sábado, 28 de mayo de 2011

Capítulo 10.- La felicidad en el amor es algo difícil de alcanzar, sobre todo si se quiere a más de una persona...

Vi un ligero resplandor a través de mis parpados y me estiré para espabilarme. Bostecé y abracé la almohada una vez más, luego recordé que debía de hacer ese día, así que abrí los ojos de golpe y miré a mí alrededor.
         Estaba claro, pero aún era muy temprano. Miré al reloj, eran las ocho de la mañana. Me había despertado demasiado temprano para ser un domingo, pero al menos había dormido tan tranquilamente como un bebé.
         Suspiré y me levanté.
         Me dirigí al baño. Ya le había dicho a mi madre que iba a salir desde el día anterior, así que no me molesté en despertarla.
         Me desvestí lentamente en el baño, como si me estuviera preparando para ir a un funeral, y probablemente me preparaba para el funeral de la tan apegada amistad que tenía con Alex hasta entonces.
         Me bañé lo más lentamente que pude, pero no me tardé más de cuarenta minutos.
         Una vez que me puse la ropa interior, fui al cuarto de mi madre y elegí mi ropa con sigilo, para no despertarla.
¿Qué me puedo poner? Me pregunté a mí misma mientras observaba el closet.
Elegí un pantalón corto color caqui que usaba cuando quería ir a dar una vuelta al parque, porque eran cómodos ya que me quedaban flojos, y una camiseta sin mangas de color café, que también me quedaba floja.
Me miré en el espejo y torcí la boca ante mi imagen. La ropa tan floja me hacía lucir aun más flaca y plana de lo que ya era, así que me quité solo la playera y me puse otra, de color blanco, con mangas por encima del codo, que se ajustaban al ancho de mi brazo y botones que iban del cuello a la mitad del pecho. Me quedaba mucho más apretada, así que ya no me veía tan plana.
Finalmente elegí unos zapatos planos de color café con un pequeño moño rojo en la parte superior.
Bajé las escaleras y le dejé una pequeña nota a mi madre en el comedor:
“Fui a casa de Alex. Te quiero.”
Está vez recordé llevar mi celular, ya que así mi madre al menos no se preocuparía tanto si el tiempo se prolongaba.
Salí de mi casa con las llaves, el celular y el iPod en los bolsillos, también llevaba algo de dinero, aunque planeaba ir caminando para hacer tiempo y prepararme mentalmente.
Era un día de mis favoritos, soleado y con cielo azul, eso me levantó el ánimo.
Me puse los audífonos y elegí una canción de mi iPod.
Canté bajito mientras caminada por la parte sombreada de la acera. Eran muchas calles, pero no me molestó pensar en la distancia porque estaba de buen humor, ya que el día era precioso.
Traté de no pensar mucho en lo que me esperaba para no amargar mi mañana.
Eran las nueve de la mañana y la gente empezaba a aparecer en las calles, en los centros comerciales.
Lamentablemente no tardé demasiado en recorrer el camino a casa de Alex y, cuando llegué a la calle en la que el vivía, los nervios que había estado manejando con mi buen humor repentinamente me golpearon con bastante fuerza, y a cada paso que me acercaba a su casa, más temblaban mis piernas, mi estomago y mis manos.
Finalmente estuve frente al portón de su casa y escuchaba los típicos sonidos de un desayuno familiar, con las voces de su madre, su hermana, su padre y… él.
Tragué saliva.
Debí haber llamado…
Respiré hondo y traté de controlar mis temblores. No había desayunado y tenía un poco de nauseas ahora que estaba tan nerviosa.
OK, es ahora. Tengo que prepararme. Me quitaré los audífonos… o mejor no para parecer despreocupada…
Estaba hecha un lío, así que respiré muchas veces y me armé de valor. Sorprendentemente funcionó y pude relajar más mi postura.
Toqué el timbre y seguí el ritmo de la música golpeando el suelo con el pie.
Entonces se abrió la puerta y toda la relajación que logré conseguir se fue con el fin de la canción que escuchaba.
—¡Alice!—dijo efusivamente la voz de Samantha.
—¿Qué hay, Sam?—pregunté con una sonrisa mientras me abrasaba.
—Hace tiempo que no te veía. No has cambiado nada, sigues igual de flaca que siempre—dijo mientras se echaba a reír—, y con el cabello igual de alborotado.
—Lo se. Tú si has cambiado. ¿Nuevo look?—pregunté mirando su cabello rubio, que solía ser castaño claro.
Me quiñó un ojo y sonrió.
—Quería probar algo nuevo.
—¿Y estas más alta?—pregunté haciendo una broma a su estatura, ya que media uno ochenta y me sacaba una cabeza.
—Muy graciosa—dijo alborotando mi cabello.
Me tomó de la mano y me hizo pasar a la casa.
—Miren quien está aquí—anunció cuando estuvimos en el comedor.
Todos me miraron y yo saludé moviendo la mano.
—¡Alice!—dijo Alex, quien fue el primero en reaccionar con una sonrisa que me habría hecho suspirar si no hubiera estado tan nerviosa.
—Hola—dije mientras me acercaba para saludar a su familia.
—¿Dónde te habías metido, niña?—preguntó su mamá alegremente mientras me abrazaba.
—Debajo de una roca—bromeé.
—¿Qué estás haciendo aquí?—preguntó Alex cuando le di un beso en la mejilla para saludarlo.
—Quería pasar un fin de semana de amigos, ya sabes, como los que teníamos cuando estábamos en la secundaria—dije con algo de culpa, pero no podía decirle la verdad en frente de su familia.
—Que bueno que viniste—dijo sonriendo.
—¿Desayunaste ya?—me preguntó su padre.
—No, pero no se molesten—dije adivinado que me iba a invitar a desayunar con ellos.
—Por supuesto que me molesto. Trae un plato de la cocina, Sam.
—Ya voy.
—Gracias—dije mientras tomaba asiento junto a Alex.
Tomamos el desayuno mientras conversábamos.
—Y no viniste a mi fiesta de cumpleaños—dijo Sam, culpándome en broma.
—Lo siento, es que ese día tuve otros planes—dije frunciendo la boca.
—Si, me enteré—dijo mirando a Alex con cara de saber algo muy gracioso.
Él le lanzó una mirada envenenada y luego cambió el tema sobre un partido de futbol que había visto el sábado.
Cuando terminamos el desayuno, la familia de Alex retomó sus actividades.
Sus padres iban a hacer las compras y llegaron unos amigos de Sam, lo que nos dejó solos a Alex y a mí.
—Nos vemos en unas horas—dijo su madre al salir de la casa—. Si les da hambre, hay sándwiches en el refrigerador. Adiós.
Entonces se cerró la puerta y unos segundos después se escuchó como el auto se encendía y se alejaba.
—Así que… ¿Qué quieres hacer?—preguntó Alex.
Noté una nota de nerviosismo en su voz mientras hablaba.
—¿Qué te parece si salimos a dar una vuelta en el parque?—pregunté mientras me levantaba del sofá y le daba la mano para ayudarlo a levantarse del suelo.
—Está bien.
Salimos y caminamos hasta el parque más cercano, que estaba a dos calles.
Cuando llegamos me senté en uno de los columpios que había, pero él, en lugar de sentarse conmigo, tomó mi cintura y me empujo con delicadeza en el columpio para que me meciera.
Di un brinquito por la sorpresa del gesto, así que se rió de mí. También me eché a reír después.
—Alex…—dije después de un minuto, cuando al fin me decidí a hablar—Tengo que hablar contigo.
—Lo sabía—dijo, parando el columpio y luego sentándose en el que estaba a mi lado izquierdo—. Sabía que había algo.
—Mira… Emm… No sé por dónde empezar—dije con sinceridad y escondiendo mi mirada.
—¿Por qué no empiezas por el principio?—dijo con media sonrisa.
—Intentaré—dije cerrando los ojos y tomando una gran bocanada de aire—. El asunto es que… Espera.
—¿Qué?
—Promete que no vas a hacer ninguna estupidez—dije mirándolo con severidad.
Él me miró desconcertado y después con preocupación.
—Me estas asustando. Dime ya.
—Promételo—dije sin pasar por alto que aún no lo había hecho.
—Sí, sí, sí…
—No, di que lo prometes—dije cruzando los brazos sobre el pecho con obstinación.
Suspiró.
—Lo prometo—dijo entornado los ojos—. Por favor, dime antes de que me mate la curiosidad.
Lo miré recelosa, pero suspiré y continué…
—Lo diré sin rodeos…
Me quedé callada.
—¿Si?—dijo al ver que no decía nada. Se escuchaba la desesperación en su voz.
—Martin y yo somos novios—dije rápida y simplemente, con tanta tensión que me dio un calambre en un pié, pero no reaccione, aguanté el dolor y me quedé mirando el suelo.
No hubo respuesta, así que levante la vista para mirar su cara. Se había quedado petrificado, como estatua, mirando mi rostro pero sin verlo realmente, con la vista desenfocada.
Me quedé callada, tenía miedo de hablar…
Después de cinco minutos de silencio al fin dijo algo:
—¿Qué?
¡Por Dios! Se queda callado media hora y lo primero que dice es “¿Qué?”. ¡Es “¿Qué?”!
—Lo que escuchaste—dije reacia a repetirlo.
Sus ojos se empezaron a humedecer y su labio inferior temblaba.
Lo miré con ojos abiertos como platos y ahora la petrificada era yo. ¿Estaba llorando?
—¿Alex?—dije con voz temblorosa por la tristeza que me provocaba verlo llorar.
Inmediatamente se llevó una mano a los ojos y se limpió las lágrimas.
—No pasa nada—dijo con voz ronca.
—¿Cómo que no? ¿Qué ocurre, Alex?—dije levantándome del columpio y abrazándolo.
—¿Qué no es obvio?—dijo él rompiendo a llorar desconsoladamente. Yo también empecé a llorar sin ninguna razón.
—¿Qué? No te en-entiendo—dije hipeando por las lagrimas.
—Que yo te amo, Alice—dijo abrazándome.
Me quedé helada otra vez.
¿Qué? Pero… ¿Por qué? ¿Qué está pasando?
En ese momento colapsé, lo último que sentí fueron los brazos de Alex cargándome.
—¡Alice!—fue lo último que escuché, su voz gritando mi nombre con desesperación…

Abrí los ojos lentamente y con cautela.
¿Fue un sueño?
Sería factible que hubiera sido un sueño tomando en cuenta que la última vez que había soñado con Alex también me había dicho que me amaba, pero está vez se sentía extraño, porque yo también quería a Martin.
Me incorporé despacio y me di cuenta que no estaba en mi cuarto.
—Al fin despertaste—dijo la voz de Alex, sobresaltándome.
Estaba sentado detrás de mí, era su cuarto. Seguramente me había llevado ahí después de que me desmallé.
—¿Estás bien?—preguntó con un suspiro—Te desmallaste.
—Si—dije incómoda—¿Y tus padres, y Sam?
—Aún no están aquí. Solo te desmallaste por media hora.
—Ah… ¿Y tú que hiciste mientras?—pregunté sin saber bien que hacer.
—Observarte dormida—dijo desviando la mirada y sonrojándose. Yo también me ruboricé.
Nos quedamos callados, en silencio, un silencio incómodo y que era tan profundo que hacía zumbar mis oídos.
—Alice, lo que dije es verdad. Te amo—dijo rojo como tomate.
—Lo siento, pero tendré que decir que… ¿solo amigos?
Parecía irónico el estar rechazando al chico que tanto había deseado tan solo unas semanas atrás, pero no iba a lastimar a Martin, porque lo quería demasiado.
—Voy a destrozar a ese tipo—dijo con rabia.
—¡Alex! ¡Lo prometiste, prometiste que no harías ninguna estupidez!—le recordé enojada.
—Eso no sería una estupidez, hubiera sido mejor que le diera una lección desde que dijo lo que dijo el lunes—dijo, cerrando las manos en puños.
—¿Por qué harías eso? ¿Qué te ha hecho él?—dije confundida.
Su ira no tenía ningún sentido para mí.
—¡Él…! Él…—comenzó gritando pero se quedo callado al no tener argumento.
—¿Él…?—pregunté un poco irónica, alzando una ceja.
—Eres demasiado joven para tener novio, eso lo convierte en pervertido—dijo frunciendo el ceño— y un pervertido siempre merecerá ser castigado.
—Alex… no es por ser mala, pero hace un minuto me dijiste que… bueno, que yo te gustaba o algo así—dije, rehusándome a decirlo tal como era—. ¿Eso no te convierte a ti en pervertido?—le pregunté un poco divertida.
Se quedó callado, tragándose su enfado y sus palabras.
—Estoy celoso ¿ya?—dijo cruzando los brazos sobre su pecho como un niño enojado.
Suspiré.
—Tienes a Helen—le recordé.
—Helen nunca ha sido la persona que yo quería realmente…
No podía evitar sentir un poco de pena por ella, aunque fuera solo muy poca, casi nada.
—No le hagas esto. No te hagas esto a ti mismo—dije mientras me levantaba de la cama y buscaba los zapatos. Seguramente Alex me los había quitado cuando me acostó en la cama.
—¿Te vas?—preguntó con aprensión.
Lo miré antes de responder. No podía irme tan rápido después de que recién me confesara su amor, seguramente lo lastimaría.
—No, solo quiero ponerme los zapatos—respondí encogiéndome de hombros.
—Están aquí—dijo señalando un sector del suelo que había pasado por alto.
—Gracias.
Me puse los zapatos y volví a sentarme. Otro silencio incómodo en el cuál yo desviaba la mirada y él me veía.
—¿Hoy no tenías planes con Helen?—pregunté tratando de encontrar un tema fácil para rellenar el estresante silencio.
En ese momento llevo su mano a su frente y abrió los ojos de golpe.
—Lo había olvidado por completo—se lamentó.
—Oh-oh—dije bajito—. Creo que será mejor que me marche.
—Sí… a menos de que quieras cambiar de opinión—dijo con la mirada gacha.
—Lo siento Alex, pero las cosas seguirán como están—dije mientras me levantaba de la cama y fruncía los labios.
Suspiró resignado.
—Supongo que solo resta esperar a que terminen—murmuró detrás de mí mientras me acompañaba escaleras abajo.
Sonreí. Recordaba haber escuchado algo muy similar salir de los labios de Hana hace unas cuantas semanas.
Estábamos a unos pasos de la puerta cuando sonó el timbre.
—No puede ser—dije para mí misma.
—¡¿Quién es?!—preguntó Alex con rostro espantado.
—¡Soy yo, cariño!—contestó la voz de Helen.
Genial… pensé con sarcasmo. ¿Y ahora qué? ¿Se abrirá el suelo y me tragará?
—¿Qué es capaz de hacer si me ve aquí?—pregunté preocupada.
—No lo sé… ¿Crees que sea capaz de terminar?
—Es tu novia, no la mía… Dime rápido. ¿Qué hago?
—Será mejor que no te vea aquí a menos que quieras una escenita…
—No, gracias.
—¡Alex! ¡¿Sigues ahí?!
—¡Un momento!—le contestó, luego se dirigió a mí—Rápido, ve a mi cuarto y escóndete.
Corrí escaleras arriba, a su cuarto y mientras lo hacía, me lamente el haberme puesto un short que me quedara flojo, ya que se me caía mientras corría. Abrí el closet e hice espacio entre las ropas de Alex. Me senté y cerré la puerta corrediza en silencio.
Al otro lado de la puerta podía escuchar como Alex hacía pasar a Helen. No tenía muy buen oído, solamente escuchaba ruidos vagos de sus voces.
Escuché pasos y me puse tensa. Alguien entró en la habitación cerró la puerta.
—¡¿Alice?!—susurró con desesperación la voz de Alex.
Abrí la puerta del closet sigilosamente.
—¿Ahora qué?—le pregunté mientras me ayudaba a salir del closet.
—Ni idea. Va a estar aquí un buen rato, el plan de hoy es ver películas—dijo con algo de culpa.
Lo miré preocupada.
—Ahora estoy atrapada aquí…—dije tallándome la cara con las manos, como si eso fuera a aliviar el estrés.
—De verdad lo siento, Al. Debí haberte dicho desde que llegaste, pero la tentación de pasar un día contigo…—dijo avergonzado—Simplemente lo olvidé por completo.
Lo miré sonrojada.
—Concéntrate. ¿Qué hago? ¿Salgo por la ventana?
—¿Del segundo piso?
—¡Ah! Que lío…
—Podrías bajar mientras vemos las películas, obviamente en silencio y mientras está distraída.
—¿Y cómo sabré cuando está distraída?
—Cierto…
­—¡¿Alex?!—gritó Helen.
Escuchamos sus pasos mientras subía las escaleras.
—¡Métete al closet!
Dicho y hecho. Sin una palabra me metí al closet a velocidad luz y cerré la puerta corrediza.
—¿Por qué tardas tanto?—preguntó Helen al entrar en la habitación.
—Es que no encontraba las películas—contestó él con demasiado nerviosismo en la voz. Negué con la cabeza, era malísimo actuando.
—Hm… ¿Qué te parece si… nos quedamos aquí?—preguntó Helen seductoramente.
Mierda. ¡Justo hoy se pone lujuriosa!
—Hm… Sabes, es que realmente quiero ver esas películas—dijo Alex.
—Anda, solo un minuto…
Y no se escuchó nada más durante los próximos cinco minutos. No pude evitar sentirme irritada, es decir, no podía dejar de quererlo de la noche a la mañana, pero tampoco podía hacerle algo malo a Martin porque también lo quería. Todo era tan difícil…
Finalmente escuché algo.
—Será mejor que bajemos ya—dijo la voz ronca de Alex.
Sentí calor en mi cuello y mis mejillas solo de pensar que podían haber estado haciendo lo que Martin y yo hacíamos…
Suspiré lo más silenciosamente que pude y esperé a que bajaran. Una vez que escuché sus pasos bajando las escaleras salí del closet y asomé la cabeza fuera de la habitación solo un poco, para ver en que parte de la casa se encontraban.
Alex estaba poniendo una película en el DVD, y Helen estaba en el sofá doble, dando la espalda a donde yo me encontraba. Esperé a que la película empezara y se acurrucaran en el sofá.
Dejé que pasara aproximadamente media hora de la película para asegurarme de que realmente le prestaban atención y fue entonces cuando me quité los zapatos y tomé un cinturón de Alex prestado, ya que si dejaba mi short tan flojo como estaba, me quitaría velocidad al momento de mi huida.
Empecé a salir de la habitación con los zapatos en la mano derecha y agachada. Sentía un poco de emoción, ya que me recordaba a esas misiones imposibles de película, una niñada.
Cuando terminé de bajar las escaleras me escondí debajo de la mesa y gateé hasta la puerta trasera.
Una vez que estuve fuera me puse los zapatos y me quité el cinturón, lo deje encima de la lavadora. Caminé por el pasillo que conectaba al patio trasero con el delantero. Cuando estuve adelante, gateé hasta el portón y abrí la puerta en silencio. Volteé a ver si se habían dado cuenta. Solo Alex me observaba a través del enorme ventanal, y me hizo un gesto de despedida con el brazo que no tenía rodeada a Helen. Tenía cara de tristeza y se me hizo un nudo en la garganta.
Cerré la puerta y me levanté del piso, fue entonces cuando vi a Sam a mis espaldas con una ceja levantada.
Maldición…
         —¿Alice? ¿Por qué sales a gatas?—preguntó Sam frunciendo el entrecejo.
         Suspiré decepcionada por mi escapada fallida.
         —Es una pequeña larga historia—dije tratando de evitar decirle.
         —Tengo un poco de bastante tiempo—dijo alzando una ceja con suspicacia.
         Podría haberle mentido, pero no sabía si Alex diría el mismo cuento que yo y no valía la pena arriesgarse.
         —Está bien, pero no podemos quedarnos aquí. ¿Damos una vuelta?—pregunté encogiéndome de hombros.
         ­—Vamos—dijo sin detenerse a pensarlo siquiera.
         Mientras caminábamos le conté exactamente todo lo que había pasado con Alex, incluyendo lo que me había dicho respecto a que yo le gustaba y también lo referente a Martin.
         No me interrumpió ni una sola vez hasta que terminé de decirle todo lo que tenía que saber.
—Vaya…—dijo, con la mirada perdida en el cielo mientras estábamos sentadas en una de las bancas del parque—Así que finalmente te lo dijo…
—¿Qué? ¿Lo sabías?—le pregunté perpleja.
—Por supuesto que lo sabía—dijo con una ligera carcajada—. Te apuesto todo mi dinero a que hasta Helen lo sabe.
—¿Qué?—dije confundida. No tenía la más mínima idea de lo que estaba diciendo.
—Alice, que a ti te gustara Alex no era un secreto para nadie más que para él. Era demasiado obvio, pero no sería yo quien se lo diría. Y exactamente de la misma manera en que para él no era obvio que te gustara, tú tampoco te dabas cuenta de que tú le gustabas a él.
—Pero, entonces… Helen… ¿por qué?
—Por cobarde—dijo encogiéndose de hombros—. Te diré algo muy en serio, Al. Para todos, y escúchame bien, todos, eres una de las chicas más hermosas que jamás ha visto la humanidad.
Me ruboricé tanto que Sam se echó a reír.
—Y al parecer tú eres la única que no se da cuenta de lo bella que eres.
—Porque no lo soy—dije obstinada.
—Tengo pruebas. ¿No siempre has tenido más amigos que amigas?
—Sí, pero nada más. Nunca fueron más que amigos.
—Alice, no seas ciega.
La miré como si estuviera hablando en chino, así que puso los ojos en blanco y continuó.
—Como sea, te estoy explicando porque empezó Alex a andar con Helen. El punto es que así es, eres muy bella y él se acobardó, como cualquier hombre con menos de quince años y, siendo sinceras, mi hermano siempre ha sido un inmaduro, por mucho que sea inteligente.
Eso me empezaba a explicar muchas cosas.
—Por miedo a quedarse atrás y sin nadie, encontró a Helen, quien lo empezó a engatusar, como hacía con todos los chicos guapos que veía. Alex nunca se dio cuenta de cómo era ella y sintió algo así como… compasión ¿si me entiendes?
—Sinceramente, no—dije hecha un lío.
Sam suspiró, frustrada.
—Es que la chica ya tenía tan mala fama, que todos la clasificaban de zorra. Alex sintió pena por ella y aceptó ser su novio. Para entonces ya había ideado algo así como… un plan.
—¿Qué plan?
—Él pensaba que ningún chico tendría el valor de acercarse a ti, porque como ya te dije, todos te ven mejor de lo que tú te ves a ti misma y se acobardan. Yo le dije que era un tonto al pensar eso pero, como siempre, no me hizo caso y llevó a cabo su “plan” de conquistarte poco a poco, para así, cuando ya te sintiera ganada, poder terminar con Helen y decirte lo que sentía por ti. Entonces pasaste a formar parte de la preparatoria. Yo, una vez más, tenía razón al predecir que serías un hit entre todos los chicos.
”Él, una vez más, fue testarudo y pensó que nadie se te iba a acercar. Una vez que se dio cuenta de que no tenías intenciones de regresar a los “viejos tiempos” como en la secundaría, de pasar los recesos juntos y demás, sintió que debía hacer algo, pero que aún tenía tiempo de que se le ocurriera algo nuevo, pues solo estabas con chicas.
”El segundo día de clases llegó a la casa y lo primero que me dijo, fue que habías pasado el receso con un grupo de chicos. No sé si tú recuerdes una llamada telefónica por parte de mi hermano ese mismo día—dijo sonriendo como si estuviera atando cabos sueltos que no eran obvios a menos de que tuvieras esa información tan requerida.
Miré a la nada, estupefacta. Ahora todo, todo empezaba a tener más sentido que nunca.
—Y lo que te dijo fue algo así como “Me dirás que soy un paranoico, pero siento que me estás evitando bla bla bla…”—dijo haciendo una sarcástica imitación de la voz de su hermano.
Me tallé la cara con las manos, tratando de aclarar mi mente, de hacer todo más sencillo, pero con todo lo que me estaba diciendo Sam me sentía abrumada.
—Sam ¿lo que me estás diciendo es… verdad?
—Dímelo tú—dijo encogiendo los hombros.
Asentí.
—En fin, supongo que eso es todo lo que tenías que saber, con eso ya puedes deducir por ti misma el resto de las cosas que quizá parecieron extrañas en algún momento.
—Sí, pero no cambia nada.
—Lo sé. Martin es muy afortunado—dijo con una sonrisa.
—Gracias, Sam, por todo.
—No hay de qué. Ya vete a tú casa, está oscureciendo.
—Sí, tú igual—le dije y me levanté del banco—. Por cierto, preferiría que Alex no supiera que tuvimos esta conversación. Déjalo creer que mi escapada fue exitosa.
—Está bien. Adiós, Al.
—Nos vemos.
Caminé por las oscuras calles, hasta mi casa. Lo que me ocurría era lo que le sucede a las personas a las que recién les acaban de dar una noticia y la acepta, pero a la vez no puede creerlo.
Estaba tan metida en mi mente, que no me di cuenta cuando crucé la calle y un carro tocó la bocina. Estuvo a punto de arrollarme, pero frenó con un estruendoso sonido que me despertó. Lo miré con ojos muy abiertos y salí corriendo, avergonzada.
Llegué a mi casa jadeando y me encontré con mi madre en la sala.
—Al, llamó Rachel. Dijo que le llamaras en cuanto llegaras—dijo mi madre sin mirarme, ya que estaba ensimismada en un programa de fantasmas en la televisión.
—OK, gracias por avisarme—dije tratando de eliminar los jadeos de mi voz.
Caminé con rapidez hasta mi cuarto, cerré la puerta detrás de mí y me deje caer hasta el suelo. Toqué mi pecho y sentí mi corazón latiendo fuertemente, bien por el ejercicio o por la emoción.
Me quedé ahí tirada media hora, hasta que mi corazón se tranquilizó un poco, después me levanté y me acosté en la cama. Tomé el teléfono y llamé a mi amiga. Al primer tono ella contestó el teléfono. Seguramente no se había separado del teléfono ni un segundo.
—¿Alice?—preguntó impaciente.
—Sí, soy yo—dije con voz ronca.
—¿Cómo estuvo el asunto?—preguntó, yendo directo al grano.
—No sé como describirlo—dije tratando de estar tranquila, pero la voz se me quebró.
—¿Tan mal estuvo?—preguntó con preocupación.
Me eché a llorar.
—Él-él si-siempre me quiso a-a mí, Rachel—dije entre sollozos.
—No llores, Alice. No llores—dijo Rachel con la voz quebrada. Ella siempre era así, si yo lloraba ella lloraba conmigo y viceversa.
Respiré profundo para tranquilizarme y no hacerla llorar también.
—Él siempre me quiso a mí. Me dijo que me amaba después de que le dije lo de mi relación con Martin—le dije ya más controlada.
—¿Entonces por qué empezó a andar con Helen?—preguntó sorprendida.
—Sam me lo explicó todo—le dije, mientras me tapaba la cara con una almohada.
—¿Qué fue lo que te explicó?—me preguntó, ahora confundida.
Le dije absolutamente toda la información que nos había estado faltando para comprender todo.
A diferencia de cómo era cada vez que terminaba de decirle algo—o sea bombardearme con sus explicaciones—resumidas no dijo nada.
—¿Rachel?—tuve que preguntar, después de que se quedó callada dos minutos, algo muy inusual en ella.
—Shh… Estoy procesando—dijo para acallarme. Después de dos minutos más al fin hizo lo que siempre hacía.
”¿O sea que, tú siempre le gustaste a Alex, pero el siempre fue cobarde para decírtelo al igual que todos los chicos alrededor tuyo, por lo cuál nunca te diste cuenta de que realmente sí tenías bastante éxito con los chicos y una vez que pasaste a la preparatoria, los chicos, ya más maduros, se atrevían a más o menos ser un poco más explícitos, pero Alex pensó que todos seguirían igual de cobardes que él y cuando vio que su plan estaba fallando, se apresuró a cambiar de estrategia y fue cuando te pidió que pasaras los recesos en su compañía y, finalmente, así sucedieron una serie de planes que fueron fallidos ya que al final Martin está contigo y él está sin ti?
—Dramática como siempre, al explicar la parte de “él esta sin ti”, pero en pocas palabras, así es—dije entornando los ojos.
Escuché que suspiró por el otro lado de la línea.
—Ahora te comprendo. No sabes si esto es bueno o malo ¿no?—preguntó mi amiga dando al clavo, como siempre.
—Exacto—dije, un poco más tranquila al sentirme comprendida.
—Lo que realmente me inquieta es… ¿Cómo es que yo no me di cuenta de todo esto?—dijo casi gritando por el otro lado de la línea—Es decir, ahora que me lo dices es bastante obvio, pero me decepciona muchísimo el no haberlo descubierto yo sola.
—Rachel, Sam lo hace parecer muy fácil porque es su hermana, pero realmente no es tan fácil descifrar todo eso viéndolo desde afuera, por mucho que diga que era todo tan obvio—la consolé con voz tranquila.
—Quizá tengas razón. Ella tenía la ventaja de ser su hermana.
—Exacto, así que no te agobies.
Suspiré.
—Bueno ¿y que piensas hacer respecto a todo esto?—me preguntó repentinamente.
—No lo se, todo es demasiado… Es decir, tengo que… ¿elegir?—le pregunté sin saber cual era la palabra que debía de utilizar.
—Estás con Martin, eso es seguro, pero la pregunta aquí es: ¿Realmente quieres estar con Martin o lo cambiarías todo por Alex?
—Es una pregunta muy difícil—respondí con toda sinceridad.
¿Qué vas a hacer Alice Claire Miller? Me preguntó con seriedad la voz en mi cabeza… ¿Qué vas a hacer?
Ayúdame…
En ese momento mi mente se llenó de imágenes de Alex y yo juntos, de cómo nos divertíamos y toda nuestra química, pero después se llenó de imágenes de Martin, besándome, acariciando mi rostro, diciéndome que me amaba…
—¿Alice?
—Tengo que pensar, Rachel. Hablamos mañana.
—De acuerdo. Descansa y decidas lo que decidas, tendrás mi apoyo.
—Gracias. Te quiero. Nos vemos pronto.
—Adiós.
—No es para tanto, simplemente son chicos…—dije para mi misma antes de colgar.
Me puse la almohada en la cara y solté un largo grito.
—¡¿Por qué a mí?!—lloré.
El chico del primer beso siempre es la mejor opción ¿no? Le pregunté a la voz tratando de alcanzar algo de estabilidad en mis sentimientos.
¿Y qué pasa con el primer amor? Alex fue el primer chico al que amaste… me respondió tan confundida como yo lo estaba.
¿Y si hablo con los dos? O como en la televisión ¿Si hago algo así como una competencia y que gane el mejor?
¡Eso es una tontería! ¡Ya fue suficiente de tus televisivas ideas, por eso estamos metidas en este lío! Si tú no hubieras utilizado a Martin para darle celos a Alex no te habrías enamorado de él. Me gritó la voz, estresada.
De acuerdo, nada de soluciones televisivas…
Mejor duérmete y mañana veremos que es lo que vas a hacer.
Era una buena idea, tomando en cuenta que en ese momento no se me iba a ocurrir absolutamente nada, así que le hice caso. Lo único que hice fue poner el despertador a las cinco de la mañana, quitarme los zapatos y apagar la luz. No me molesté en cambiarme la ropa.
Me dejé caer boca abajo en la cama y a los cinco segundos ya estaba en los brazos de mi Morfeo.

Vi mi fin acercarse con cada centímetro que la luz venía hacia mis pies, que me exponía ante quien intentaba hacerme daño. Ya había tenido ese sueño, a continuación la luz se incrementaría hasta todo volverse blanco y me iba a despertar.
Me desperté en medio de la oscuridad de mi cuarto.
¿Cuánto apuestas a que son las cuatro y media de la mañana? Me pregunté a mí misma.
Lo comprobé en mi celular. Me sucedió exactamente como en el primer día de clases.
Está vez no me iba a quedar acostada hasta que sonara el despertador, así que me levanté y me dirigí al baño. Me alisté para ir a la escuela y estuve lista cuando fueron las cinco con veinte minutos.
Salí de la casa, ya con la mochila, y fui a la parada del autobús, aunque todavía era demasiado temprano para irme.
Cuando llegué al lugar donde debía esperar al autobús, en lugar de sentarme en la pequeña banca, me recargué en la fría barda de la tienda que estaba ahí y me dejé caer hasta el suelo y recargué mi frente en mis rodillas.
—Hola, criaturita—me dijo de repente la voz de Martin, sobresaltándome.
Lo miré y enseguida mi ánimo se recuperó como si nunca hubiera estado triste. Le sonreí y él me tendió la mano para ayudar a levantarme del suelo. Una vez que estuvimos a la misma altura rodeo mi cintura con sus brazos y me apretó contra él. Empezó a besar mi cuello y yo me estremecí ante el cosquilleo eléctrico de su piel rosando la mía. Él rió y levantó el rostro para verme, a la vez que la punta de su nariz acariciaba la piel de mis labios, mi nariz, mis mejillas, hasta llegar a mi frente.
—Agonicé el domingo. Quería verte—susurró, besando mi frente.
—Exagerado—dije, levantando mi rostro para darle un beso tierno en los labios—. ¿Qué no te di una buena dosis el sábado?
—Jamás tendría suficiente—dijo acariciando mi rostro.
Sonreí y entrelacé sus dedos con los míos mientras nos sentábamos en la banca para esperar al autobús.
Lo miré mientras él no me veía. Estaba con los ojos cerrados y sonriendo, como si estuviera imaginando algo muy bueno.
—¿En qué estás pensando?—le pregunté.
Me miró, se sonrojó un poco y luego contestó.
—Sonaré como un engreído, pero ya quiero que todos se enteren de que eres mi novia—dijo apretando mi mano ligeramente—. Ya me lo estoy imaginando.
Me eché a reír y besé su mejilla, en ese momento llegó el autobús y nos sentamos juntos en la parte de atrás.
—¿Cómo fueron las cosas con Alex ayer?—me preguntó en el camino.
—Pues…—dije, algo reacia a contestar—. No se enojó conmigo, más bien se enojó contigo. Te llamó pervertido.
Se echó a reír.
—¿Y ya? ¿No pasó nada más?—me preguntó entre sorprendido y divertido.
Me mordí el labio. No quería mentirle, ni ocultarle cosas, así que…
—Me dijo que me amaba—dije con un suspiro.
—Ah… Está bien—dijo, sin perder su sonrisa.
Lo miré recelosa.
—¿No estás molesto?—pregunté sorprendida.
—Pues, al menos no contigo—dijo rodeando mis hombros con su brazo.
—¿Al menos no conmigo?—pregunté sin que me pasara desapercibido el “al menos”.
—Obviamente estoy un poco molesto con Alex, pero tú no tienes la culpa de volver locos a los chicos. Además, solo yo te tengo y te tendré siempre—dijo alzando barbilla con su mano e inclinándose hacia mí para besarme.
Comenzó como un beso tranquilo, pero pronto las intenciones cambiaron y sus labios se volvieron insistentes, apasionados contra los míos y mis manos empezaron a descender de su rostro a su abdomen.
—Alice, estamos en un lugar público—me recordó mientras tomaba mis manos cuando empecé a alzar su camisa.
—Cierto—dije rápido y dejé de besarlo. Miré a mi alrededor con el rabillo del ojo y vi cinco miradas fugaces que nos veían de reojo.
Me sonrojé y escondí mi rostro en el pecho de Martin.
—Que vergüenza—dije riendo estúpidamente.
Él rió conmigo y me abrazó todo el resto del camino, mientras jugaba con un mechón de mi cabello.

Llegamos y Martin tomó mi mano, casi como si quisiera que todos nos vieran juntos; probablemente así era.
Algunos chicos nos vieron con ceños fruncidos, otros con sorpresa, algunos incluso con decepción y tristeza. Cuando llegamos al salón nos sentamos juntos en nuestra mesa de siempre, pero en un solo lado de la mesa, en lugar de yo en la cabecera. Irving ya había llegado y nos vio demasiado juntos, así que puso cara rara.
—¿Pasó algo nuevo?—preguntó viendo nuestras manos.
Yo no le iba a responder, ya que por alguna razón estaba demasiado avergonzada.
—Adivina—dijo Martin.
—Prefiero no hacerlo, ya que si me equivoco podría ofender a alguien—dijo, mirándome con una pregunta en la cara.
—Seguramente no te equivocas—dijo Martin, mirándolo con irritación.
—Aún así preferiría no adivinar—decidió Irving.
Martin me miró un momento antes de responder. Tenía la cara totalmente animada y estaba conteniendo una sonrisa. Entorné los ojos como diciéndole “Ya dile” con la mirada. Él suspiro y llevó mi mano a su rostro para besarla antes de continuar.
—Alice es mi novia—dijo con orgullo.
Me imaginé que me daría bastante vergüenza, pero no se comparó para nada con lo que sentí en ese momento. Fue una mezcla de orgullo, con vergüenza, con ganas de morirme, con ganas de reírme como estúpida, con ganas de vomitar… Pero de todas las cosas que sentí que haría, lo que seguro sucedió es que mi cara se puso roja como un tomate.
Me tapé la cara con la mano que Martin no estaba tomando, tratando de esconder mi sonriente y avergonzado rostro.
Irving y Martin se echaron a reír, seguramente por mi reacción.
—¡Felicidades, hermano!—dijo Irving, demasiado fuerte para mi gusto, ya que todos nos miraron repentinamente.
—Gracias—dijo Martin soltando mi mano para pasar su brazo por mis hombros y pegarme a él.
—¿Felicidades por qué?—preguntó Carlos, que recién llegaba.
—Pues, nuestro amigo finalmente ha encontrado una novia de verdad—dijo Irving divertido.
Carlos abrió los ojos y la boca al mismo tiempo, claramente sorprendido. Yo tomé el ligero suéter que llevaba en la mochila—lo llevaba diario ya que el aire acondicionado de los salones me hacía tiritar—y me lo puse en la cabeza.
Mi reacción era bastante tonta, pero es que por alguna razón me daba un poco de vergüenza.
—¡Es Alice! ¡¿Verdad?!—gritó Carlos, casi como si leyera mis pensamientos y lo hiciera a propósito para hacer que mi rostro se pusiera como luces de neón.
—¿Qué?—dijo repentinamente la voz de Greta. Yo no los vi en ningún momento ya que tenía la cabeza cubierta por el suéter.
Por favor, que entre el profesor. Por favor, por favor, por favor…
Para mi mala suerte, la conversación seguía animadamente sin mí, ya que yo estaba escondida debajo del suéter.
—¡Alice!—se quejó la voz de Greta—¡Lo tenías bien escondido!
Solo negué con la cabeza sin salir del suéter. Todos se echaron a reír.
¿Qué es tan gracioso?
Deseé desesperadamente poder usar el poder aterrador de mi mirada, pero no podría, al menos no en circunstancias tan vergonzosas.
Necesitaba calmarme un poco para al menos salir del suéter, así que respiré hondo, tratando de tranquilizarme. Lentamente asomé mi cara y me percaté de todos mirándome, pero solo lo noté de reojo, ya que solo podía ver la cara de Martin, que me miraba tan sonriente como un pequeño niño viendo caricaturas.
Sonreí tímidamente y todos hicieron un típico “aw”.
Me sonrojé de nuevo y vi al resto de las personas que se habían acumulado alrededor de nuestra mesa. Se habían multiplicado en el tiempo en que me “escondí”. Estaban a nuestro alrededor Austin, Hana y Nat, además de los ya mencionados antes.
No dijeron nada, así que tragué saliva y suavemente dije:
—¿Hola?
Volvieron a reír.  ¡¿Por qué se reían?! ¡¿Qué a caso no veían mi vergüenza?!
—¿Así que ya son novios?—preguntó Nat, con una sonrisa alentadora.
—Sip—dije bajando la vista.
—Solo era cuestión de tiempo—dijo Hana encogiéndose de hombros restándole importancia, lo cuál agradecí.
Me encogí de hombros también y al fin entró el profesor Hurley.
Siempre puntual pero hoy llega tarde… pensé con irritación.
El profesor nos saludó y la clase al fin empezó…

Durante el transcurso de toda la mañana Martin y yo estuvimos siendo acosados por nuestros compañeros, con preguntas de cómo empezó todo. A mí me disgustaba tanta atención, pero Martin se veía muy feliz con todas las preguntas que se referían a mí.
Finalmente llegó el receso, el momento más temido del día, pero ya no más por las antiguas razones… bueno, un poco quizá, pero al menos ya no en su mayoría.
Ahora estaba asustada por las reacciones. La reacción de Alex cuando viera y sintiera lo que yo sentí cuando lo veía con Helen en los recesos. La reacción de Martin ante la reacción de Alex. La reacción de Helen ante la reacción de Alex y Martin. Mi reacción ante la reacción de Alex, Martin y Helen. Y… Austin solo estaría ahí, supongo…
Me empezaba a doler la cabeza mientras caminaba a nuestro “punto de encuentro” con mi mano izquierda entrelazada con la de Martin y con Austin caminando con nosotros, casi como siempre.
Llegamos… Alex y Helen ya estaban ahí, pero noté algo muy distinto en la atmósfera de tensión que siempre nos envolvía hasta que Austin empezaba a hablar.
—Hola, Alex—dijo Martin con ligera rudeza y abrazando mi cintura, casi como si quisiera hacer muy obvia nuestra ya más que obvia cercanía.
Alex asintió, sin sorprenderse en lo más mínimo, muy distinto de Helen, quien frunció el ceño, confundida y nos miró con sospecha.
—¿Me perdí de algo?—preguntó abiertamente.
—Martin y Alice tienen una gran noticia—le contestó Austin algo más serio de lo normal.
—Y esa noticia… ¿es?—preguntó Helen levantando una ceja.
—Martin es mi novio—dije yo, sonrojándome; aún no podía dejar de hacerlo a pesar de ya las muchas veces que lo había dicho en el día.
Ella abrió los ojos con sorpresa, aunque no sabría decir si el gesto era fingido o auténtico.
—Vaya sorpresa…—dijo ella con la voz aguda.
—Yo ya lo sabía—dijo Alex de repente—. Alice me telefoneó emocionadísima el sábado para decirme.
Me ruboricé y lo miré enojada. Si iba a decir una mentira ¿no podría haber sido al menos una no tan vergonzosa?
—No estaba emocionadísima—le dije, mirándolo con ojos entrecerrado—. Estaba normal.
Me miró con ojos divertidos. Le gustaba hacerme enojar.
—Definitivamente estabas emocionada, no cabe la menor duda. Lo primero que dijiste fue “¡Tengo buenas noticias!”, cuando cogí el teléfono.
Rechiné los dientes y suspiré mientras comía.
—El que definitivamente estaba emocionado era yo—dijo Martin, repentinamente avergonzado, pero tratando de quitarme la irritación que había causado Alex—. No quise hacer nada más que besarla en cuanto me dijo que si quería ser mi novia.
Le sonreí y recargué mi cabeza en su hombro. Todo lo que estábamos haciendo era mentir en frente de todos los demás. Parecía que teníamos un verdadero secreto, ya que si no era como fue que Martin y yo empezamos a salir, eran los sentimientos de Alex por mí.
—Te quiero—le susurré en el oído.
Con el rabillo del ojo vi como Alex ponía la expresión que miles de veces puse yo cuando él le hacía alguna caricia a Helen. Me sentí mal, porque yo sabía perfectamente lo que él estaba sintiendo en ese momento. Suspiré y le di un pequeño beso a Martin en su mejilla, luego me senté correctamente otra vez, pero con el brazo de Martin alrededor de mis hombros.
Seguimos comiendo, repentinamente en un silencio muy poco común, ya que estábamos en presencia de Austin, lo que por lo general habría hecho de nuestro pequeño grupo para comer una explosión de risas y pláticas.
Me resigné a tratar de acostumbrarme a que así sería la actitud de Austin, ya que seguramente estaba algo celoso. En ese momento llegó el típico grupo ocasional de chicos o chicas que probaban suerte con nosotros en los recesos. Por primera vez en todo el tiempo que había estado en preparatoria, agradecí a ese grupito que ahuyentó el silencio incómodo y devolvió a la normalidad nuestra hora del almuerzo. Un poco más tranquila, me recosté en las piernas de Martin y cerré los ojos.
Él acarició mi mejilla y por un momento olvidé donde estábamos. Me tomó de la cintura y me levantó para acercarme hacía él. Sus labios tocaron los míos levemente, solo rozándolos, pero pronto quise más, y mis brazos subieron a su cuello y lo acercaron mientras lo besaba con más intensidad, mucha más intensidad.
Alguien carraspeó mientras él pasaba las manos por mi espalda, acariciándome. ¡Estábamos en la escuela! ¡Dios! Me quedé helada durante cinco segundos y después me alejé de él para ver a mí alrededor.
El pequeño grupo que estaba a nuestro alrededor, desayunando con nosotros, nos miraba con diferentes expresiones. Algunos emocionados, otros sorprendidos y otros enojados.
—Ups…—dije poniendo cara de vergüenza—Creo que… me dejé llevar.
—Pues sí… Ejem… Como les iba diciendo…—dijo una chica tratando de dejar pasar el momento.
Le di la espalda al grupo y miré a Martin, mientras contenía una risita nerviosa. Él también parecía estar conteniendo una sonrisa. Recargué mi cabeza en su hombro.
—Al parecer también para ti es difícil contenerte—me dijo en el oído, soltando su aliento en mi cuello, haciendo que me recorriera la espalda un escalofrío.
—Es que eres irresistible—susurré, con una risita.
—Lo sé—dijo con tono presumido—. Las chicas simplemente no pueden resistirme, pero hay solo una chica que causa la misma reacción en mí.
Acarició el dorso de mi mano y camino con sus dedos hasta llegar a mi hombro, dejando al paso de su mano un camino de piel erizada.
—Hay que procurar al menos no hacer demostraciones de amor en público, ya que es algo vergonzoso—le dije, negando con la cabeza, tratando de ignorar las sensaciones que me provocaba Martin con cada roce.
—No en público. Hm… Entonces ¿quieres ir mi casa hoy después de la escuela?
Me eché a reír.
—Solo porque me estoy muriendo de ganas de tenerte solito para mí—dije entrelazando sus dedos con los míos.
—Te amo—dijo besando mis labios, pero sin dejarlos pegados a los míos para no perder nuestro pobre autocontrol.
—Te quiero—le respondí.

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