miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo 5.- Es increíble como algunas partes de mí cambian de opinión...

El sonido de mi alarma me despertó a las seis de la mañana. Me levante y fui al cuarto de mi madre. Ella estaba acostada aún con la ropa con la que había salido ayer a las seis. Me acerqué y la tapé con la cobija. Activé su alarma para que la despertara a las ocho porque a las nueve tenía que estar en la escuela donde trabajaba.
Fui al baño y me lavé los dientes y la cara, luego volví al cuarto de mamá y busqué algo de ropa. Él día era soleado y caluroso, así que elegí una blusa color amarillo y sin mangas y una mini falda de mezclilla. La mini falda no me quedaba muy corta así que decidí que no necesitaba mallas—solo me puse un blúmer—, además serviría para broncearme un poco, ya que últimamente estaba muy pálida para vivir en Orlando.
Me di una última mirada en el espejo, todo estaba bien a excepción de mi cabello que como siempre estaba hecho una maraña. Al menos había intentado cepillarlo.
Salí de la casa escuchando mi iPod y con la chamarra de Alex en el brazo. Estaba recordando como actuaría con Martin, en el plan que había formulado escuchando a las dos vocecitas de mi cabeza.
Actúa normal, pero deja todo claro. Actúa normal, pero deja todo claro… me repetía a mi misma constantemente. No es que fuera muy aprensiva, pero trataba de apegarme a mi plan, ya que la mayoría del tiempo me pasaba que, hacía los planes y en el momento de llevarlos a cabo me dejaba llevar por la emoción de la situación y terminaba, o improvisando, o modificando absolutamente todo mi plan.
Llegué a la parada del autobús y, como casi toda la semana anterior, Martin ya me esperaba; tenía expresión preocupada y de culpa. No pude evitar rechinar los dientes al verlo.
Al menos se nota que se arrepiente.
Cerré los ojos un momento, respiré hondo y traté de relajarme. Después lo miré. Tenia los ojos fijos en mí,  pero no en mi cara, si no de mi cuello para abajo y estaba con la boca abierta.
Lo miré confundida y después recordé la ropa que me había puesto hoy y que Martin jamás me había visto con ropa así porque la semana pasada no hubo tanto calor.
Lo miré entrecerrando los ojos muy enojada.
—Eres un idiota—le dije secamente y me paré a dos metros de lejanía de él.
—Alice ¿sigues enojada?—me preguntó mientras se acercaba a mí.
—No, para nada—le dije con sarcasmo y mirándolo con toda la fiereza que pude reflejar. Se intimidó un poco ante mi mirada y eso no me sorprendió porque ya sabía que mis ojos pueden llegar a ser bastante aterradores si me lo propongo.
—Si es por lo del… beso, te prometo que no lo volveré a hacer nunca sin tu permiso—me dijo con solemnidad.
—Estaba pensando en perdonarte respecto a eso, hasta que llegué y me miraste como cerdo—le dije desviando la mirada.
Soltó una risita y lo miré a los ojos otra vez con todo el poder aterrador de mi mirada.
Sus risitas pararon en seco.
—¿Por qué tanta risa?—le pregunté retadora.
—Pues, porque dijiste que pensabas perdonarme hasta que te miré como cerdo—me dijo con una nota irónica en la voz—, pero si eso te molestó solo espera a llegar a la escuela. Traes locos a todos los chicos y te pones algo así…—señaló mi ropa con un movimiento de la mano—Debes admitir que para todos nosotros, es un regalo para la vista—alzó las cejas como con reverencia.
Resoplé y me toqué las sienes, tratando de no estar tan iracunda, ya que yo solía ser impulsiva y era probable que lo golpeara si no me tranquilizaba.
—Bueno—continuó—. ¿Podrías perdonarme respecto al beso y respecto a mirarte como cerdo?—me preguntó con voz suplicante.
¡Recuerda el plan!
—Esta bien—dije—, pero procura no volver a cometer ese tipo de errores conmigo ¿sí?
—Lo intentaré respecto a mirarte así, porque, en serio, es muy difícil contenerse—dijo echándome una última mirada de la cabeza a los pies.
Suspiré. Después de todo solo era un chico, no podía pedirle tanto.
Cuando abordamos el autobús se sentó conmigo.
—Por cierto—me recordó—, lo que te dije de la escuela es totalmente cierto.
—Ciertamente no lo creo—le dije con tono burlón.
—No lo creas—me dijo sonriendo solo con un lado de la boca.
Nos quedamos callados, él mirándome y yo, cohibida, mirando la ventana.
—Algo que no sabía de ti es lo aterradora que puede ser tu mirada—me dijo repentinamente.
Lo miré y sonreí.
—Es mi don—le dije guiñándole un ojo—. Eso es porque mis ojos son muy oscuros y son aterradores si así lo quiero. Pero también pueden ser muy dulces—entonces empleé el poder de mi mirada, pero a la inversa y lo miré como yo sabía que me veía muy tierna con solo cambiar lo que quería mostrar.
Él se quedó atrapado por mis ojos hasta que lo liberé.
—¿Lo ves?—le dije sonriendo con todas mis ganas. La verdad, eso era algo de lo que me enorgullecía.
Me miró asombrado y asintió.
Cuando llegamos a la escuela maldije a Martin, no porque hubiera hecho algo malo, si no porque había tenido razón en cuanto a todo lo que me dijo.
A excepción de los profesores y personal de mantenimiento, todos los hombres de la escuela que estaban a un radio de veinte metros cuadrados voltearon a verme y se quedaron con la boca abierta. A unos incluso se les cayó la baba.
Yo me ruboricé, pero a pesar de todo mantuve la mirada lo más aterradora que los nervios me permitieron. Bajo presión no era muy buena invirtiéndole fuerza, por eso al inicio de las clases no fui capaz de mirarlos a todos de la manera en que miré a Martin esa mañana.
A pesar de los nervios, mi mirada tuvo algo de efecto en algunos chicos, que no volvieron a mirarme.
Y lo peor fue que no solo los chicos se me quedaron viendo, si no que además gran parte de las chicas me veían como si fuera una basura.
¿Cómo había cambiado todo tan drásticamente de la secundaria a la preparatoria?
Antes los chicos no me miraban de esa manera a pesar de que usara minifaldas y a otras chicas sí.
Me dio envidia cuando vi pasar a una chica usando una minifalda idéntica a la mía y solo con unos cuantos chicos que se le quedaron viendo.
¿Por qué no la ven a ella?
Suspiré. No era mi día de suerte.
Y el día no hacía más que empeorar. Cuando llegamos al salón de historia no solo me vieron si no que empezaron a chiflar. En ese momento si me enojé muchísimo y los miré a todos gran furia. Se quedaron callados.
Me dirigí a mi asiento junto con Martin.
—Sorprendente—me dijo mientras miraba a todos los chicos que aún me veían, aún como idiotas, pero con muchísimo más respeto que cuando entré y sin proferir ni un solo sonido más que para platicar entre si.
Sonreí satisfecha.
Al menos ya no volvería a pasarme algo así mientras estuviera en esa escuela, porque ya les había dado una lección.
—Alice, guau…—dijo Carlos examinando mi vestimenta.
—Gracias, supongo—le dije con sequedad.
—Alice ¿Cómo se te ocurre venir así a la escuela sabiendo que tienes tantos admiradores?—me dijo Nat, regañándome con tono amistoso mientras se acercaba a la mesa donde me sentaba en compañía de Greta y Hana.
Alcé una ceja.
—¿Tengo admiradores?—le pregunté.
—Por favor—dijo Greta mirando al cielo y haciendo un gesto con las manos como si estuviera rogando—¿qué vamos a hacer con esta chica?
—Alice, no se si no lo hayas notado—dijo Hana con tono entre celoso y amistoso—, pero traes a más de media escuela a tus pies. En lo que a chicos respecta, por supuesto.
—Que mal—dije con voz triste y desganada.
Me sentía realmente mal, más que nada porque estaba sucediendo exactamente lo que no quería y porque eso me iba a impedir tener más amigas que amigos.
—Tampoco te pongas así—me dijo Nat, notando que realmente me sentía mal.
—No, estoy bien—dije con una sonrisa—. Es solo que me gustaría que fuera distinto.
—Sea como sea, tienes que decirme cuál es tu dieta—me dijo Greta repentinamente.
—¿Mi dieta?—le pregunté frunciendo el ceño, confundida.
—No me vas a decir que ese cuerpazo lo tienes sin hacer ningún esfuerzo ¿o sí?—dijo Hana entrometiéndose en la plática.
—¿Cuerpazo?—dije abriendo los ojos de golpe y alzando la voz por la sorpresa. Luego me eché a reír.
Ellas me miraron con cara de “perdió la cabeza”.
—¿Qué es tan gracioso?—dijo Hana, repentinamente ansiosa.
—Pues eso—dije sin poder dejar de reír.
—¿Qué cosa?—dijo Greta, contagiándose ligeramente de mi risa.
Traté de calmarme para poder explicarles.
—Que Hana acaba de decir que tengo un cuerpazo—le dije respirando profundo para no volver a tener un ataque de risa.
—Pero sí lo tienes—dijo Nat, alzando una ceja.
—Por favor, sean realistas, estoy plana—dije señalando mi pecho casi plano.
Entonces fueron ellas las que se echaron a reír y yo no me pude contener, así que me eché a reír con ellas.
—Alice, pero si estas muy bien—dijo Greta después de que nos tranquilizáramos.
—Bah…—dije tomando mis brazos por detrás de mi cabeza y bostezando.
—Supongo que eso significa que no tienes dieta—dijo Greta decepcionada.
—No, lo siento—le dije frunciendo la boca.
—¿Y tampoco haces ejercicio?—preguntó Nat.
—Me gusta salir a correr de vez en cuando para liberar mi exceso de energía—dije encogiéndome de hombros—. ¿Eso cuenta?
—¿Qué tan seguido?—preguntó pensativa.
—Una vez cada dos semanas aproximadamente—le respondí.
—Hm… no realmente—dijo respondiendo a mi pregunta anterior.
Llegó el profesor y todos volvieron a sus asientos.
Al fin el receso y Alex, Martin, la zorra y yo nos sentamos juntos, como siempre.
—Te traje tu chamarra—le dije a Alex entregándole su chamarra mientras me sentaba en el pasto.
—Ah, gracias—me dijo mientras la tomaba de mi mano.
Se nos había hecho costumbre sentarnos de cierta manera: yo y la zorra de frente, Martin a mi izquierda y Alex a mi derecha.
Me senté muy cerca de Martin, siguiendo el plan de los celos. En Alex parecía tener el mismo golpe todos los días y eso me encantaba, aunque tenía la desventaja de que estaba tan pendiente de mí, que no notaba cada vez que Helen se le insinuaba a Martin.
Martin, en cambio, parecía indiferente respecto a este detalle. Supuse que porque estaba muy acostumbrado a que las chicas le coquetearan.
Platicamos un poco de lo que habíamos hecho el domingo y sobre las tareas. Luego llegaron un grupo de chicas y se sentaron a coquetear con Martin y Alex. Esto pasaba todos los descansos desde que nos sentábamos juntos.
A veces eran un par de chicos que coqueteaban conmigo y con la zorra y otras veces chicas que coqueteaban con Alex y Martin. Pero todos los recesos, alguien diferente se sentaba con nosotros. Me imaginé que después de unos meses las personas se empezarían a repetir.
Y fiel a mi costumbre, como siempre después de terminar la comida que había comprado, me acostaba recargando mi cabeza sobre las piernas de Martin. No podía evitar sonreír siempre que Alex resoplaba o rechinaba los dientes.
Cuando terminó el receso, Martin y yo regresamos a clases.
—Buenos días, chicos—dijo la profesora Conner al entrar al salón.
—Buenos días—contestaron todos en coro, automáticamente.
—Hoy vengo con una noticia sobre un proyecto—dijo la profesora mientras dejaba sus cosas en el escritorio.
En seguida, ante la mención de algo que indicara trabajo, la reacción del grupo fue de automáticos “ahs” y “bus” decepcionados.
—Tranquilos, no es para este momento, si no para el próximo lunes—dijo la profesora poniendo los ojos en blanco—. El proyecto se llama “Arma tu propia clase” y cosiste en planear, en equipos, una clase de inglés con los temas que vienen de la página veinticuatro a la página treinta y seis.
En seguida la atmosfera se cargó de emoción después de la mención de que el proyecto sería en equipos.
—Ahora—prosiguió la profesora—, los equipos son de grupos de tres. En este momento quiero que se levanten de sus lugares y elijan a sus compañeros.
En seguida absolutamente todos los chicos y chicas del salón se levantaron de sus lugares como animales y empezaron a elegir sus equipos.
Una fila de ocho chicos se peleó por llegar a mi lugar mientras gritaban “Alice ¿quieres ser mi compañera de equipo?”.
La profesora chifló para llamar la atención del grupo.
—Por favor, en orden—dijo mientras se acercaba al grupo de chicos que querían formar equipo conmigo. Yo solo los miraba atónita—Haber… ¿qué está pasando aquí?
—Profesora, yo quiero ser el equipo de Alice—dijo en seguida Martin, antes que cualquiera pudiera hablar.
—¡No, yo!—gritó otro chico.
Después todos empezaron a gritarle a la profesora.
—¡Silencio, chicos!—tuvo que gritar ella.
Todos volvieron a callarse.
—Mejor dejemos que Alice elija a sus compañeros de equipo ¿sí?—sugirió la profesora, alzando las cejas—Señorita Alice ¿sería por favor tan amable de pasar al frente y escoger a sus compañeros de equipo?
Hice una mueca de sufrimiento. ¿Por qué a mí?
Me levanté de mi lugar y me paré en frente de todo el salón. Me di la vuelta y miré a todos los chicos que llamaban mi atención con sus manos y se señalaban para que los eligiera.
—Hm… ¿Nat?—pregunté insegura.
—Lo siento, Alice. Ya hice equipo con Greta y Hana—dijo Nat con gesto de disculpa.
Suspiré y proseguí.
—Hm… ¿Alguna chica que quiera hacer equipo conmigo?—pregunté con voz temblorosa y jugando con mis manos por el nerviosismo.
Nadie levantó la mano. Al parecer los equipos de chicas ya se habían formado.
—Bueno ¿alguien quiere hacer equipo conmigo?—pregunté de forma estúpida.
Todos los chicos levantaron las manos y dijeron “¡yo!”.
Los miré a todos. Tragué saliva y elegí.
—¿Martin?—pregunté.
—¡Sí!—gritó él.
—Señor Martin, pase al frente por favor—dijo la profesora.
Él se levantó de su asiento con una sonrisa triunfal y se dirigió al frente del salón para pararse justo a mi lado izquierdo. Todos los chicos lo miraron entrecerrando los ojos.
—Solo una persona más—me animó la profesora. Al parecer comprendía como me sentía.
Todos los chicos  juntaron las manos a modo de súplica y me hicieron señas para que los eligiera. Miré a Martin.
—Dejaré a Martin elegir por mí—le dije a la profesora.
—¡No!—dijeron los chicos a coro.
La profesora solo asintió.
Martin los miró a todos con una sonrisa de suficiencia.
—Elegiré a… Austin.
El nombre me sonaba por alguna razón que no recordaba en ese momento.
—¡Sí!—gritó el aludido, todos los demás hicieron sonidos de decepción y buscaron otros equipos.
Austin se acercó a nosotros, era un poco más bajito que Martin y mucho más alto que yo, cabello castaño claro parecido al mío, tez clara y ojos azules. Sus ojos eran muy bonitos, y era muy guapo, pero no tanto como Martin o Alex.
—Hola, compañera—me saludó con entusiasmo y seguridad.
—Hola—lo saludé asintiendo. En ese momento sonó la campana.
—Atención, chicos. Llévense sus libros y quiero que se reúnan en sus casas. El proyecto se entrega el próximo lunes ¿de acuerdo?—dijo la profesora mientras recogía su escritorio.
—Sí—dijeron los estudiantes.
Fui por mis cosas a mi lugar y mis dos compañeros me siguieron, como perritos falderos.
—Así que… ¿qué día nos vamos a reunir y donde?—pregunté.
—Mi casa es muy grande—dijo Martin—y seguro a mis padres no les importará. Además vives muy cerca—me señaló.
—¿Qué día?—preguntó Austin.
—¿El viernes les parece bien?—preguntó Martin.
—Por mi no hay problema—dije, después miramos a Austin.
—Está bien—dijo Austin con una sonrisa—. Es una cita.
—Entonces a las cinco—concluyó Martin.
—Hm… ¿les parece bien si es a las seis?—preguntó Austin—Es que de cuatro a cinco y media tengo práctica de fútbol.
—Perfecto. Alice y yo te esperaremos.
Asentí. De repente recordé porque el nombre de Austin me sonaba. Era el chico que durante clases le había mandado la nota a Martin preguntando si yo estaba disponible.
—OK. Nos vemos entonces—dijo Austin y se despidió moviendo la mano mientras salía del salón.
—¿Por qué elegiste a Austin si sabes que le gusto?—le reclamé, una vez que nos quedamos solos.
—Pues porque no tiene intenciones de rendirse y al parecer estaba haciendo planes para acercarse a ti, así que decidí tomar cartas en el asunto para mostrarle de una vez que eres mía—dijo sonriendo con inocencia.
Lo miré alzando una ceja.
—¿Tuya?
—Una forma de decir que no tengo intenciones de compartirte.
—Aún así, no entiendo como piensas mostrarle que soy “tuya”—dije enmarcando la palabra con un movimiento de dedos.
—Yo tampoco, pero algo se me ocurrirá—dijo pensativo.
La semana siguió sin más novedades que la del proyecto en equipo, además de que Martin empezaba a gustarme un poco más.
Aparte de las novedades, después del lunes Austin se empezó a sentar con nosotros—Alex, Martin, Helen y yo—durante los recesos.
Al principio pensamos que solo era de esos que venían un día a probar suerte con Helen y conmigo, pero el miércoles regresó, así que simplemente lo dejamos estar con nosotros porque no era desagradable. Al contrario, su presencia era amena y nos divertíamos, además de que coqueteaba demasiado conmigo y eso le agregaba un punto inesperado a mi favor al plan de los celos de Alex.
Pero también había un punto desagradable y este era que Martin me gustaba. Era por su forma de actuar y hay que admitir que su físico le ayudaba bastante. Pero más que nada, era muy tierno. Aunque no me dejaba engañar por los halagos, él parecía tan sincero cuando me decía que me quería y ese tipo de cosas que simplemente no podía evitar que me gustara, aunque fuera solo un poco
Finalmente llego el viernes.
—Paso por ti a las cinco para llevarte a mi casa—me dijo Martin antes de que bajara del autobús.
—Sip.
Entré a mi casa y saludé a mi madre, conversamos mientras comíamos y le hablé del plan que tenía para la tarde.
—Mamá, por cierto, encargaron un proyecto en equipo para una clase, así que a las cinco viene un compañero por mi para ir a su casa a hacer el trabajo ¿si?
—¿Cómo se llama tu compañero?—me preguntó.
—Martin Hogan.
—Hm… ¿Y donde vive?
—A dos cuadras de aquí, solo que no se exactamente donde. Por eso viene por mí.
—Está bien. Diviértanse trabajando.
—Ja-ja, claro—le dije con sarcasmo y sonriendo.
Ella rió quedito y se levantó de la mesa para lavar sus platos.
Después de eso me cambié la ropa que había llevado a la escuela por una blusa negra de manga larga—que me ajuste para que me quedara a la altura de los codos—y unos pantalones entubados de color azul claro. Además, decidí usar las zapatillas negras, ya que, si había practicado tanto, mínimo iba a aprovecharlo.
Me acosté en el sillón de la sala, con mi mochila del colegio en el suelo por si Martin llegaba pronto, como lo había hecho el sábado.
—Ya me voy, Al—me dijo mi mamá después de un rato y se acercó para besar mi mejilla.
—OK. Nos vemos en la noche—le dije.
—Sí, adiós.
Cuando abrió la puerta para salir se encontró con Martin, quien estaba a punto de tocar.
—Ah, tú debes de ser Martin—le dijo mi madre.
—Si, mucho gusto señora. Usted debe de  ser la señora Miller ¿no?—le preguntó él con tono educado y extendiendo la mano.
—Dime Rebeca—dijo mamá, tomando su mano—. Bueno, nos vemos luego, porque voy tarde al trabajo.
—Ah, claro—dijo Martin haciéndose a un lado.
—¡Adiós, Martin! ¡Adiós, Al!—gritó mí mamá mientras se metía a su carro y se iba.
Tomé mi mochila del suelo y salí de la casa con Martin.
—¿Lista para conocer mi casa?—me preguntó entusiasmado.
—Sip—le dije—. ¿Estarán tus padres?
—No—me respondió con aún más emoción—. Mi padre tiene una fiesta de su trabajo, así que mamá fue con él. Tenemos la casa para nosotros dos solos… y Austin, cuando llegue. Algunas personas trabajan ahí, pero estoy seguro de que no nos molestarán.
Repentinamente me sentí nerviosa. ¿Estaría sola con Martin en su casa?
Tranquilízate, él prometió que no volvería a hacer cosas estúpidas contigo… me dijo la voz de la sensatez en mi cabeza.
Nada que tú no le permitieras… contraatacó la voz loca.
Me tenían confundida discutiendo en mi cabeza.
Por una parte, yo amaba a Alex pero por otro lado, Martin me gustaba y estaríamos solos…
Malditas hormonas… pensé con nerviosismo.
—Esta es mi casa—me dijo Martin, sacándome de mi discusión interna y señalando con su mano una enorme mansión.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Esta es tu casa?—le pregunté.
—Sip—dijo sonriéndome.
—Wow…
Se rió.
—Vamos—me dijo mientras tomaba mi mano.
Sentí el calor de su mano desde la punta de mis pies hasta la punta de mis cabellos alborotados.
Abrió la puerta metálica del portón plateado y lo primero que vi fue la fila de carros lujosos que estaban estacionados adentro. Eran cinco, sin contar el auto de Martin. Detrás de los carros había un sendero de adoquines que era muy ancho y largo, por el cual se llegaba hasta la mansión, que era la construcción enorme que había hasta el final del sendero. Además había mucho más jardín hacía los lados, parecía no tener fin.
Me sorprendí, pero no dije nada. La emoción me embargaba demasiado y hacía temblar mi estomago.
¡No! Amas a Alex, recuerda… me repetía la voz sensata al sentir el temblor en mi estomago.
Pero Alex está con una zorra… insistió la voz loca.
Pero la va a dejar pronto, el plan de los celos esta dando resultado.
Pues mientras la deja, hay que divertirnos…
No sabía que hacer. Estaba literalmente perdida.
No iba a hacer una tontería muy grande, a lo más que llegaría serían un par de besos, de eso estaba segura, pero aún estaba Alex y por mucho que me gustara Martin, yo lo amaba.
Pero también puedes llegar a amar a Martin, me dijo la voz loca.
Cállense, pensé hacía las dos voces de mi cabeza.
Llegamos a las enormes puertas dobles de la entrada, que eran de madera con un arreglo de vidrio en los centros. Entonces vi el enorme lugar. Era hermoso…
—Esta es la sala—dijo Martin, mientras me jalaba para que me sentara con él en el sillón doble de la sala. Era suave y de cuero negro.
—Tu casa es muy bonita—le dije a Martin, nerviosa.
—No tan bonita como tú…—me dijo mirándome directamente a los ojos.
—Martin, no…—“no empieces”, le iba a decir, pero me interrumpió.
—Sh…—me dijo poniendo la mano sobre mi boca—Alice, se que te prometí que no volvería a hacer ninguna tontería contigo, pero…
—¿Pero?—le pregunté quitando su mano de mi boca.
—Pero tengo muchas ganas de besarte—musitó.
Yo no pude moverme. No sabía que hacer, no tenía experiencia. Mi historial de novios marcaba cero y él empezaba a acercarse.
Tocó mi mano y empezó a subir por mi brazo hacía mi hombro, luego a mi cuello y finalmente hasta mi cabeza, donde sus dedos se enredaron con suavidad en mi enmarañado cabello.
Se acercó hasta que su aliento rozó mis labios y yo seguía en estado de shock.
—¿Puedo besarte?—preguntó en un susurro.
—No lo sé—le respondí con voz baja y temblorosa.
—Di que sí…—dijo mientras su nariz rosaba la mía.
Tragué saliva.
—¿Sí?—le dije con suave nerviosismo.
Entonces terminó de acercarse y sus labios tocaron los míos levemente. Su boca entreabrió la mía, solo un poco. La mano que tenía libre tocó mi espalda baja y me acercó hacía él.
Sus labios poco a poco cobraron insistencia contra los míos y la voluntad de la voz sensata en mi cabeza se desvaneció repentinamente.
Mis manos subieron desde su cintura, pasaron por su pecho y llegaron a su cuello con urgencia, donde se enroscaron. Lo apreté más contra mí. Cada parte de mi cuerpo que tocaba el suyo sentía un cosquilleo eléctrico.
Su boca se deslizó hacía abajo y besó mi cuello, lo que hizo que me estremeciera. Volvió a subir a mi boca y su lengua tocó mi labio inferior con suavidad.
En toda mi vida hasta ese momento no había vivido algo tan placentero.
Detente… ordenó la voz sensata cuando mis labios se deslizaron por su cuello y me apretó incluso más contra él, abrazando mi cintura. Quería que estuviera más cerca. Nuestras bocas volvieron a encontrarse y nos devoramos él uno al otro, más que besarnos.
No quiero, le respondí.
Lo jalé sobre mí para acostarnos en el sofá. Él iba de mi cuello hasta mi boca, casi frenéticamente, mientras yo bajaba las manos de su cuello hasta detrás de su espalda y lo apretaba más y más contra mí. Mordí su labio y él volvió a besarme. Mi corazón volaba al igual que nuestras respiraciones. Pasó uno de sus brazos por debajo de mi pierna, para ponerla alrededor de su cintura y su otra mano seguía en mi cabello, apretando mi rostro contra el suyo mientras me besaba. Susurró mi nombre en mi oreja y luego me besó de nuevo.
Saboreé su cuello y sus labios y le envolví la cintura con la pierna que él no estaba tocando. Subí mis manos a su cabello y lo besé con más intensidad, a la cual él respondió.
¿Y Alex?
A la mención de su nombre me detuve en seco.
—Alex—susurré entre sus labios, con voz ronca y jadeando.
Él se detuvo para mirar mis ojos.
—Olvídalo—susurró contra mis labios lentamente, acariciándolos con los suyos mientras hablaba—. Él se lo pierde.
Solté un aliento tembloroso. Era difícil concentrarse con el calor de su cuerpo sobre el mío. Lo deseaba tanto… 
—No puedo olvidarlo. Lo amo—le respondí con la respiración, más que con la voz.
Lo empujé para poder sentarme. Pero antes de que pudiera quitármelo de encima totalmente, me besó una vez más.
Le devolví el beso, pero después me concentré y lo empujé para poner en claro mis prioridades.
Suspiró.
—Alice—susurró mi nombre, suplicante, besando mi cuello con insistencia.
—No, Martin—le dije apartándome.
Me paré del lugar en donde estaba y me senté en el sofá individual que estaba a la derecha.
Él dejó caer la mano que tenía en mi cabello sobre el sofá cuando me retiré. Me miró serió un momento y después sonrió.
—Besas muy bien…—me dijo con voz lujuriosa.
—Tú no lo haces nada mal—le dije sonriendo también.
—¿Podremos repetirlo?—me preguntó inseguro.
—No lo creo—le respondí torciendo la boca.
Me miró con tristeza.
—Alice, yo te amo…
Sentí mariposas cuando dijo esto. Ningún chico en toda mi vida me había dicho jamás que me amaba.
En ese momento sonó el timbre. Debía de ser Austin, así que alisamos nuestras ropas y nos dirigimos hacía la puerta. Parecía mentira que habíamos estado besándonos en el sofá cuando Austin entró en la casa y llenó la sala con su jubilosa voz.
—Bien, a trabajar…—dije cuando nos sentamos en el suelo de la sala.
Terminamos de preparar todo el proyecto, gracias a que durante la semana yo había preparado poco a poco la clase, cada vez que terminaba de hacer la tarea.
A las ocho ya no teníamos nada más que hacer.
—Bueno, entonces nos vemos el lunes ¿sí?—dijo Austin en la puerta cuando estaba a punto de irse.
—Claro. Apréndete tu parte de la exposición ¿OK?—le recordé.
—Sí, Al—me dijo mientras se despedía de mi con un beso en la mejilla—. Bueno, hasta pronto.
—Adiós—dijimos Martin y yo, a la vez que Martin cerraba la puerta.
—Al fin, solos—dijo él mientras se acercaba a mí lentamente.
—Martin, por favor—le dije desviando la mirada.
—No Alice, por favor tú—me dijo mientras me abrazaba por la cintura y me pegaba a él. Acercó su rostro al mío con intención de besarme.
—¿O sea que cometí un error?—le pregunté cuando sus labios estaban a punto de tocar los míos. Se detuvo.
—¿Un error?—preguntó confundido.
—Sí. ¿Cometí un error al besarte?
Se alejó para ver mi rostro.
—¿De qué hablas?
—Pues, de que si te vas a poner así cada vez que estemos solos, solo porque nos besamos, entonces cometí un error.
Se acercó y me besó lentamente. No pude evitar devolverle el beso. La sensación era muy placentera…
—¿Por qué tendría que ser esto un error?—me preguntó con sus brazos al rededor de mi cintura y con su frente pegada a la mía.
—Porque yo amo a Alex y si al final él rompe con Helen y me pide ser su novia, eso te dejaría muy mal a ti—le dije, tocando su rostro con mi mano.
—Ese es mi problema ¿no?—me dijo mientras ladeaba el rostro para besar la palma de mi mano.
Exacto, ese es su problema… me dijo la loca voz.
¿Y tú que dices? Le pregunté a la sensata.
Yo no se nada. Ahí arréglense ustedes… dijo enojada.
Ya que no tenía ningún otro consejo y el deseo era muy grande decidí aceptar.
—Está bien, pero es bajo tu propio riesgo y podría cambiar de opinión con rapidez—le advertí.
—Al fin. ¿Eres mi novia?—preguntó con un suspiro y entonces me besó con fuerza, sin darme tiempo a responder.
—Eso creo, pero es temporal—le dije cuando dejé de besarlo un momento.
Me sentía culpable. ¿Cómo podía permitir eso?
Otra vez le rodeé con mis brazos el cuello para acercarlo a mí mientras lo besaba y pronto necesitamos apoyo para mantenernos en pie, así que me pegó de espaldas a la pared y me presionó contra ella. Me estremecí a causa tanto del frío de la pared, como del placer.
—Te amo—susurró en mi oído y besó mi mejilla.
—Lo sé—le contesté.
Me besó en los labios rápida y apasionadamente.
Tocó mi cintura por debajo de la ropa y me apretó más contra él y yo a la vez pasé mis manos por debajo de su blusa y toqué su abdomen. Él se estremeció ante mi tacto.
Ya fue suficiente. Si son novios y todo, está bien, pero no se pasen… me dijo la voz sensata.
Tenía razón, además, no podía permitirme llegar tan lejos, porque solo llevaba dos semanas de conocerlo aunque pareciera mentira.
—Martin, ya basta—susurré en su oreja mientras besaba mi cuello.
—¿Por qué?—me preguntó sin detenerse.
—Porque mi madre y tus padres, seguro llegarán pronto—le dije intentando dejar de tocarlo.
—Maldita sea, tienes razón—dijo, y después me besó en los labios.
Suspiré y dejé de besarlo.
—Llévame a casa ¿si?
—Está bien—dijo. Después me dio un último beso rápido y fue por mi mochila.
—Gracias—le dije mientras abría la puerta.
Cuando empezamos a caminar hacía mi casa me tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los míos.
Caminamos en silencio. Ni una palabra, ni un suspiro, ni nada… Solo nos miramos a los ojos. Yo a él con culpa y él a mí con ternura.
Llegamos a mi casa y aún no estaba el auto de mamá.
—Nos vemos el lunes en la escuela—le dije mientras abría la puerta con las llaves y ponía la mochila en el suelo de la sala.
—Sí, hasta luego—dijo mientras tomaba mi cara entre sus manos y me besaba con suavidad.
¡Cuantos besos! Pensé.
Dejó de besarme y tomó mi mano mientras caminaba hacía atrás, dejándola ir poco a poco.
Entré y cerré la puerta.
Me dejé ir hasta el suelo recargada en la puerta.
Puse los pies en la tierra repentinamente. ¿Qué acababa de pasar?
Tomé mi mochila y subí corriendo las escaleras. Telefoneé el número de Rachel.
—¿Hola?—dijo la voz de mi amiga del otro lado de la línea.
—Rachel, a que no adivinas lo que acaba de pasar…
Le conté absolutamente todo y con lujo de detalles.
—¡No in-ven-tes!
—Así fue todo—le dije a Rachel con solemnidad.
—Oh Dios mío. ¿Y qué es lo que vas a hacer?—me preguntó.
—Pues, eso es lo que no sé…
—Alice, no puedo creer todo lo que me acabas de contar—me dijo con voz emocionada y alegre—. Esto quiere decir que ya olvidaste a Alex.
Suspiré y me quedé callada.
—¿O quizá no?—dijo, al entender lo que significaba mi silencio.
—La verdad, lo sigo amando—le dije llevándome la mano libre a la frente.
—¿Entonces?
—Es que Martin me gusta y estábamos solos y mis hormonas se pusieron loquitas y todo fue muy rápido…—le dije rápida y nerviosamente.
—Tranquila, respira.
Hice lo que me decía.
—Alice, en serio ¿estas demente? Pobre Martin, lo vas a destrozar…
—Se lo dije, le dije que estaba mal que nos besáramos porque yo amaba a Alex y era muy probable que Alex también gustara de mí.
—¿Y no reaccionó?—preguntó mi amiga con preocupación.
—Dijo que ese era su problema.
—Es un tonto—dijo bufando.
—Un tonto que besa demasiado bien—dije yo, recordando como sus labios se unían a los míos y luego bajaban hasta mi cuello.
—Sí, pero un tonto que tu no amas. Al menos no aún—dijo Rachel regañándome.
—Tienes razón. Ahora que tengo más clara la mente ya que no tengo a ningún chico guapo en frente de mí, ya sé más o menos que voy a hacer… creo—le dije insegura, pero sí teniendo una idea de lo que haría.
—¿Se puede saber que harás?
—Él lunes voy a decirle a Martin que es mejor si olvidamos todo lo que pasó hoy.
—Esto es complicado—me dijo haciéndose eco de mis pensamientos.
—Lidiar con hombres siempre va a ser complicado—le dije, deprimida de solo pensar en todo lo que había permitido que sucediera esa tarde.
”Es que no se como pasó todo eso si hace solo una semana le di una cachetada por un beso ni la mitad de fuerte que los de hoy.
—Yo sí lo sé. Es porque a pesar de que amas a Alex, Martin esta empezando a gustarte—me dijo Rachel con una ligera nota de felicidad en la voz.
—Sí, pero esta mal que me permita a mi misma llegar tan lejos solo conociéndolo desde hace dos semanas—dije decepcionada por mi poco autocontrol.
—Alice, yo se que estas loquita, pero también se que dentro de ti hay una chica muy responsable y, a pesar de que aparece en el último minuto, siempre aparece justo a tiempo, así que no te sientas tan mal. Además pronto lo vas a solucionar.
Suspiré.
—Eso espero. Bueno, estoy muy cansada, me voy a dormir.
—OK. Te marcó el lunes para que me platiques como te fue.
—Está bien. Te quiero. Deséame suerte.
—Por supuesto, Al. Yo también te quiero. Nos vemos.
—Adiós—le dije y luego colgué el teléfono.
Puse el teléfono en la mesita de noche y me acosté en la cama.
Tenía ganas de llorar por sentirme tan atrapada y todo por mi culpa.
Me puse una almohada en la cara y solté un grito. Después me la quité y pensé un poco. Decidí que no dejaría hablar a las voces de mi cabeza porque, sinceramente me sentía como esquizofrénica, así que las uní con el resto de mi mente para usarlas solo cuando yo pensara en ellas.
¿Qué voy a hacer con Martin? Pensé.
Lo mejor que podía hacer era lo que ya había decidido, decirle que era mejor parar de hacer cosas que lo podían lastimar y que a pesar de que fuera su problema, era mi amigo y no quería que sufriera.
Eso era lo mejor, pero por otro lado estaba el deseo…
Lo cierto es que me gustaba besarlo y mi voluntad bajaba tanto cuando nuestros labios se tocaban que casi no era capaz de pensar.
En ese momento se me ocurrió que lo mejor sería liberar únicamente a la voz de la sensatez, así que a pesar de sentirme como esquizofrénica y probablemente estar algo chiflada, la liberé. Esa voz seguro me interrumpiría si Martin intentaba seducirme con sus besos.
Sus besos…
Jamás había besado a ningún otro chico en toda mi vida, pero a pesar de eso dudaba que cualquiera pudiera besar así de bien.
Pensé en lo que él me había dicho, “besas muy bien”. Sonreí ante el recuerdo. No sabía a ciencia cierta si él decía la verdad, porque me quería y dicen que el amor es ciego, pero decidí creerlo.
¿Y Alex? ¿Por qué pensaba en Martin en lugar de pensar en Alex?
Entonces tuve una idea e imaginé que todos los besos que había recibido esa tarde eran de Alex.
Suspiré. Era patética.
¿Por qué no podía ser Alex la persona que me quisiera tanto?
Me sentía demasiado cansada para pararme, así que solo tomé mi pijama y me volví a acostar. Me quité la ropa acostada y luego me puse mi pijama.
—Tengo que lavarme los dientes—me quejé para mi misma.
Me levanté de la cama y me dirigí al baño para lavarme los dientes. Al verme en el espejo solté un grito ahogado. Mi cuello estaba rojo de algunas partes y mis labios estaban ligeramente hinchados.
—Oh-oh—dije en voz muy baja.
Me lavé los dientes rápido y me eché agua fría en el cuello, pero no tuvo ningún efecto. No podía dejar que mi madre viera eso.
¿Qué hago?
Corrí a la cómoda que estaba en mi cuarto, ya que mi ropa interior y mis pijamas si las guardaba ahí, separadas del resto de mi ropa.
Cerré la puerta con seguro por si mi madre llegaba.
Busqué a toda velocidad un pijama que cubriera mi cuello. Los únicos pijamas que lo cubrirían eran los que tenían playeras de cuello tipo polo.
Elegí el pijama morado, porque era del mismo color del que estaba usando en ese momento, así que mi madre no notaría que la había cambiado antes de que terminara la semana.
Me quité rápido la que tenía y me puse la otra.
Me fijé en el espejo y me di cuenta, con tranquilidad, de que me cubría toda la parte roja del cuello, ya que se concentraba principalmente en la parte que estaba un poco más arriba de mis clavículas.
Cansada y, finalmente, relajada me acosté y me quedé dormida.

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