domingo, 5 de junio de 2011

Capítulo 14.- Respira, sólo respira...

Lloré en todo el trayecto de la escuela a mi casa y cuando llegué corrí escaleras arriba y me hundí en mis almohadas.
Y solo eso hice, llorar hasta que mis ojos quedaron hinchados y rojos. Mis sollozos no se escuchaban más y sentía un vacío terrible, como un agujero negro en el estómago, donde antes habían estado muchas mariposas revoloteando.
También sentía un peso enorme en el pecho, sentía que si me levantaba sería incapaz de caminar derecha.
En las películas las chicas siempre comen helado… Quizá sirva… me recomendó la triste voz loca.
Me levanté, encorvada—como supuse que estaría—y caminé hacia la nevera para ver si había algo de helado. Para mi gran suerte, sí había un poco de helado de chocolate.
Estaba a dos días de caducar, pero ¿a quién le importaba? Si me enfermaba al menos tendría una excusa para faltar a clases. Al imaginar esa posibilidad comí el helado con más entusiasmo.
Me dirigí a la sala y prendí el televisor para ver cualquier cosa que me distrajera de mi situación…

El teléfono me despertó y me di cuenta de que ya había anochecido.
—¿Diga?—contesté con voz monótona.
—Al—dijo la voz de Rachel con suavidad, como si estuviera siendo cuidadosa—. ¿Estás bien?
—No—se me quebró la voz y rompí a llorar una vez más.
—Tranquilízate. Ya sé que pasó. Alex me llamó y me dijo que hablara contigo, que no te veías nada bien. Por lo visto estaba en lo cierto. Daniel va en camino y te traerá aquí ¿sí?—me dijo atropelladamente.
—¡No quiero ver a Daniel, es un idiota y todo es su culpa!—lloré, tapando mi cara con el cojín. Me levanté del sofá y puse los pies en el suelo, fue entonces cuando me di cuenta de que el helado se había  derretido y ahora estaba regado entre la mesita y el sofá de tres piezas.
—OK. Eso es nuevo. Pensé que tú y el chimpancé se amaban o algo así… ¿Qué pasó con mi hermano?—preguntó con la confusión explicita en su voz y totalmente ajena al desastre en el que se había convertido mi sala.
—Me robó un beso, la estúpida Megan me espiaba y nos tomó una foto justo en ese momento, le mostró la foto a mi no… a Martin y él se molestó conmigo, entonces le dije cómo había sucedido todo y él dijo que no sabía si creerme. ¡No sabía si creerme a mí o a ella! Ahora estoy en el plan de cero relaciones, o lo que sea, hasta que me recupere de Martin o de por vida. Tengo intenciones de irme a África a ayudar a los elefantes en peligro de extinción por el resto de lo que me queda de vida…—dije con rapidez.
Rachel se echó a reír.
—¿Cómo puedes reírte?—me quejé, echándome a llorar una vez más.
—No llores, Ally. Es solo que ¿elefantes? ¿África? Por Dios, no eres una niña. Reacciona, no puedes escapar de tus problemas, no puedes volver a ponerte tu escudito de soledad. Alice Claire Miller, tienes que reponerte. ¿Vas a darle a Megan el gusto de romper con tu novio porque él dudó un segundo cegado por los celos?
—Rachel, hubieras visto su cara. Tenía una duda real en sus ojos. Si le hubiera preguntado si me amaba… Me… Me habría…—dije entre sollozos—Me habría respondido lo mismo. Aunque yo hubiese estado enojada con él… Yo… Yo jamás…
—Alice, no seas tonta. Ese chico te ama más que a su propia madre—me aseguró en tono consolador.
—Si me amara no me habría lastimado. Tú sí me amas, por eso nunca me lastimas—dije levantándome de una vez del sofá para ir por un trapeador.
—Sí, pero yo no tengo razones para estar celosa de nadie porque soy tu mejor amiga, tu hermana, pero él es tu novio…
—Era.
—¡Lo que sea! El punto es que es diferente y el cometer un error no significa que no te ame.
—Me lastimó—dije con tristeza—, por el momento no quiero saber nada de nadie que no sean tú y mi madre…
—Al, lamento reventar la burbuja de tu “sueño” de querer mantenerte sola, pero no vas a poder hacerlo como a principio de clases. Ya te conocen más personas que Alex y no te van a permitir estar sola en esta situación.
Sonó el timbre, sobresaltándome mientras limpiaba el helado del suelo con una mano y con la otra mantenía presionado el teléfono contra mi oreja.
—Ese es mi hermano seguramente—dijo Rachel, que había escuchado el sonido del ruidoso timbre.
Suspiré.
—No quiero estar con nadie en este momento—me quejé mientras metía la jerga a la cubeta llena de agua y lo llevaba al cuarto de lavado. Volvió a sonar el timbre tres veces de forma insistente.
”¡Ya voy!—grité con voz ronca.
—No grites en el teléfono—se quejó Rache.
—Lo lamento—me disculpé.
—¡¿Alice?!—gritó la voz de Verónica desde afuera. ¡Verónica!
—¿Alice?—preguntó Rachel.
—Rachel tengo que colgar. Te marco en un rato—dije, a punto de que me diera un patatús.
—OK—dijo, comprendiendo que tenía prisa.
Colgué el teléfono y lo dejé encima de la mesita de la sala. Caminé con lentitud hasta la puerta, tratando de calmar mis nervios, que últimamente me hacían temblar demasiado. Yo no solía ser así.
Abrí la puerta a medias y la observé, recelosa. Ella se enterneció al mirarme y levantó una mano hacia mi rostro para tocar mi mejilla.
—Querida, te ves fatal… Bueno, tan fatal como te puedes ver tú—dijo, con algo de ironía—. Has llorado demasiado ¿cierto?
Asentí, suspiré y la hice pasar. Levanté el bote de helado vacío del sillón y lo llevé a la cocina, después regresé a sentarme con ella, que tenía una sonrisa herida en su rostro.
—¿Ya le contaste a tu mamá?—me preguntó, agachando la vista.
Negué con la cabeza. Parecía que me había comido la lengua un gato.
—Alice, él lo lamenta mucho… está demasiado arrepentido pero su padre es estricto. Creo que solo si te estuvieras muriendo lo habría dejado venir. Te ama ¿lo sabes?
Rompí en llanto otra vez. No había llorado tanto desde que supe lo de Alex y Helen, esta vez incluso lloré más. Ella me abrazó y me dio palmaditas en la espalda, tratando de tranquilizarme. Esto iba en contra de las reglas de mi escudo, así que rápidamente sequé mi llanto y me levanté del sofá.
—Alice—dijo, extendiendo una mano hacia mí.
—Verónica, lo lamento. Tú sabes lo mucho que te aprecio, aprecio a Bruce, a Sofía, pero creo que lo mejor sería poner algo de distancia entre nosotros por un tiempo—dije sin mirarla a los ojos.
Se quedó callada y yo no me atrevía a levantar la vista.
—Lo estás destrozando—susurró.
—Yo ya estoy destrozada—murmuré.
—Entiendo—dijo con pesadez, después se levantó del sofá y caminó hacia la puerta—. Aún eres bienvenida en nuestra casa cuando quieras. Siempre puedes regresar, ya lo sabes.
—Sí, gracias—dije.
Asintió y abrió la puerta. Se fue y me dejó sola, sumida en un silencio sepulcral que hacía zumbar mis oídos hasta que el timbre volvió a sobresaltarme un minuto después.
—Alice. ¿Estás bien?—dijo la voz de Daniel cuando abrí la puerta. Tenía expresión preocupada.
Negué con la cabeza.
—Vete, por favor—le pedí débilmente, tratando de no odiarlo por lo que había sucedido. Cerré la puerta pero él no me dejó cerrarla totalmente.
—Al, no voy a permitir que te alejes de todos de nuevo ¿o crees que fue todo muy sutil? Perdimos contacto de repente ¿y crees que no lo noté cuando pasó lo de Alex? Déjame pasar—pidió, sosteniendo la puerta y evitando que la cerrara.
Era difícil no gritarle en esas condiciones. Empezaba a respirar rápidamente, tratando de contener las lágrimas otra vez.
—¿Al?—pidió de nuevo—¿Por favor?
Negué con la cabeza.
—No quiero forzar las cosas de nuevo, al menos déjame estar contigo—dijo con suavidad.
Respiré profundo. No quería lastimar a nadie más, pero tampoco quería salir lastimada, no quería estar con nadie. Quería estar sola.
Déjalo entrar… dijeron las voces de mi cabeza al mismo tiempo. Solo trata de ayudar…
No tenía ganas ni fuerzas para forcejear y mi mente me decía qué hacer, estaba totalmente de acuerdo en dejarlo pasar entonces, ya que las voces no se pelearon esta vez.
Me alejé de la puerta y me senté en el sofá, subiendo mis pies al asiento y rodeando mis piernas con mis brazos, escondiendo mi cara en mis rodillas. Escuché como cerraba la puerta y se acercaba a donde yo estaba con paso lento. Sentí cómo se sentó junto a mí por el movimiento del sofá.
—¿Qué pasó?—preguntó un poco nervioso. Lo miré un momento, levantando una ceja. ¿Qué acaso su hermana no lo había puesto al tanto de mi situación?
—Es decir, Rachel me dijo qué pasó, pero no cómo pasó…—me explicó, como si hubiera leído mi mente al ver mi expresión.
—No importa ya. No quiero hablar de eso… Pregúntale a Rachel más tarde—respondí.
Él suspiró y asintió. Me miró con cautela y entonces se acercó hasta rodearme con su brazo por los hombros.
—De cualquier manera, sabes que estoy aquí para ti—me dijo con sus labios contra mi pelo.
—Lo sé, gracias—no quería odiarlo. Era mi amigo, mi alienígena. No podía odiarlo, no era él quien merecía mi odio. En ese momento el único con quien debía estar enfadada era Martin… o Megan. Cualquiera de ellos dos, pero no Daniel, porque él estaba a mi lado, tratando de hacerme sentir mejor.
Pero también te ha lastimado… dijo la voz sensata, que ahora se había convertido más bien en insegura.
Lo sé… le respondí a la voz, y recordé nuestras vacaciones.
Aunque también es cierto que lo único que te lastimó fue su insistencia cuando tú amabas a Martin. Sólo te besó… dijo la voz loca, que en ese momento parecía ser la menos acabada de todo mi ser. Me refugié en la poca seguridad que le quedaba.
—Alice, sé que es pronto pero sabes que aquí estoy y que no pienso dejarte, si sabes a lo que me refiero—dijo, levantando mi barbilla con su mano para que lo viera a los ojos, que expresaban serenidad y cariño. Ese cariño podía fallar, yo lo sabía.
Muy pronto… pensaron las dos voces, como si se encogieran en mi mente, haciendo que mis hombros se crisparan hacia adelante y me hicieran encorvarme.
—Muy pronto—repetí, fuera de mi cabeza.
—Toma tu tiempo—dijo, acariciando mi pelo—. No estoy diciendo que lo olvides y me aceptes el día de hoy, solo piénsalo.
No dije nada. No lo acepté ni lo rechacé, porque no quería pensar en nada, quería mi mente en blanco.
Me sentía con ganas de echar todo por la borda de un barco, o con ganas de romper un álbum de fotos, o un diario… Mi diario. Mi respiración empezó a agitarse con furia.
Me separé de Daniel y corrí escaleras arriba. Abrí el cajón de mi mesa de noche y ahí estaba, lo primero que había porque hacía solo veinticuatro horas lo había utilizado para escribir todo lo contrario a lo que sentía ahora.
Lo abrí, dispuesta a arrancar las últimas páginas que había escrito.
—No lo hagas—me dijo Daniel, que estaba detrás de mí. Mi cara por enésima vez en el día estaba empapada en llanto.
—Se supone que lo odies. ¿Por qué no entonces?—sollocé.
Él suspiró y se acerco a mí con tranquilidad. Me miró a los ojos, transmitiéndome la paz que siempre llevaba desde hacía un tiempo.
—¿De verdad quieres romper esto? Se nota que te esforzaste—dijo, hojeando las coloridas páginas de mi diario y haciendo una mueca cuando llegó a la novia y el novio—. Demasiado cursi…—refunfuñó.
Me eché a reír ante el gesto gracioso de su rostro y después me senté en la cama.
—Vaya. Te hice reír. ¿Qué más podré hacer para conservar esa sonrisa en tu rostro?—se preguntó a sí mismo con aire pensador, dejando el diario sobre la mesita—Quizá…
Acercó una su mano a mi estómago y lo picó con un dedo, provocando cosquillas. Se me escapó una risita.
—Sí, creo que eso funcionaría—dijo con una gran sonrisa. Comenzó a hacerme cosquillas. Yo me carcajeaba y forcejeaba con él.
—¡Detente!—le pedí a gritos y sin aliento, pero él me ignoraba, apresando mis muñecas con una de sus manos y con la otra provocándome cosquillas.
Me eché para atrás en la cama y pataleé para zafarme, pero él se echó sobre mí y no me lo permitió, aunque aún así dejó de hacerme cosquillas.
Su cara estaba a centímetros de la mía y sus ojos concentrados, no en mis ojos, sino en mis labios. Lo empujé para apartarlo y me levanté de la cama, sintiéndome extraña.
—Alice—susurró, tomando mi mano con suavidad.
—Me siento muy cansada—dije, retirando mi mano con un poco de rudeza y quitándome el cabello de la cara—, creo que dormiré ya.
Me miró con algo de tristeza y decepción, pero en seguida se levantó de la cama y caminó lentamente hacia afuera de la habitación. Lo acompañe hasta la puerta.
—Gracias por animarme—dije con sinceridad—. De verdad lo aprecio.
—No lo agradezcas—dijo algo avergonzado ante mis palabras, ruborizándose—. Le diré a Rachel que preferiste quedarte.
—Claro. Nos vemos luego.
Cerré la puerta antes de que la situación se volviera más incómoda. Subí a mi cuarto, me cambié a mi pijama y pensé un poco en la excusa que le daría a mi madre cuando al día siguiente se diera cuenta de que había faltado a la escuela.
“Mamá, de verdad… me siento terrible, tengo nauseas y creo que voy a vomitar. Hoy no me siento con ánimos de ir a la escuela” le diría. Era muy buena mintiendo…
Pero no con tu madre… se preocupó la voz sensata.
Al menos hay que intentar, o quieres ver las caras que han hecho de tu vida ligeramente miserable… dijo la voz loca, con sarcasmo y rudeza.
Esta vez estaba totalmente de acuerdo con mi lado loco del cerebro.
Habiendo planeado un poco mi pequeña mentira, cerré los ojos y me dejé ir hacia la oscuridad de mi inconsciente, sin querer soñar con nada esta vez…

Me desperté con un dolor terrible en la boca del estómago. Me fijé en el reloj, eran las tres cuarenta y siete de la mañana. Corrí al baño y vomité. Mi madre, que se había acostado con su uniforme de trabajo, escuchó el ruido y fue a auxiliarme.
—¡Alice!—gritó sorprendida mientras corría a mi lado y tomaba mi cabello en una cola de caballo para que no se llenara de porquería. Me dio ligeras palmadas en la espalda arqueada, tratando de tranquilizar mis espasmos.
Saqué todo y me sentí débil cuando hube terminado. Me levante del suelo y me lavé la boca para quitarme el mal sabor, también me eché agua fría en la cara sudada. Me veía pálida, algo amarilla, con pequeños puntos rojos en la cara de los vasos que se me habían roto por el esfuerzo. Mi madre me examinó la cara.
—Vi un bote de helado vacío en la cocina. ¿Te lo comiste tú sola?—preguntó, como especie de reproche el comienzo de un regaño.
—No—mentí—. Daniel vino hoy y me ayudó a comerlo porque caducaba en dos días.
—Creo que te intoxicaste—dijo mientras unas cuantas arrugas de preocupación surcaban su frente.
—Eso parece—dije, recargándome en la fría pared del baño para darme algo de apoyo.
—¿Te sientes muy mal?—preguntó, poniendo su mano sobre mi frente.
Cerré los ojos y puse cara de dolor. Estaba exagerando, realmente no me sentía tan terriblemente mal, solo con nauseas y algo débil, pero esa era una oportunidad divina, solo podía haberlo mandado el destino, deseando que cumpliera mis deseos de faltar a la escuela.
—Creo que no irás a la escuela—me dijo con un suspiro.
Asentí con fingida decepción y caminé de regreso a mi cuarto, sintiendo la mirada de mi madre en mi espalda, que parecía estarse debatiendo entre si dormir conmigo o regresar a su cuarto; optó por lo segundo.
Las habitaciones tenían aire acondicionado, aunque casi nunca lo prendía, ya que me gustaba pensar en mi misma como una ecologista que evitaba el calentamiento global cuidando la electricidad, pero tenía demasiado calor y no quería sudar. Cerré el ventanal y la puerta de mi cuarto, encendí el aire y me acosté en mi cama en posición fetal.
No podía dormir por las nauseas y el ligero mareo, pero tampoco quería estar despierta en el silencio de la noche, que traía lúcidos mis recuerdos a mi mente, como si fuera un agujero negro jalando todo a un lugar vívido. Estiré un poco mi brazo y alcancé mi iPod, que estaba abandonado desde hacía meses en el cajón de mi mesita de noche, junto con la mayoría de las cosas que casi nunca usaba desde hacía un tiempo atrás.
Lo encendí, rogando porque no estuviera descargado. Para mi gran suerte le quedaba el veinte por ciento de la batería, lo que en tiempo iPod era un día si casi no se encendía la pantalla. Elegí mi lista de reproducción favorita, donde tenía canciones de los ochentas y algo de rock.
Tenía cincuenta canciones en esa lista, lo que para mí era lo suficientemente entretenido para escuchar una y otra vez sin aburrirme.
Me cubrí con mis sabanas y abracé una almohada. Así estuve hasta que mi alarma sonó. Mi madre, de rato en rato, iba y abría la puerta de mi cuarto para cuidarme. Cuando fueron las ocho de la mañana entró a mi cuarto y se sentó en mi cama.
—¿Quieres que me quede contigo? Puedo pedir  el día libre—me preguntó, acariciando mi pelo con ternura, como solo las madres lo hacen, de manera reconfortante.
Negué con la cabeza.
—Estoy bien, solo dormiré todo el día—le dije con voz ronca por mi reciente episodio de vómito.
Suspiró y besó mi frente antes de asentir y levantarse.
Después de ese episodio de aparente tranquilidad, escuché los ruidos propios de las mañanas típicas de mi madre. La regadera en el baño, la tele encendida en VH1 y pisadas con prisa. Parecía siempre un remolino aunque lo único que tenía que hacer era tomar un baño, vestirse, tomar sus papeles e irse.
Cuando al fin estuvo lista llevó un vaso de agua a mi cuarto y lo depositó en la mesita de noche.
—Toma agua, Al, no quiero que te deshidrates—me advirtió severamente.
Me erguí en la cama y le di dos tragos al agua, después volví a acostarme y a cerrar los ojos. La nauseas y el mareo habían dejado un agudo pero tenue dolor en mi estómago y ahora lo único que deseaba era dormir.
—De acuerdo, doctora—intenté bromear.
Besó mi mejilla y se despidió de mí. Pronto estuve totalmente sola otra vez, lo que se sentía fuera de lugar. Me había desacostumbrado por completo a la soledad y ahora tenía que volver a acostumbrarme, empezando de cero después de haber perdido la costumbre desde agosto; ahora estábamos en enero.
Tomé un poco más de agua, sentía la boca seca. No desayuné nada porque no quería ponerme peor, además, ya había logrado faltar a la escuela, que era lo que quería, no buscaba morirme.
La gran pregunta era ¿qué haría ahora? No iría a la escuela en al menos una semana, o intentaría faltar, trataría de convencer a mi madre sin necesidad de decirle la verdad sobre por qué no quería ir, mintiéndole sobre estar enferma. Si no lo conseguía, entonces tendría que decirle la verdad y esperar que entendiera y que me dejara faltar por las buenas. Si tampoco funcionaba no me quedaría más opción que ir entonces.
Suspiré. Claro que no iba a funcionar, para ella la escuela estaba dentro de las prioridades y yo quería ser abogada, así que para mí también era de las cosas más importantes. Faltar una semana no sería nada bueno, aunque también podía recuperarme de las faltas, no era tan difícil…
Fuerza, tengo que ser fuerte…
Era un ratón tratando de tener la fuerza de un león, aunque no tenía idea de dónde sacaría esa fuerza.
El teléfono sonó repentinamente, lo cual era extraño, porque las personas que nos conocían sabían que la casa siempre estaba vacía en las mañanas cuando era entre semana.
Contesté.
—¿Diga?—dije, con voz ronca.
—¡Alice!—exclamó la voz de Alex, aliviada—¿Por qué no viniste a la escuela?
—¡Déjame hablar con ella!—escuché que Helen pedía desesperada.
—Aún no me ha contestado la pregunta—decía Alex en tono de reproche.
—Son cosas de chicas, solo dame el teléfono—le dijo Helen en su típico tono mandón. Sonreí un poco.
”Alice… ¿Cómo estás?—preguntó con preocupación.
—Mal—fui sincera—, pero no le digas a Alex como me siento, no quiero preocuparlo.
Suspiró audiblemente a través del auricular.
—Al, no quiero preocuparte yo a ti, pero ya todo el mundo sabe lo que pasó. Nuestra querida amiga, Megan, se encargó de hacerle saber a todo el mundo de una manera inocente e incluso algo linda. Ahora todas las chicas del colegio están coqueteando con tu ex y los chicos empiezan a hacer planes de conquista, incluso mi novio no parece decepcionado…
Gemí y puse cara de horror, a pesar de que sabía que no me veía, simplemente era un acto reflejo.
—¿Cómo inocente?—pregunté sin entender a qué se refería con eso.
—A la hora del almuerzo apareció con cara triste y compungida. Por supuesto que le preguntamos qué ocurría, típico, ya sabes, todos adoran el chisme. La niña, muy sincera nos dijo “La pareja perfecta terminó”. Todos estábamos casi en shock. Te buscamos por toda la escuela y al parecer el chisme ya se había corrido hasta nuestro grado, decían que te habías marchado. A la salida Austin nos dijo que tampoco Martin había entrado a clases, al parecer se había quedado en el gimnasio con Carlos. Hoy lo vi cuando su padre lo dejó en la entrada, se veía terrible, Al. Ojos rojos, ojeras y cara de borreguito con corazón roto. Las chicas no tardaron en rodearlo y consolarlo, aunque él no les dedico ninguna sonrisa, solo siguió con la misma cara de sufrimiento.
No dije nada. No me alegraba que estuviera sufriendo, de hecho su sufrimiento me provocaba todo lo contrario a la alegría, pero no podía hacer nada para mejorarlo, o para mejorar el mío, porque precisamente habían sido sus palabras las que habían provocado ese sufrimiento en mí, me llamó alimaña…
Mi estómago se encogió ante el recuerdo, o ante mi intoxicación, fuese lo que fuese de repente me sentí mal otra vez.
—Será duro ir el lunes. ¿Ha dicho Megan por qué… terminamos?—me aclaré la garganta; no me gustaba decirlo.
—Dice que por una foto, pero no ha dicho más. Nadie sabe de qué foto habla, es como si quisiera hacerse la interesante guardando información confidencial… Alice, tengo que dejarte ahora, el prefecto viene hacia acá y sabes el reglamento sobre los celulares. Te quiero, espero que estés bien. Adiós…
La comunicación se cortó y yo me quedé en silencio de nuevo. A pesar de que traté de no hacerlo, me fue imposible e imaginé a mi ex-novio rodeado por un harén. Unas lágrimas de enojo recorrieron mis mejillas. Estúpida Megan, seguro es parte de ese harén…
Luctuosamente, me levanté de la cama y me dirigí al baño. Me sentía enferma, pero no quería quedarme en la casa vacía, me recordaba a los momentos en que mi madre no estaba en casa y Martin y yo estábamos solos. Quería salir de ahí, quizá caminar por el parque, lo que fuese para no estar encerrada con mis recuerdos.
Analizándolo bien, creo que lo menos conveniente para olvidar es estar sola… me dijo la voz cuasi-segura de mi mente, o la voz loca.
No estoy buscando compañía afuera, solo estoy escapando de mis recuerdos… le dije, o me dije a mí misma para convencerme de que la razón por la que salía de mi casa en tales condiciones era simplemente para no evocar recuerdos deseados, o indeseados, o deseados-indeseados, o lo que tuviera sentido.
Tomé un baño largo, después fui a la habitación de mi madre y elegí el par de pantalones que me había puesto el día que fui con Daniel a escuchar a su banda y una camisa blanca sin mangas. Tomé mis llaves, mi cartera y salí de la casa. ¿Adónde me dirigía? No tenía la más mínima idea, ni un plan, solo quería respirar aire fresco, despejar mi mente de pensamientos deseados-indeseados.
Caminé hasta un parque que estaba cercano a la casa de Alex. Me senté en uno de los columpios y empecé a mecerme. Me había amarrado el pelo con un coletero, así que mis cabellos no chocaban contra mi cara aunque el viento los movía con insistencia.
Cerré los ojos e imaginé que volaba, dejando mi mente en blanco total. Pronto estuve tan distraída que ni siquiera presté atención al tiempo, simplemente sentí el fresco aire acariciar mi piel.
Cuando abrí los ojos no estaba sola. Sam se encontraba sentada en el columpio que estaba a mi lado, observándome, intrigada, encandilada.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?—le pregunté con sorpresa.
Encogió los hombros y cerró los ojos. Empezó a mecerse como yo lo había hecho, o al menos así me imaginé.
—¿Cuánto tiempo llevas tú aquí?—me contestó con otra pregunta.
—No lo sé… ¿Qué hora es en este momento?
—Las doce—me contestó.
Miré alrededor y vi que el sol no me había advertido del paso del tiempo por el árbol enorme que estaba bastante cerca, cuyas ramas se extendían lo suficiente como para cubrir el columpio y proporcionar sombra.
—Entonces supongo que he estado aquí dos horas.
—Ya veo—dijo con tranquilidad, aún sin dejar de mecerse—. Entonces… ¿me dirás qué pasó?
La miré con incredulidad.
—No creo que tu hermano te haya pasado el chisme a ti también ¿o sí?
Mi escuela era una cosa, pero que mi vida se supiera hasta en universidades hubiera sido el colmo.
—O sea que sí pasó algo—dijo, deteniendo el columpio y mirándome con astucia y suspicacia. Sam era muy audaz.
Suspiré y miré al suelo.
—No quiero hablar de ello—dije en un susurro. No me gustaba recordarlo, por eso había ido a ese parque, para despejar mi mente y olvidarme del mundo por un segundo.
Yo sabía que la mejor opción para olvidar no era la compañía… reprochó la voz sensata a la loca.
Quizá, pero sí es lo mejor para superar los traumas. Creo que esto nos hará bien… me animó a platicar.
Quería sentirme con más seguridad, pero a la vez no quería exponerme de nuevo. El exponerse implica darle poder a otros para lastimarte. No quería que me lastimaran, la vida me había dado ya dos golpes duros, uno más fuerte que otro.
—Solo por casualidad… ¿tiene que ver con el chico por el que abandonaste a mi hermano?—intentó aligerar un poco las cosas al tiempo que daba al clavo.
Asentí con pesar.
—Hm… ¿Es lo que estoy pensando?—preguntó con cautela.
—Si en lo que piensas es en que terminamos, entonces  estás en lo correcto—le dije con voz baja, pero tratando de aparentar fuerza.
Se quedó callada un minuto y después respiró profundo.
—Pues no te sientas mal, quizá es hora de darle una oportunidad a mi hermano ¿no crees?—preguntó, dándome ánimos.
La miré como si hubiera hablado en chino y negué con la cabeza rápidamente. Me observó desconcertada. Comprendí su confusión, pero yo tenía tres buenas razones para no darle una oportunidad a su hermano: una, lo veía ahora de manera distinta, como parte de mi familia más que como… como lo veía antes… Dos, era demasiado pronto, y tres, no le podía hacer eso a Helen.
—O quizá no…—dijo suavemente, frunciendo los labios.
—Las personas cambian—dije con un suspiro—, yo cambié.
—Lamentablemente mi hermano no ha cambiado… Tendrá que superarlo—dijo con una sonrisa.
—Lo lamento—dije mirando el suelo.
—No te preocupes, de cualquier modo tiene que ser él quien te pida una oportunidad.
—Eso creo—dije ruborizada. Miré el cielo y me levanté—. Nos vemos luego, Sam.
—Claro, y referente a lo de tu novio, solo recuerda que no es el fin del mundo. Hay más chicos por ahí esperando a conocerte—me guiñó un ojo.
Sonreí.
—Gracias, hasta luego.
Caminé de vuelta a mi casa. El cielo empezó a nublarse mientras caminaba y pronto cayeron la primeras gotitas de lluvia. Me encantaba la lluvia, pero en ese momento se me antojó triste. Traté de disfrutar las frías gotas que caían sobre mi piel descubierta. Empecé a tiritar en seguida. Cuando llegué a la casa vi una silueta alta esperando en la puerta. Martin estaba castigado, así que no podía ser él. Era patético que a pesar de estar molesta con él quisiera verlo. A pesar de mí misma, en el fondo quería verlo y estar con él, pero si me lo permitía volvería a salir lastimada.
Me acerqué a la puerta con recelo. Era Alex quien esperaba por mí. No me molestó, en realidad Alex era el único chico que no podía lastimarme, estaba más o menos en la misma posición que Rachel, o mi madre, aunque posiblemente para él esa posición no era lo suficientemente buena, sin embargo Alex era diferente a los demás chicos, él jamás me hubiera robado un beso, o hubiera dudado de mí, ni hubiera apostado en mi contra, Alex era mi mejor amigo, después de Rache.
En cuanto estuvimos frente a frente se acercó a mí y rodeó mis hombros.
—¿Estás bien?—preguntó.
Rachel, Verónica, Daniel, Alex, Helen… ahora que me daba cuenta, todos—menos Sam y mi madre—me habían tratado con algo de delicadeza, como si me fuera a quebrar con el sonido de su fuerte voz.
Asentí y abrí la puerta con mis llaves, separándome de él ligeramente. Le hice señas para que entrara.
Ambos estábamos empapados.
—Espera aquí, traeré unas toallas—dije rápidamente.
Corrí hasta el cuarto de huéspedes y saqué unas toallas del closet. Traté de secarme mientras caminaba de regreso a la sala. Le entregué su toalla a Alex y con la mía sacudí mi cabello para secarlo.
—Creo que necesitas algo de ropa—dije frunciendo la boca.
—Estoy bien—dijo algo ruborizado.
—Espera un segundo, por favor. Te conseguiré algo.
Subí las escaleras corriendo y me puse algo de ropa seca, después busqué ropa en el closet de mi madre, pero buscar algo de la talla de Alex era una causa perdida. Solo había ropa de mujer. Suspiré y tomé la bata de baño más grande del armario. Era de mi abuela Claire, rosada y olía a viejo. Aguanté la risa y bajé las escaleras otra vez. Yo me había puesto un short gris que usaba solo en casa y una camisa vieja de Mickey Mouse que había comprado en Disney hace años.
En cuanto Alex vio lo que traía en las manos puso cara de horror y negó con la cabeza.
—No, de ninguna manera voy a usar eso—se negó rotundamente.
—Si no lo haces te vas a resfriar—dije en tono maternal.
—Alice, es vergonzoso—se quejó.
—Lo sé, pero es lo único que hay más o menos de tu tamaño—dije encogiéndome de hombros.
Refunfuñó y negó con la cabeza, pero el frío de su ropa mojada lo hizo estremecerse.
—Alex…—insistí.
Respiró profundo y tomó la bata del brazo que tenía extendido hacia él. Lo esperé sentada en la sala. Pronto escuché pasos acercarse desde la habitación de huéspedes. Giré la cabeza para verlo.
—Puse la ropa en el toallero del baño—dijo.
Me mordí la lengua, pero fue inútil, las carcajadas estallaron. Alex entornó los ojos y se sentó junto a mí.
—Sí, sí, sí… Disfrútalo mientras puedas—dijo en tono sombrío—, pero algún día obtendré mi venganza…
Me golpeé la rodilla aún sin poder parar de reír. Él esperó pacientemente hasta que al fin me tranquilicé.
—Veo que no estás tan mal como se rumoraba en la escuela—dijo.
Respiré hondo con el humor cambiándome de nuevo.
—No siempre hay que hacerle caso a los rumores—le dije tratando de aparentar un buen humor que se acababa de ir al caño.
—Lo sé, lo siento…—dijo al notar que mi mal humor regresaba. Estuvimos un minuto en silencio hasta que volvió a hablar—... ¿Si aún lo quieres tanto por qué terminaste con él?
Lo miré a los ojos un momento, pero no pude mantener su mirada, sentía que me traspasaba. Bajé la vista y negué con la cabeza.
—Porque me lastimó y no quiero permitir que lo haga de nuevo—dije con voz seca.
Se rió sin sentimiento. Lo miré con confusión. Alzó su mano hasta mi cabeza y sacudió mi cabello húmedo.
—Eres una tonta. Esto te pasa por no elegirme a mí en primer lugar—bromeó.
Entorné los ojos y le di un puñetazo en el hombro.
—Tú eres mi hermano mayor. ¿Cómo podría elegirte?—dije.
Suspiró y bajó la cabeza.
—¿A qué viniste?—le pregunté.
—A demostrarte que estoy aquí para ti… no como tu hermano, pero si así quieres verme no me importa mientras no me alejes igual que antes.
—Gracias. No debiste venir, el cielo se está cayendo y mi madre llegará tardísimo—le dije levantándome de mi asiento—. No tengo idea de cómo te irás, pero en fin… ¿Quieres leche con chocolate? ¿O un café? ¿O una soda?
Se encogió de hombros y sonrió.
—Lo que sea…
—Perfecto, entonces leche con chocolate…
Puse las ropas de Alex en la secadora e hice la leche con chocolate. Estuvimos toda la tarde viendo caricaturas en la televisión y cuando fueron las ocho de la noche dejó de llover. Alex pudo irse a casa y justo veinte minutos después llegó Daniel. Empezaba a desear estar sola de verdad.
—¿Qué hay?—saludó, entrando a mi casa y sentándose en el sillón. Lo miré levantando una ceja.
—¿Desde cuándo hay tanta confianza?
Él me miró frunciendo el entrecejo y después sonrió.
—Más bien ¿desde cuándo dejó de haberla?
Me encogí de hombros y suspiré al tiempo que me sentaba junto a él en el sofá. En realidad él tenía razón, cuando éramos niños siempre estábamos juntos. Las cosas habían cambiado a partir de ciertos hechos, pero no iba a echárselos en cara en ese momento, de por sí las cosas ya eran incómodas entre nosotros.
Me di cuenta de que el plan de estar sola no me estaba saliendo nada bien últimamente.
—¿Sabes? Estaba a punto de ir a dormir—le dije, tratando por fin de seguir mis propias reglas.
Me miró con sarcasmo.
—¿A las ocho?
—Tengo que levantarme temprano…
—¿En sábado?
—Voy al dentista.
—¿A qué hora?
—A las ocho de la mañana.
—¿Y dormirás doce horas entonces?
Cerré los ojos y respiré profundo, intentando no rechinar los dientes y echarlo por las malas.
—No me hagas ser sincera—le dije entrecerrando los ojos.
Suspiró.
—Está bien, me voy por ahora, pero mañana vamos al parque del lago Eola.
—Eso está un poco lejos.
—Iremos en mi moto. Será divertido… ¿Cuento contigo?
—Puede que llueva.
—A ti te encanta la lluvia. ¿Qué mejor entonces?
Me sonrió y no pude evitar devolverle la sonrisa.
—De acuerdo, de acuerdo… Solo porque hace años que no voy por ahí—dije entornando los ojos.
Por mi cabeza asomó durante un instante la idea de estar ahí con Martin, pero enseguida pesqué ese pensamiento, lo estrangulé y lo tiré a un incinerador… metafóricamente hablando.
—Paso por ti una hora después de tu cita con el dentista—me guiñó un ojo.
Daniel abandonó mi casa y yo pude concentrarme en mi soledad. Evitaba pensar en Martin por medio de distractores, pero si quería que mi plan de volver a los viejos y solitarios tiempos funcionara, tendría que acostumbrarme entonces a estar sin distractores humanos, cosa que las personas alrededor de mi vida no me facilitaban.
Piensa, Alice… me dijo la voz sensata de mi cabeza… ¿Cómo te las arreglaste para que te dejaran sola cuando pasó lo de Alex?
Miradas aterradoras, solo estaba con Rachel, evitaba a otras personas…
¿Y eso es tan difícil de hacer ahora?
Pero si solo estoy en mi casa, son ellos los que vienen a mí… ¿Cómo puedo evitar el que me busquen si son tan testarudos?
Tú evítalos a ellos…
O como dice el dicho, si no puedes contra ellos, úneteles… intervino la voz loca.
Me les uniré cuando esté lista… por el momento me conformaría con una idea para evitarlos a todos. Respecto al plan de faltar a clases… no quiero ser pesimista, pero dudo que funcione… pensé, dirigiéndome a la voz sensata.
Eso es lo más difícil… Hm…
Improvisaremos respecto a eso… Mejor primero solucionen lo de las visitas… sugirió la parte loca de mí, tratando de cooperar con el resto de mi cerebro.
Por una vez en la vida esa parte de ti dice algo coherente… me felicitó la voz sensata.
Como sea… piensa, piensa…
Después de estar en la sala veinte minutos pensando en una posible solución al fin se me ocurrió algo.
¡No estaré aquí cuando ellos vengan!
Llegaría del colegio y comería con mi madre, en seguida después de que ella regresara a su trabajo yo abandonaría la casa y no regresaría sino hasta que faltasen quince minutos para las nueve, así, si Daniel asomaba sus narices a sus horas de costumbre—entre las siete y las ocho—yo no estaría ahí para recibirlo. Lo mismo pasaría con cualquiera que quisiera visitarme.
Me levanté del sofá con una sonrisa y me dirigí escaleras arriba con entusiasmo. Era increíble como el hecho de lograr ingeniar un plan para estar sola me hacía feliz, y no por el hecho de que fuera insignificante lo que me alegraba, sino por lo que lograría con ello: alejarme de las personas que me querían… ¿Cómo podía eso hacerme feliz?

Desperté a las ocho de la mañana. Le había comunicado mis planes a mi madre la noche anterior, así que no tenía porque despertarla. Había trabajado muy duro esa semana.
Tome un baño, me puse ropa ligera. A pesar de que el pronóstico era de lluvia el día estaba precioso. Me puse un short de mezclilla y una blusa rosada sin mangas. Utilicé mis converse negros.
Daniel pasó por mí veinte minutos pasadas las nueve. Estuve lista desde que fueron las ocho y media, pero no todos los chicos eran igual de puntuales, supuse.
—Hola—me dijo cuando abrí la puerta—. ¿Lista?
—Eso creo—dije, adelantándome a él, cerrando la puerta detrás de mí. Actué con algo de rudeza. Creí que estaba molesta porque había llegado tarde, aunque no estaba segura de a qué se debía el malestar que sentía en la boca de estómago.
—Hey… ¿Por qué tan ruda conmigo?—preguntó con voz socarrona mientras se acercaba a la moto.
Me encogí de hombros y pensé en algo coherente que decirle, pero realmente no había excusa para mi comportamiento. No podía exigirle puntualidad si yo ni siquiera veía eso como una cita, en cambio, debía estar agradecida por que él hiciera lo mismo a pesar de sus “sentimientos hacia mí”.
Respiré hondo y le sonreí, cambiando la expresión sombría de mi rostro por una totalmente opuesta, alegre y abierta. Él, por un segundo, se quedó viendo mis ojos con seriedad, como tratando de descifrarme.
—Me dolía un poco la cabeza, pero ya pasó—dije, tallándome un poco las sienes y desviando la vista. Una vez más sentía que su mirada era demasiado fuerte, demasiado madura para como era su actitud infantil.
—Ah… Bueno, entonces es hora de irnos—dijo, tomando uno de los cascos que estaba en la moto y entregándomelo.
—Gracias—le dije mientras me ponía el casco.
Subió a la moto y yo me senté detrás de él.
—Sujétate fuerte.
Lo abracé, y sentí entonces como la moto rugía debajo de mí. Después de diez minutos de viaje empecé a cansarme de mantener el cuello erguido. Quería relajarme, pero no podía recargar mi frente en su espalada, el casco era demasiado estorboso. La parte loca de mi cerebro empezó a estresarse ante mi incomodidad.
Solo recarga tu maldita barbilla en su hombro… me dijo con desesperación, como si estuviese tratando de hacer entrar en razón a un niño pequeño.
Suspiré y le hice caso. Me acerqué lo que más se podía a Daniel y recargué mi barbilla sobre su hombro, al lado de su cuello. Su respiración se agitó por un segundo, pero en seguida se contuvo. Sentí un ligero calor en mis mejillas al ruborizarme.
Solo relájate y disfruta del paseo… dijo la voz loca con entusiasmo al ver que la obedecía.
Cerré los ojos y dejé de preocuparme por violar mis propias reglas. De repente me sentí entusiasmada y sonreí.
Hagamos una tregua… me recomendó la voz loca. Hay que pasarla bien, olvídate del estúpido escudo por hoy ¿sí?
Pero podría salir lastimada si me permito quererlo… le recordé.
En un día no lo vas a amar, pregúntale a tu lado frío si no me crees a mí… me dijo con un tono de voz aburrido.
Dirigí mis pensamientos a la voz sensata o mi “lado frío”, como la voz loca la había llamado.
Conociendo a la otra parte de ti podría, aunque en mi caso dudo que pase… me dijo.
No te preocupes hoy, sólo diviértete, sólo hoy… me rogaba la voz loca.
Acepté el trato e hice la tregua.
Sólo hoy… me prometí.

Llegamos en media hora, en parte porque casi no había tráfico.
—Bien… ya estamos aquí ¿qué quieres hacer?—me preguntó.
—Hm… no estoy segura—dije, mirando alrededor, de repente recordé que podíamos dar un paseo en bote—. Espera, ya sé.
Lo tomé de la mano y lo llevé hasta la pequeña fila de gente que estaba preparándose para subir a los botes. Lo miré emocionada. Él sonrió y entornó los ojos.
—Típico—dijo, mientras pagaba al encargado la renta del bote.
Nos subimos a uno en de los muchos botes en forma de cisne y pedaleamos hasta casi llegar a la fuente. Yo estaba feliz. De alguna manera, siempre que iba al lago Eola me sentía reconfortada. Me traía recuerdos buenos, recuerdos de los tiempos en que Alex, Daniel, Rachel y yo jugábamos juntos, con otros amigos cuyos nombres ya no recordaba, porque eran mi infancia. Lo mejor de mi vida, pero lo más olvidado.
Dejamos de pedalear y el bote quedó a la deriva, solo movido por las ligeras olas que provocaba la fuente y el viento que soplaba, que cada vez se hacía un poco más fuerte. Me recargué en el respaldo de mi asiento y suspiré mientras miraba el cielo llenarse de nubes grises.
—¿En qué piensas?—me preguntó Daniel.
—En que a veces desearía ser una niña pequeña otra vez.
Se rió quedamente, casi un susurro, como si no quisiera romper el pacífico silencio que acompañaba la tarde, solo roto por el chapoteo de la fuente y el soplo del viento.
—Alice, tú sigues siendo una niña pequeña.
—No me refiero a físicamente—repliqué, creyendo que se burlaría de mi anatomía como era su costumbre.
—Yo tampoco. Mentalmente eres una niña pequeña. Vives en tu mundo, pocas cosas te importan de verdad…
—¿Pocas cosas?—lo interrumpí atónita.
—Seamos sinceros. Te importan Rachel, Alex, Sam, tu madre y quizá yo. Tal vez tu ex-novio y su hermana aún sean importantes para ti. Además de lo que acabo de mencionar ¿te importa algo más?
Lo pensé un segundo y realmente era lo principal, las personas a las que amaba era lo único que realmente importaba en mi vida, a lo demás casi nunca le prestaba demasiada atención. Negué con la cabeza y agaché la vista. Quizá sí era una inmadura después de todo.
Repentinamente acercó su mano a mí y la posó debajo de mi barbilla para levantar mi rostro y poder mirarme a los ojos. Mi corazón se aceleró ante el roce.
Alice… empezó a intervenir la voz sensata, pero la voz loca la acalló.
Hicimos un trato sobre hoy ¿recuerdas?
—Y lo creas o no, tu manera de ser, como una niña pequeña. Tierna, curiosa, indecisa, cambiante, impredecible, caprichosa y con un poco de genio, es la cosa que más me vuelve loco de ti, sin mencionar que eres la mujer más hermosa del universo—me dijo, haciéndome ponerme roja como un tomate—. Estás dentro del mundo de tu cabeza, casi inalcanzable para mí.
Su mano lentamente subió hacia mi mejilla y su dedo pulgar acarició mis labios, entreabriéndolos ligeramente.
—Te amo—susurró entonces y su rostro se acercó al mío con deliberada lentitud, como avisándome o pidiéndome permiso para dar el siguiente paso.
Mi debate interno seguía aún sin las voces, aunque la respuesta era muy simple.
Solo hoy… me recordó mi mente.
Entonces decidí darle mi permiso, tan anhelado por él. Cerré los ojos y esperé el roce de sus labios sobre los míos, pero las gotas de lluvia que empezaron a caer del cielo nos detuvieron. Miré al cielo un momento y después lo miré a los ojos. Sonrió y acarició mi pelo, entonces, sin detenerse más me ciñó a su cuerpo con la mano que no estaba entrelazada en mi pelo y me besó con fuerza. Mis manos cobraron vida propia y automáticamente subieron a su rostro, acariciando sus mejillas empapadas y pasando por su cabello, acariciando su cuello y acercándolo más a mí, si es que eso era posible.
No pude evitar comparar el beso con los que había recibido de Martin y llegué a la misma conclusión que la de la última vez. No era mejor ni peor, sin embargo sí diferente. Su beso era fuerte y apasionado, pero lento. Saboreaba cada milímetro de mis labios, mordiéndome con suavidad.
Sus manos, ágiles, serpenteaban por mi cuello y mi cintura, hasta entrometerse debajo de mi blusa. Su tacto —distinto al que conocía—, en conjunto con el frío de la lluvia, me hizo estremecer. Mis manos no se quedaron atrás y subieron su blusa con desesperación, acariciando su abdomen y su pecho.
Me abrazó con fuerza y sus labios se deslizaron hacia mi cuello, proporcionándome ligeras mordidas que me hicieron cosquillas. Me reí y él conmigo. Besó mi mejilla, mi frente y la punta de mi nariz, después me miró a los ojos, con una sonrisa que apenas cabía en su rostro.
Respiró profundo y gritó de repente, mirando al cielo, como si estuviera loco. Lo miré sorprendida y después me eché a reír.
—¿Y ese grito por qué fue? —le pregunté divertida.
—Porque te amo demasiado —me respondió, tomando mi cara entre sus manos y besando mis labios—. Y ahora que al fin eres mía no podría estar más feliz.
Sonreí y lo besé una vez más, después tirité de frío.
—Está bien, Romeo, sácame de aquí que muero de frío—le pedí abrazándolo, tratando de ganar algo de calor con su cuerpo.
—A la orden, mi Julieta—dijo sonriendo.
Pedaleamos juntos hasta llegar a donde el dueño de los botes nos aguardaba. La lluvia caía a cantaros y no dejaba ver más allá de dos metros. Empezamos a caminar para refugiarnos debajo de un árbol, tomados de la mano.
Algo me hacía sentir culpable, pero al mismo tiempo me sentía demasiado feliz. El hecho de que él fuera feliz gracias a mí, me hacía ser feliz a mí también.
Debajo de uno de los enormes árboles que había alrededor del lago aún caía agua, pero al menos nos protegía un poco de la incesante lluvia. Se sentó en el pasto, recargándose en el tronco del árbol y yo me senté sobre sus piernas. Él rodeó mi cintura con sus brazos y yo escondí mi cara en su cuello, aún temblando de frío.
—Te dije que llovería—le reclamé, negando con la cabeza.
—Cállate, fenómeno—me dijo tiernamente, entonces con una mano levantó mi cara y volvió a besarme.
El parque parecía estar totalmente vacío, a excepción de nosotros dos.
De repente, de manera casi mágica, empecé a sentir electricidad al contacto de su piel. Sus besos se volvieron más insistentes. Me acostó de espaldas al suelo y se acomodó sobre de mí.
De manera lenta, pero segura, sus manos recorrieron mi cuerpo desde mi cuello hasta mis piernas y yo, fiel a mi costumbre, le quité la playera. Se me había vuelto un hábito. Entrelazó sus dedos con los míos y puso mis manos sobre mi cabeza, haciéndose libre para besar mi cuello y susurrar en mi oído. Acarició con sus labios todo mi rostro. Besó mi frente, mis ojos, mi nariz, mis mejillas, mi barbilla y mis labios, después se dejó caer a mi lado, pero sin dejar de tener una de sus manos entrelazada a una de las mías. Me abrazó y me pegó a él, haciendo que recargara mi cabeza en su brazo, como si fuera una almohada, para poder tener mi cara frente a la suya. Su mirada estaba encendida, me miraba como si me deseara.
Yo seguía maravillada, acariciando su abdomen, su pecho y su cuello, absorta en la sensación de electricidad que tanto extrañaba, pero que al mismo tiempo no era completamente igual.
Esto sí que es diversión… me felicitó la voz loca.
Resoplé y me di cuenta entonces de que había caído en mi propia trampa. Ya lo quería, no tanto como aún quería a Martin, pero lo quería de forma diferente. Más que nada lo deseaba. Quería disfrutar la sensación eléctrica que me hacía sentir, pero sin compromisos. Así era más fácil: disfrutar sin entrometer sentimientos.
Volví a besarlo, deseando que me tocara, que hiciera revolotear mariposas al contacto de su piel… y así lo hizo.

La lluvia cesó media hora después y en ese tiempo solo disfruté la compañía de Daniel. Al fin, empapados y jadeando, cuando la lluvia se convirtió en una ligera llovizna, fuimos a donde estaba estacionada la moto.
Me di cuenta de que Daniel ahora se movía de manera distinta conmigo. Mientras caminábamos rodeaba mis hombros con su brazo. Tomó el casco y se acercó para ponérmelo, pero antes me dio un beso en la frente. Una vez que él se hubo puesto su casco me miró un momento, con una duda en los ojos y una travesura en los labios.
—¿Quieres aprender a conducirla?—me preguntó con repentino entusiasmo.
Se me abrieron los ojos como platos ante la sorpresa.
—¿De verdad?—dije con una gran sonrisa.
Asintió y yo miré la moto un poco intimidada por la maquina.
—Hm… Creo que paso—dije avergonzada por mi cobardía.
Daniel se echó a reír pero asintió, sin llamarme cobarde, bobalicona ni de ninguna manera, simplemente subió a la moto y esperó a que yo subiera y me sujetara de él. Sonreí ante esa pequeña sorpresa y lo abracé.
El camino de regreso a casa fue más lento. Yo me sujetaba de Daniel ahora con cierta ternura, pero empezaba a sentir melancolía. Suspiré, sabiendo que la espalda que abrazaba y el cuello que acariciaba con mis labios no era exactamente el que yo amaba.
Llegamos a mi casa y mi madre estaba en la sala, lo cual me causó algo de decepción. Esperaba poder disfrutar un poco más de tiempo con Daniel a solas. Él pareció notar mi decepción y sonrió.
—Quieres estar conmigo un rato más ¿verdad, fenómeno?—me adivinó.
Sonreí y besé sus labios.
—¿Tú qué crees?—le pregunté como si fuera obvio.
—Me subes el ego ¿sabes? En estos momentos mi autosuficiencia está por las nubes.
Me eché a reír.
—Conociéndote, diría que por la luna—dije entornando lo ojos.
—Hey, más respeto a tu Romeo, Julieta—replicó, tomando mi barbilla con una mano y buscando mis labios una vez más. Al parecer, mis despedidas no mejoraban ni siquiera cambiando a la persona con quien me despedía—. Te amo—murmuró después de que dejó de besarme.
—Lo sé—fue lo único que pude decir.
—¿Te veo mañana?
—Estaré esperándote.
Sonrió y besó mi mejilla.
—Entonces estaré merodeando por aquí…
Esperó a que entrara en la casa para irse. Mi madre me miró y entornó los ojos.
—Ya me esperaba que llegarías así.
Sonreí y asentí. Procedí a retirarme, pero mi madre me detuvo.
—¿Al?
—¿Sí?
—Quiero preguntarte algo.
—Y yo quiero respondértelo—bromeé. Ella sonrió.
—¿Dónde quedó Martin?
—¿Es esa tu pregunta?
—Sí—me respondió, encogiéndose de hombros.
Suspiré y decidí ser sincera.
—Terminamos.
Ella asintió sin sorpresa. Lo caviló un instante y después me miró a los ojos.
—Por Daniel—no era una pregunta.
Asentí.
—Entiendo… No me entrometeré en tus asuntos, solo espero que sepas llevar esto correctamente y que sigan siendo buenos amigos. Ese chico de verdad que me cae muy bien y si te soy sincera se ve más tranquilo que Daniel.
—Lo es. Yo no quería terminar, pero sus estúpidos celos…—dije con algo de enojo, pero me tragué mis palabras.
—Pues creo que no eran infundados —deliberó señalando el lugar donde había estado la moto.
—Mamá… —empecé a explicar, pero me acalló.
—No me entrometeré —cortó.
Ella volvió a los papeles que tenía desparramados en la mesa y yo suspiré, sintiéndome culpable gracias a mi madre.
—Al parecer no eran infundados… —repetí para mis adentros.
Ya olvídate de eso y mira hacia el futuro, además, el que sus celos quizá hayan tenido razón de ser no quita el hecho de que te lastimó. Debió confiar en ti. Él no es ya más tu novio, por lo cual eres libre de besar a quien se te antoje… me sermoneó la voz loca.
Asentí a lo que mi cerebro pensaba y me metí a la ducha, pensando en que la diversión quizá no era sólo hoy

El domingo fue muy diferente al sábado. Daniel no tenía hora de llegada, así que sólo me dispuse a vestirme con ropa para salir y esperar a que llegara. Pasó por mí al rededor de la una de la tarde y fuimos a su casa.
Rachel nos miraba raro, como si no pudiera creerse lo que pasaba. Yo me echaba a reír con las caras que hacía cada vez que Daniel me hacía una caricia.
—Guacamaya, deja de hacer caras. Quiero que se concentre en lo que hace —reclamó Daniel a la quinceava vez que intentó besarme y Rachel puso cara de vómito. Yo no podía besarlo si ella hacía esas caras, simplemente me doblaba de risa.
—Te odio por quitarme a mi sana mejor amiga, chimpancé—dijo Rachel rechinando los dientes.
—No te preocupes, Rache. Te quiero más a ti que a él —consolé a mi mejor amiga.
—Golpe bajo, Julieta —dijo Daniel, mirándome con ojos entrecerrados.
—Si quieres ver lo que es realmente un golpe bajo yo te lo puedo mostrar —amenazó Rachel.
Me eché a reír y me levanté del sofá. Estaba en medio de los dos.
—Suficiente. ¿Quieren que me vaya? —les pregunté tratando de ser seria.
Los dos negaron con la cabeza, mirándome con ojos de perrito. Me mordí la lengua pero no conseguí evitar las carcajadas. Eran idénticos. Las mismas expresiones.
—Me quedo, pero compórtense. Rachel, tú eres más madura que él, siempre lo has sido. Tienes que dar el ejemplo.
—¡Ja —se burló Daniel—! Ella no es más madura que nadie.
—Entonces intenta demostrarlo —lo reté.
—OK. Me comportaré, pero sólo si ella deja de hacer caras cada vez que quiero besarte.
Me ruboricé y respiré profundo. Miré a Rachel haciendo la mejor cara de piedra que pude improvisar y le pregunté:
— ¿Por favor?
Entornó los ojos y asintió, entonces se levantó del sofá.
—Hagan lo que quieran, no haré más caras. Iré por una soda. ¿Quieres, Al?
Asentí y volví a sentarme junto a Daniel mientras Rachel desaparecía en la cocina. Sin decir ni pío, me sentó sobre sus piernas y me besó, acariciando mi cintura por debajo de la ropa.
—Es peor de lo que imaginé —escuché decir a Rachel. Cuando giré el rostro para mirarla se tapaba los ojos con la parte interna de su codo—. Es espantoso ver como un chimpancé le pasa su asquerosa baba a mi mejor amiga.
Me volví a reír.
—¿Cómo puedes estar con ella? Tiene dieciséis años y tú ya casi dieciocho.
—Un año, gran diferencia —dijo Daniel entornando los ojos.
Volví a sentarme en el sofá y tomé el refresco que mi amiga había dejado sobre la mesita de la sala. Daniel encendió la televisión y puso el canal en un partido de beisbol de los yanquis contra los marlins.
Puso cara de irritación.
—¿Qué tal el marcador? —le pregunté.
—Los marlins pierden por tres carreras.
—Va a ignorarte un rato —advirtió Rachel.
—Eso es solo contigo, a ella no podría ignorarla nunca —dijo sin quitar la vista de la pantalla.
—Ya veremos —dije con una sonrisa, sabiendo que era muy posible que me ignorara a pesar de lo que dijera.
Me miró un momento con una pregunta en los ojos, como pidiéndome permiso para ver el partido.
—Tú no te preocupes por ignorarme. Solo ve el partido, mientras yo estaré con Rache.
Sonrió y besó mi mejilla.
—Gracias, por eso te amo y por lo mismo a mi hermana la detesto —dijo, entonces volvió a poner toda su atención en el partido.
Miré a Rachel y le hice señas para que saliéramos. Asintió. Nos sentamos en un par de mecedoras que había en el pórtico de su casa.
—Sabía que se amaban pero ¿tanto así? —dijo después de un rato de silencio.
—¡Sí! —escuché festejar a Daniel desde el interior de la casa.
Me reí bajito.
—No lo sé. Las cosas sólo sucedieron y… no sé —dije, encogiendo los hombros y quitándome los zapatos para subir las piernas a la mecedora y rodearlas con mis brazos.
—Pensé que aún amabas a Martin —dijo con suavidad, torciendo la boca como si se lamentara por mencionarlo.
Suspiré.
—Es que así es, aún lo amo con todo mi corazón. Tú sabes que no soy capaz de recuperarme tan pronto, pero ayer me prometí que me iba a divertir aunque fuese sólo un día y luego podría continuar con mi plan de cero relaciones, pero nos divertimos de más y ahora no puedo decirle a Daniel que solo lo utilicé para divertirme. Además me hace feliz el verlo tan ilusionado, el ser capaz de hacer así de feliz a una persona es casi…
—Mágico —concluyó Rachel por mí antes de que yo terminara la frase.
—Así es.
—Tendrías que aprender a controlarte, Al. Pero supongo que ahora es demasiado tarde para arrepentirte, aunque queda un problemón. ¿Qué pasará cuando Martin se entere?
—No es más mi problema —dije, encogiendo mis hombros.
Negó la cabeza con reprobación.
—Estoy casi cien porciento segura de que se va a volver tu problema. Te va a chantajear porque no creo que se crea que no lo quieres más, y ni siquiera creo que tú seas capaz de decirle que no lo quieres. ¿Qué va a pasar cuando ya no esté castigado?
—Pues… —empecé a responderle, pero me interrumpió.
—No, te lo diré yo. Va a ir a tu casa casi diario para pedirte que regresen y si no me equivoco, Daniel también estará por allá todo el tiempo. Va a terminar todo en una pelea, eso va a pasar cuando Martin no esté castigado, si no es que antes, porque te aseguro que mi hermano va a merodear por tú escuela. Casi lo estoy viendo pasar por ti a la salida. Y si lo que buscabas con mi hermano era una relación sin compromisos, no lo lograste. Ya le dijo a mamá en la cena que eres su novia…
—Rachel, basta —le dije, tapándome la cara con las manos—. ¿Por qué siempre tienes que saber lo que pienso? ¿Por qué siempre tienes la razón? A veces sólo quisiera darte una patada en el trasero de lo mal que me haces sentir.
Sonrió y me alborotó el cabello.
—Alguien tiene que hacerte entrar en razón si no lo hace tu conciencia, Alice.
—Bueno, ahora dime qué puedo hacer. ¿Termino con tu hermano?
Torció la boca y miró al suelo.
—A pesar de que odio al chimpancé es mi hermano. Lo destrozaría, además no quieres terminar con él ¿o sí?
Negué con la cabeza. No sabía si me iba a lastimar o no, pero el hecho era que sólo quería hacerlo feliz y con eso ser feliz yo. Era más fácil hacer que su felicidad se volviera la mía, en lugar de esperar a que él me hiciera feliz y, en caso de no hacerlo, temer que me rompiera el corazón en cualquier momento. Era más fácil ser novia de Daniel que de Martin, porque sólo deseaba su felicidad. Un romance menos egoísta.
—Entonces solo quédate con él. Inténtenlo como novios. Sólo que hay dos puntos básicos que tienes que seguir si quieres que las cosas salgan bien para ambos —dijo muy en serio.
—Prometo seguir al pie de la letra tus indicaciones —dije, como si fuera mi maestra.
Se echó a reír y me puso la mano sobre el hombro.
—No estés tensa. No tienes que seguir mis indicaciones al pie de la letra, son tus decisiones, yo sólo te aconsejo.
—Como sea. Sólo dame tus consejos.
Respiró profundo.
—Bueno, para empezar, si de verdad quieres que las cosas funcionen con mi hermano, tienes que alejarte de Martin, porque, conociéndote, podrías terminar besuqueándote con él —puse cara de irritación y ella en seguida se explicó—. No es por nada, Al, pero amabas sabemos que tratándose de ese chico haces las cosas casi sin pensar. ¿Recuerdas el día del trabajo de inglés?
Asentí a regañadientes.
—No es que no confíe en que puedes controlarte, simplemente creo que es mejor prevenir una posible recaída. ¿Entiendes lo que digo?
—Sí. ¿Cuál es el segundo punto clave?
—El segundo punto es que tienes que ser mucho menos celosa. Mi hermano tiene muchas amigas y cuando digo amigas me refiero a chicas que buscan algo más que amistad con él, pero a ninguna le hace caso, así que tienes que ser fuerte y ponerte bien los pantalones si algún día sales con él y te encuentras por ahí alguna sorpresita.
Arqueé una ceja. Yo no era celosa, pero en fin, si ella lo decía.
—¿Algo más que tenga que saber? —pregunté.
—También hay un par de ex-novias obsesionadas, pero nada de lo que debas preocuparte en lo que a mi hermano se refiere, sólo recuerda tener un cuchillo debajo de tu cama por si alguna consigue tu dirección.
Me eché a reír.
—Está bien.
Podía vivir con eso. Me alejaría de Martin, aunque de cualquier manera ya tenía planeado evitar a la mayoría de las personas de la escuela.
—¡¿Qué hay?! Alice, que sorpresa verte aquí —me sobresaltó de repente la voz de Austin.
—Au-Austin. ¿Qué haces aquí? —tartamudeé.
—Vine a ver a mi chica —dijo, acercándose a Rachel y tomando su mano.
—Ah, claro. Olvidé por un segundo que ustedes eran novios…
—Y… ¿estás bien con lo de Martin? —preguntó, tratando de ser delicado en su tono de voz.
Asentí y en cuanto volvió la vista a mi amiga miré a Rachel espantadísima. Planeaba que las personas de la escuela algún día supieran que Daniel era mi novio, pero no tan pronto. Tenía que prepararme mentalmente para soportar las posibles críticas de Carlos e Irving, que seguro apoyarían a Martin.
Si conocía a Martin como creía conocerlo, entonces estaba en lo cierto al pensar que sería más insistente en “recuperarme” si se enteraba de que yo tenía ahora una relación con Daniel.
Rachel lo captó al vuelo. A veces de verdad pensaba que ella podía leer mi mente.
—¿Por qué no vamos a dar una vuelta? —le preguntó Rachel a Austin de forma  tierna.
—Pero estás con Alice. Podemos quedarnos aquí y conversar si quieres…
—No, ella seguro entenderá —Rachel me miró, fingiendo una pregunta con los ojos.
—Claro, claro. Vayan y diviértanse juntos par de tórtolos —bromeé con ellos.
—Está bien —cedió Austin, sin falta de ganas.
—¡Sí!—gritó Daniel desde el interior de la casa, festejando. Entonces escuché sus pasos dirigirse hacia nosotros—. Ali, ganaron los marlins.
Me levantó con facilidad del sillón y me dio vueltas, tomándome de la cintura.
—¡Qué bien! —festejé con él, tratando de disimular mi nerviosismo con alegría por los ganadores.
Austin nos miraba sorprendido. Me lamenté para mis adentros.
—Vámonos —insistió Rachel.
—¿Adónde vas? —preguntó Daniel, levantando una ceja.
—A dar una vuelta con mi novio —le contestó Rachel retadora.
Daniel le dirigió una mirada sombría a Austin.
—No te pases con ella —le advirtió de forma severa, como si fuera un padre.
—Ocúpate de tus asuntos —le dijo Rachel entrecerrando los ojos.
—Sólo te protejo —dijo él, entonces le restó importancia al asunto y me miró sonriente. Aún me tenía suspendida en el aire con la fuerza de sus brazos—. Te invito a cenar.
Me eché a reír con nerviosismo, ya que Austin seguía ahí.
—Claro —le contesté, tratando de terminar la escena, pero para mi gran suerte me besó justo en ese momento.
—¿Tu hermano sale con Alice? —le preguntó a Rachel atónito.
Rachel se llevó la mano a la frente.
—Sí, estoy felizmente comprometido —dijo Daniel medio en broma.
Austin le sonrió entre intimidado y confundido.
—Bueno, nos vamos.
Le rogué a Rachel con los ojos que hablara con él. Ella asintió.
Una vez que estuvieron fuera de nuestra vista al fin me sentí libre de actuar con normalidad. Acaricié el rostro de Daniel y lo besé una vez más, aprisionando su cuello con mis brazos mientras él hacía lo propio con mi cintura.
—¡Uy! —nos sorprendió la voz de Carina, que en compañía de mi madre, estaba a punto de subir las escaleras del pórtico.
—Estoy segura de que está deliciosa, pero por favor no te la comas —bromeó mi madre con Daniel.
Me ruboricé y vi como Daniel también se ponía rojo como tomate antes de dejarme en el suelo.
—Protéjanse —dijo Carina guiñándonos un ojo antes de entrar a la casa.
—Mamá… —se quejó Daniel.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté a mi madre.
—Me encontré a Carina en el centro comercial mientras compraba algo de ropa y me invitó a cenar aquí —me explicó con una sonrisa—. Perdón si los sorprendí con las manos en la masa.
—No estábamos haciendo nada —dijo Daniel avergonzado.
Mi madre se echó a reír.
—No lo dudo —replicó mi madre con sarcasmo antes de entrar.
Daniel y yo nos miramos y después nos echamos a reír.
—Me habías dicho algo de invitarme cenar —recordé.
—Sí. Quería ir con el viejo Tom a comprar un par de hot-dogs para festejar que ganaron los marlins y que eres mi novia, pero aquí está tu madre así que, si lo prefieres, podemos quedarnos.
—Creo que ir con el viejo Tom suena bien —dije, deseando estar lejos de nuestras madres. Era vergonzoso verle la cara a Carina después de que me vio hacerle eso su hijo.
—Entonces sólo vamos a avisarles —sugirió.
Asentí y entré con el en la casa para decirle a nuestras madres que íbamos a cenar por nuestra cuenta. Después de diez minutos y un par de frases con doble sentido por parte de Carina y mi madre, nos encontramos caminando las dos cuadras que nos separaban del puesto del viejo Tom, tomados de la mano bajo el cielo estrellado.
—¿Crees que algún día nos vamos a casar? —pregunté en broma, recordando lo que le había dicho a Austin: estoy felizmente comprometido.
Con la luz del crepúsculo pude ver que se sonrojaba.
—¿Está mal, para un roquero como yo, el desear algo tan cursi? —preguntó, tratando de escapar de mi mirada.
Me eché a reír. Daniel tenía la habilidad de hacerme reír con demasiada facilidad.
—Sí, lo creo. Pero a la novia del roquero parece gustarle la idea —dije, sin pensar en nada serio.
Daniel me sonrió y besó mi mano.
—Pues entonces, Julieta, algún día nos casaremos. Te lo prometo —me dijo con voz sincera.
—Muy romántico de tu parte el prometer eso, Romeo —susurré.
Sonrió y rodeo mis hombros con su brazo hasta que llegamos al puesto de hot-dogs.
—Daniel —saludó Tom con entusiasmo. Hacía más o menos tres años que no lo veía y lo notaba más viejo. Se habían formado pequeñas arrugas alrededor de sus ojos castaños.
—¿Qué hay, Tom? ¿Te acuerdas de Alice? —le preguntó señalándome.
Tímidamente, moví la mano a modo de saludo.
—¡Alice! ¡Muchacha, cómo has crecido!
Daniel se echó a reír.
—No creo que haya crecido mucho —se burló.
Tom se unió a sus risas.
—Bueno, definitivamente no a lo ancho. Ve esos bracitos. ¿A caso en tu casa no te alimentan bien?
—Ja, ja —dije ofendida.
—Tranquila, solo estoy jugando —dijo Tom.
Le sonreí.
—Veo que sigues igual de bonita. Muchos chicos deben estar tras de ti.
—No tienes idea de cuantos en verdad, pero estás viendo al afortunado —dijo Daniel a Tom, como si lo estuviera presumiendo.
—¡Felicidades! —gritó Tom—. Yo presentí que terminarían juntos.
—Aja… —dije con sarcasmo, sin creer una palabra.
Se echó a reír.
—Bueno, ser adivino no está dentro de mis habilidades, pero al menos creo que soy buen cocinero. Dos hot-dogs gratis por la feliz parejita.
—No es necesario, Tom —rechazó Daniel—. Hoy invito yo.
—Nada, nada, nada —dijo, mientras movía las manos preparando la cena.
—Gracias —dijimos cuando nos entregó la comida.
—No hay de qué, chicos. Y tú, princesa, visítame más seguido —dijo dirigiéndose a mí.
—Lo haré —le prometí.
Nos sentamos en una banca de camino a casa y ahí comimos. Después regresamos y nos encontramos con Rachel y Austin cenando con nuestras madres. Nos unimos a la conversación, un tanto incómodos. Cuando fueron las diez de la noche Austin dijo que tenía que retirarse y mi madre se ofreció a llevarlo.
—Nos vemos mañana —me dijo Daniel, despidiéndose de mí una vez que Austin y mi madre se adelantaron al auto.
—Claro —le respondí, entonces me paré de puntitas para besarlo.
Escuché el claxon del auto de mi madre apurándome. Suspiré y me alejé de él.
—Sueña conmigo, Julieta —me dijo mientras me alejaba.
—Y tú conmigo, Romeo.
—Siempre…
Me subí al auto y me encontré con el silencio. Austin me miraba receloso, como si estuviera enojado. Mi madre simplemente estaba seria.
—¿Cuál es la dirección, Austin? —le preguntó mi madre.
Austin le indicó la calle y el número, después de eso, el trayecto se volvió silencioso. Cuando Austin bajó del auto y se despidió de nosotras, mi madre arrancó el auto y no medió palabra. A esas alturas, ya sabía que algo le disgustaba.
—Mamá… ¿estás bien? —pregunté tímidamente.
—¿Que si estoy bien? ¿Que si yo estoy bien? —apreté los dientes y esperé. Ahí viene… pensé—. Señorita, lo que haces con Daniel está mal.
—¿Por qué? —pregunté atónita, pero en un tono de voz moderado.
—El chico tiene diecisiete años, este mes cumple dieciocho. Tú solo tienes dieciséis años, Claire. De por sí los chicos de tu misma edad están revolucionados ¿y tú te buscas uno mayor? Los hombres jamás van a buscar solo tus besos, recuerda eso —me dijo en tono de sermón.
Me reí con amargura.
—¿Todo esto es porque nos viste besándonos? ¿Por eso estás enojada? —le pregunté con fastidio.
—No. Es porque el chico es mayor que tú.
—¡Por un año!
—Por dos, y no me levantes la voz. Sólo espero que sepas lo que haces —sentenció y entonces me castigó con su silencio.
—Bueno, sí sé lo que hago, gracias por preocuparte —le contesté, haciendo un esfuerzo por no rechinar los dientes.
No hubo más palabras. Llegamos a la casa y azoté la puerta al bajar. Entré a la casa con mis llaves y me encerré en mi habitación, con una lágrima de enojo surcando una de mis mejillas.
Y por si esto fuera poco, mañana hay clases…
Me acosté en la cama y apagué las luces de mi cuarto, deseando de verdad soñar con la felicidad de mi Romeo…

Desperté a las cinco de la mañana sintiéndome como zombi, pero en seguida esa sensación desapareció por completo y mi estómago se volvió un nudo gigante de nervios. Me metí a la ducha con la piel erizada y salí de la misma manera. Me vestí con el uniforme lentamente, preparándome para la posibilidad de encontrarme con Megan en la parada del autobús.
Hice mal en concebir esperanzas de no encontrarla. Me decepcioné.
Cuando llegué a la esquina la encontré parada esperando el bus. Me dirigió una mirada sombría y después fingió que no existía, quizá imaginando que era una mosca. Tal vez en su mente ni siquiera tenía el derecho de respirar el mismo aire que ella.
Subimos al autobús en silencio. La dejé pasar primero si es que a caso se le ocurría darme un empujón más fuerte, ya que la última vez no me caí.
Me senté en los últimos asientos y miré por la ventana. El cielo gris coincidía con mi estado de ánimo. A veces el clima me hacía deprimirme, o eso prefería pensar. Echarle la culpa al clima es mejor que pensar en tu vida.
Al llegar a la escuela respiré una gran bocanada de aire antes de bajar del bus, entonces me encaminé hacia el salón de historia con las piernas temblándome de los nervios y deseando que nadie se diera cuenta de mi presencia. No lo logré. Cinco chicos se juntaron alrededor y empezaron a hablarme como si fueran mis íntimos amigos o como si me conocieran de toda la vida.
—Alice, espero que sepas que no estás sola —dijo uno rodeando mis hombros con su brazo. Recordaba haberlo visto en los recesos de vez en cuando, pero su nombre no lo encontraba en ningún rincón de mi cerebro—. Tienes todo mi apoyo incondicional y quiero que recuerdes que si necesitas un hombro donde llorar, aquí estoy.
—Eh… Gracias… —me ruboricé al no recordar su nombre. Él sonrió apenado.
—Jerry —dijo con mirada gacha.
—Lo siento —me disculpe—. No tengo muy buena memoria. Te lo agradezco mucho, en verdad, pero ya tengo apoyo suficiente.
—También puedes contar conmigo —dijo otro de los chicos que me seguía. Cuando giré la cabeza para mirarlo me di cuenta de que el número se había multiplicado.
Santo cielo…
Caminé lo más rápido que pude y me metí al salón de historia jadeando y cerrando la puerta detrás de mí. Estúpidamente, no se me ocurrió ser discreta. Todos me miraban. Descubrí la mirada de Martin, un brillo especial en sus ojos y un asomo de sonrisa en sus labios. Una oleada de calor invadió mis mejillas y mi estómago. Hice un esfuerzo para seguir respirando. Noté que tenía los ojos rojos e hinchados y que tenía ojeras muy marcadas.
—Alice —leí sus labios a los lejos, aunque no profirió ningún sonido.
Agaché la vista y rehuí de su mirada. Seguía sintiendo un lazo y ese lazo me hacía sentirme avergonzada de haber hecho lo que hice con Daniel, aunque estaba demente. No tenía que importarme porque no éramos nada de nada.
Casi todos los lugares estaban ocupados. En el mío estaba sentada Megan. Al ver que me aproximaba Martin se giró hacia ella.
—Por favor, podrías regresar a tu lugar —le pidió a Megan educadamente.
Megan rechinó los dientes y estaba a punto de levantarse de su asiento, pero yo no estaba dispuesta a sentarme a su lado, ya no.
—No hace falta. Quédate ahí —le dije con voz monótona. Como si hubiera hablado un robot.
—Pero ese es tu lugar de siempre —discutió Martin en un susurro, sorpresivamente dirigiéndose a mí.
—A Megan parece agradarle el lugar más que a mí —repliqué, sentándome en la cabecera.
—Pero Megan no es mi novia —dijo él, con tono de desesperación, como si intentara hacerme entrar en razón.
Me quedé callada y entonces noté que toda la clase estaba pendiente de nuestra conversación.
—Yo ya no soy tu novia, Martin —le dije, hundiéndome en mi asiento como si quisiera ser tragada por la tierra.
—Alice… —musitó, tomando mi mano. Me alejé de su contacto y lo ignoré.
Carlos e Irving me miraban con los ojos entrecerrados, como si yo fuera el ser más despiadado del universo. Agaché la vista y clavé los ojos en la mesa.
—Por favor, no me ignores —rogó.
Se me hizo un nudo en la garganta y me mordí la lengua para no llorar. Tenía que alejarme y sin embargo ahí voy de imbécil…
—Si de verdad necesitas hablar, al menos será mejor hacerlo en otro sitio —le dije con voz endurecida, no por ser ruda, simplemente estaba demasiado tensa.
—Perfecto. Quiero hablar a solas contigo en el receso —dijo, luego se acercó hasta susurrar en mi oído justo un momento antes de que entrara el profesor en el salón—. En el gimnasio…

Estúpida yo, estúpida yo, estúpida yo… me lamenté más de quinientas veces durante en trascurso de las clases que me separaban del receso.
Alejarte de Martin es la recomendación de la sabia Rachel ¿y qué es lo que haces? Vas directito a él, pero no sólo eso, a solas… me reclamaba yo misma.
Al momento en que sonó la campana del descanso lo había decidido ya, me escaparía, pero Carlos e Irving se me adelantaron y me cerraron el paso en la puerta.
—No seas tan dura. Habla con él —dijo Carlos en tono condescendiente.
Suspiré y cerré los ojos al asentir, derrotada. A veces me sentía demasiado desgraciada, como si todo me saliera mal. Sentí de repente que la inconfundible mano de Martin tomaba la mía por detrás de mí. Retiré mi mano y crucé los brazos sobre el pecho.
—Terminemos con esto de una vez —dije.
Respiró profundo y empezó a caminar hacia el gimnasio. Me miró para asegurarse de que lo seguía. Carlos e Irving estaban detrás de mí, al parecer haciéndose cargo de que no me escapara. Los pasillos, como de costumbre en los descansos, estaban vacios y el eco de nuestras pisadas se escuchaba, por alguna razón, más pesado. Llegamos a la puerta del gimnasio y Carlos e Irving se retiraron, dejándome a solas con Martin. Él abrió la puerta y con un movimiento de cabeza me indicó que entrara. Prometiéndome a mí misma que me controlaría, entré con la piel erizada al sentir la electricidad que, sin necesidad de tocarme, me estaba transmitiendo.
Una vez dentro caminé hasta el otro extremo del lugar y me recargué de espaldas en la pared, alejándome lo más posible de él, tanto como me lo permitía el gimnasio. Me dedicó una sonrisa herida y empezó a acercarse.
—Por favor, quédate allá —le pedí. Se quedó a medio paso un momento, pero negó con la cabeza, mirándome a los ojos con decisión, y se acercó hasta mí.
Puso sus manos a ambos lados de mi cabeza y se inclinó sobre mí. Tragué saliva al tener su cara tan cerca, a solo unos centímetros.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunté.
—Necesito saber qué es lo que tú quieres —me respondió, con voz firme, nada acorde a la cara herida de la mañana.
—Quiero que me dejes en paz —le contesté, desviando la vista.
Tomó mi barbilla y me obligó a mirarlo a los ojos.
—No es verdad —musitó.
—Sí, es verdad. Tú me lastimaste. Confiaste más en Megan que en mí, pero está bien, no hay ningún problema. Vete con Megan y a mí déjame sola —le dije con la voz a punto de fallarme… A punto.
—Te amo. Jamás confié más en ella, pero tenía miedo y dije cosas sin sentido…
—¿Miedo de qué?
—De que me abandonaras por Daniel —admitió ruborizándose.
—Y por eso me llamaste alimaña —dije asintiendo, con sarcasmo.
—Dije cosas que no sentía y lo lamento. Tú sabes que te amo más que nada en el universo…
—Sí, eso pensaba. Pero ese amor puede flaquear ¿no? —lo reté.
Se alejó de mí cerrando los ojos y respiró profundo. Parecía furioso.
—¿Ya puedo irme? —pregunté, fingiendo prisa.
Negó con la cabeza y volvió a la posición de unos momentos atrás, aprisionándome contra la pared.
—No dejaré que te vayas hasta que te convenza —dijo, con media sonrisa.
—¿Convencerme de qué?
—De que seas mi novia otra vez —dijo con tono dulce.
—No sé cómo harás eso. Nada de lo que digas va a funcionar —le dije, tratando de hacer vana cualquier esperanza que pudiera tener.
—No dije que lo haría con palabras —dijo con una sonrisa seductora, las que siempre me dedicaba.
Fruncí el ceño con confusión y antes de que pudiera entender a lo que se refería o siquiera preguntar, me besó con insistencia. Mi voluntad flaqueó unos instantes. Me entregué a sus labios correspondiéndole con los míos. Acaricié su rostro y lo acerqué a mí mientras el abrazaba mi cintura y me empujaba tanto contra la pared que casi me dejaba sin aliento. Sus labios bajaron a mi cuello, dándome oportunidad de hablar.
—Déjame sola —supliqué con un hilo de voz, pero mis brazos acercándolo a mí decían algo totalmente distinto.
Volvió a besar mis labios, acariciando mi cintura, después susurró en mi oído.
—¿No me amas tanto como yo a ti? ¿De verdad quieres que me vaya? —preguntó, antes de morder mi oreja.
—Te odio por hacerme esto —le dije con lágrimas que empezaban a recorrer mis mejillas mientras me besaba.
—Yo también te odio —dijo con voz contenida, después me miró a los ojos con furia—. No tienes idea en verdad de cuanto te odio.
Pensé que no podía hacerme más daño, pero me equivoqué. Me eché a llorar, soportando los sollozos en mi garganta para no delatarme más.
—Pues entonces vete o déjame ir —le dije con voz quebrada y evitando su mirada.
—Te duele lo que te digo —susurró en mi oído, aún sujetando mi cintura para mantenerme pegada a él.
—No te bastó con llamarme alimaña, también querías decirme lo mucho que me odiabas ahora. Pues bien, ya me lo dijiste —le dije, tallando mis ojos para limpiar las lágrimas que se empecinaban en salir.
Se echó a reír y limpió mis lágrimas.
—¿Y sabes qué es lo más ilógico e irónico de todo esto? —me preguntó.
—No me interesa —le contesté enojada y herida.
—Aún así te lo voy a decir. Lo más ilógico es que al principio de todo te amé demasiado porque al fin sentía cosas nuevas, al fin había conocido a una chica que me hiciera sentir que flotaba, lo irónico, me rechazaste, lo ilógico de nuevo, lo amé, amé todo lo diferente de ti, todo lo que te hacía distinta al resto. Y cuando al fin te volviste mi novia odié la inseguridad que sentía cada vez que alguien se acercaba a ti, cada vez que en lugar de contestar que me amabas solo me decías “te quiero” o “lo sé”. Odiaba lo mal que me sentía al haberte vuelto tan necesaria en mi vida y luego sucedió lo que más temía, lo que se había vuelto necesario, o sea tú, se esfuma, o sea me dejaste. Ahora me vengo dando cuenta de que fue totalmente mi culpa por haberme vuelto tan dependiente, pero te amo, no puedo evitar el estar loco por ti y te odio por haberme hecho esto, por hacernos esto porque sé que me amas. Tardaste meses para olvidar a Alex, así que, por favor, ya déjalo. No me engañas—lo dijo casi de forma retadora.
Me quedé con la boca abierta, pero me tragué todo lo que tenía que decir y respiré profundo. Traté de recuperar algo de fuerza con una frase sarcástica.
—¿Algo más? —le pregunté.
Entornó los ojos y respiró profundo.
—¿Es en serio? ¿Vamos a empezar con el sarcasmo y toda la faramalla de querer estar sola otra vez? —me dijo enojado.
—No es ninguna faramalla, ya no te quiero. Métete eso en la cabeza —le dije, al fin teniendo el valor de empujarlo para alejarlo de mí.
Me tallé la cara y me di pequeños golpecitos. Él volvió a acercarse, traté de alejarme pero me topé con la pared.
—Vamos, nena. Sé que me quieres —me pegó contra la pared y me acarició el rostro con la punta de su nariz.
Sentí que me derretía con sus caricias.
¿Sabes algo? Ere una cualquiera… me dijo la voz sensata.
Eso me hizo sentir terrible, una basura.
—Martin, lo siento. Estoy con Daniel ahora —le dije, volviendo a empujarlo.
Se quedó helado, como si le hubieran tirado un balde de agua fría.
—¿Qué —preguntó, pasándose una mano por el cabello—? Me parece que no he escuchado bien.
—¿Qué escuchaste? —le pregunté, levantando una ceja.
—Que estás con Daniel ahora. Eso es una locura. Dime que es una locura —me dijo, empezando a reírse como si no hubiera pasado nada.
Tragué saliva y respiré profundo.
—No lo es. De verdad estoy saliendo con Daniel —le respondí, tratando de suavizar mi tono de voz.
Se pasó una mano por el rostro, en el que tenía ahora una máscara de rabia. Un sonido parecido a un gruñido afloró de su garganta mientras que una de sus manos se transformaba en puño y golpeaba la pared a mi lado. Me quedé boquiabierta y lo miré, estupefacta.
—Es un maldito —susurró, mientras una risa amarga inundaba el gimnasio.
—No lo es. Todo sucedió después de que tú… de que termináramos —justifiqué a Daniel.
Una carcajada me dejó helada.
—Y el beso que te dio viajó por el tiempo, hacia el pasado y aterrizó en el celular de Megan justo antes de que rompieras conmigo ¿no?
No pude decir nada. Solo bajé la vista.
—Si tú no hubieras dicho todo lo que dijiste estaríamos juntos aún, pero no quiero que vuelva a pasar.
—Alice, no va a volver a pasar —dijo en tono de súplica, tomando mi mano.
—No quiero arriesgarme —dije con un suspiro.
—¿Y si pasara con Daniel? —dijo entre dientes.
—No es lo mismo…
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó con un bufido.
—No lo amo igual… —después de decir lo que dije, me arrepentí. Un repentino brillo en sus ojos me hizo pensar que había aún algo de esperanza en él.
—¿Cómo me amas a mí? —preguntó con dulzura en la voz, con su expresión totalmente suavizada.
—Amaba… —lo “corregí”.
—Lo que sea. Explícamelo, por favor —pidió de forma amable.
—No tiene sentido hablar de esto. Es pasado, hay que estar en el presente —dije, zanjando el tema.
—Tú eres mi presente. Dime, quiero saberlo —me pidió una vez más.
—No le veo el caso… —dije encogiendo mis hombros.
—¿Por qué evitas el tema? —entrecerró los ojos al preguntar.
—No lo evito, pero no tiene sentido hablar de esto. De verdad. Es algo muy estúpido además de que ya no hay más razones para que lo sepa nadie. Tú no estás para escucharlo ni yo para contarlo. Quizá antes hubiera importado, pero ahora no tiene sentido decírtelo —dije, tratando a toda costa de no revelar lo egoísta que fui con él.
—Entonces simplemente haz de cuenta que no pasó nada, que nosotros aún somos novios y que quieres decírmelo.
Resoplé.
—¿Qué? —preguntó con sospecha ante mi gesto.
—Que no querría decirlo ni aunque fuéramos novios, creo que sería peor…
—O sea que es algo malo —intentó adivinar.
Suspiré y me recargué en la pared, resbalándome hasta llegar al suelo como lo hacía en la puerta de mi casa cada vez que sucedía algo.
—No malo… bueno, quizá un poco…
—Dímelo, por favor —me dijo con voz de niño y cara de cachorro. No pude evitar reírme. Siempre me hacía reír cuando me podía su cara de perro.
—Es muy estúpido, de verdad…
—Aún así quiero saberlo —dijo con convicción y viendo la victoria más cerca.
Respiré profundo y crucé los brazos sobre mi pecho.
—Pues, es sólo que a ti te amo…
—Amabas… —interrumpió para corregirme con una sonrisa y guiñarme un ojo. Me ruboricé y fruncí en entrecejo.
—Lo siento, es sólo la costumbre —me justifiqué, aclarando mi garganta, luego proseguí—. Te decía, a ti te amaba de forma distinta a la que amo a Daniel, porque era más egoísta. Siempre esperé a que me hicieras feliz y no tenías problema con eso, parecías disfrutarlo…
—Lo disfruto —me dijo.
—Sí, y yo también. Me gustaba que me hicieras feliz, pero jamás pensaba en tu propia felicidad porque tu felicidad parecía ser…
—La tuya —completó.
Asentí.
—Exacto. Parecía que eras feliz haciéndome feliz a mí y creo que por eso jamás me detuve a pensar o considerar por un segundo en qué era lo que a ti te hacía feliz, estaba demasiado ocupada en ser feliz yo misma y cuando me fallaste, cuando hiciste todo lo puesto a hacerme feliz, o sea hacerme infeliz, me dolió demasiado. Tengo mucho miedo de que eso se repita y por eso prefiero olvidarte y tratar de ser menos egoísta en el futuro.
—Y eso no puede suceder con Daniel porque… —pidió que le explicara, con algo de sarcasmo.
Entorné los ojos y suspiré antes de continuar.
—Porque solo me interesa que sea feliz él. Aquí no importo yo, así que mientras yo pueda hacer que el sonría yo seré muy, muy feliz —concluí con media sonrisa.
Se recargó en la pared y se sentó junto a mí.
—Pero yo aún puedo hacerte feliz. Prometo que jamás te volveré a fallar, nunca. Jamás en toda tu vida, lo juro —prometió con la mano en el corazón.
—Ya te lo dije, no pienso arriesgarme, además de que estoy con Daniel ahora. No soy del tipo que engaña a su novio —dije, bajando la vista.
Suspiró y después, por cinco segundos, el gimnasio se sumió en un cómodo silencio hasta que la campana que marcaba el fin del receso chilló.
—Espero que sepas que no me voy a rendir. Sólo espera a que me levanten el castigo y verás lo que es pelear por una mujer, de verdad —me advirtió con una sonrisa amistosa y algo dolida mientras se levantaba del suelo.
—Por tu bien, espero que estés mintiendo —le contesté, sintiendo que me había quitado un peso enorme de los hombros y lo había suplantado por uno un poco más ligero, más llevadero.
—Créeme, nena, jamás he hablado más en serio. No voy a parar hasta verte entre mis brazos otra vez —me dijo sonriendo, dándome la mano para ayudarme a levantarme del suelo.
Tomé su mano, le sonreí y, secretamente, deseé que hablara en serio.
—Ya veremos quién gana, Romeo, ya veremos… —susurré para mi misma mientras salíamos del gimnasio.

2 comentarios:

  1. No!! yo no qiiero que Alice esté con Daniel por varias razones: no lo ama tanto, lo hace por el y no por ella y va a lastimar a Martin... :S

    Alex ya pasó... Daniel es solo un amigo y Martin la adora!!!!
    Cómo rayos acaban separados!
    me recuerda el mal final de bokura ga ita... U_U'

    ojala y terminen Alice y Martin juntos!

    ResponderEliminar
  2. jajaja Lini-san!! n___n' qué te diré... no puedo decirte mucho porque sería spoiler, así que... sólo sigue leyendo, actualizo ahorita ¿ok ok?
    ya estamos por los capítulos finales (creo que son 16 más el epílogo y 4 extras, creo...)

    ResponderEliminar

Gracias por compartir tu opinión :D