lunes, 18 de abril de 2011

Capítulo 1.- Mi cruel vida

Y vi mi fin acercarse… con cada centímetro que la luz venía hacia mis pies, que me exponía ante quien intentaba hacerme daño, entonces la luz se incremento hasta segarme y todo se volvió blanco, de repente desperté y me di cuenta de que solo era otra de mis pesadillas.
Pero no había pesadilla que se comparara con mi realidad.
Me llamo Alice Miller, mido 1.62, soy delgada—un poco flaca y plana—, de tez clara—más bien pálida—, cabello castaño claro, largo, ondulado—aunque más bien rebelde—y ojos casi negros.
Digamos que al momento de despertar de mi “thriller” me di cuenta de que, a pesar de ser un sueño bastante aterrador —producto de poca imaginación pero si muchas películas de terror—lo prefería infinitamente, sabiendo que era mejor sufrir eso, que a fin de cuentas era menos doloroso, que lo que sentía mi corazón en ese momento.
Me quedé despierta hasta que sonó el despertador, anunciando que eran las cinco y media de la mañana y que debía de pararme, darme una ducha, vestirme—por primera vez en mi vida sin necesidad de un uniforme para ir a la escuela—e ir a mi primer día de preparatoria.
Hubiera sido genial lo que hubiera sentido—de hecho eso es lo que pensaba hace algunos meses—“será genial entrar a la prepa, que nadie me conozca, empezar de cero y ser la persona que realmente quiero ser”. Desde algún lugar de mi maltratado corazón había un ligero eco de esa emoción pero no me permití concebir esperanzas a sabiendas de que mi alma gemela—al menos quien creía que era mi alma gemela—y mejor amigo estaba en esa maldita escuela, con una zorra que se había hecho llamar mi amiga y había engatusado al hombre de mis sueños.
Sí, así era mi vida, y lo peor es que mi mejor amiga—Rachel—se había ido a otra escuela, lo que me dejaba sola ante la perspectiva de que me cubriera mientras descuartizaba a mi querida “amiga”.
Mientras salía de mi cuarto cavilé la posibilidad de hacerme la enferma y faltar el primer día de clases, pero el eco de la emoción que intentaba suprimir estaba ahí, en algún lugar de mi mente diciéndome que no iba a haber otra oportunidad de presentarme como el primer día, y era la primera y única oportunidad de que me conocieran y supieran quien era, mas o menos.
Terminé por no esperar nada, y pensar en que lo mejor sería hacerme la ruda y fulminar a mis compañeros con la mirada dejándoles bien en claro que no quería amigos—aunque seguramente terminaría sonrojándome y riendo tímidamente por los nervios como toda la vida me sucedía—y esperar a que se la creyeran.
No tenía más opción que aguantar y ver que ocurría.
Cuando salí de bañarme, me dirigí al armario de la habitación de mi madre—porque mi cuarto no tenía espacio suficiente para mi ropa—a inspeccionarlo para ver que me ponía, aunque cabe mencionar que no tengo demasiada.
Observé la ropa tratando de elegir algo sexy como me lo aconsejaba la vocecita emocionada de mi cabeza, pero finalmente opté por unos jeans entubados de mezclilla azul oscuro, una camisa roja—mi conjunto preferido—y unos tenis Adidas blancos que mi tía me había regalado en mi último cumpleaños.
Después bajé las escaleras y me encontré con mi madre, que estaba sacando el dinero que me iba a entregar de su bolsa. Me repitió con severidad qué autobús debía tomar—era la primera vez que tomaba el autobús para ir a la escuela ya que no me podía llevar porque estaba algo lejos de su trabajo—y en donde debía de bajarme.
Mi madre se llama Rebeca Miller. Era una persona algo enojona, pero cariñosa. Vivía sola con ella, porque dejo a papá cuando yo tenía solo cinco meses de edad. Era un poco más alta que yo, de cabello negro y piel clara. Sus ojos eran idénticos a los míos en el color. En cuanto a todo lo demás soy idéntica a mi padre.
Asentí a todo lo que me dijo con el corazón palpitando más fuerte en mi pecho debido a que mi emoción—pese al esfuerzo de retenerla—se había extendido por todo mi cuerpo haciendo que me temblaran las piernas y se me hiciera un nudo en la garganta.
Salí de la casa con paso decidido, después de despedirme de mi madre y me encaminé hacía la esquina donde tomaría el autobús. Era un día soleado, de mis preferidos.
Hubiera estado bostezando todo el camino de no haber sido por el corazón que, a pesar de estar hecho polvo, latía con fuerza dentro de mi pecho.
Y gracias a que la vida se empeñaba en hacerme miserable, el camino se me hizo eterno, por lo que tuve tiempo suficiente para pensar en lo bueno y lo malo que podía pasar.  
Agradecí tener el ego no muy grande para pensar menos en lo bueno porque, aunque suene de locos, para mi  es mejor no hacerme esperanzas ya que al darme cuenta de que las cosas no salen como quisiera, me deja algo deprimida—de por sí no es que diera brinquitos.
Finalmente llegué y observé la escuela llena de chicos. Entonces me encaminé hacia la recepción, donde me dieron un horario de mis clases y me indicaron donde estaba cada salón—rogué por no olvidarlo, soy dada a ser olvidadiza y despistada, aunque sí soy inteligente, pero en matemáticas y cosas así, de hecho tenía beca, pero de nada sirve a veces la inteligencia.
Caminé lentamente al salón que me tocaba con el iPod a un volumen que no me dejaría sorda pero que no me permitiera escuchar a mis compañeros de clase, ni a ninguna otra persona hasta que llegara el profesor y fuera necesario.
Entré al salón y miré a mis compañeros en un alboroto, platicando y conociéndose, socializando, algo que pretendía no hacer en ese momento hasta que mi corazón estuviese un poco mas sano, o al menos los suficiente para albergar a mas amigos que no fueran Rachel y… y ya.
Pero, maldita sea, eran mesas, no pupitres, así que forzosamente tendría que al menos hablar.
Gracias al cielo vi un lugar vacio en una esquina del salón, en la cabecera de la mesa, me apresuré a sentarme. La mesa estaba ocupada ya por tres chicos que platicaban entusiasmados. Uno, él de la derecha, de pelo castaño oscuro, tez bronceada y ojos castaños, era medio gordito y más o menos de mi altura—no podía saber bien la altura porque estaban sentados—. Él de la izquierda y más cercano a donde yo quería sentarme, tenía cabello negro, tez un poco mas pálida que la del primero, ojos  oscuros, al parecer mucho más alto que yo y era delgado, aunque más bien atlético. Y por último, él que se sentaba a lado del anterior, de cabello más claro que los otros dos, más o menos tirándole al rubio, tez bronceada, ojos miel, solo un poco más alto que yo y complexión delgada, pero no atlética como el otro.
—Puedo sentarme—le pregunte al que se sentaba a la izquierda, el más cercano a la cabecera.
—Claro—me contestó con una sonrisa, se la devolví con un gesto seco y sin mirarlo a los ojos.
Me puse de nuevo los audífonos, pero en un volumen más apropiado, así que pude darme cuenta de que los chicos cuchicheaban. Hice una mala elección de mesa, me lamenté. Había pensado que al ser chicos, no me prestarían atención y seguirían en su plática de “hombres”, pero me di cuenta—tarde ya—de que era un plan estúpido y de primaria, y estaba en preparatoria, aunque no sea una modelo, lo único que los hombres quieren es flirtear a esta edad.
Hice como que no me daba cuenta y subí el volumen de mi iPod. Entonces llegó el profesor y llamo la atención de la clase. Era alto, panzón, con canas, medio calvito y con arrugas alrededor de los ojos. Quizá entre unos cuarenta y muchos o cincuenta y pocos.
—Buenos días—dijo en tono amable.
—Buenos días, profesor—coreó la clase en tono mecánico.
—Yo soy el profesor Hurley, y seré su profesor de historia este año—maldición, pensé. La historia es mi gozo en un pozo, así tendría que poner empeño en no distraerme, al menos no con mis compañeros de grupo, que parecían más interesados en como entablar una conversación conmigo que en lo que el profesor estaba diciendo.
—Ya que es el primer día de clases—continuó el profesor—y ustedes son nuevos, por ser de primer semestre, primero cada uno va a pasar al frente, decir su nombre y lo que les gusta hacer, sus intereses, etcétera.
Al escuchar lo que decía me estrujé los sesos por sacar uno de mis gustos que no sonara ni muy ñoño ni muy divertido ni muy rudo, solo quería que sonara normal.
—Empezaré con esta mesa, luego irá esa, esa y finalmente aquella—dijo señalando cada una de las mesas. Agradecí que la mía fuera la última—. Así que empecemos. Señorita, por favor pasé al frente—le dijo a la niña de cabello negro y tez morena, un poco gordita que estaba sentada hasta el frente a la derecha.
Se levantó de su asiento y paso al frente, luego prosiguió diciendo que se llamaba Greta y que le gustaba bailar. Entonces el profesor, siendo experimentado, con certeza, le hizo algunas preguntas para ayudarla con los nervios de cuál era su comida favorita, que hacía por las tardes, etcétera.
Mientras mis compañeros pasaban yo pensaba en qué diría, era fácil, ya tenía todo preparado. Finalmente después de que pasaran los compañeros que se sentaban con migo, cuyos nombres eran Irving—el gordito—, Martin—el atlético—y Carlos—el flacucho—, me tocó pasar a mí, era la última.
—Gracias por compartir su, ejem… hobbie señor Carlos—dijo el profesor entre avergonzado y divertido en medio de las risas de la clase después de que Carlos dijera que su hobby era ver películas triple x, obviamente haciéndose el gracioso.
El chico regresó a su asiento y choco palmas con los otros dos que se sentaban conmigo.
—Ahora, es su turno jovencita—dijo dirigiéndose a mí en tono alentador.
Me levanté de mi asiento, y me subí un poco el pantalón que acostumbra a bajarse cuando uno se sienta. Camine hacia el frente del salón y miré a mis compañeros con la mejor cara de indiferencia que pude fingir. Entonces comencé.
—Mi nombre es Alice y me gusta la música. Mis colores favoritos son el rojo, el negro y el blanco y mi comida favorita el chocolate, aunque en caso de que lo tomen como postre, el sushi. No tengo hobbies pero me gusta hacer ejercicio de vez en cuando y navego y escucho música en internet por las tardes.
Miré al profesor con gesto de haber terminado ya.
—Muy bien—dijo y después preguntó al grupo como había hecho con todos los demás que pasaron—. ¿Alguna pregunta para Alice?
Esperé un seco y mecánico “no” general, como había pasado con todos mis compañeros anteriores pero, en lugar de eso, antes de que todos pudieran decir no, Martin alzó la voz.
—Sí, tengo una pregunta para ella—dijo en tono divertido.
Todos voltearon a verlo, como es típico.
—¿Y cuál es su pregunta, señor Martin?—el profesor tenía muy buena memoria, recordaba todos los nombres a la perfección.
Entonces el chico me volteó a ver con ojos seductores y preguntó:
—¿Tienes novio?
Entonces todo el salón estallo en chiflidos, risitas y “wuus”, así que el maestro tubo que llamar al orden, mientras yo me ruborizaba como tomate y clavaba la vista en los ojos oscuros del chico que me sonreía travieso. Que seguridad en si mismo tiene, o al menos que gran ego, pensé de forma sarcástica hacía el chico guapo que tenía en frente.
—¿Y…?—preguntó de nuevo—¿sí o no?
Lo miré echando chispas. ¿Cómo se atrevía a ponerme en ridículo? El primer día de clases y ya empezaba mal.
En ese momento sonó la campana, salvándome del atolladero.
—Se acabó el tiempo—dijo el profesor mientras la clase decía “ah”, con decepción porque no pude dar la respuesta y así hacer un teatrito—. La salvó la campana, señorita Alice—me dijo el profesor en tono más bajo mientras los estudiantes recogían las mochilas de las cuales no habían sacado sus útiles.
Me aproximé al asiento donde se encontraba mi mochila, y también Martin…
Maldición, maldición, maldición, tierra trágame…
Mientras recogía mi mochila él se acercó. Una vez que lo vi de pié me di cuenta de que me sacaba una cabeza. Era tan alto como Alex.
—Entonces… ¿tienes?—me repitió insistente y con una sonrisa de oreja a oreja.
Lo fulminé con la mirada y le contesté:
—¿A ti que te importa…? Por cierto, gracias por el mal rato.
Le di la espalda y camine hacía la puerta del salón, con el iPod puesto de nuevo por si quería decirme algo que obviamente no quería escuchar. Entonces sentí como me jalaban el audífono derecho y tuve que detenerme.
—Espera…
—¿Qué quieres?—inquirí enojada, dándole la cara.
—Perdona, no sé de que te molestas, solo era una pregunta.
—Sí, pero ¿tenías que preguntarme en frente de todos?
—Bueno, admito que me pasé un poco pero no te pongas así… Oye, espera—dijo al ver que le daba la espalda y me alejaba otra vez.
Me tomó del hombro y me jaló ligeramente para que me detuviera.
—Esta bien, ya. ¿Me perdonas?—lo dijo con sinceridad, así que lo miré un momento recelosa, él continuo al ver que no había respuesta—No quiero empezar mal ¿sí? Y mucho menos con una chica tan linda…
Me sonrió amablemente y yo me ruboricé de nuevo.
—Conmigo no funcionan los halagos—le dije tajante.
—No es un halago, es la verdad—contestó con serenidad, como quien no quiere la cosa—. Entonces ¿sí?
Suspiré y asentí entornando los ojos para quitármelo de encima, luego me apresure para llegar a clases, ya se habían vaciado los pasillos.
Él me siguió, ya que éramos del mismo grupo, por lo que compartíamos todas las clases.
Cuando llegamos ya estaba el profesor presentándose y nos miró con reprobación.
—No es bueno que lleguen tarde el primer día, jóvenes; por favor tomen asiento.
Otra vez eran mesas, y no tuvimos más remedio que sentarnos juntos en los últimos dos lugares vacios que quedaban, otra vez con los chicos con los que me había sentado durante historia, Carlos e Irving. Al parecer los grupitos para las mesas ya se habían formado así que no me hice esperanzas de que quizá en alguna clase me sentaría con otras personas, de preferencia chicas.
El profesor se presentó. Era alto y delgado, parecía de unos treinta y cinco años y tenía pelo castaño con unas cuantas canas y ojos azules.
—Yo soy el maestro Bates y soy su profesor de física—dijo con aire serio mientras escribía su nombre en la pizarra; la física era de mis materias favoritas—. A continuación quiero que me digan sus nombres y que pasen al frente para que yo los conozca, ya que supongo que su otro profesor les habrá pedido lo mismo y entre ustedes más o menos sabrán quienes son.
Así fuimos pasando de nuevo y esta vez no preguntó si tenían que hacer alguna pregunta, aunque dudo que Martin hubiera vuelto a preguntar aún sí se hubiera dado la ocasión.
De la misma manera transcurrió la siguiente clase, con el profesor Kennedy. Lo bueno es que era clase de algebra, lo malo es que me volví a sentar con los chicos de la clase anterior.
Al fin llegó el descanso, el momento que había temido durante el transcurso de las tres anteriores clases ya que, si se daba la oportunidad, vería al amor de mi vida paseándose con nada menos que la zorra.
Me senté sola en una de las mesas más alejadas de la multitud de gente que platicaba y reía en el patio mientras yo habría la bolsa de galletas que acababa de comprar en la cafetería.
Unas chicas se acercaron platicando y me vieron sentada sola, reconocí a Greta y a otras dos cuyo nombre no recordaba, creo que la rubia era… ¿Anna?
—Hola—dijo la de cabello castaño y con brackets.
—Hola—le conteste con una sonrisa más bien cortes.
—Te importa si nos sentamos contigo—intervino la rubia.
—Para nada—dije indiferente y haciéndome hacia la izquierda para darle espacio—. Tú eras… ¿Anna?
Sonrió con amabilidad y comprensión.
—Casi, soy Hana.
—Claro—asentí—. Tú Greta ¿verdad?
—Así es—contestó la chica morena y gordita, sonriendo.
Miré a la tercera con los ojos entrecerrados intentando acordarme de su nombre. Me rendí.
—Perdona, de ti no me acuerdo.
—Una y me dio esta bien para variar—dijo mientras reía—. Yo soy Natalie, pero si quieres dime Nat.
—OK, Nat.
—¿Sabes?—comentó Greta—Hace un momento estábamos conversando sobre los chicos guapos del salón.
—¿En serio? ¿Y cuáles son los posibles especímenes?—dije mientras le daba un mordisco a una galleta.
Las tres se echaron a reír por mi desdén sobre el tema.
—Pues, a mí me gusta Brandon—dijo Nat—, aunque también Oscar  es un buen “espécimen”.
Asentí con ademán pensativo, mientras comía otra galleta. Luego miré a Hana como para que siguiera con el tema.
—Pues… estaba pensando en Carlos—recordé al chico que se sienta en mi mesa.
Luego las tres miramos a Greta.
—Yo creo que nos estamos haciendo tontas, las cuatro sabemos que el más guapo del salón es Martin ¿o no?—despotricó con rapidez.
La miré con ojos muy abiertos y luego miré a las otras dos que a su vez se mordían los labios y asentían como con culpa.
—Pues a mí no me parece—dije en tono suave pero a la defensiva.
Las tres me miraron confundidas.
—Pero… ¿no es tu novio?—dijo Nat con ojos abiertos como platos.
La miré atónita y luego me eché a reír. ¿Cómo podían pensar semejante bobada? Después de que me calmé y logre articular palabra les pregunté:
—¿Están de broma? ¡Por supuesto que no! Si así fuera ¿por qué me preguntaría si tengo novio en frente de toda la clase?
Las tres suspiraron aliviadas y luego Hana explicó:
—Pensamos que quizá le estaba dejando en claro a la clase quien era “su chica”—se rió un poco avergonzada ante aquellas palabras ridículas.
—Pero ¿de donde sacan eso?—les dije riéndome de nuevo por lo tonto de la situación.
Entonces las tres se rieron conmigo.
—Es que dos chicos se sientan con nosotras, Austin y Michael, y ellos nos dijeron eso. O al menos era su teoría—dijo Nat.
—Pues vaya teoría tan tonta—dije en modo juguetón—, pero aún así no veo porque están tan aliviadas porque no sea la novia de ese tal Martin, me parece una exageración.
Se miraron entre sí como con cara de “a esta que mosca le picó”.
—Bueno pues el asunto es que es increíble, devastadora, enloquecedora, irrebatible, completa  y totalmente guapo, hermoso, divino…—dijo Hana como si fuera obvio y a una velocidad de la que no creí capaz de hablar a ninguna persona.
—Quizá…—combiné yo—pero por el momento no estoy interesada en ningún chico.
—Pero lamentablemente él gusta de Alice—dijo Greta—y aunque ella no este interesada, nosotras no podemos hacer que él deje de intentarlo.
La miré con expresión pensativa.
—No se preocupen, hoy le deje bien en claro que no me agrada, así que no creo que me moleste al menos durante algunas semanas. Por mi se los regalo—les dije con una sonrisa.
Ellas me devolvieron el gesto y luego Hana empezó a describir que era lo que le encantaba de Martin.
Pero justo cuando estaba empezando a distraerme y relajarme con las bobadas que decían las chicas idolatrando al chico bobo que me había hecho pasar una súper vergüenza delante de toda la clase, sucedió lo que tanto había temido desde un principio.
Los vi tomados de la mano, acercándose al lugar donde yo estaba. Sin duda un golpe bajo por parte de la zorra. Sentí como se me humedecían los ojos al ver sus manos unidas y más que nunca deseé estar muerta. El golpe fue duro porque debido a que había evitado verlo a toda costa, no los había visto nunca juntos, ese día era la primera vez.
—¿Alice?—pregunto Alex con su rostro iluminado, como si le diera mucho gusto verme, y probablemente así era porque a pesar de no ser correspondida con su amor, el me quería como su mejor amiga.
—Hola, Alex—saludé, pero se me quebró la voz así que me aclare la garganta y desvié la vista.
Él soltó la mano de la zorra y se dirigió hacía mi para estrecharme entre sus brazos con uno de sus típicos abrazos de oso que yo tanto extrañaba.
Ella me miró con mala cara pero antes de que él pudiera verla con esa mueca de hostilidad, compuso el rostro de inmediato y me sonrió con hipocresía.
—Te echamos de menos, Alice—dijo la zorra con un tono tan empalagoso como hipócrita, tanto que me dieron ganas de vomitar.
Entonces se acerco para darme un beso en la mejilla. Yo a pesar de tener ganas de patearla hasta matarla, no lo hice y soporté todo, porque sabía que si hacía elegir a Alex, no me iba a elegir a mí…
Ya sé que eso de seguir tratando de ser  su amiga a pesar de lo mucho que doliera era masoquismo, pero la verdadera razón por la cual no podía dejar de verlo era que aún guardaba esperanzas de que, algún día, estuviéramos juntos. De que algún día él se daría cuenta del tipo de alimaña que era su novia y de que yo lo amaba con toda mi alma. Y ese día él y yo al fin estaríamos juntos. Así pensaba, aunque suene a cuento de hadas.
Cuantas veces Rachel no me dijo que lo olvidara… Pero no podía, él era como mi droga, así que simplemente me alejé y traté de no volver a verlo en persona, pero no podía evitar el encuentro tarde o temprano y aquí estaba, saludando a la zorra que era su novia, abrazándolo como si no hubiera un mañana e intentando con todas mis fuerzas no echarme a llorar.
Entonces lo miré y él me miró a su vez con rostro expectante. Al ver que no decía nada, él comenzó a hablar.
—Alice—me dijo—, ahora que estas en mi escuela tienes que desayunar todos los días con nosotros—ese “nosotros” no me pasó desapercibido—. Tenemos que recuperar el tiempo perdido.
Me abrazó otra vez y le devolví el abrazo sin titubear, aunque sabía que me iba a doler después. Entonces pensé en lo que él acababa de decir de desayunar todos los días con ellos y la idea hasta cierto punto era  totalmente soñada y, hasta otro cierto punto, totalmente aterradora.
—Alex…—comencé a darle la negativa a su “petición”, aunque más bien parecía orden, de desayunar con él y la zorra todos los días, pero puso una cara que casi me dieron ganas de llorar, así que improvisé sobre la marcha—es que tengo amigas nuevas y no las puedo dejar solas—dije aprovechando a las chicas que acababa de conocer y de las cuáles casi me había olvidado por completo.
Torció la boca y miró a las chicas y luego dijo:
—No hay ningún problema, pueden desayunar con nosotros.
Maldición.
—Ah… claro—maldición, maldición, maldición.
—Sí, gracias por la oferta pero el asunto es que tenemos a otros amigos con los cuáles nos íbamos a sentar durante los recesos—dijo Nat, gracias al cielo.
Volteé a ver a Alex asintiendo.
—Además—dije como quien no quiere la cosa—, sería un estorbo entre ustedes y no quiero ser la tercera rueda de una bicicleta.
—Alice, como te atreves a decir eso, tu sabes que yo y Helen te adoramos—dijo Alex desconsolado por mi manera de pensar. Aunque dudé que Helen, la zorra, se sintiera como él.
—Bueno, olvida eso, pero aún así no voy a dejar a mis nuevas amigas—dije, pensando en que era mejor tener nuevos “amigos”, con los que trataría de no involucrarme demasiado que estar con la persona a la que adoro y viéndolo besar a una zorra durante el desayuno.
Me miró con tristeza y suspicacia. Me conocía bastante bien como para saber que algo tenía como para no querer estar con él.
—Pero ha pasado tanto tiempo sin que nos veamos, el Messenger no es suficiente—se quejó.
—Sí, pero vas a estar bien con Helen—me obligué a escupir su nombre—. Tú y yo podemos vernos después, a ella no la puedes dejar sola aquí en la escuela. Estoy segura de que la has acaparado y ya casi no ve a sus amigos.
Volteó a verla sabiendo que yo tenía razón. Lo sabía porque conmigo había hecho exactamente lo mismo cuando estábamos en secundaria.
—Está bien, pero nos veremos muy pronto…
Antes de que pudiera continuar sonó el timbre, indicando que el descanso había terminado. Suspiré, tanto aliviada como decepcionada.
—Nos vemos luego—le dije.
—Nos vemos pronto, muy pronto—dijo con aprensión.
Suspiré y me di la vuelta, sabiendo que este iba a ser un largo año…
—Alice—me llamo la voz de Hana mientras regresábamos a los salones—, disculpa pero ¿puedo preguntarte algo?
—Adelante—le dije con indiferencia.
—Seguro pensaras que soy una chismosa—dijo con vacilación—, pero me preguntaba… ¿Quién es ese chico guapo que fue a saludarte durante el receso?
—Él es… es mi mejor amigo—le dije un poco sorprendida por su pregunta y mirándola a los ojos—. ¿Por qué lo preguntas?
—Te saludó con demasiado afecto—dijo con tono celoso, no me sorprendió tanto, tomando en cuenta de que ya lo había descrito como “guapo”.
—Solo es mi amigo—dije para tranquilizarla, después de todo ya me había molestado Martin, y no quería darle motivos para estar celosa si lo que quería era estar con ellas durante los descansos para evitar a Alex y Helen.
—Ah…—dijo con aceptación—Y ¿tiene novia?
Torcí el gesto, no me gustaba hablar del asunto pero en fin…
—Sí—lamentablemente sí, tenía y no era yo.
Miró hacia el suelo con la boca fruncida en una expresión de clara decepción.
—Era esa chica de cabello chino ¿verdad?
—Sí—le respondí intentando no hacer rechinar mis dientes.
—Que mal; es tan guapo, sin mencionar que es mayor—dijo alzando las cejas como con sorpresa—. ¿Cómo lo conoces?
—Estábamos en la misma  secundaria, mientras yo iba en segundo grado el estaba en tercero—le respondí, más tranquila por poder zanjar el tema de su novia.
—Hm…—murmuró algo para sí, pero no la escuché bien, creo que dijo: Bueno entonces creo que no hay más remedio que esperar a que termine pronto con su novia.
—Eso creo—me dije bajito, aunque si quería sabotearla incluso podía ofrecerle mi ayuda.
Llegamos al salón y me senté de nuevo con Martin, Carlos e Irving. Supuse que ya no tenía caso intentar cambiarme de lugar. El profesor aún no había llegado y se me había olvidado recargar mi iPod el día anterior así que ya no pude aislarme.
—Eres Alice ¿no?—me preguntó repentinamente Carlos como si realmente no estuviera seguro de que ese era mi nombre.
—Sí—le respondí con una seca sonrisa.
—Hola, yo soy Carlos, y ellos son Irving y Martin—dijo señalando a los otros dos chicos.
—Sí, recuerdo quienes son—le dije en tono amable.
—Claro—dijo mientras se ruborizaba y sonreía apenado—. Así que… tienes ¿quince años?
—Sip—contesté esforzándome por no generalizar la plática hacia los otros dos chicos, que escuchaban atentos—, ya casi cumplo dieciséis. ¿Y tú?
—Yo también tengo quince y cumplo dieciséis el cinco de noviembre.
—Yo el cinco de septiembre—le dije en tono de sorpresa por la coincidencia de los números de nuestras fechas de nacimiento.
—¡Qué coincidencia!—dijo sonriendo, como si le emocionara.
—Si, los dos cumplimos el cinco—dije sonriéndole.
—No me refiero a eso, la coincidencia es que Martin también cumple años el cinco de septiembre—dijo señalando a su amigo.
—Ah…—dije cuando lo volteé a ver con expresión seria.
Martin me veía con ojos de sorpresa y una sonrisa burlona, mientras Carlos me veía, confundido por el cambió en la expresión de mi rostro.
—Aunque de hecho también es coincidencia lo de nuestras fechas—dijo malinterpretando mi seriedad.
—No es eso Carlos, es que yo no le agrado—le explicó Martin.
—Ah—dijo Carlos aún confuso y frunciendo el ceño por lo mismo—… Pero ¿por qué no te agrada?
—Por la vergüenza que sintió ante la pregunta que le hizo nuestro amigo en frente de toda la clase—intervino Irving, hablando por primera vez.
Carlos alzó las cejas, viéndome a modo de pregunta.
—Así es—le dije secamente.
—Ah vaya... ¿Y porque no te disculpas, Martin?—le pregunto Carlos a su amigo.
—Ya lo hice—dijo viéndome a los ojos.
Entonces los otros dos me voltearon a ver con cara de “¿Ya lo perdonaste?”.
—Le dije que lo disculpaba…
—No es verdad—me acusó Martin.
—Bueno, no técnicamente, pero asentí en señal de que así fue—dije entornando los ojos.
—Entonces ¿por qué aún no te agrada?—preguntó Carlos de nuevo. Supuse que este chico era algo lento.
—Pues porque el hecho de que lo perdone, no significa que tiene que agradarme.
Los tres me vieron con la boca abierta y luego Carlos e Irving voltearon a ver a Martin con una sonrisa burlona en el rostro.
—Amigo—dijo Irving dirigiéndose a Martin, mientras se reía sorprendido—, es la primera chica que te manda a volar desde que te conozco.
Martin lo vio con cara de seriedad y disgusto y luego me miró.
—Y además es bella—le susurró Carlos a Martin al oído, pero alcancé a escuchar y eso provocó que me ruborizara una vez más. Estos chicos están ciegos.
—¿Podrían callarse?—les dijo Martin enojado. Sonreí ante su ira, por el dulce sabor de la venganza—. ¿Por qué no te agrado?—preguntó realmente confundido.
—Pues, porque me pareces algo engreído—le respondí con sinceridad—. Sin ofender.
Los otros dos chicos se echaron a reír tan fuerte que toda la clase nos volteó a ver para enterarse de que estaba pasando. Por su reacción supuse que realmente el tal Martin debía de ser un gran conquistador. En serio no me podía creer que fuera la primera vez que lo mandaba a volar una chica.
—Auch—dijo despacio, entonces insistió—… Bueno, pero al menos dame una oportunidad.
Lo mire con ojos muy abiertos, sorprendida ante su petición que parecía más de una pareja.
—Me refiero a… como amigos—explicó al comprender mi perplejidad.
Fruncí los labios y lo miré, ahora todo el salón estaba pendiente de nuestra plática. Miré a mi alrededor y luego le respondí bajito y acercándome a él.
—¿Podríamos continuar esta plática en otro momento?—le dije—Nos están observando y no me gusta llamar  la atención.
Asintió después de un momento y entonces llegó la profesora, de cabello pelirrojo, bronceada, de ojos color café claro y gordita.
—Disculpen la tardanza el primer día—dijo jadeando—. Debo admitir que me dormí.
La clase se rió ante su ocurrencia y después continuó.
—Yo soy la profesora Conner, y seré su maestra de inglés durante este año. Ahora quiero que cada uno de ustedes pase al frente y me diga su nombre y lo que les gusta, etcétera, ya saben el resto, ahora adelante…
Mientras los alumnos se presentaban por cuarta vez en el día, Martin aprovecho para cruzar algunas palabras conmigo.
—Ya no nos prestan atención—dijo bajito mientras un chico llamado Max se presentaba con la maestra.
—Estamos en clase—susurré intentando aplazar nuestra conversación. Lo que menos quería en ese momento eran amigos y ya me había echado a la bolsa a tres chicas durante el descanso.
—Por favor—dijo en tono sarcástico, resoplando y entornando los ojos—, lo único que hemos hecho durante todo el día ha sido presentarnos y a estas alturas ya me sé más de la mitad de los nombres, así que no me vengas con eso de “hay que poner atención a la clase”.
Lo miré con preocupación. No quería meterme en más problemas y lo más probable era que si la profesora nos veía discutiendo, lo dijera ante toda la clase y sería peor, así que opté por la salida fácil.
—Está bien, amigos ¿ya?—dije rindiéndome.
—Perfecto—dijo, sonriendo seductoramente…
Así terminaron las últimas dos clases, después de la de inglés, que fueron la de literatura y español, con los profesores Stephen y Brown respectivamente.
Después de la última clase, salí disparada hacia la salida, tratando de evitar a toda costa a: Martin, Carlos, Irving, Greta, Hana, Nat, la zorra y Alex.
Pero infortunadamente, Martin si logró alcanzarme y subirse al autobús en el que yo me iba, que “curiosamente” era el mismo que él tomaba.
Se sentó junto a mí y me saludó.
—Hola—dijo con una sonrisa.
Suspiré y recordé lo que le había dicho en clase de inglés para zafarme de que la profesora nos reprendiera. Finalmente decidí ser sincera.
—Martin—dije y luego suspiré—, escucha, se que te dije que sí podíamos ser amigos, pero…
Entonces me tapó la boca con la mano.
—No acepto que te retractes, solo seremos amigos ¿sí?—me dijo en tono tanto de súplica como fuerte a la vez.
Lo mire y negué con la cabeza.
—Déjame explicarte—logré decirle mientras me tapaba la boca.
Me miró confundido y después me soltó.
—Para empezar—le dije un poco molesta—, no sé cual es  tu problema, o sea, por qué tanto empeño en ser mi amigo. Apenas te conozco. En segundo lugar, en este momento lo que menos quiero son amigos, novios o cualquier tipo de relación que implique entrometer sentimientos ¿OK?
Frunció el ceño y luego preguntó:
—¿Por qué?
Desvié la mirada y le contesté:
—No es asunto tuyo—pero lo dije con tanta debilidad que en lugar de intimidarlo, le dio más curiosidad.
—Mira—me dijo en tono decidido—, si me dices, quizá te entienda o te ayude o incluso te deje en paz, pero si no, como quieres que me quede tranquilo al dejar escapar… quiero decir, al verte tan intranquila.
Lo miré entrecerrando los ojos, molesta. Él sonrió como a modo de disculpa.
—Perdóname, solo que es la costumbre del vocabulario que empleo con chicas lindas, es solo eso—me ruboricé otra vez ante la mención de mi “belleza”.
En serio que este chico esta desesperado.
Quizá si le decía una mentira me dejara en paz, pero tiendo a titubear si no preparo la mentira con antelación, así que decidí contarle mis razones y esperar a que fuera de confianza.
—La razón… la razón por la que no quiero relaciones de ningún tipo en este momento—comencé—es, que acabo de pasar por una situación difícil y me encuentro muy lastimada sentimentalmente hablando.
Se le descompuso el rostro.
—Hay no—susurro como en afán de ser delicado con el tema—… se murió un amigo tuyo.
No era una pregunta.
—No—Que conclusión tan extremista… pensé—, nada que ver.
Inclinó un poco la cabeza hacia la derecha, en señal de confusión y puse los ojos en blanco. ¿Qué acaso iba a tener que explicarle?
—Mira—le dije más cortante, porque realmente estaba harta—, mi mejor amigo me gusta, pero él anda con una zorra que se hacía llamar mi amiga, que sabía perfectamente lo que yo sentía por él, por lo cuál estoy muy dolida tanto con mi “amiga”—hice un gesto con los dedos entrecomillando la palabra amiga—, como con el chico que me gusta, porque él quiere seguir siendo mi amigo, pero para mí es muy doloroso verlo en persona, así que decidí solo comunicarme con él por medio del Messenger, pero él esta en la misma prepa que yo y ,para colmo, también la zorra. Así que estoy tratando de evitar llamar la atención. Y el asunto de que no quiera tener más amigos ni novios por el momento es que simplemente no quiero salir lastimada de nuevo, al menos no tan pronto.
Él se me quedo viendo con la boca abierta mientras comprendía todo lo que yo acababa de soltar.
—Ah…—fue lo único que fue capaz de decir.
—Por favor, no quiero que comentes mi situación con nadie, ya es suficientemente duro sin que me anden molestando con ello—le pedí.
—Por eso no te preocupes, pero… ¿no es mejor tener a alguien en donde apoyarte, un hombro donde poder llorar?—preguntó señalándose.
—Ya tengo en quien apoyarme—le dije tajante.
Entonces miré hacia la ventanilla para darle la espalda y dar por terminada la conversación, pero fue iluso de mi parte pensar en que se daría por vencido tan fácilmente.
—Bueno—dijo—, pero ¿qué culpa tengo yo de todo lo que te pasa? Yo solo quiero ser tu amigo.
Lo volteé a ver alzando una ceja en ademán sarcástico. Él me miro sonriendo como si me hubiera dicho algo con gran sabiduría.
—¿Qué culpa tengo yo de que tu quieras ser mi amigo?—contraataqué.
—Pues, de hecho sí tienes la culpa…—me dijo con ojos traviesos.
—¿Ah sí? Y ¿Cuál es mi culpa? Si se puede saber—lo reté.
—Tienes la culpa de ser bonita y misteriosa, lo que hace que me seas interesante—dijo como si fuera un experimentado abogado dando el argumento clave para ganar el juicio.
—¡Ya para con eso—le grité—! Me estas empezando a fastidiar.
Vi por la ventanilla que ya había llegado a mi casa así que me levante y le dije al chofer que esa era mi parada.
—¡Nos vemos mañana en la escuela!—me gritó con una sonrisa.
Lo fulminé con la mirada antes de bajar.

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