empezar, ya que en verdad no podía perder.
—Martin, tu estarás al frente conmigo—dijo Sofía indicándole a su hermano donde colocarse.
—Austin ¿eres bueno?—preguntó Daniel con voz dura.
Austin asintió con una sonrisa amable.
—Al frente conmigo—dijo señalando su posición—. Irving, tu estarás atrás de mí, y Carlos, atrás de Austin.
Todos los chicos del equipo contrario estaban bastante emocionados, como si fuera de vida o muerte.
—Rachel, atrás de Martin—le indico Sofía a mi amiga—. Da tu mejor esfuerzo.
Rachel asintió, mirando a Daniel con rudeza.
—Alice ¿eres buena?—me preguntó Sofía.
—Bastante—contesté con sinceridad. Era muy, muy buena en los deportes, ya que siempre tenía esa energía extra que me ayudaba.
—De acuerdo, ponte en el centro. Te pondría al frente, pero estás algo enana—dijo con una mueca entre disculpa y divertida.
—Comprendo, no mido uno setenta—dije encogiendo los hombros.
—Gracias por comprender, de todas maneras tu sacas—dijo lanzándome el balón, luego miró a Daniel—. El primer equipo que anote diez puntos gana.
—Comencemos—dijo Daniel, sonriendo con picardía.
Respiré profundo y puse el balón en mi mano derecha, entonces salté, le pegué a la pelota y así comenzó el juego.
El primer punto lo anotó nuestro equipo, el segundo también. El tercer punto fue para ellos, y antes de comenzar a jugar por el tercero Alex y Helen nos encontraron.
—¿Podemos jugar?—preguntó Alex alegremente.
—No es un simple juego—le contestó Martin con seriedad.
—¿Qué ocurre? —preguntó Helen confundida.
—Si nuestro equipo gana tendré una cita y un beso de Alice—respondió Daniel, muy quitado de la pena.
Lo miré con enojo.
Pensé que era mi amigo… me lamenté en mi interior. Me sentía traicionada.
Alex se le quedó viendo sorprendido y enojado, tan enojado como Martin.
—Definitivamente juego—dijo Alex con decisión, acercándose a nuestro lado de la red—, y soy de su equipo.
—Los equipos ya están parejos—dijo Daniel.
—Yo soy de su equipo—dijo Helen, con una nota divertida en su voz.
—Me parece justo—dijo Alex—. ¿Cómo va el marcador?
—Dos-uno, favor nosotros—le respondió Martin—. El primer equipo en anotar diez puntos gana.
—No perderemos—le dijo Alex a Martin con camaradería.
Martin asintió.
—Gracias, viejo—le dijo mi novio a mi mejor amigo, con sentimiento—. Te debo una.
—¿Qué estamos esperando?—preguntó Daniel.
—Continuemos, ya—dijo Sofía.
El juego siguió hasta que fueron las tres de la tarde e íbamos empatados nueve a nueve. Hasta que me sucedió eso, pensé que solo en las películas sucedía lo del empate inesperado, como factor drama, pero no sabía que realmente podía llegar a ocurrir y que se sentiría tanta presión.
Todos estábamos empapados en sudor y jadeando.
—Este es el punto decisivo—dijo Sofía.
Me temblaban las rodillas por los nervios, no me sentía con capacidad de sacar, así que le pasé el balón a Alex.
—Prepárate para salir conmigo esta noche, fenómeno—me dijo Daniel, con el tono habitual de compañerismo con el que siempre me hablaba.
—Mejor dicho, tú prepárate para lavar calcetines sudados por el resto de las vacaciones—le contestó Martin, casi en un rugido. Jamás lo había visto tan enfadado.
Alex lanzó la pelota al aire, Daniel le pego al balón en cuanto cruzó la red y Sofía se lanzó al suelo antes de que pudiese tocar la arena, mandándolo al otro lado. Carlos le pegó al balón, pero en lugar de mandarlo hacía mí con su golpe, fue directo a Irving, quien lo golpeo en dirección a Daniel. Daniel lo lanzó hacia mi dirección, pero todo el equipo esperaba que lo lanzara hacia Rachel, que era el punto débil del equipo y era precisamente la posición de Rachel la que la mayoría del equipo estaba defendiendo en ese momento. Le pegué al balón y fue a dar contra la red. Acababa de firmar mi sentencia.
—No puede ser—dije con voz quebrada.
—¡Sí!—gritó Daniel, dando un salto en el aire.
—No pude haber sido tan estúpida—dije pegándome con la mano en la frente.
—Tranquila, cariño—dijo Martin, tomando mi mano para detenerla y no permitirme pegarme.
—¡¿Cómo que tranquila—pregunté exasperada—?! ¡Soy una inútil!
Me eché a llorar y recargué la frente en el hombro de mi novio, mientras él me abrazaba y acariciaba mi pelo, tratando de calmarme.
—No pasa nada. Shh… Vas a seguir siendo mi novia, no hay mucho de qué preocuparse, pero no volveremos a apostar nada referente a ti ¿OK?—dijo besando todo mi rostro y secando mis lágrimas.
Asentí y besé sus labios.
—Te veo en el lobby a las ocho—me dijo Daniel mientras se retiraba—. Más te vale que vayas preciosa.
—¡Te odio!—le grité.
—¡Pronto me amarás!—me contestó con una sonrisa de oreja a oreja.
Resoplé, ahora mas furibunda que triste.
—Lo siento tanto, Al—dijo Rachel llorando. Ella siempre lloraba si yo lo hacía—. Todo esto ha sucedido solo porque insistí. ¿Qué clase de amiga soy?
—Eres la mejor. No te preocupes, Rachel, además, solo es una cita—le dije, tratando de calmarla ahora yo a ella.
Ella asintió y me abrazó.
—Al menos tenemos tiempo para estar un rato en la playa—dijo Martin, tomando mi mano y jalándome hacia el agua.
—Claro—dije, aparentando estar tranquila, aunque por dentro ardía en furia. Tenía ganas de golpear a Daniel, pero pronto se las vería conmigo.
Si lo que quiere es una cita…
Una cita va tener… concluyó la voz loca de mi cabeza, que repentinamente se había desatado con bastante furia.

Cuando fueron las ocho de la noche, estuve lista. Aún estaba en el lujoso cuarto del hotel, mirándome en el espejo del baño.
Quería que fuera preciosa ¿no? Pues así me vestí… Me puse una blusa negra, de tirantes, que tenía holanes con vuelo, además me había puesto mi típico pantalón entubado de mezclilla oscura y mis zapatillas de color negro.
—Te ves demasiado hermosa para ese patán—dijo Rachel mientras salía del baño.
—Gracias, Rachel—dije acercándome a ella para darle un beso en la mejilla—. Te veré luego.
—Te acompaño al lobby—dijo Martin, quien estaba sentado en mi cama, junto a Rachel.
Asentí.
—Voy a demostrarle quien es mi novio—dije con media sonrisa, dándole un beso en la mejilla y tomando su mano mientras salíamos del cuarto—. Mira, esto es lo que haremos, cuando llegues al lobby conmigo y veamos a Daniel me vas a besar, pero no un besito, un beso de verdad. ¿Me entiendes?
El asintió, sonriendo con malevolencia.
—Me gusta la idea, pero… será en público. ¿Podrás soportarlo?—me preguntó con preocupación.
Asentí, tragando saliva audiblemente. Sí estaba ligeramente nerviosa, ya que no me gustaba dar muestras de afecto en público, mucho menos en frente de desconocidos, pero la venganza era la venganza, y tenía que dejarle bien en claro a Daniel que mi chico era Martin.
Llegamos al lobby y nos acercamos a Daniel.
—¿Qué haces aquí?—le preguntó a Martin de forma grosera.
—Solo vine a acompañar a Alice, ya me voy—le contestó Martin con severidad.
En ese momento me abrazó la cintura, casi con rudeza y me apretó contra su cuerpo mientras me besaba de la forma en que solo hacíamos cuando jugábamos luchitas…
Yo le abracé el cuello y me dejé llevar, tratando de no pensar en el lugar en donde me encontraba.
—Nos vemos—dije cuando terminó nuestro beso—. Te quiero.
—Te amo—me respondió.
Daniel me miró con expresión entre triste y furibunda, después tomó mi mano y me jaló con él hacia afuera del hotel.
—No tan rápido, engendro. Traigo tacones—le dije enojada mientras bajábamos las escaleras.
—¿Engendro? ¿No éramos alienígena y fenómeno?—me preguntó con voz amistosa.
Parece bipolar… pensé. Lo miré confundida.
—Daniel… ¿Por qué de repente actúas así conmigo? ¿No dijiste que te gustaba una chica, que la invitarías salir en vacaciones?—le pregunté tratando de no ser muy dura con él, porque, después de todo, había sido uno de mis mejores amigos desde que iba en la primaria.
—La chica que me gusta eres tú, tonta—dijo casi con ternura, tocando con su dedo índice la punta de mi nariz.
Me alejé de él. Se sentía raro que quien me hiciera ese gesto fuese otra persona y no Martin…
—¿Qué te pasa?—le pregunté con cara rara.
—Mira, se que planeas hacer la peor cita del mundo—me dijo casi de manera divertida.
—Me leíste la mente—le dije con una sonrisa retadora.
—Sí, me lo imaginé, así que te propongo algo. Tú y yo tenemos una cita real, es decir, te comportas como te comportarías con su novio—dijo esto entre dientes—y si me parece que hiciste un esfuerzo, yo prometo dejar de molestar a la guacamaya.
Lo miré con incredulidad y a la vez con impotencia.
No. Dijo de plano la voz loca de mi cabeza. Solo queremos venganza…
Pero Rachel es tu amiga… dijo la voz sensata.
Nuevamente me sentía perdida con las dos voces en mi cabeza. Tenía dos opciones: actuar como si fuera una cita y hacerle un favor a mi amiga por el resto de las vacaciones… o hacerle a Daniel arrepentirse de haber hecho lo que hizo.
Nuevamente decidí combinar a las voces de mi cabeza. Sí, tendría la cita “real” con Daniel, pero le haría la vida de cuadritos por el resto de las vacaciones.
—De acuerdo, voy a hacer una buena cita—le dije con seriedad—, pero prométeme que dejarás de molestar a Rachel de cualquier manera posible.
—Lo prometo—dijo extendiendo la mano, para tomar la mía y cerrar el trato, tal y como lo hacíamos cuando estábamos pequeños.
Dolía que un amigo te hiciera eso, pero con todo lo que había pasado… realmente empezaba a creer que Sam tenía razón. Quizá, solo quizá yo era más bonita de lo que pensé que era… aunque me costara trabajo creerlo aún. Con el solo hecho de pensar así ya me sentía una creída, así que volví a reprimir la idea.
Tomé su mano y cerré el trato.
—Entonces… ¿a dónde te gustaría ir, fenómeno?—me preguntó mientras me rodaba los hombros con un brazo.
Suspiré y me resigné.
—A donde tú quieras ir estará bien, alienígena—dije con el tono habitual de amistad con el que me dirigía a él siempre, desde antes de ese día.
—Así me gusta—me dijo mientras se agachaba un poco y besaba mi mejilla con ternura.
Se me hizo un nudo en el estómago. Eso no se sentía bien, se sentía como si estuviese traicionando a Martin.
En el hotel mismo había algunos bares. Daniel me llevó a uno llamado Sunrise, que se encontraba cerca la alberca—aunque, de hecho la alberca era enorme y había otros bares a su alrededor—y nos sentamos en una de las mesas más alejadas del resto de la gente.
Se sentó junto a mí, muy pegado, ya que eran sillas dobles.
—¿Qué desean?—nos preguntó un mesero.
—Yo quiero un whisky en las rocas y para ella…—Daniel me miró a modo de pregunta.
—Solo un refresco—dije sonriendo, tratando de actuar con naturalidad—, el que sea.
El mesero se fue y Daniel me miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué?—le pregunté con una fingida sonrisa.
—Tú sí que eres buena amiga—dijo echándose a reír—. Actúas bastante bien.
—Supongo que de eso se trata—dije, tratando de ser divertida.
—Hm… Me pregunto… ¿a qué sabrán tu labios?—dijo, acercándose de manera seductora.
Suspiré y cerré los ojos. Solo es hoy, solo es hoy, solo es hoy… me consolé a mí misma.
Se acercó hasta que pude sentir su respiración en mi frente.
—¿No quieres besarme?—me preguntó en susurros, aún con su cara milímetros de la mía.
—No—contesté con sinceridad, sin abrir los ojos—, pero lo haré si con eso vas a dejar en paz a mi amiga.
—Dejaré en paz a tu amiga—susurró—, pero si te beso más te vale que pongas de tu parte…
Tragué saliva y asentí. Sentía temblar mis piernas a la vez que el calor de su aliento empezó a descender de mi frente, hasta posarse sobre mis labios, aún sin tocarme.
Rozó con suavidad sus labios contra los míos, sin ser un beso aún.
—De verdad que eres buena amiga—dijo por último y entonces me beso de verdad.
Sus labios entreabrieron los míos, y no puse resistencia, en cambio, moví mi boca de forma sincronizada con la suya.
Sin duda este beso no era como los de Martin. La textura era parecida, suave, pero no se sentía de la misma manera, además no se movía de la forma en de Martin lo hacía. Era un beso lento, pero muy profundo, cargado de sentimiento.
Pronto sentí como uno de sus brazos se apoderaba de mi cintura y me apretaba contra él, mientras que con la mano libre aferró mi cabello y me besó con más intensidad, aunque con la misma lentitud.
En ese momento algo extraño e inexplicable sucedió. Mi mano subió hasta su rostro y lo acarició con suavidad mientras que con la otra aferré su cabello de la forma en la que él aferraba el mío y lo apreté con fuerza contra mi rostro. Mi gesto pareció encenderlo más y me beso con más velocidad, con más urgencia…
Dejó de besarme para que pudiéramos respirar y me miró con ojos sorprendidos, a la vez que yo lo veía casi en estado de shock.
¿Pero qué estaba haciendo? Él no era mi Martin, era Daniel, el hermano de mi mejor amiga, mi amigo de la infancia, el chico que había traicionado mi confianza y hasta hace unos pocos segundos había odiado con todas mis fuerzas…
Santo cielo, besa exquisitamente… dijo la disparatada voz de mi cabeza.
Esto no puede estar sucediendo… se lamentó la voz sensata.
No sentía esa electricidad especial que sentía con mi novio, sin embargo era una sensación distinta, como un cosquilleo… No era mejor, simplemente era diferente y menos fuerte.
Volvió a acercarse para besarme de nuevo, pero cambié la dirección de mi rostro y terminó besando mi mejilla.
—¿Qué ocurre?—preguntó conmocionado.
—En la apuesta solo mencionaste un beso y lo acabas de gastar—dije con seriedad.
—Oh, vamos. No me puedes dejar así. Jamás pensé que besaras tan bien. He besado a otras chicas pero esto…—dijo acariciando mi rostro y volviendo a acercarse para besarme.
—No—volví a decir y le di la espalda.
—Vamos—suplicó besando mi mejilla y mi cuello—, por favor.
—Si vas a seguir así olvídate del trato, prefiero que sigas molestando a Rachel a serle verdaderamente infiel a mi novio—dije dándole la cara y mirándolo con mis ojos aterradores.
Surtió efecto instantáneamente.
—De acuerdo—dijo dejándose caer como niño castigado de espaldas en la silla—, pero no voy a dejar de intentarlo—me advirtió.
—Y yo solo te digo que si intentas besarme de nuevo te voy a golpear, y sabes que soy capaz de hacerlo—le dije sin mirarlo, recargando mi codo sobre la mesa y descansando mi cabeza sobre mi mano.
—Hace un minuto habría decidido dejarte sola, pero te juro que jamás pensé que besarías así de bien—dijo mirándome con una sonrisa estúpida—. Parece increíble, pero tus labios tienen un sabor dulce, como chocolate o fresa… tienes tu propio sabor.
Alguna vez Martin mencionó eso, así que empezaba a preguntarme si sería verdad.
—Pues lamento decirte que tú no besas ni la mitad de bien de lo que besa Martin—le dije evitando mirarlo.
Por alguna razón no quería verlo, sentía vergüenza.
—Pero me devolviste el beso—me dijo tomando mi barbilla con una de sus manos y haciendo que le diera la cara.
—Lo hice por Rachel—dije con voz decidida, así que sonó sincera y eso me gustó, a pesar de que no era del todo verdad, ya que mi “aliada”, la voz loca, me había fallado en el último momento y había hecho que lo besara con más entusiasmo de la cuenta, pero aún así tenía claros mis sentimientos.
—Lo voy a comprobar—dijo acercando nuevamente su rostro al mío y besando mis labios con fuerza.
No le di un golpe muy repentino, en lugar de eso eché mi mano hacia atrás para agregarle impulso y entonces le di una cachetada con bastante fuerza.
Su cara se volteó por la fuerza del golpe, pero no profirió ningún sonido, en lugar de  eso permaneció con los ojos cerrados y con una sonrisa a pesar del golpe, lo que me hizo dudar sobre si la fuerza que le había invertido había sido suficiente, pero lo dudaba mucho. Incluso me dolía la palma de la mano.
—Sin duda besarte es como ir al cielo—dijo tocando sus labios.
—Me largo en este instante—le dije sin contestar a su comentario y levantándome del asiento justo cuando el mesero llegaba con nuestras bebidas.
Me fui caminando lo más rápidamente posible que me permitían los tacones, pero en un escalón pisé mal, se me dobló el tobillo y caí al suelo…
Mierda…
Contuve un alarido para no llamar la atención de la gente que caminaba cerca de donde yo estaba.
Me examiné el tobillo. No me lo había fracturado, porque no dolía tanto, pero me dolía demasiado como para levantarme y caminar.
—¿Alice?—preguntó la voz de Daniel mientras se acercaba hasta donde yo estaba.
—Vete—le dije sin siquiera mirarlo.
—¿Qué te pasó?—preguntó mientras se carcajeaba—¿No te salió muy bien la huida?
Lo miré molesta.
—Ya, ya… No te enojes—me dijo agachándose para levantarme.
—No necesito tu ayuda—le dije empujándolo para que me dejara.
—¿Ah, no? ¿Y cómo piensas llegar a tu habitación?—me preguntó levantando una ceja.
—Me arrastraré si es necesario.
Se echó a reír una vez más.
—No voy a permitir que arruines la suavidad de tus manos solo por la necedad de  arrastrarte. Anda, te llevo—me dijo, pidiendo permiso para cargarme.
Suspiré. Estaba demasiado lejos de mi habitación y, una vez más, había dejado el celular en mi cuarto, así que no podía llamar a Martin.
—Ya que—dije resignada.
Se rió de mi tono de voz y me levantó del suelo, pasando un brazo por debajo de mis rodillas y otro por mi espalda.
—Eres muy ligera—dijo sonriendo—. ¿A caso no comes?
No le respondí, estaba demasiado molesta con él. Todo lo que había hecho desde que llegamos a México era arruinar nuestra antes genial amistad.
—Vamos, flaca. No me castigues con tu silencio. Si lo haces volveré a besarte, y esta vez no tienes como escapar—dijo, besando mi mejilla en un gesto demasiado tierno para un roquero como él.
Suspiré.
—Sí como—le dije aún sin mirarlo.
—Hm… ¿Y cómo haces para mantener tu piel tan suave?—me preguntó volviendo a besar mi mejilla.
—¿Podrías dejar de hacer eso?—le pregunté, alejándome de su beso.
—¿Por qué?—preguntó con voz de niño—No es como si fuera un verdadero beso.
—Porque estoy muy molesta contigo.
—¿Y por qué estás molesta?—preguntó, ignorando mis débiles intentos de alejarlo y acariciando mi mejilla con la punta de su nariz.
—Porque eras mi amigo y heriste mis sentimientos.
—¿Cómo los herí?
—Pues, primero fuiste grosero con Martin, luego la apuesta, luego me besaste a la fuerza y ahora no dejas de hacerme caricias a pesar de que trato de alejarme de ti.
—Oh, lo siento—dijo con voz inocente—, pero me cuesta trabajo contenerme más, fenómeno. ¿Sabes desde cuando me gustas?
Lo miré con incredulidad.
—¿Desde cuándo?—le pregunté, sin poder frenar mi curiosidad.
—Desde que te conocí.
—¿Por qué nunca lo dijiste?—le pregunte levantando una ceja, dudando de su veracidad.
—Porque yo solo era un chico más en el montón de los que te admiraban, solo un fan más de Alice Miller—dijo encogiendo sus hombros—. ¿Sabes a caso cuántos chicos estaban detrás de ti tan solo en la primaria?
—Nadie nunca mencionó nada—dije, aún sin creerle.
—¿Quién se hubiera atrevido a decírtelo? Nadie estaba a tu altura en ese sentido…
—Pero entonces… ¿por qué hasta ahora?—le pregunté con confusión.
Suspiró antes de responderme.
—Debo admitir que tu novio me inspiró a tener el valor de confesarme, ya tarde y de la manera más inadecuada, pero lo hice ¿no?
Negué con la cabeza, sonriendo. Era ridícula su forma de pensar, ridícula y divertida.
—Y al hacerlo casi pierdes la amistad de tu amiga…—le reproché.
—Tenía que arriesgarme—dijo con una gran sonrisa—, pero estoy dispuesto a redimir mis acciones si me perdonas.
Suspiré.
—Solo porque te quiero, alienígena. Y si vuelves a hacer lo que hiciste hoy, olvídate de que alguna vez fuimos amigos—le advertí con seriedad.
—Te doy mi palabra, pero no voy a dejar de intentar conquistarte, y mucho menos ahora que tuve el valor de decirte lo que sentía—me advirtió ahora él a mí.
Suspiré.
—Ese es tu problema, solo evita las peleas con mi novio y con tu hermana, porque, en todo caso, tuve una cita contigo y te di un beso—le dije recordándole el trato.
—Respecto a ese beso… Quiero preguntarte algo.
Me ruboricé. Ahora que habíamos vuelto a ser amigos, se sentía extraño hablar con él de esa manera, es decir, antes yo no sabía lo que él sentía por mí y sinceramente, ahora que lo sabía, era un poco incómodo.
—Solo es… ¿Dónde aprendiste a besar así?—me preguntó casi con reverencia.
—En la escuela de besos—le dije con sarcasmo.
Se rió de mi mala broma.
—Es solo que, he tenido novias, pero nunca había recibido un beso… así, es decir, es indescriptible. Vi estrellas—dijo abriendo los ojos como con sorpresa y con la mirada perdida.
—Exagerado—dije, echándome a reír.
—Y no solo eso, también sabes dulce ¿o estabas usando labial?—me preguntó.
Negué con la cabeza y encogí  los hombros.
—Me pregunto si…—dijo acercándose a mi mejilla y tocando con la punta de su lengua mi piel.
—¡Daniel!—me quejé limpiándome la mejilla.
—Sí, definitivamente es tu sabor—dijo con una gran sonrisa.
—Asco—dije mirándolo con ojos entrecerrados.
Se echó a reír. Ya habíamos llegado a mi habitación y dudaba que Rachel estuviera dormida. Ya que apenas eran las nueve de la noche. Nuestra cita había sido un total fracaso de una hora.
Toqué la puerta de la habitación y quien la abrió no fue Rachel, sino Martin. Miró a Daniel con furia.
—¡Quítale las manos de encima a mi novia!—le ordenó y me arrebató de sus brazos como si fuera una muñeca de trapo.
—Martin, tranquilízate—le dije tocando su pecho—. Solo me cargaba porque me doblé el tobillo de camino acá.
—Aún así—dijo mirándolo con ojos entrecerrados—, no quiero que esté cerca de ti.
—No te preocupes, prometió portarse bien de ahora en adelante ¿no es cierto?—le pregunté a Daniel para que confirmara lo que acababa de decirle a mi novio.
Me miró y asintió a regañadientes. Siempre había sido un rebelde.
Martin suspiró.
—Ojalá cumpla su promesa. En fin, gracias por traerla. Que tengas buena noche—dijo y le cerró la puerta en las narices.
No pude evitar sonreír ante una actitud tan celosa. En cierto modo me gustaba que estuviera celoso por mí.
—¿Qué haces aquí aún?—le pregunté en cuanto me sentó en mi cama y él se sentó en el suelo, en frente de mí y empezó a examinar mi tobillo, que ahora estaba ligeramente inflamado.
—Quería esperar a que llegaras. Si no te veía no podía dormir tranquilo—dijo quitándome la zapatilla con mucha delicadeza.
—Auch…—dije cuando tocó un punto sensible.
—Lo siento, nena. ¿Te duele mucho?—preguntó con preocupación.
—No, solo necesita reposo—dije encogiendo los hombros, restándole importancia.
Él me levantó ligeramente el pantalón de la pantorrilla y me besó el tobillo.
—Gracias por ser tan atento conmigo—dije, levantando su barbilla con mi mano y  acercándome a él para besarlo. Necesitaba probar sus labios, quitarme la sensación que había dejado Daniel por algo más placentero, como lo era su dulce boca.
Me besó con ternura, y luego con urgencia. La ternura no duraba mucho, ya que siempre sentíamos esa apremiante necesidad de estar cerca.
—Espera. Rachel…—dije en cuanto subió a la cama y estuvo sobre mí.
—Se quedó dormida hace media hora viendo una película de acción—dijo sin dejar de besar mi cuello—, solo jugaremos luchitas cinco minutos ¿sí?
Me reí bajito y lo abracé. Él tuvo cuidado con mi tobillo. Levanté su camisa y él mi blusa mientras nos besábamos.
—Soy adicto a ti—murmuró cuando besó mi abdomen y empezó a subir hasta mi boca, dejando a su paso un camino de besos.
—Ya somos dos—dije con una sonrisa y acariciando su rostro.
—Te amo—me dijo besando mi mejilla y abrazándome.
—Yo también te amo—le respondí, acariciando con mi nariz la punta de la suya.
—Creo que nos pasamos de tiempo—dijo cuando se fijó en la hora de su celular; eran las once de la noche—, pero no me quiero ir.
Me eché a reír.
—Carlos va a pensar mal y ni hablar si tus padres se enteran de que te quedaste a dormir aquí. ¿Qué dirían?
—Creerían que hicimos más de lo que hacemos por lo general—me respondió entre divertido y avergonzado.
—Exacto, y no queremos que piensen eso ¿verdad?
—No—respondió con un suspiro.
—Así que si queremos que nos tengan confianza para dejarnos solos, vas a tener que irte a tu cuarto—le dije con media sonrisa y abrazándolo con fuerza. La verdad no quería que se fuera, pero posiblemente ciertas personas nos molestarían con eso si nos descubrían.
—Sofía seguiría confiando en nosotros—me dijo encogiendo los hombros—, quiero decir, ella ya sabe mis planes.
—¿Tus planes?—le pregunté frunciendo el ceño con confusión.
—Bueno, es que ella es una de las personas en las que deposito toda mi confianza y hemos platicado sobre… tú sabes—me dijo ruborizándose.
—Ah…—dije, repentinamente avergonzada—¿Qué han platicado?
—Pues, he pensado mucho respecto a… Bueno, sabes que te amo y lo que quiero decirte es que… A lo que voy es…—se enredó con las palabras.
—¿Has pensado en… cuando haremos… eso?—le pregunté, tratando de ayudarle un poco, aunque lo cierto es que yo tampoco era muy buena para esto y me hacía ponerme algo nerviosa.
Él asintió sin mirarme a los ojos y jugando con mis dedos. Estaba avergonzado…
—Y pues… tengo planes de casarme contigo—dijo sonriendo—, claro, solo si tu quieres, me refiero a… ¿Quieres casarte conmigo?
Me eché a reír.
—¿Hablas en serio? Solo tenemos dieciséis años—le dije acariciando su rostro con ternura.
—Lo sé, pero… eres perfecta y… yo te amo y… quiero estar el resto de mi vida contigo y…—volvió a enredarse con las palabras.
—Sí quiero—le dije, interrumpiéndolo.
Él me miró a los ojos, sorprendido.
—¿Sí?—me preguntó mientras una sonrisa se extendía a todo lo ancho de su rostro.
Asentí y sonreí. ¿Cómo no quisiera casarme con él? Era la persona más hermosa del mundo…
Me besó con pasión, acariciando mi rostro y mi pelo.
—Solo tú me haces ir al cielo en la tierra—me dijo con felicidad.
Me reí.
—Entonces… ¿cuáles eran tus planes?—le pregunté, recordando el tema inicial.
—Bueno, para empezar… era saber si querías casarte conmigo—dijo aún algo nervioso, pero con más fluidez—, ahora que lo sé, me siento libre de hacerte saber… lo que pienso que sería lo mejor para los dos.
—¿Aja…?
—Pues… mira, no tengo intenciones de… hacerlo, hasta no tener dieciocho años y ser más o menos responsable ¿sí? Porque no quisiera verte implicada en ninguna situación que fuese vergonzosa para ti si algo nos sale mal, y sería muchísimo peor sabiendo que fui yo el responsable, entonces para mí es mejor si esperamos hasta ser grandes y así no meternos en líos. Sé que será difícil contenernos… bueno al menos para mí, porque no sabes lo mucho que te deseo y… digo, no me refiero a que deseo hacerlo contigo. No es que lo desee… tampoco quiero decir que no lo deseo, porque sí lo deseo pero no quiero que tú pienses que quiero hacer eso…—dijo rojo como tomate.
Me eché a reír. Jamás había actuado así de nervioso y era muy tierno…
—Yo también te deseo—le dije besando sus labios—. No hay de qué avergonzarse.
Volvimos a besarnos y él acarició mi cintura por debajo de mi blusa la vez que yo acariciaba su espalda. Él se estremeció ante mi tacto.
—Será una larga espera—dijo con voz temblorosa por el escalofrío que recorrió su columna cuando acaricié su piel.
—Pero va a valer la pena—dije recargando mi mejilla en su pecho.
Inspiró el aroma de mi pelo.
—Sin duda todo valdrá la pena si es para estar contigo—dijo apretándome contra su pecho.
Escuché como Rachel se removía en su cama. Me giré y la miré. Estaba cubriendo su rostro con la almohada. Le molestaba la luz, así que me estiré un poco hacia la mesita de noche y apagué las lámparas. Martin me besó en la oscuridad.
—Tengo que irme ahora—musitó, moviendo sus labios contra los míos.
—Ahora soy yo quien no quiere que te vayas aún—dije, abrazando su cuello con fuerza y besándolo con intensidad. Sabía que su voluntad de irse se quebraría con eso y así fue. Se entregó a mis labios, a mis brazos que lo apretaban con fuerza contra mí.
Suspiró y abrazó mi cintura.
—Te amo—dijo besando la punta de mi nariz.
—Yo a ti—dije recargando mi cabeza en su brazo y cerrando los ojos.
Él bostezó y pegó su frente a la mía. Yo bostecé cinco segundos después de él y nos reímos juntos.
—¿Y si mejor te quedas a dormir aquí?—le pregunté. Ya tenía bastante sueño, pero aún así quería estar con él, sentirlo cerca.
—¿Y lo que dirán?—me preguntó preocupado.
—Hm… Ya sé. Pon la alarma de tu celular para que nos despierte a las cinco de la mañana y a esa hora te vas a tu cuarto. Así nadie se entera—dije acurrucándome con él.
Sentía emoción, ya que era la primera vez que dormiría con él… en el sentido literal de la palabra.
—La oferta es demasiado tentadora como para rechazarla—dijo, sacando el celular del bolsillo trasero de su pantalón y activando su alarma.
Una vez hecho, lo puso en la mesita de noche y después nos cubrió con el edredón para protegernos del clima de la habitación, que estaba frío por el aire acondicionado. Me abrazó y yo me acurruqué en sus brazos una vez más, a la vez que le rodeaba la cintura con mi brazo para estar lo más cerca posible de él.
—Te amo—me dijo una vez más, antes de que el sueño nos venciera…

Los brazos de Martin aún me rodeaban cuando abrí los ojos en medio de la oscuridad de la habitación a causa de la alarma. Suspiré y lo abracé con fuerza. Ya debía irse y yo, por supuesto, no quería que lo hiciera, pero era necesario.
Él aún no había despertado, así que tomé su celular y paré la alarma. Besé sus labios, aunque, por supuesto, no me devolvió el beso porque estaba inconsciente.
Lo miré con la luz que emitía su celular. Parecía el rostro de un inocente niño el que yo estaba mirando. Se veía tan hermoso que casi me dolía despertarlo.
—Alice—susurraron sus labios en medio de sus ligeros ronquidos.
Esta soñando conmigo… pensé con alegría.
Una razón más para no despertarlo, pero tenía que hacerlo, así que suspiré y volví a abrazarlo, para estar entre sus brazos cuando abriera los ojos.
—Martin—dije con suavidad en su oído—, ya es hora.
Él me ignoró y siguió durmiendo.
Me reí un poco, ya que no sabía que era de sueño pesado. Sacudí su hombro y volví a decirle que despertara, entonces al fin suspiró y me abrazó con fuerza.
—Hola—me dijo besando mis labios.
—Al fin—dije sonriendo.
—Hm… Soñaba contigo—dijo con voz ronca—, pero el sueño sigue aún si despierto.
Besó mis labios con ternura.
—Despertar contigo es lo mejor que puede haber—dijo mordiendo mi labio de forma provocativa.
Lo besé mientras mis manos subían su playera para acariciarlo. Me apretó más contra él.
—Te amo—dijo, llenando mi cara de besos.
—Yo a ti—dije acariciando su rostro.
Suspiré y me levanté de la cama, pero al momento de pisar el suelo recordé mi tobillo izquierdo.
—¡Auch!—dije cuando caí al suelo.
—¡Alice!—exclamó Martin en susurros y corrió para auxiliarme.
Me cargó y me sentó en la cama de nuevo.
—Estoy bien—dije para tranquilizarlo.
—Hoy vamos a llamar al doctor del hotel para que te revise—dijo con preocupación.
—No, por favor—rogué.
—¿Por qué?—me preguntó confundido.
—Le temo al doctor—dije con cara preocupada.
Se echó a reír.
—Yo estaré contigo, amor—me dijo besando mi frente.
Torcí la boca, pero asentí. Al menos así él estaría tranquilo.
—Ya tengo que irme—me dijo, subiendo mis piernas a la cama con delicadeza y tapándome con el edredón.
—De acuerdo—dije con tristeza—. Me hubiera gustado más el haber realizado tu primera sugerencia para la repartición de los cuartos.
Se echó a reír.
—A mí también me habría gustado eso—dijo, despeinando mi pelo de forma juguetona.
—Te amo—dije después de que me besó por última vez, antes de irse.
—Yo te amo más—dijo, y después se fue, caminando con sigilo hacía la puerta.
—Auch—dijo cuando se pegó con uno de los muebles en la oscuridad. Me reí.
—Ten cuidado—le dije.
—Sí. Nos vemos, nena. Te amo—dijo, entonces abrió la puerta y se fue.
Suspiré y abracé la almohada.
Esto es imposible. Me quejé en mi mente. Se acaba de ir y ya lo estoy extrañando…
—Eres una traviesa—dijo la voz de Rachel repentinamente, sobresaltándome.
La luz se encendió y ella saltó a mi cama.
—¡Pasó la noche aquí! No puedo creerlo—dijo entre risas.
—¿Desde cuándo estás despierta?—le pregunté, atónita.
—Desde que llegaste con Daniel—me dijo con una gran sonrisa juguetona—, pero no quise interrumpirlos cuando estaban tan acaramelados.
Me puse roja como tomate.
—¿Eso significa que viste cuando…?—le pregunté con voz quebrada por la vergüenza.
Ella asintió, carcajeándose.
—Los vi haciendo sus porquerías, pero me quedé dormida a la media hora. Ustedes no se aburren—dijo sorprendida.
Me escondí la cara con la almohada.
—¡Qué vergüenza!—me quejé—Hubieras dicho algo, Rachel.
—Por favor—dijo entornando los ojos con sarcasmo—. Además, tu novio seguro me habría reclamado.
Negué con la cabeza, aún tapando mi rostro con la almohada. Por supuesto que Martin le habría reclamado, pero era mejor eso a saber que mi mejor amiga nos había visto jugar luchitas.
Por un momento recordé lo que habíamos hecho y eso me hizo sentir aún más vergüenza.
—Así que le llaman luchitas ¿eh?—me preguntó con picardía cuando al fin me quité la almohada de la cara.
—¿Cómo lo sabes?—le pregunté, confundida.
—Bueno, amiga, justo cuando se te echó encima y tú le dijiste “Espera. Rachel…”, él dijo “Solo jugaremos luchitas cinco minutos” —imitó la voz  sexy de Martin—, y pues, lo que se pusieron a hacer parecía más sexo que luchas, pero supuse que a eso se refería ¿o me equivoco?—me preguntó levantando una ceja y con media sonrisa.
Volví a sonrojarme y desvié la mirada, pero asentí. No le iba a mentir, porque, después de todo, era mi mejor amiga y confiaba en ella al cien por ciento.
—Claro, aunque al final fue más de media hora y no solo cinco minutos ¿eh?—dijo, codeándome las costillas.
Me eché a reír con nerviosismo y después suspiré.
—Me pidió que me casara con él—dije bajito, jugando con uno de los holanes de mi blusa.
—No inventes—dijo Rachel, echándose a reír—. Tienen dieciséis años. ¿Cómo te va a pedir eso?
Me encogí de hombros y la miré.
—Es que hablamos de… ciertas cosas—dije conteniendo una sonrisa nerviosa.
Me miró con sospecha.
—Dímelo—ordenó.
Respiré profundo y ya no pude contener mi sonrisa.
—Bueno… Es que hablamos de… tú sabes—dije carcajeándome y tapándome la cara con la almohada otra vez.
—¡Alice Claire Miller!—dijo mi amiga con la boca abierta, quitándome la almohada de la cara—No me digas que…
—No, no lo hicimos—dije tranquilizándola—, es solo que hablamos de cuando será. Solo para estar de acuerdo y tenerlo planeado.
—¿Planearon cuando tener sexo?—preguntó, sin saber si echarse a reír o asombrarse.
—No es tanto como planear cuando hacerlo—le dije con la mirada perdida—, es más bien planear cuando no hacerlo. Es decir, sabemos que este es un tema delicado porque… pues has visto la tele y los embarazos prematuros y todo eso, entonces preferimos esperar a tener mínimo dieciocho años, para al menos hacer las cosas con precaución y… no vernos implicados en ese tipo de cosas.
Me miró sorprendida.
—Suena a una decisión bastante madura—dijo levantando las cejas.
—Pues, lo decidió más bien él, pero yo no pude estar más de acuerdo, ya que mi madre así me ha educado—dije, encogiendo los hombros y con una sonrisa.
—Suena a que te ama—dijo con una gran sonrisa y alborotando mis cabellos.
—Yo también lo amo—dije abrazando con fuerza a la almohada.
—Eso es bueno—dijo Rachel, mirándome como con satisfacción—. ¿Entonces ya es oficial que Alex esta olvidado?
Suspiré y lo pensé un segundo antes de responder.
Por un lado, yo seguía queriendo a Alex, y definitivamente él me seguía queriendo a mí, pero definitivamente eso ya no se comparaba a lo que sentía por Martin.
—No está olvidado por completo, pero ya quiero más, mucho más, a mi novio—dije con sinceridad.
—Eso me gusta—dijo pellizcando mi mejilla como si fuera una niña pequeña.
—¿Por qué todos hacen eso?—me quejé.
—Porque tienes cara de bebé—dijo echándose a reír.
Entrecerré los ojos y le saqué la lengua. Ella me sacó la lengua también y después bostezó.
—Creo que será mejor que te duermas—le dije levantándome de la cama y saltando en un pie hasta donde había guardado mis pijamas.
—Por cierto… ¿cómo fue que te lastimaste el tobillo?—me preguntó Rachel cuando me vio haciendo malabares para ponerme mi pijama.
—Me doblé el tobillo—le contesté encogiendo los hombros. No quería explicarle cómo me lo había doblado, pero la conocía bastante bien así que sabía que lo siguiente que preguntaría sería:
—¿Cómo?—preguntó Rachel, mirándome con suspicacia. Sabía que estaba ocultando algo.
Suspiré. No es que no fuera buena mintiendo, de hecho soy bastante buena mintiendo, pero por algo Rachel era mi mejor amiga. Me conocía demasiado bien.
—Daniel…—suspiré otra vez—Daniel me besó.
—Me lo imaginé—dijo entrecerrando los ojos y viendo a la nada—. Siempre le has gustado demasiado.
—¿Tú lo sabías?—le pregunté, aunque más bien sonó como afirmación.
—Claro, los hermanos tienen algo así como un sexto sentido, así que de alguna manera, aunque nunca me lo dijo lo sabía, pero de por sí era obvio. Tan solo lo veía comportarse de esa manera contigo y lo comparaba con otras chicas. Solo recuerdo que tuvo tres novias, aunque no le sirvió de mucho—dijo Rachel encogiendo los hombros y negando con la cabeza.
”De cualquier manera, se merece tu rechazo por ser un chimpancé que no respeta a su hermana—dijo, enfurruñándose como niña.
Me sentí mal por lo que dijo. No quería que se sintiera rechazado, porque no era así, simplemente era que yo ya tenía un novio al que amaba y él no había dicho nunca nada. Le había pasado lo mismo que a Alex, aunque él nunca me había gustado…
Sentí ese extraño sentimiento de incomodidad al pensar en Daniel de esa manera.
¿Yo…? Le gusto a… Daniel… desde hace tiempo… pensé con dificultad.
—Pero eso no me explica como te lastimaste…—dijo cuando vio que no decía nada.
—Intentó besarme por segunda vez, pero le dije que no, entonces intento forzarme y le di un golpe, luego salí huyendo y me doblé el tobillo al tratar de casi correr con zapatillas.
—Entonces te quedaste callada, pensando en la posibilidad de arrastrarte hasta aquí, pero él te encontró y te trajo cargando a pesar de que el principio lo mandaste a volar—adivinó.
—Conoces bien a la gente—le dije con una sonrisa.
—Solo a ti y a mi hermano. Son tan predecibles—dijo entornando los ojos.
La miré con ojos entrecerrados. Ella me sonrió y después de acomodó en su cama para dormir.
—Como sea, solo duérmete ya—dijo mientras se tapaba con el edredón y cerraba los ojos.
Yo terminé de cambiarme—lo que por cierto me costó trabajo por mi tobillo—y me acosté a dormir.

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