miércoles, 8 de junio de 2011

Capítulo 15.- En la guerra y en el amor, todo se vale...

Mis días sucedían a un ritmo rápido. No me aburría un solo segundo. En la escuela Martin estaba a mi lado, pero en un estricto plan de amigos por mi parte, aunque el siempre me decía cosas tiernas, convenciéndome de regresar. Me alejaba del resto de las personas, pero no servía de nada. Siempre estaba acompañada por mis amigos de siempre, como si nada hubiera cambiado, a excepción de que ahora no tenía ningún derecho sobre Martin y las chicas se amontonaba y revoloteaban a su alrededor.
Mientras tanto en casa estaba con Daniel, de vez en cuando me recogía en la escuela e íbamos juntos a casa o a ensayos de su banda con los chicos. Mi madre se portaba fría y cortante. Detestaba esa parte suya, pero Daniel parecía no darse cuenta de su comportamiento. Era tan distraído que a veces que costaba creer que era mayor que yo, a pesar de que él siempre decía que yo era la inmadura —y de que a veces de verdad creía que yo era menos madura—; de cualquier manera yo veía algo en sus ojos, algo diferente a su actitud de chico de primaria. Siempre que miraba sus serenos ojos verdes, casi imperturbables, tenía la certeza de que el comprendía las cosas a un grado mucho más avanzado que y, aunque no lo demostrara.
El paso del tiempo nos condujo inevitablemente al diecinueve de enero, el día en que Daniel cumplía los dieciocho años de edad finalmente.
El plan original había sido una pequeña reunión en casa de Josh, sólo con los chicos y quizá Rachel y Austin, pero él prefirió un día conmigo. Justamente ése día mi madre tenía una reunión en su trabajo, así que no estaría en casa hasta tarde, lo cual era perfecto para mí, ya que no tendría que soportar más sus malas caras y sus tratos hostiles, que me afectaban más a mí que a Daniel.
—Al fin voy a disfrutar de mi cumpleaños —dijo Daniel con una sonrisa una vez que mi madre abandonó la estancia y se fue en el auto a su trabajo después de que comió.
Le sonreí, me acerqué al sofá y me dejé caer junto a él, recargando mi cabeza sobre su hombro.
—Creo que nos divertiríamos más si estuviéramos con los chicos en casa de Josh ¿sabes? —le dije, considerando aún en ir allá. En realidad me divertía con ellos y me ayudaban a no pensar mucho en tantas cosas… No podía distraerme con el silencio que había en la casa y lo que menos quería era pensar en mi desafortunada situación, con la cabeza dándome vueltas entre Daniel y Martin, mareándome hasta sentir nauseas.
—Hm… Yo creo que tengo una noción de la diversión quizá un tanto diferente a lo que tú tienes en mente en este momento —dijo con suavidad, caminando con sus dedos por mi columna desde mi cuello hasta mi espalda baja, erizándome la piel con un suave cosquilleo.
Lo miré a los ojos un momento y los vi diferentes, encendidos. Mi felicidad era la suya y quería hacerlo feliz en su cumpleaños número dieciocho, así que encogí mis hombros y acerqué mi rostro al suyo, besando sus labios con suavidad.
Comenzó siendo un beso completamente normal, lento como de costumbre, pero algo empezó a cambiar mientras mis manos recorrían su abdomen. Se separó de mí ligeramente y se quitó la playera con algo de urgencia, algo diferente a lo que conocía. No supe por qué, pero algo en ese gesto me pareció diferente y poco familiar. El modo en que lo hizo no era el mismo de otras ocasiones. Volvió a envolverme en sus brazos con rapidez pero suavidad y súbitamente me cargó entre sus brazos y caminó escaleras arriba.
—¿Qué haces? —le pregunté, con la respiración un poco entrecortada por la sorpresa.
—Sh… —me acalló mientras volvía a besarme.
Me dejé envolver, despreocupada, por la electrizante y cálida sensación de sus labios y sus brazos, pero había algo en mi cerebro que no me dejaba tranquila y me ponía de nervios. Una alerta que no lograba descifrar.
Entró a mi cuarto conmigo en brazos. Estábamos fundidos en un beso largo y apasionado. Me depositó en la cama con cuidado y volvió a besarme. Sentí de repente como sus manos iban subiendo lentamente mi camisa hasta quitármela por completo.
No sé por qué esperaba que las voces en mi cerebro empezar a hablar o discutir por algo, pero no escuché nada más que el murmullo de nuestros labios jugando sincronizados. Entonces, tomándome por sorpresa una vez más, sentí sus manos recorrer mi espalda por enésima vez hasta encontrarse con el broche de mi sostén, cuya presión dejé de sentir unos segundos después. Sintiéndome totalmente descubierta, dejé de besarlo y tomé con rapidez una de la almohadas de mi cama. Me cubrí con ella.
—¿Qué haces? —le pregunté sin aliento, con los ojos abiertos como platos.
Me miró sorprendido y después me dedicó una dulce sonrisa.
—¿Qué no es obvio? —preguntó mientras volvía a acercarse para besarme. Esta vez no estaba tan concentrada en el beso como lo estaba en sus manos, que tocaban lugares, si bien no desconocidos, con un tacto diferente y mucho, mucho más directo.
¿Qué hace? Me repetí en mi mente, insegura al pisar terreno desconocido. Deseé más que nunca que mis voces empezaran a discutir, que me dijeran qué hacer, pero se habían callado por completo, como cuando estaba en estado de shock.
La pequeña alerta de mi cerebro que me había hecho ponerme un poco nerviosa al principio ahora se había trasformado en un fuego gigantesco, que quemaba todos mis pensamientos, haciéndome concentrarme solo en esa alerta roja.
¿Qué hace? Repetí, tratando de encontrar a la voz fría, sensata o lo que fuera para que me explicara que hacer sin involucrar mis sentimientos en ello, para que me ayudara a pensar claro y acordarme de que debía hacer en esa situación. Daniel bajó sus manos y sentí como desabrochaba el botón de mi pantalón de mezclilla. Ese gesto me hizo volver de mi fuego cerebral al mundo real, como si saliera de una neblina que no me había dado cuenta de que me había envuelto, hasta aturdirme. Tuve claro todo y al fin encontré a mi bendita voz sensata.
¿Eres estúpida? El chico quiere sexo, niña. Despierta, piensa rápido. ¿Qué vas a hacer?
Cuando me quitó lentamente el pantalón y sólo estuve en ropa interior, al fin me aventuré a hablar en susurros. No supe por qué, pero me sentía intimidada.
—Daniel, esto no está bien —le dije, aún cubriéndome con la almohada que aferraba con una de mis manos, mientras que con la otra lo empujaba con debilidad.
—¿Por qué? —preguntó sin alejarse un milímetro, besando mi cuello y acariciando una de mis piernas, aventurando su mano cada vez más arriba.
—Porque no estoy lista —dije con voz quebrada.
—Claro que lo estás, amor —dijo, mientras él empezaba a quitarse el pantalón.
—Daniel, de verdad. Sólo tengo dieciséis años. No estoy lista para ser mamá —le dije, tratando de sonar más decidida.
—No vas a ser mamá. Vamos a cuidarnos —dijo con voz tranquilizadora, sacando de uno de los bolsillos de su pantalón algo que no vi pero imaginé.
Sentí que estaba a punto de quitarme la última prenda de ropa que quedaba en mi cuerpo, lo cual era mi ropa interior sin contar la almohada que aún sostenía contra mi pecho, pero el timbre me salvó. Él pareció no escucharlo.
—Alguien tocó el timbre —le dije, empujándolo para que dejara de besar mi cuello.
—No tienen por qué saber que estamos aquí. Sólo no abras —dijo encogiendo los hombros. Volvió a sonar, esta vez más insistente.
—¿Qué tal si es importante? —dije mientras me levantaba y me abrochaba el sostén sin deshacerme de la almohada.
Me puse los pantalones y la camisa de nuevo. Él suspiró y también se puso el pantalón.
Bajé la escaleras lo más rápido que lo permitieron mis temblorosas piernas. El timbre seguía sonando de manera insistente y me pregunté quién podría ser a la vez que le agradecía infinita y profundamente a esa persona por darme algo de tiempo para negarme a tener sexo. Si era un vendedor de algo, le compraría lo que fuese con tal de agradecerle, aunque no lo supiera.
Daniel se puso la playera que había dejado en el sofá y después abrí la puerta. Hasta entonces no me di cuenta de que seguía teniendo la almohada aferrada en la mano. Negué con la cabeza y entorné los ojos ante mi propia estupidez antes de mirar a la persona que se encontraba en frente del umbral de la puerta.
Martin.
—El fin del castigo fue hoy —dijo con una gran sonrisa. Lo contemplé boquiabierta y sonreí ante la coincidencia. Martin había sido mi salvación. Extraño, curioso y algo irónico.
—Que bien —le dije, sin poder esconder el alivio que sentí ante su presencia.
—Llegas en mal momento. Estamos muy ocupados —dijo la voz de Daniel con rudeza e irritación.
—¡Qué sorpresa encontrarte aquí, Daniel! Justo a ti te quería ver desde hace un tiempo —dijo Martin con voz ruda, entonces entró a la casa y sin mediar palabra golpeó a Daniel en el rostro—. Eso es por robarme a mi chica.
Me quedé paralizada durante cinco segundos, observando como Daniel, enojadísimo, se limpiaba un poco de sangre que salía de su labio inferior. La almohada se me cayó de la mano.
—Te voy a matar… —dijo Daniel, tronando su puño con la mano izquierda de forma amenazadora.
—¡Esperen! —grité, poniendo mis manos sobre mi boca con sorpresa.
Me ignoraron. Daniel impactó un golpe en el rostro de Martin y después uno más en sus costillas.
—¡Basta! —grité, sin ningún efecto por parte de ninguno. Seguían peleando a muerte… o al menos hasta noquearse.
Me interpuse entre ellos, poniendo una de mis manos sobre el pecho de Martin y la otra sobre el de Daniel para alejarlos. Estaban jadeando, sudados y con sangre en los puños y la cara.
—Lárgate de aquí —le dijo Daniel a Martin.
—Vete tú —contestó Martin, con tono burlón.
—Se van a ir ambos si no se calman —les dije, levantando la voz con autoridad—. No quiero más peleas en mi casa.
Me miraron enfadados y asintieron a regañadientes. Los miré y me tallé la cara con las manos, preocupada por la apariencia magullada que tenían. Suspiré.
—No pueden ir así a sus casas —les dije preocupada.
—Tienes razón —dijo Daniel—. Si quieres lo mato y así no regresa a su casa.
—¡Ja! Quisiera que lo intentaras —se burló Martin.
—Por favor, tranquilícense —dije, gemí con preocupación y después volví a hablar—. Acompáñenme a la cocina para ponerles hielo en los golpes. Sin peleas ¿sí?
Se miraron como si se estuvieran retando y asintieron. Daniel fue delante de mí y Martin a mis espaldas. Se sentaron uno en frente del otro en la pequeña mesa que estaba en la cocina. Cruzaron los brazos sobre el pecho y me observaron mientras tomaba dos bolsas y las llenaba con hielo. Me sentí cohibida. Les entregué las bolsas y los observé mientras se las colocaban en las heridas. Respiré profundo mientras miraba sus ropas ensangrentadas.
—¿Si los dejo solos dos segundos, creen ser capaces de no pelear? —les pregunté.
Me miraron con ternura y asintieron.
—Confío en ustedes —les dije con severidad antes de abandonar la cocina y subir a mi cuarto por un par de playeras viejas que les pudiera entregar para que limpiaran su sangre, algo de ropa que mi madre no notaría si llegaba a desaparecer en caso de que la sangre no saliera con el lavado.
Tomé dos camisetas blancas que tenían un par de agujeros. Bajé las escaleras corriendo y le entregué una a ambos.
—Límpiense un poco y denme sus camisetas. Las voy a lavar y las pondré en la secadora para que no se den cuenta en sus casas de que se pelearon —dije extendiendo las manos para que me las entregaran.
Se quitaron las playeras y me las entregaron. Mi corazón no pudo evitar acelerarse ante el paisaje, así que en cuanto tuve las ropas salí casi corriendo al cuarto de lavado. Puse a llenar la lavadora con carga ligera mientras tallaba un poco las manchas de sangre para que salieran antes de echarlas a la lavadora.
Me quedé un momento recargada en ese lugar, preguntándome qué había hecho yo para merecerme tantos problemas. Dejé la lavadora en marcha y regresé a la cocina para sentarme con ellos en la mesita. Un silencio incómodo se había apoderado del lugar. Cruce mis brazos sobre la mesa y me recargué.
—¿Por qué me pasa esto a mí? —pregunté con voz melancólica.
—Porque eres la chica más perfecta del universo en todo sentido —contestó primero Martin con tono dulce.
—Buena persona, inteligente, bonita, graciosa y diferente a todas las demás chicas —dijo Daniel un segundo después con el mismo tono de voz, como si completara la frase de Martin.
—Era una pregunta retórica… —les respondí con un rostro confundido—… De cualquier manera esas son grandes mentiras.
—No lo son —dijo Daniel, tomando mi mano y acercándome a él hasta sentarme sobre sus piernas. Suspiré y me dejé manejar, a pesar de que estábamos en frente de Martin porque no quería causar más problemas.
—Sí lo son. Soy una persona horrible y merezco morir porque siempre me precipito, hago todo sin pensar y lastimo a quienes están alrededor de mi vida —dije, dándome golpes en la frente con la mano.
Eso es tan cierto… dijo la voz sensata, casi como si quisiera hacerme sentir peor.
—Yo no me siento lastimado —dijo Daniel, acariciando mi rostro—. ¿Y tú, Martin?
Se quedó callado un momento antes de responder.
—Sí, pero no es tu culpa, nena.
Respiré profundo y me recargué sobre la mesa con los ojos cerrados, dejándome arrullar por el movimiento rítmico de las piernas de Daniel meciéndome de un lado a otro.
Antes de quedarme dormida sonó la lavadora indicando que el ciclo se había terminado. Me levanté del regazo de Daniel.
—Voy por sus ropas. Vayan a la sala, estoy cansada de estar sentada —les dije.
Asintieron y me encaminé al cuarto de lavado para poner las ropas en la secadora. Antes de volver fui al baño por árnica, que estaba en el botiquín de emergencias detrás del espejo. Regresé a la sala con pasos lentos y silenciosos. Escuché la voz de Martin.
—¿Sabías que te odio?
—El sentimiento es mutuo —contestó Daniel, con tono indiferente.
—No, yo en serio te odio. Si pudiera te mataría en este momento con mis propias manos —le dijo Martin con voz contenida.
—Y yo en serio te digo que el sentimiento es mutuo —dijo Daniel en tono sombrío.
Aparecí en seguida, temiendo por otra pelea.
—Hey, les traje árnica para que se pongan en los golpes —dije entregándole la crema primero a Martin.
—Gracias —dijo con una sonrisa mientras se ponía un poco debajo del ojo derecho, en las mejillas y los brazos. Me entregó la crema y se la tendí a Daniel, quien hizo lo mismo.
Daniel estaba sentado en el sillón doble y Martin en el de una pieza, así que me acosté en el de tres secciones y me tapé la cara con un cojín.
—Los hombres no tienen remedio —me quejé.
—Quizá —convino Martin a mi comentario—, de cualquier forma vine porque necesito hablar contigo.
—Creo que ya hemos hablado suficiente —le respondí.
—Ustedes dos no tienen nada de qué hablar.
Me quité la almohada del rostro y observé a Daniel.
—Pero tú y yo sí tenemos de qué hablar, muchísimo de qué hablar en realidad —le dije con severidad y mirándolo con ojos aterradores.
Se encogió ante mi mirada sombría.
—¿Hice algo malo? —preguntó.
—¿Hizo algo malo? —dijo Martin esperanzado.
—Luego hablo contigo —le dije a Daniel y después me dirigí a Martin—y si hizo algo malo o no, a ti no te incumbe. Perdóname, Martin, pero tendré que pedirte que te vayas cuando te entregue tu ropa. Si quieres podemos vernos en otro momento, pero agradecería que me avisaras acerca de tus visitas.
Suspiró y asintió derrotado.
—Y Daniel, cuando yo tengo visitas, te agradecería que no les dieras indirectas para que se vayan diciéndoles “estamos muy ocupados”. Me importa un bledo si eres mi novio o no, pero no tienes derecho de correr a mis amigos.
Asintió a regaña dientes.
El pitido de la secadora me hizo levantarme.
—Martin, levántate del asiento y espérame en la puerta, en seguida te traigo tu ropa.
Se puso de pie y caminó hacia la puerta mientras yo iba al cuarto de lavado. Las playeras habían quedado como nuevas. Suspiré de alivio y volví a la sala. Le entregué su ropa y esperé a que se la pusiera antes de abrir la puerta.
—Nos vemos mañana en la escuela —le dije.
Me dio un beso en la mejilla y me entregó la bolsa con hielo y la camisa blanca, que ahora estaba llena de sangre.
—Mañana te voy a visitar aquí, si no es mucha molestia. Quiero conversar contigo a solas —dijo, casi como si avisara a Daniel.
Asentí y cerré la puerta. Me giré para observar a Daniel, lucía preocupado.
—¿Al fin… solos? —preguntó, con una sonrisa de duda en los labios.
Negué con la cabeza y lo fulminé con la mirada. Calmé mi furia y respiré profundo antes de relajar mi expresión e ir a sentarme a su lado.
—Lamento  que tu cumpleaños se arruinara —le dije como si me disculpara.
—No fue culpa tuya, de cualquier modo siempre tenemos tiempo para mi regalo en otra ocasión —dijo con una sonrisa dulce.
—Ah… Acerca de tu regalo quiero hablar —le dije con severidad—. ¿Cuándo planeamos que ese iba a ser tu regalo?
Agachó la vista y encogió los hombros.
—No lo sé, no creo que eso se planee, simplemente sucede… ¿no?
—Quizá ¿pero no te parece que estoy algo joven? —le pregunté levantando una ceja.
—Eh… ¿no? —dijo con algo de sarcasmo.
—Daniel, dieciséis años no es la edad en la que uno es lo suficiente responsable como para empezar a tener relaciones —le dije ruborizándome.
—Pero dieciocho sí lo es —dijo, tomando mi mano.
—Pero yo no tengo dieciocho…
—Pero yo sí. Mi responsabilidad es suficiente para cuidarnos a los dos. Tú sólo confía en mí.
Suspiré.
—No es que no confíe en ti, pero no me siento preparada. ¿Entiendes?
—No me amas suficiente… —dijo como si comprendiera, agachando la vista decepcionado.
Entorné los ojos.
—Sabes que no es por eso —le dije, girando su cara para verle los ojos. Estaban llenos de la decepción que había expresado en su voz. Me sentí pésimo, pero aún así no iba a ceder.
—¿Entonces cuál es la razón? ¿Por qué no podemos consumar nuestro amor? —preguntó con voz tierna.
Sonreí y negué con la cabeza.
—¿De verdad crees necesario eso? ¿No puedes esperarme? —le pregunté, acariciando su mejilla.
Suspiró rendido.
—Supongo que puede esperar unos meses…
Me eché a reír.
—No creo que unos meses sean suficientes para prepararme. Sería a mis dieciocho años y quizá cuando esté en la universidad o tenga un trabajo. No tengo planeado casarme antes, pero sí al menos ser responsable y no dejar todo a la deriva por si algo sale mal.
—¿Dos años? —se quejó.
—Quizá un poco más incluso —dije, encogiendo mis hombros y frunciendo la boca—. Entendería si no quieres esperar, puedes conseguir a alguien de tu edad y…
—No, nada de eso —me interrumpió—. No te dejaré ir por un capricho mío es solo que… quiero tenerte, es una estupidez, lo sé, pero deseaba poder estar contigo en todo sentido ¿me entiendes?
Asentí.
—Lo siento, en verdad —le dije mientras lo abrazaba. Él me cargó y me sentó sobre sus piernas.
—Mientras tú seas mi novia esperaré el tiempo que necesites —me susurró al oído, después me besó en los labios.
Me sentí tranquila y toda incomodidad se borró una vez más.
—Todo el tiempo que necesites —repitió mientras me mecía en sus piernas de un lado a otro, hablando más para él que para mí.
—Te quiero. Gracias —le dije mientras me abandonaba en sus brazos, dejando que el sueño me aturdiera mientras sentía sus labios rozar mi rostro.
—Te amo —repitió en mi oído hasta que me quedé dormida. Me sentía muy cansada por alguna razón.

Desperté en medio de la oscuridad, aún con mi ropa puesta pero sin los zapatos. Estaba en mi cuarto y apenas podía ver algo de luz que asomaba por las comisuras de la puerta cerrada. Me giré en la cama y me di cuenta de que no estaba sola. Daniel estaba profundamente dormido a mi lado, abrazando a una almohada.
Me eché a reír bajito y le quité la almohada con suavidad para meterme entre sus brazos. Me apretó un poco más mientras un ligerísimo ronquido escapaba de sus labios y balbuceaba, como queriendo susurrar mi nombre torpemente. Sonreí y besé sus labios inertes, sorpresivamente después de un momento de dejar mis labios pegados a los suyos, me devolvió el beso con lentitud y torpeza. Seguía dormido.
Suspiré y recargué mi cabeza en su pecho cuando no respondió más a mis labios, después me pregunté qué hora sería, así que lentamente me di vuelta y vi la hora en mi celular.
¡Las doce am!
Me levanté despacio para no despertar a Daniel y salí de la habitación. Se escuchaban voces en el piso de abajo. Carina, mi madre y Rachel se despedían.
—Creo que ya es tiempo de ir a despertar a Daniel —dijo Carina estirándose después de bostezar—. Se veían tan lindos durmiendo juntos. No parece que fueran grandes ya.
Mi madre sonrió, pero noté que esa sonrisa era forzada. Ella seguía sin estar de acuerdo con nuestra relación porque él era mayor que yo. Por primera vez desde que salía con él, pensé que quizá tuviera razón aunque fuera solo un poco. Extrañé esa parte de Martin, nuestro acuerdo para estar juntos, la promesa que habíamos hecho en México. Sentí un repentino vacío en mi interior.
Rachel subió las escaleras y se encontró conmigo. Sonrió.
—¿Se la pasaron bien? —preguntó.
Miré abajo y vi que nuestras madres se habían distraído en su plática nuevamente. Tomé a mi amiga por la muñeca y la acerqué a mí para poder susurrar en su oído.
—Pasó algo raro —dije con tono misterioso.
—Cuéntame —dijo, intrigada.
Nos metimos al cuarto de mi madre, que estaba en la puerta justo en frente  de las escaleras.
—Daniel intentó hacer eso conmigo —le dije después de haber cerrado la puerta y prender la pequeña lámpara que había en uno de los muebles de noche que estaban a cada lado de la cama.
Se llevó una mano a la boca y abrió los ojos con sorpresa.
—Es un maldito pervertido. ¿Cómo se atreve? ¿Y lo hicieron? —dijo, alzando el tono de su voz hasta volver el susurro en una exclamación.
—No, tranquila. No pasó nada —le dije, negando con la cabeza ante su reacción tan exagerada—, pero estuvo a punto. Yo no quería, si no hubiera sido porque Martin tocó el timbre, no sé que desenlace hubiera tenido…
—Aja. Ya decía yo que vi la sombra de un moretón en su ojo. Pelearon.
Asentí.
—Les lavé las camisas. Quedaron llenos de sangre. Estaba preocupada porque sus madres se dieran cuenta.
—Mamá no lo notó aún, pero en cualquier caso seguro dirá que se resbaló en las escaleras o algo así —dijo, entornando los ojos—. Y dime ¿hablaste con él sobre el tema?
—¿El tema? —pregunté confundida.
—Ya sabes, sobre el sexo.
—Ah. Pues, le dije que no me sentía preparada, que era demasiado joven. Intentó convencerme pero al final cedió a esperar.
—¡Ja! —se burló Rache repentinamente.
—¿Qué?
—No creo que espere. Lo intentará de nuevo, quizá no pronto, pero lo intentará.
—Confío en él —repliqué.
—Ya veremos…
—¡Rachel! —llamó la voz de Carina desde el primer piso, interrumpiéndola.
—¡Tiene el sueño pesado! ¡Ya voy! —le respondió instantáneamente.
—¡Date prisa, te espero en el auto!
Salimos de la habitación y nos metimos en la mía. Me acosté como si nunca me hubiera levantado y después Rachel movió el hombro de Daniel. Acompasé mi respiración y escuché como despertaba.
—Hora de irnos, engendro.
—¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es? —preguntaba Daniel desorientado.
—Las doce y vinimos a festejar tu cumpleaños mamá y yo, pero nos encontramos con una linda parejita dormida.
—Sh… La vas a despertar si sigues hablando tan fuerte —susurró Daniel un momento después.
—Date prisa —dijo Rachel, entonces escuché sus pasos salir de la habitación.
Sentí la cama moverse mientras Daniel se ponía de pie, después como su mano acariciaba mi rostro. Besó mis labios con ternura antes de irse y cerrar la puerta.Saboreé su beso y abracé una almohada.
Bostecé y aproveché que no había perdido el sueño para volver a dormir. El día siguiente iba a ser muy interesante, ya que sería mi primera tarde con Martin después de estar sin él por dos semanas.
Sin querer sonreí y esperé algo bueno. Aunque no pudiese estar con él ahora, me emocionaba su presencia.
Me dormí con el sueño y la promesa de un día emocionante.

Al día siguiente, después de la escuela me fui con Martin a casa. Al principio me negué pensando que quizá Daniel podría ir por mí, pero casualmente recibí un mensaje donde me decía que ese día no podría estar conmigo ya que tendría que hacer un trabajo referente al ingreso de la universidad.
El camino a casa fue silencioso, pero no fue incómodo para nada. A veces sentía que el silencio entre nosotros decía más que mil palabras. La electrizante atmósfera seguía sin desaparecer a pesar de que tenía ya bastante tiempo de querer olvidar todo. Me engañaba a mi misma diciéndome que quería olvidarlo, una gran mentira, la más grande del mundo. Lo único que quería hacer era volver, sin embargo había dos palabras que me lo impedían: miedo y Daniel.
En lugar de regresar a casa fuimos a un parque, justamente al que quedaba cerca de la casa de Alex. Sentí extraño el hecho de que la persona que me mecía en el columpio fuera Martin y no Alex, pero al mismo tiempo me alegraba. Sentía que no había ningún otro lugar en el que tuviera que estar más que ahí.
—¿De que querías hablar? —le pregunté mientras me mecía en el columpio, empujando mi espalda con suavidad.
—Si te soy sincero, no quería hablar de nada. Sólo quiero estar contigo y alejarte de ese idiota al que ahora llamas novio.
—No lo insultes, por favor —le pedí.
Suspiró.
—Alice, en realidad si quiero decirte algo —dijo, deteniendo el columpio para después arrodillarse en frente de mí.
—¿Qué ocurre?
—Creo que Daniel no es adecuado para ti —dijo ruborizándose.
Lo miré con ternura y alboroté su pelo como si fuera un niño.
—Creo que nadie sería bueno para mí si no eres tú ¿verdad? —le dije con algo de sarcasmo, sin ser dura con él.
—Eso tiene sentido, pero de verdad, detesto a Daniel. Incluso preferiría que fuera Alex, o Carlos —hicimos una mueca al mismo tiempo ante la persona que eligió. Se encogió de hombros y sonrió—. Cumplirías sus fantasías y me molestaría menos.
—Carlos. ¿Bromeas? El parece encantado con Megan, además, no es que yo sea muy superficial, pero el chico es un esparrago…
Se echó a reír.
—Mira quien habla. No es como si tú fueras muy voluptuosa…
Abrí la boca, ofendida.
—Pues déjame recordarte lo mucho que te gusta tocar este poco voluptuoso cuerpo —lo reté con ojos entrecerrados.
—No me quejo, tienes lo necesario. Solo que estás flaca y lo sabes, nena —me dijo acariciando mi mejilla—. Pero te repito que tienes justo lo necesario para volver loco a cualquiera.
—Claro. Ahora trata de reparar el daño —lo miré fingiendo molestia. No estaba realmente enojada, por supuesto que sabía que yo era apenas un poco más de masa que una anoréxica, pero qué iba a hacer. Yo había heredado la delgadez de mi padre, o mejor dicho la apariencia de saco de huesos. Lo había visto en algunas fotos y parecía un Carlos cualquiera…
—Eres perfecta, de verdad. Pareces una bailarina.
—No soy perfecta, pero en fin. Te perdono por llamarme esparrago. De cualquier forma yo sé que algún día voy a engordar un poco, no pierdo la esperanza —bromeé.
—Yo puedo ayudar en eso si quieres. ¿Te invito un helado?
Asentí con una sonrisa y me levanté del columpio, concentrándome en disfrutar de la tarde tranquila en compañía de Martin y los sentimientos dentro de mí, que se habían vuelto antítesis a mis pensamientos.

Más días pasaron y yo cada vez me hallaba a mí misma más distante que el día anterior. Me absorbían por completo mis contradicciones y me preguntaba cada vez más si no habría tomado decisiones equivocadas respecto a quien elegí. Lo peor era que nadie era feliz. Estaba distante después de mi tarde con Martin porque me había puesto a pensar en lo que había perdido. No podía concentrarme en la escuela, en mis amigos, ni en Daniel. Estaba debatiéndome siempre, ya ni siquiera las voces necesitaban decir nada. Era una lucha silenciosa pero agotadora y no ganaba ninguna de las dos partes. Mis respuestas se resumían  a dos situaciones: una, no arriesgarme y hacer lo correcto siguiendo con Daniel, porque si no lo destrozaría con mi irresponsabilidad de el día que fuimos al lago, al darle falsas esperanzas solo porque me quería divertir, o dos, hacer que todo dejara de importarme, ser egoísta y precipitarme a los brazos de Martin.
Ninguna parecía buena opción y el tiempo trajo consigo el mes de febrero.
El lunes catorce de febrero fue el peor día de mi vida. Al llegar a la escuela en lugar de ir al salón de historia, como era mi costumbre, me dirigí a mi casillero porque había olvidado mi celular ahí —otra de mis costumbres—, así que desvié mi camino unos pasillos.
—Atención, estudiantes —llamó la voz del prefecto Morgan en las bocinas, justo esa mañana mientras yo recorría los pasillos—. Este sábado será el baile de San Valentín, así que no se olviden de conseguir una pareja. Los esperamos a las siete de la noche. Es formal, chicos, no se atrevan a venir con las fachas de la juventud de ahora…
Cinco segundos después de que las bocinas se callaran, observé a los cinco chicos que había en el pasillo clavarme la mirada. Me dirigí apurada a mi casillero, con miedo a las distracciones ya que se me había hecho tarde para historia. Al abrir el casillero me sobresalté al ver caer una cascada de cartas justo a mis pies. Los chicos se habían ido y agradecí el haber estado sola. Recogí el montón de cartas sin saber bien qué hacer con ellas. Me parecía cruel echarlas a la basura y seguro me podría divertir un rato con Rachel leyéndolas, así que después de un largo suspiro las metí todas a mi mochila. Por un momento pensé que quizá había una por cada chico de la escuela, hasta me sentí algo vanidosa.
Casi olvidé mi celular después de guardarlas todas. Mi mochila se volvió un bulto enorme que no pesaba en lo absoluto. Ese día hubo como diez propuestas para el baile, todas de chicos engreídos y Martin. No hace falta decir que las rechacé todas, realmente no pensaba ir al baile. Me tranquilizó bastante que fueran muchas menos propuestas que cartas.
—Todos sabíamos que este día llegaría —me dijo Irving en el descanso, después de haber rechazado a un chico de último año.
—Es estresante —me limité a decir. Seguía distante.
Hubo más comentarios, pero no presté atención. Sorpresivamente, Martin casi no me dirigió la palabra después de haberme invitado medio en broma y eso me hizo ponerme ansiosa. Quizá después de todo decidió al fin rendirse… Si así era no lo culpaba, después de todo él merecía ser feliz. Por un momento me pregunté si planeaba invitar a alguien más y me sentí mal, casi me dieron nauseas.
Terminó el día y Martin se despidió de mí de manera distante, como yo lo había estado haciendo todos esos días. Sentí mi estómago encogerse con preocupación. Quizá ya no tenía dos opciones, quizá ya solo me quedaba el resignarme a hacer feliz a Daniel y ya no podía arrepentirme más. Era tiempo de dejar de estar tan confundida y alejarlo de mis pensamientos.

Ese mismo día más tarde, Daniel se enteró del baile por Rachel, ya que Austin la invitó.
—Así que… ¿piensas ir? —me preguntó después de que mi madre se fuera a su trabajo.
—No lo sé —dije encogiendo los hombros.
—Alice ¿qué te pasa? Parecieras no estar conmigo desde hace un tiempo atrás —me dijo preocupado—. Siempre has estado en las nubes, pero esto de verdad me empieza a asustar.
—Lo siento, la escuela ha sido algo pesada —le dije en tono dulce y besé sus labios distraídamente. Me abrazó y suspiró cuando me recargué en su pecho.
—Tengo un pequeño obsequio para ti por lo de San Valentín.
Me levanté y lo miré con gesto preocupado.
—Yo no tengo nada para ti, perdón —me disculpé.
Se encogió de hombros y sonrió.
—Lo imaginé, pero no quería dejarlo pasar por si a caso me reprochabas algo—dijo mientras sacaba algo de uno de sus bolsillos.
Me entregó una cajita alargada.
—¿Qué es? —le pregunté con una sonrisa.
—Ábrelo —invitó.
Un poco emocionada, deshice el pequeño moño que mantenía junta la parte superior de la cajita con la inferior. La abrí y me encontré con una cadena plateada que en un extremo tenía un dije en forma de corazón.
—Es precioso. Muchísimas gracias —le dije mientras lo abrazaba con los ojos húmedos.
—No hay qué agradecer —susurró en mi oído—. ¿Te lo pongo?
Asentí y me recogí el cabello para dejar mi cuello libre. Me lo puso con delicadeza y después me recostó sobre su pecho.
—Gracias de nuevo —le dije con un suspiro.
—No es nada, pero… regresando al tema del baile ¿te gustaría ir conmigo? —dijo de repente.
—Sería nuestro segundo baile —le dije riendo, recordando el pasado…
—Sí, pero este sería real —dijo, jugando con un mechón de mi pelo entré sus dedos.
—Hm… Está bien, acepto —dije no muy convencida, con falta de ganas que no demostré.
—Quiero presumirle al montón de chicos de tu escuela que yo les gané a todos ellos —susurró en mi oído.
Entorné los ojos.
—Que razón tan linda para llevarme —dije con sarcasmo.
Se echó a reír.
—Tienes que entender que un hombre tiene que marcar su propiedad —dijo entre carcajadas.
—Ahora soy tu propiedad… —me quejé.
—Es mi gran orgullo decir eso —dijo tiernamente, besando mi cabeza.
—Exageras, pero si está bien para ti, lo está para mí —dije con un bostezo. No había dormido bien últimamente, siempre pensando en estupideces hasta tarde.
—Duerme un rato —dijo acurrucándome en el sofá—, yo estaré aquí viéndote.
Sonreí y suspiré mientras me dejaba ir en la oscuridad de mi sueño, la única capaz de traer paz a mi vida, aunque fuera por un rato…

Esa semana mayoritariamente la pasé en compañía de Rachel, quien estaba entusiasmada con el baile hasta llegar a la euforia.
—Tranquila —le dije mientras estábamos en el centro comercial el martes, recorriendo tiendas para conseguir un vestido.
—No puedo calmarme, tengo que encontrar el vestido más perfecto del mundo para las dos, ya que tú no me ayudas —se quejó.
Me eché a reír mientras dejaba que me llevara a través de probadores que no terminaban. Finalmente llegamos a una tienda elegante de cierto prestigio. Entramos y yo me quedé parada chocando un pie contra el suelo mientras esperaba a que Rachel eligiera dos vestidos suficientemente buenos.
Eligió uno negro y uno blanco, ambos muy cortos.
—Entra a probarte alguno mientras yo busco uno que me quede a mí —dijo pensativa mientras me entregaba las prendas.
Tomé los vestidos y me metí a los probadores. Me puse primero el vestido blanco. Al parecer, el vestido tenía que estar ajustado, pero  tratándose de mí eso era casi una misión imposible. Salí del probador y llamé a Rache. Frunció la boca y el ceño ante cómo me quedaba, después negó con la cabeza.
—Prueba con el negro.
Entorné los ojos y me metí al probador nuevamente.
El segundo vestido, para mi suerte, era ajustable. Tenía un escote en “v” muy pronunciado. Era de tirantes y se ajustaba justo por debajo del busto con un moño en la parte de atrás. Tenía vuelo y me llegaba muy por encima de las rodillas. Ni siquiera me miré en el espejo antes de salir. Llamé a Rachel una vez más. Estaba dentro de uno de los probadores. Salió con un vestido rojo puesto que se le veía fantástico. Me dio una ligera punzada de celos el ver que ella sí tenía con qué llenar el vestido. Al verme abrió la boca teatralmente.
—Está terrible. Me voy a cambiar por otro —dije antes de que dijera nada.
—No, está perfecto. Te ves increíble, de verdad —dijo admirándome de distintos ángulos.
—¿De verdad? —pregunté esperanzada.
—De verdad. Vas a deslumbrar en esa fiesta con este vestido —dijo asintiendo.
—Gracias. Creo que entonces me lo llevo —dije sonriendo y buscando el precio. Casi me infarto cuando vi la etiqueta—. Ciento noventa y nueve dólares.
—¿Cuánto traes? —pregunto.
—Mi madre me dio sólo cien.
—Te presto, traigo cuatrocientos.
La miré asombrada.
—¿Carina te dio tanto?
—No, son de mis ahorros —me guiñó un ojo.
—Olvidé que por eso eras tacaña para otras cosas —bromeé, recordando que ella siempre se privaba de comprar tonterías precisamente para tener dinero cuan do lo necesitara.
Salimos de la tienda con una sonrisa y grandes planes. Había decidido que me iba a divertir y que de una vez por todas iba a olvidarme de Martin, que no me había dirigido la palabra en todo ese día durante la escuela.
Lo que querías era que se rindiera, pues ya lo hizo, así que supéralo… me dije.

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